domingo, 21 de mayo de 2023

ChatGPT o la máquina social para crear la nueva generación de Pícaros

 

El otro día mi hija pequeña me comentó que un conocido suyo había ganado el primer premio de poesía de su centro educativo. La primera reacción por mi parte fue de asombro, ya que no conocía las cualidades poéticas de dicha persona, a su vez que de cierta satisfacción casi paternalista al entender que el mérito denotaba una naturaleza sensible que también desconocía (y lo dice con conocimiento de causa un servidor que, en tiempos de juventud, mantuvo una apasionada relación con el arte de la poesía). Pero cuál fue mi sorpresa cuando mi hija adolescente me continuó explicando que al principio, el conocido en cuestión, no pensaba presentarse al concurso, pero que finalmente decidió hacerlo tras utilizar el ChatGPT para crear un poema que entregó al jurado del certamen sin ni siquiera leérselo (según le confesó el propio “poeta”). Pero la cosa no quedó ahí, ya que el acto de entrega de premios del concurso reunió a todos los estudiantes y docentes en la Sala Magna del Instituto, donde el “poeta revelación” del año, tras escuchar el panegírico por parte del claustro directivo de profesores, se vio con la incómoda obligación de subir a regañadientes al escenario del auditorio para leer desde el atril, por primera vez tanto para sí mismo como para el resto de compañeros y maestros, “su poema” magistral. Una patraña que, por lo que sé, continúa vestida a día de hoy de dignificada verdad para los anales del centro docente.

Sobra decir que la anécdota me parece indignante, no solo porque atenta directamente contra un bien superior a preservar como es la meritocracia (1) (que en sí misma conlleva el reconocimiento a los valores del esfuerzo, la dedicación y la superación personal versus la bufonocracia y el desdén), sino que a su vez delata una conducta fraudulenta propio de personas tramposas al más puro estilo de la novela picaresca del barroco español (subgénero literario que posteriormente, sea dicho de paso, se expandió al neoclasicismo y al realismo europeo, por ser el pícaro un estereotipo conductual tristemente universal de la especie humana). Pero no nos llevemos a engaño, la culpa no es tanto del joven “poeta” aun en su manifiesta baja talla moral, sino del sistema social en general (legisladores mediante) y del sistema educativo en concreto, responsabilidad de los adultos, al permitir sin medida ni control el uso del ChatGPT. 

Que los ChatBots, como el ChatGPT, van por el camino incuestionable de crear una nueva generación de ciudadanos más tontos, al devaluar con su práctica sociabilizada las capacidades cognitivas claves de la inteligencia racional humana como son el pensar, el pensamiento crítico, y el pensamiento creativo, es un tema que ya desarrollé con anterioridad (2), por lo que no lo trataré en la presente reflexión. Que asimismo las diversas versiones de ChatGPT van camino de crear una presumible falsa realidad o Posverdad para sometimiento enajenado de las nuevas generaciones humanas, bajo el monopolio y control que ejerce la Inteligencia Artificial (IA) sobre las fuentes del conocimiento y la información pública, también es un tema que desarrollé anteriormente (3), por lo que tampoco me explayaré en este punto. Pero lo que sí que no he tratado ad hoc hasta la fecha, que justamente representa el tema central de este artículo, es la capacidad de los modelos ChatGPT de influir negativamente en la promoción normalizada de una nueva clase social a la que podemos denominar de pícaros.

Pongámonos en situación. Debemos de entender como pícaros -cuyo máximo exponente es el abyecto Lazarillo de Tormes- a aquellos individuos caracterizados por una personalidad popularmente conocida como de listillos o de pillos, que poseen una aptitud natural para engañar a los demás en beneficio propio de manera tan tramposa como agravantemente desvergonzada, convirtiéndoles por idiosincrasia en ciudadanos estafadores por farsantes. Un perfil psicológico de ciudadanos que, justamente, han encontrado en el ChatGPT el medio natural para legitimar y reafirmar su identidad engañosa frente al resto de la sociedad. Como es el caso ejemplificador del joven “poeta”.

Hay quienes apuntan, como así he leído en manifestaciones de algunos famosos investigadores académicos norteamericanos de cuyos nombres -como diría el célebre Miguel de Cervantes- no quiero acordarme, que la IA, y especialmente el ChatGPT, viene para ayudar a las personas con menor preparación y capacidad (intelectual y académica) (4). Todo un despropósito. Ya que en verdad, a la práctica, ello implica el poder encontrarnos a medio plazo con personas insuficientemente preparadas en cargos de relevancia social para la vida cotidiana de las personas, de las que vamos a depender de una u otra manera. O dicho en otras palabras, si un pícaro obtiene un título o certificado profesional para el desarrollo de una responsabilidad laboral mediante el uso fraudulento de algún modelo de ChatGPT, ¿en verdad creemos que puede estar preparado para afrontar diligentemente dicho trabajo futuro?.

Imaginemos por un momento a un programador informático que fundamenta su saber hacer profesional en los códigos base facilitados por el ChatGPT, y que a la vez carece de la preparación técnica suficiente para detectar posibles errores creados por la IA, lo cual podría generar presumiblemente códigos erróneos y por extensión softwares defectuosos (5) que afectaría al buen funcionamiento de los bienes de consumo finalistas. Un supuesto teórico que podemos extrapolar a pícaros arquitectos, pícaros ingenieros, pícaros mecánicos, pícaros médicos, pícaros gerentes, etc. ¿A caso nos sentiríamos seguros, por poner un ejemplo, en la conducción de un vehículo cuyo diseño ha sido creado por una nueva generación de pícaros tecnológicos?.

Ciertamente, en la construcción de una sociedad inminente que ya no podrá entenderse -en un punto de inflexión sin retorno- sin la coexistencia de las diversas versiones habidas y por haber de los ChatGPT, la psicología del hombre colectivo va directo a confiar ciegamente en el conocimiento emanado por los algoritmos, en detrimento de la confianza en sus propias capacidades racionales e instintivas, sobre la esperanza de alcanzar mayores cuotas de eficacia, eficiencia y efectividad productiva a nivel multisectorial. Una tendencia imparable de la que, sin lugar a dudas, los pícaros van a beneficiarse holgadamente y en masa.

Que los alumnos de hoy en día (generaciones Z y Alfa), que son los profesionales del mañana, están mayoritariamente haciendo uso del ChatGPT para elaborar sus trabajos de clase en décimas de segundo, al amparo de la ley del mínimo esfuerzo y al grito existencialista del Carpe Diem de Horacio (del que seguro desconocen quién fue y qué representó para la cultura occidental), es una realidad incuestionable. Como es una realidad que dichos trabajos son puntuables, en algunos casos con más peso porcentual que en otros, para la evaluación final de las asignaturas que imparten. Lo cual es una perversión sin parangón del espíritu educativo. Una mala praxis estudiantil, no regulada a día de hoy por nadie entre otros factores por la imposibilidad técnica actual de descubrir el engaño y bajo perjuicio de poder quedar en evidencia (6), que seguramente obligará a los profesores a eliminar los trabajos escritos como deberes de casa, y a restaurar los exámenes orales como única práctica fiable de validación de los conocimientos adquiridos por parte de los estudiantes. Tiempo al tiempo. (O, al menos, eso es lo que espero).

Mientras tanto, ¿qué solución debemos de optar frente a un ChatGPT que se prevé una máquina de crear pícaros e incluso de fomentarlos socialmente?. La respuesta no es sencilla, ya que si bien existen iniciativas loables como el ChatGPT denominado Claude de la empresa Anthropic (7), basada en principios éticos (Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU e investigaciones Roboéticas) para evitar comportamientos ilegales y regular la honestidad informativa con el usuario, ello no evita su posible uso ilegítimo en la apropiación indebida de los contenidos creados por la IA por parte de estudiantes pícaros. O el caso de la versión del ChatGPT creado por investigadores del MIT y la Universidad de Columbia que intenta promover en su uso el pensamiento crítico (8), pues como muy acertadamente opina Fernanda Viégas, catedrática de Informática de la Universidad de Harvard, “por desgracia, en una sociedad que avanza a un ritmo vertiginoso, no está claro con qué frecuencia la gente querrá dedicarse al pensamiento crítico en lugar de esperar una respuesta preparada” (sic). Por lo que una idea radical nada descabellada, aunque de misión prácticamente imposible de ejecutar, sería la prohibición del ChatGPT para uso estudiantil. Una propuesta semejante a intentar ponerle puertas al campo.

Está claro que nos encaminamos hacia una sociedad, donde las versiones presentes y futuras de ChatGPT serán hegemónicas, en la que un título o certificado académico no será garantía de integración suficiente de conocimientos que validen la capacitación profesional, a no ser que realicemos una revisión disruptiva de los procesos actuales de evaluación educativa. Contrariamente, el horizonte anuncia la llegada de hordas de pícaros como nuevo movimiento social cuyo mérito se reducirá a su capacidad de erradicar la cultura del esfuerzo y el compromiso, en beneficio de dominar magistralmente el arte del engaño social bajo el diestro uso del ChatGPT como apuntador imprescindible. Ojalá me equivoque y, contra todo pronóstico, el ser humano haga de la honestidad personal su rasgo diferenciador.

Mientras tanto, y a la espera de lo que nos depare el futuro, reivindiquemos el espíritu verdadero de los poetas en su estricto sentido epistemológico griego: poietes, que es aquel que crea algo (por sí mismo). Lo cual es diametralmente opuesto a la voluntad pícara de adueñarse como propio una autoría intelectual ajena, aunque no sea de naturaleza humana, como medio para alcanzar el fin partidista del engaño social. ¡Exijamos una sociedad de poietes frente al ascenso social de los pícaros!, pues en ello nos jugamos, entre otros factores, la propia redefinición sociológica de la moral humana (versus moralina) como sistema referencial de la conducta ciudadana. Al final, reflexionar sobre la emergente normalización de los pícaros no es otra cosa que reflexionar, a la luz de la Ética y más concretamente de la Roboética, sobre qué modelo de sociedad de futuro deseamos.   

 

Referencias

(1)    Bufonocracia versus Meritocracia: el pago de premiar la tontería social sobre el mérito. Jesús A. Mármol. Bitácora de un Buscador, 1 Abril 2020 

(2)    ¿Los ChatBots nos van a hacer más tontos?. Jesús A. Mármol. Bitácora de un Buscador, 29 Diciembre 2022  

(3)    Lastres tácticas de la IA para crear la nueva Falsa Realidad (y someternos en el proceso). Jesús A. Mármol. Bitácora de un Buscador, 14 Abril 2023 

(4)    Generative AI at work. Erik Brynjolfsson, Danielle Li, Lindsey R. Raymond. National Bureau of Economic Research, April 2023 

(5)    Google vs. OpenAI: los riesgos de una IA precipitada. Melissa Heikkilä. MIT Technology, 12 Mayo 2023 

(6)    Unprofesor suspende a la mitad de sus alumnos tras acusarlos falsamente de usar ChatGPT. Álex Suárez. La Vanguardia, 19 Mayo 2023 

(7)    Claude-Anthropic 

(8)    La IA que promueve el pensamiento crítico para no creer bulos. Stephanie Arnett. MIT Technology, 11 Mayo 2023