martes, 21 de junio de 2022

España, un país de señoritos pobres (radiografía de la economía española)

En España tenemos un serio problema, y es que vivimos como ricos cuando en realidad somos pobres, a imagen y semejanza de los hidalgos de antaño o de los nobles contemporáneos que aparentan riqueza mientras gestionan míseros patrimonios. Una conducta generalizada de corte casi patológica fundamentada en la importancia de la apariencia externa, en un mal entendido honor patrio de la imagen pública ante todo, aunque seamos en verdad un país de camareros. En la mayoría de casos licenciados, eso sí, pero cuerpo de servidumbre profesional en definitiva, por y para el servicio de terceros señores con divisas más poderosas. Quizás este orgullo trasnochado, que nos hace aparentar más de lo que somos, tal si de un juego de ilusionismo se tratase, procede a partes iguales tanto de la envía por lo ajeno como deporte ancestral nacional, como de la añoranza por la grandeza de un imperio perdido donde nunca se puso el sol a lo largo de más de tres siglos.

Sea como fuere, nuestro halo de país occidental rico es una falacia entre semejantes, aun posicionados en el cuarto puesto del ranking de PIB’s europeos, pues no por más facturar se tiene más, como bien sabe hasta el tendero de la esquina. Un autoengaño colectivo de imaginario de país rico sostenido, por pinzas, gracias a tres factores externos:

1.-Un Banco Central Europeo que nos compra toda la deuda pública permitiendo que la consentida España disfrute hasta la fecha de una Prima de Riesgo baja y, por ende, de una financiación barata en mercados internacionales.

2.-Una Comisión Europea que nos inyecta unos Fondos económicos europeos, a modo de esteroides anabolizantes, que financia nuestro tan costoso como ruinoso Estado de Bienestar Social y otros gastos de naturaleza más caprichosos.

3.-Y, una misma Comunidad Europea que, por causa de fuerza mayor de una España con un motor privado sin potencia, no ha tenido más remedio que permitirnos flexibilizar nuestro techo de gasto público, lo cual no hace más que aumentar nuestro desorbitado endeudamiento nacional.

Como vemos, un ciclo vicioso donde el pez español se come su propia cola, todo y rezando que ni el Banco Central Europeo ni la Comisión Europea cesen en su ejercicio de ángeles de la guarda o, en su defecto, de persistir en recrearnos la ilusión de un status de vida que no es generado de motu proprio. Mientras la UE se aferre con ciega lealtad a su compromiso por la (utópica) convergencia económica entre los diferentes países de la zona euro, los españoles podemos continuar disfrutando de pan y circo, inconscientemente ajenos al peligro de estar colgados por pinzas sobre un abismo.

Y si esta situación ya es objetivamente frágil de por sí, lo único que nos faltaba ahora es la inestabilidad de la coyuntura internacional, en pleno proceso geoestratégico de redefinición de aquello que entendemos por globalización -guerra ruso-ucraniana con crisis alimentaria y energética mediante-, provocando que la inflación se dispare y con ella se active la tópica medida tan reguladora como aturdidora (análoga a los efectos que un antibiótico produce en un paciente) de la subida de los tipos de interés. Lo cual, previsiblemente, va a llevar a España a una situación que los chamanes de nuestra sociedad que no son otros que los economistas denominan como estanflación: un estadio donde la inflación no deja de crecer mientras coexiste con tasas de desempleo elevadas, produciendo un estancamiento de la economía. De hecho, en términos de PIB nacional, en este año ya llevamos el freno de mano puesto. Aunque, todo hay que decirlo, mientras al españolito de a pie no le falte pan, queso o chorizo y vino, y a estas alturas del año un poquito de sol y playa, seguiremos andado el camino con porte de señoritos. No obstante, el pobre, aunque señorito se vista, pobre se queda.

Sí, la economía española es pobre, y justamente porque no queremos verlo deviene sempiterna; es decir, que dicho estado de pobreza si bien tuvo un principio contemporáneo con la Gran Crisis del 2008 parece que no tenga fin, amén de cómo afrontamos la situación, connivencia en suma de unos políticos que a todas luces resultan incompetentes como gestores públicos. Una ceguera colectivamente autoinducida que nos va a llevar como país a un suicidio social, a tenor de que mientras redirigimos y centramos nuestras energías en dar cobertura social pública a una población creciente cada vez más necesitada de subsidios, hacemos a la vez poco o nada en desarrollar una economía productiva estructural como país. Lo cual es parejo a dedicarse solo a achicar una embarcación que hace aguas, sin atender la puesta a punto de su motor gripado, cuya necesidad de potencia y velocidad serán vitales en caso que sobrevenga una más que probable inminente tempestad de alta mar. Y todo y así, tal es el grado de nuestra enajenación social que aún nos sentimos orgullosos frente al hecho que la industria tractora de la economía de nuestro país, nuestro motor económico por excelencia, se fundamenta en servir cervezas a turistas. Eso sí, sin perder el porte de señorío de tiempos pasados que nos caracteriza.