La injerencia cada vez más patente de la era robótica en todos los niveles de la sociedad humana, de carácter tan progresiva como imparable, no cambiará las reglas de juego de la hegemónica economía de libre mercado, entendida ésta como un orden social mundial basado en que los medios de producción deben ser de propiedad privada, el mercado sirve como mecanismo para asignar los recursos escasos de manera teóricamente eficiente y el capital sirve como fuente para generar riqueza. Ni tampoco cambiará el status quo de los cuatro grandes poderes económicos mundiales, fundamentados en la industria energética, la industria sanitaria, la industria alimentaria y la industria militar, no seamos ingenuos. Pero sí que va a producir profundos cambios en el mercado laboral tal y como lo entendemos, ya que de manera inevitable la mano de obra productiva va a dejar de ser humana para pasar a ser robótica en un futuro a medio plazo, a la luz de la búsqueda empresarial del dorado que representan los principios de la eficiencia, la eficacia y la efectividad en las cadenas de valor de todo bien de servicio y producto para consumo de masas.
Un proceso evolutivo hacia una
nueva era de la sociedad humana que si bien hace tan sólo casi seis años atrás
podía intuirse, tal y como ya reflejé en mi reflexión de entonces bajo título “Los Robots cotizarán en la Seguridad Social (y cambiarán la sociedad)”, hoy en
día es casi una evidencia que se respira en el aire (Alemania ya ha declarado
en enero de este año que quiere que los robots coticen para pagar las
pensiones) a falta de consumar la transición a dos décadas vista gracia
mediante de la nueva generación de robots más o menos humanoides (díganse los Tesla
Bots u Optimus Subprime) a punto de entrar en escena en el mercado laboral
productivo. Ya entonces por el 2016, la perspectiva de una nueva realidad que
introduce la figura del robot en nuestras sociedades me hacía reflexionar sobre
la evolución de la humanidad en sí misma. No tanto hacia dónde nos dirigimos,
sino cómo nos desarrollamos o evolucionamos. Pues si bien pensábamos que el
zenit de la humanidad llegaría por un alto nivel de desarrollo humanista, que
vendría de la mano de una justicia social equitativa y un respeto y promoción
por la diversidad y diferencia de talentos e inteligencias múltiples existentes
entre los seres humanos, parece que estábamos bien equivocados. Ya que todo
apunta a que el Humanismo -entendiéndolo como la capacidad de asegurar un
bienestar mínimo para el conjunto de los ciudadanos- va a ser repensado por desarrollado
mediante la creación de una nueva especie inteligente, inferior en derechos
pero superior en altas capacidades, para que trabaje por los seres humanos: los
robots.
Frente a este futurible
escenario, donde la mano de obra trabajadora va a ser irremediablemente
robótica de manera transversal al conjunto de áreas productivas de la sociedad
humana (principalmente y en una primera fase en el denominado primer mundo), la
pregunta que se tercia es doble: ¿de qué vivirá el ser humano medio si se le
excluye de la posibilidad de trabajar por eliminación de facto del principio de
oportunidad social real, en beneficio de las altas capacidades de los robots?
Y, ¿a qué tareas existenciales por cotidianas se centrará entonces la mayoría
del conjunto de la sociedad humana excluida del mercado laboral?.
Respecto a la primera pregunta,
lógica mediante, si bien las sociedades humanas se basan en un sistema
económico de libre mercado que camina de manera imparable hacia su robotización
integral, dichas sociedades se organizan bajo principios políticos bajo la
figura tutelada de los Estados. Los cuales, por puro instinto primario de
evitar cualquier posible contexto social distópico que genere inestabilidad
política y ponga en peligro el orden del establishment imperante, se verán
obligados a desplegar de manera progresiva un paraguas político de cobertura de
derechos sociales a sus ciudadanos para garantizarles una vida digna, dígase
Estado de Bienestar Social, con independencia del régimen más o menos
democrático de dichos Estados. Unos derechos sociales que deberán ser
retribuidos a los ciudadanos de manera tan indirecta, como es el caso del acceso
a la Sanidad, a la Educación o al Transporte público; como de manera directa,
como es el caso de la posibilidad de acceder a una vivienda o de asegurar una
alimentación y una vestimenta diaria digna, en cuyo supuesto deberá instrumentalizarse
algún tipo de renta mínima vital y universal (ya en fase de consolidación en
muchos países democráticos). Es decir, el ciudadano medio, en un contexto de un
mundo robotizado que monopolizará el mercado laboral y que por tanto liquidará
los principios sociales de Igualdad y de Oportunidad, tan solo podrá vivir
mediante subsidio del Estado por una prestación económica, directa e indirecta,
de duración indefinida y, previsiblemente, especialmente dirigida a una
presumible gran parte de la población no activa aun estando en edad de
trabajar.
Expuesto lo cual, la pregunta
obligada que se deriva no es otra que dé respuesta a cómo los Estados van a
costear dichos subsidios masivos. La respuesta no podemos encontrarla más que
en la propia capacidad productiva de valor de la mano de obra robótica. Ed
decir, los Estados van a verse obligados a transitar de un PIB nacional de base
humana a otro de base robótica, donde ésta acabará por acaparar la suma del
valor de todos los bienes, servicios e inversiones de un país. De hecho, las
altas capacidades de la Inteligencia Artificial (Ver, como ejemplo: La IA sustituirá a los humanos en los departamentos de Innovación de las empresas), en su valor competitivo
exponencial, ayudarán sin lugar a dudas a desbloquear el nivel de crecimiento
de las actuales economías occidentales estructuralmente estancadas, mediante la
innovación en nuevos activos económicos para el bienestar y el consumo humano, fuentes
energéticas innovadoras incluidas. Un proceso que sin lugar a dudas vendrá de
la mano de las grandes compañías tecnológicas como motores disruptivos de la
economía, así como de cambios en la legislación sobre el tratamiento de los
robots en calidad de entes productivos cotizantes para las arcas del Estado.
Mientras que, respecto a la
segunda pregunta de a qué van a dedicar su vida los ciudadanos subsidiados por
el Estado, en un mundo en el que mayoritariamente no podrán trabajar de manera
productiva (a excepción de una pequeña élite adaptada para los nuevos trabajos
tecnológicos de alto valor), la respuesta es simple por exclusión: al sector
cuaternario y de ocio. Como sabemos, entendemos como sector cuaternario a
aquella parte de la economía no productiva basada en la gestión del
conocimiento, tales como la educación, la consultoría, la investigación, la
cultura e incluso la política; es decir, todos aquellos servicios imposibles de
mecanizar, o al menos de momento (pues ya conocemos la existencia, por ejemplo,
de casos de robots ya integrados en administraciones públicas como burócratas o
inclusive en escuelas como profesores). No obstante, sea como fuere, será
interesante observar qué porcentaje de la población subsidiaria se decanta, en
un futuro robotizado, por el sector cuaternario o por el sector ocio. Un ocio
cada vez más virtual, sea dicho de paso y Metaverso mediante a la esquina de la
década, que todo apunta a que se consagrará como el nuevo opio intraneuronal del
pueblo para regocijo y control de masas por parte de los actores del nuevo orden
social imperante. Entonces, podríamos preguntarnos, ¿para qué se necesitarán a
los nuevos ciudadanos subsidiados en un mundo robotizado? La respuesta es
diáfana: por su valor de ciudadanos-consumidores, pues no hay posibilidad de
generar riqueza en una economía de libre mercado, por muy robotizada que sea,
sin consumidores de los bienes y productos producidos. De hecho, un sistema
económico de mercado, sin consumidores, no es un sistema económico de mercado.
He aquí que la razón de existencia futura del hombre contemporáneo medio se
salva por la campana.
Otro cantar derivado del
escenario expuesto será la capacidad de libre albedrío y de pensamiento crítico
que tendrá el nuevo hombre en la era robótica, cuya realidad -bajo parámetros
estrictamente de extrapolación estadística sociológica- dejará de ser natural,
en el horizonte de un futurible próximo, por imposición de un metaverso virtual
bajo control impositivo de una mente colectiva tecnológica que anulará la
individualidad (como ya somos testigos en la actual era de las redes sociales y
del internet dirigido algorítmicamente, y que se verá maximizado por la nueva
tecnológica de la interfaz mente-ordenador que ya se anuncia), lo cual potenciará
la deseducación generalizada en la capacidad reflexiva y analítica de pensar
del ciudadano medio, castigando asimismo la escasa opinión divergente que
resista aunque esté fundamentada en los principios de la Lógica por ser
contraria al pensamiento único impuesto, y por ende abocando al Humanismo al
suicidio social. Y todo ello con nuevas e ingeniosas herramientas de control de
masas complementarias, en materia política, como son los incipientes créditos
sociales más o menos enmascarados que premian o penalizan las conductas humanas
cotidianas. Es decir, la libertad, como principio vertebrador de un sistema de
organización social democrático y como principio fundamental para la vida digna
de las personas, va camino de cederse colectivamente -de manera tan
inconsciente como voluntaria- a favor de un sistema totalitario que provea y
asegure una vida existencial ociosa al hombre medio subsidiado por el Estado en
plena era robótica.
Sí, sin lugar a dudas, la era de
los Robots transformará la clase trabajadora humana en una clase social mayoritariamente
ociosa, cuyo precio, no obstante, se prevé alto para los derechos civiles,
sociales y políticos del hasta la fecha denominado hombre libre. Un hombre que
si bien se encuentra irrefutablemente ante las puertas evolutivas de una nueva
especie de ser humano -dígase transhumano, posthumano o metahumano, tecnología
mediante-, que coexistirá a la par con una nueva especie de seres artificiales
inteligentes, asimismo inicia una nueva era que se caracterizará por el ocaso
de la humanidad, y por extensión del Humanismo, conocido desde los albores de
las primeras civilizaciones. Y no, no es pesimismo como un colega me criticaba
hace poco en una tertulia discernida, sino proyección de una realidad futura
plausible a la luz de los datos evolutivos de la sociedad contemporánea.
Como vemos, y tras la presente
exposición somera del tema que nos ocupa, las implicaciones que nos vienen en
el proceso irreversible de la substitución de una mano de obra humana por otra
robótica son muchas y profundas, lo que generará un cambio disruptivo en las
sociedades humanas (al menos del primer mundo, en una primera fase), y para la
metafísica y la gnoseología como materias de estudio identitario del propio ser
humano. Por lo que, llegados a este punto y a modo conclusivo, sólo cabe revindicar
más Robología y menos evolución socio-tecnológica a ciegas.