Conocemos el punto y aparte como aquel signo de puntuación ortográfico que marca el final de un párrafo dentro de un texto y que, sin ser el final del mismo texto, da paso a un nuevo párrafo. Es decir, el punto y aparte es un cambio de ritmo de una historia, pero no así su final, pues se asemeja al pasar una página o un capítulo inclusive de un libro. Un interruptus que bien puede extrapolarse a algún momento experimentado en el continuo narrativo de la historia de una persona. Una imagen metafórica que desde hace días atrás clama mi atención reflexiva al saber la intención, de la mano de un ser querido, de tatuarse en el cuerpo dicho signo de puntuación como manifestación y declaración de principios de una metamorfosis personal experimentada en su línea vital.
Lo que está claro es que el punto
y aparte se revela en la vida de una persona ante una rotura o caducidad del
sistema de referencias de su realidad más inmediata, que hasta la fecha se
consideraba como válido por útil. Pero la rotura o caducidad de dicha inercia
existencial temporal no deviene en punto y aparte stricto sensu hasta el
preciso momento en el que la persona tiene consciencia de ello, pues el punto y
aparte, antes de devenir de facto en un cambio de paradigma en la vida
de la persona, es previamente un efecto inflexivo psicoemocional. O, dicho en
otras palabras, sin consciencia de la rotura o caducidad de una situación
personal como causa no puede existir un punto y aparte existencial como efecto.
Por otro lado, cabe apuntar que
no hay parto sin dolor, por lo que la experiencia consciente de algo que se ha
roto o que ha llegado a su fin en nuestras vidas no es un proceso aséptico,
pues somos seres inherentemente sintientes, y nuestro mundo emocional como sistema
primario cognitivo existe justamente para reaccionar frente a los estímulos de
nuestro entorno. ¿Quién puede sentirse bien ante el hecho de percatarse que
aquello que creía que era ya no es, y que las expectativas puestas en una
historia personal han saltado por los aires?. Lo cierto es que nadie. Por lo
que emocionalmente el proceso del punto y aparte, consciencia mediante, suele
transitar en su duelo sanador singular de la experiencia de la tristeza por
impotencia, a la rabia por desagrado, y de ésta a la aceptación por
racionalización de la nueva realidad.
Sí, el vacío en el salto
interpárrafos de nuestra propia historia personal, propio del proceso natural
del punto y aparte, está lleno de sombras, fantasmas y temores por un futuro incierto
que debe reconstruirse sobre los escombros de los cimientos que aún queden en pie.
Pero la línea narrativa vital, en contra de estancarse, continúa en su flujo
existencial. Pues lo único certero es que la vida siempre prosigue y que, como
ya apuntó Heráclito hace más de 27 siglos, nunca nada es siempre igual. Una
lección de Impermanencia que si bien la vida no se cansa de repetirnos hasta la
saciedad (y más si cabe en estos tiempos presentes), la psiqué humana se
resiste a admitirlo en nuestra tozudez por aferrarnos a la ilusión de una zona
de confort personal que, en muchas ocasiones, no nos damos cuenta que no es tal
hasta que nos vemos obligados a salir de ella.
Pero tras el salto del vacío
interpárrafos de nuestra narrativa individual, en un proceso tan catársico (por
doloroso) como metamorfósico (porque ya no somos los mismos), reencontramos la
paz y el equilibrio interior en la liviandad del ser al habernos desprovisto,
aunque haya sido por la fuerza de las circunstancias, de un espacio vital que
ya estaba roto o caduco y que únicamente lastraba nuestra experiencia, tal
enorme peso de una losa cargada a hombros, que nos impedía volar sobre nuevos y
renovados horizontes. Pues, el efecto psicoemocional del punto y aparte resulta
una oportunidad para que las personas no solo salgan renovadas, sino asimismo
actualizadas en una mejor versión de sí mismas frente a la nueva realidad. Al
fin y al cabo, éste es un proceso de autoconocimiento y de crecimiento
personal, en el que la persona, si es capaz de reencontrar la luz de su propia
esencia más allá de los determinismos contextuales que falsamente decretaban su
sentido de identidad, sale fortalecida como ser humano en la reafirmación de su
propia mismidad. O, lo que es lo mismo, aprende a ser fiel a sí mismo a la par que
aprende a no ceder su autoridad individual frente a terceras personas o circunstancias
que buscan confundirlo, distorsionarlo e incluso encadenarlo en una vida que no
es propia y que, por ende, vende una falsa felicidad ajena llena de puntos y
seguido. Aunque esta es una evolución que requiere experiencia vital mediante, no
exenta de la dualidad prueba-error. Pero, para todo error, aun consentido en el
tiempo por inconsciencia vital, existe la gracia personal del punto y aparte. Abramos
pues los ojos, a la luz de la consciencia, y llenemos nuestro libro personal de
tantos puntos y aparte como requiramos en nuestro desarrollo como seres humanos.
Que nadie, absolutamente nadie, escriba nuestro libro por nosotros, pues nadie
puede vivir la vida por otro. Fiat lux!