El otro día mi hija pequeña me comentó que un conocido suyo había ganado el primer premio de poesía de su centro educativo. La primera reacción por mi parte fue de asombro, ya que no conocía las cualidades poéticas de dicha persona, a su vez que de cierta satisfacción casi paternalista al entender que el mérito denotaba una naturaleza sensible que también desconocía (y lo dice con conocimiento de causa un servidor que, en tiempos de juventud, mantuvo una apasionada relación con el arte de la poesía). Pero cuál fue mi sorpresa cuando mi hija adolescente me continuó explicando que al principio, el conocido en cuestión, no pensaba presentarse al concurso, pero que finalmente decidió hacerlo tras utilizar el ChatGPT para crear un poema que entregó al jurado del certamen sin ni siquiera leérselo (según le confesó el propio “poeta”). Pero la cosa no quedó ahí, ya que el acto de entrega de premios del concurso reunió a todos los estudiantes y docentes en la Sala Magna del Instituto, donde el “poeta revelación” del año, tras escuchar el panegírico por parte del claustro directivo de profesores, se vio con la incómoda obligación de subir a regañadientes al escenario del auditorio para leer desde el atril, por primera vez tanto para sí mismo como para el resto de compañeros y maestros, “su poema” magistral. Una patraña que, por lo que sé, continúa vestida a día de hoy de dignificada verdad para los anales del centro docente.
Sobra decir que la anécdota me parece
indignante, no solo porque atenta directamente contra un bien superior a
preservar como es la meritocracia (1) (que en sí misma conlleva el reconocimiento a los valores del
esfuerzo, la dedicación y la superación personal versus la bufonocracia
y el desdén), sino que a su vez delata una conducta fraudulenta propio de
personas tramposas al más puro estilo de la novela picaresca del barroco
español (subgénero literario que posteriormente, sea dicho de paso, se expandió
al neoclasicismo y al realismo europeo, por ser el pícaro un estereotipo
conductual tristemente universal de la especie humana). Pero no nos llevemos a
engaño, la culpa no es tanto del joven “poeta” aun en su manifiesta baja talla
moral, sino del sistema social en general (legisladores mediante) y del sistema
educativo en concreto, responsabilidad de los adultos, al permitir sin medida
ni control el uso del ChatGPT.
Que los ChatBots, como el
ChatGPT, van por el camino incuestionable de crear una nueva generación de
ciudadanos más tontos, al devaluar con su práctica sociabilizada las
capacidades cognitivas claves de la inteligencia racional humana como son el
pensar, el pensamiento crítico, y el pensamiento creativo, es un tema que ya
desarrollé con anterioridad (2),
por lo que no lo trataré en la presente reflexión. Que asimismo las diversas
versiones de ChatGPT van camino de crear una presumible falsa realidad o
Posverdad para sometimiento enajenado de las nuevas generaciones humanas, bajo
el monopolio y control que ejerce la Inteligencia Artificial (IA) sobre las
fuentes del conocimiento y la información pública, también es un tema que
desarrollé anteriormente (3),
por lo que tampoco me explayaré en este punto. Pero lo que sí que no he tratado
ad hoc hasta la fecha, que justamente representa el tema central de este
artículo, es la capacidad de los modelos ChatGPT de influir negativamente en la
promoción normalizada de una nueva clase social a la que podemos denominar de pícaros.
Pongámonos en situación. Debemos
de entender como pícaros -cuyo máximo exponente es el abyecto Lazarillo de
Tormes- a aquellos individuos caracterizados por una personalidad popularmente
conocida como de listillos o de pillos, que poseen una aptitud natural para
engañar a los demás en beneficio propio de manera tan tramposa como agravantemente
desvergonzada, convirtiéndoles por idiosincrasia en ciudadanos estafadores por
farsantes. Un perfil psicológico de ciudadanos que, justamente, han encontrado
en el ChatGPT el medio natural para legitimar y reafirmar su identidad engañosa
frente al resto de la sociedad. Como es el caso ejemplificador del joven “poeta”.
Hay quienes apuntan, como así he leído
en manifestaciones de algunos famosos investigadores académicos norteamericanos
de cuyos nombres -como diría el célebre Miguel de Cervantes- no quiero
acordarme, que la IA, y especialmente el ChatGPT, viene para ayudar a las
personas con menor preparación y capacidad (intelectual y académica) (4). Todo un despropósito. Ya
que en verdad, a la práctica, ello implica el poder encontrarnos a medio plazo
con personas insuficientemente preparadas en cargos de relevancia social para
la vida cotidiana de las personas, de las que vamos a depender de una u otra
manera. O dicho en otras palabras, si un pícaro obtiene un título o certificado
profesional para el desarrollo de una responsabilidad laboral mediante el uso
fraudulento de algún modelo de ChatGPT, ¿en verdad creemos que puede estar
preparado para afrontar diligentemente dicho trabajo futuro?.
Imaginemos por un momento a un
programador informático que fundamenta su saber hacer profesional en los
códigos base facilitados por el ChatGPT, y que a la vez carece de la
preparación técnica suficiente para detectar posibles errores creados por la
IA, lo cual podría generar presumiblemente códigos erróneos y por extensión softwares
defectuosos (5) que
afectaría al buen funcionamiento de los bienes de consumo finalistas. Un
supuesto teórico que podemos extrapolar a pícaros arquitectos, pícaros
ingenieros, pícaros mecánicos, pícaros médicos, pícaros gerentes, etc. ¿A caso
nos sentiríamos seguros, por poner un ejemplo, en la conducción de un vehículo
cuyo diseño ha sido creado por una nueva generación de pícaros tecnológicos?.
Ciertamente, en la construcción
de una sociedad inminente que ya no podrá entenderse -en un punto de inflexión
sin retorno- sin la coexistencia de las diversas versiones habidas y por haber
de los ChatGPT, la psicología del hombre colectivo va directo a confiar
ciegamente en el conocimiento emanado por los algoritmos, en detrimento de la
confianza en sus propias capacidades racionales e instintivas, sobre la
esperanza de alcanzar mayores cuotas de eficacia, eficiencia y efectividad
productiva a nivel multisectorial. Una tendencia imparable de la que, sin lugar
a dudas, los pícaros van a beneficiarse holgadamente y en masa.
Que los alumnos de hoy en día (generaciones
Z y Alfa), que son los profesionales del mañana, están mayoritariamente
haciendo uso del ChatGPT para elaborar sus trabajos de clase en décimas de
segundo, al amparo de la ley del mínimo esfuerzo y al grito existencialista del
Carpe Diem de Horacio (del que seguro desconocen quién fue y qué
representó para la cultura occidental), es una realidad incuestionable. Como es
una realidad que dichos trabajos son puntuables, en algunos casos con más peso
porcentual que en otros, para la evaluación final de las asignaturas que
imparten. Lo cual es una perversión sin parangón del espíritu educativo. Una
mala praxis estudiantil, no regulada a día de hoy por nadie entre otros
factores por la imposibilidad técnica actual de descubrir el engaño y bajo perjuicio
de poder quedar en evidencia (6),
que seguramente obligará a los profesores a eliminar los trabajos escritos como
deberes de casa, y a restaurar los exámenes orales como única práctica fiable
de validación de los conocimientos adquiridos por parte de los estudiantes.
Tiempo al tiempo. (O, al menos, eso es lo que espero).
Mientras tanto, ¿qué solución
debemos de optar frente a un ChatGPT que se prevé una máquina de crear pícaros
e incluso de fomentarlos socialmente?. La respuesta no es sencilla, ya que si
bien existen iniciativas loables como el ChatGPT denominado Claude de la
empresa Anthropic (7),
basada en principios éticos (Declaración Universal de Derechos Humanos de la
ONU e investigaciones Roboéticas) para evitar comportamientos ilegales y
regular la honestidad informativa con el usuario, ello no evita su posible uso
ilegítimo en la apropiación indebida de los contenidos creados por la IA por
parte de estudiantes pícaros. O el caso de la versión del ChatGPT creado por investigadores
del MIT y la Universidad de Columbia que intenta promover en su uso el
pensamiento crítico (8),
pues como muy acertadamente opina Fernanda Viégas, catedrática de Informática
de la Universidad de Harvard, “por desgracia, en una sociedad que avanza a un
ritmo vertiginoso, no está claro con qué frecuencia la gente querrá dedicarse
al pensamiento crítico en lugar de esperar una respuesta preparada” (sic). Por
lo que una idea radical nada descabellada, aunque de misión prácticamente
imposible de ejecutar, sería la prohibición del ChatGPT para uso estudiantil.
Una propuesta semejante a intentar ponerle puertas al campo.
Está claro que nos encaminamos
hacia una sociedad, donde las versiones presentes y futuras de ChatGPT serán
hegemónicas, en la que un título o certificado académico no será garantía de
integración suficiente de conocimientos que validen la capacitación profesional,
a no ser que realicemos una revisión disruptiva de los procesos actuales de
evaluación educativa. Contrariamente, el horizonte anuncia la llegada de hordas
de pícaros como nuevo movimiento social cuyo mérito se reducirá a su capacidad
de erradicar la cultura del esfuerzo y el compromiso, en beneficio de dominar
magistralmente el arte del engaño social bajo el diestro uso del ChatGPT como
apuntador imprescindible. Ojalá me equivoque y, contra todo pronóstico, el ser
humano haga de la honestidad personal su rasgo diferenciador.
Mientras tanto, y a la espera de
lo que nos depare el futuro, reivindiquemos el espíritu verdadero de los poetas
en su estricto sentido epistemológico griego: poietes, que es aquel que
crea algo (por sí mismo). Lo cual es diametralmente opuesto a la voluntad pícara
de adueñarse como propio una autoría intelectual ajena, aunque no sea de
naturaleza humana, como medio para alcanzar el fin partidista del engaño social.
¡Exijamos una sociedad de poietes frente al ascenso social de los
pícaros!, pues en ello nos jugamos, entre otros factores, la propia
redefinición sociológica de la moral humana (versus moralina) como sistema referencial de la
conducta ciudadana. Al final, reflexionar sobre la emergente normalización de
los pícaros no es otra cosa que reflexionar, a la luz de la Ética y más
concretamente de la Roboética, sobre qué modelo de sociedad de futuro deseamos.
Referencias
(1) Bufonocracia versus Meritocracia: el pago de premiar la tontería social sobre el mérito.
Jesús A. Mármol. Bitácora de un Buscador, 1 Abril 2020
(2) ¿Los ChatBots nos van a hacer más tontos?. Jesús A. Mármol.
Bitácora de un Buscador, 29 Diciembre 2022
(3) Lastres tácticas de la IA para crear la nueva Falsa Realidad (y someternos en el proceso). Jesús A. Mármol. Bitácora de un Buscador, 14 Abril 2023
(4) Generative AI at work. Erik Brynjolfsson, Danielle Li, Lindsey R. Raymond. National Bureau
of Economic Research, April 2023
(5) Google vs. OpenAI: los riesgos de una IA precipitada. Melissa Heikkilä. MIT
Technology, 12 Mayo 2023
(6) Unprofesor suspende a la mitad de sus alumnos tras acusarlos falsamente de usar ChatGPT. Álex Suárez. La Vanguardia, 19 Mayo 2023
(7) Claude-Anthropic
(8) La IA que promueve el pensamiento crítico para no creer bulos. Stephanie Arnett.
MIT Technology, 11 Mayo 2023