lunes, 28 de marzo de 2022

La Paradoja del Filósofo en un mundo desabastecido de ideas

En un momento convulso actual, como así ha sucedido de manera recurrente en otros tantos periodos pasados de la Historia, en los que existe desabastecimiento de productos básicos de consumo varios para la vida diaria, así como otros de carácter más trascendental como es la posibilidad ya no de realizarse sino incluso de sobrevivir gracia mediante de un trabajo productivo digno (un verdadero lujo de nuestro tiempo solo para elegidos), también sufrimos un agravante desabastecimiento de ideas. Lo cual no es baladí, pues sin ideas nuevas la sociedad humana no avanza (entiéndase en sentido de progresar, no de huir hacia adelante como se ha convertido en norma general), condenándose a existir en un bucle
sine die al más puro estilo del día de la marmota.     

El hecho fehaciente del presente estado de desabastecimiento de ideas en la sociedad contemporánea se debe, sin lugar a dudas, a que el homo sapiens (literalmente, hombre pensante u hombre sabio) se encuentra en fase de extinción por exterminación sistemática institucionalizada de un sistema social de control de masas basado en la reprogramación y automatización tecnológica de los individuos. Sobre la eliminación sociológica de la capacidad reflexiva y de pensamiento crítico del hombre actual ya me he referido en anteriores deliberaciones, por lo que no voy a extenderme aquí en su desarrollo argumental (Ver términos relacionados en el Vademécum del Ser Humano). Y si bien este asunto que nos ocupa es poliédrico, ya que puede enfocarse desde múltiples ángulos reflexivos, en el día de hoy me apetece exponer la figura del Filósofo, como exponente del reducto de hombres pensantes que heroicamente resisten o como última trinchera del pensamiento humano stricto sensu, en relación al presente contexto de desabastecimiento de ideas.

No obstante, hoy no me interesa presentar al Filósofo como paladín del pensamiento en medio de una tierra yerma de ideas, ensalzando sus cualidades cual héroe de narrativa de caballería se tratase, sino evidenciar su naturaleza paradójica por humana, profundamente humana que, a la par, pone de relieve su titánico esfuerzo existencial por mantenerse cuerdo en un mundo lleno de contradicciones (por ser éste a imagen y semejanza del propio ser humano). En este sentido, la Paradoja del Filósofo puede sintetizarse en dos grandes proposiciones.

En primer lugar, el Filósofo (al cual no hay que confundir con el estudioso de la Historia de la Filosofía, que no piensa, solo copia y repite) es un ser pensante que, a medida que avanza en su madurez intelectual, va ganado con los años un estado endógeno de tristeza derivado de la inteligencia de comprender tanto asuntos atemporales como contextualizados a su tiempo, abocándole sin remedio a episodios personales propios del pesimismo de Schopenhauer, del nihilismo de Nietzsche, del existencialismo de Sartre, o del absurdismo de Camus. Un estado de tristeza endógena, más o menos exteriorizada según cada cual, producida irremediablemente por un estado de impotencia exógena generado por la progresiva lucidez sobre el propio dinamismo rutinario de la sociedad en particular y de la historia de la especie humana en general. Pero que, a su vez, se contrarresta -en un frágil pero eficiente equilibrio casi perfecto de opuestos- con una naturaleza del Filósofo inherentemente raciovitalista, concepto magistralmente desarrollado por Ortega y Gasset, al encontrar placer vital y sentido existencial íntimo en su experiencia del pensar a la luz de la Razón. Aquí, la famosa elocución de Unamuno que reza “bendita piedra que pesas, no piensas, y existes”, no tiene cabida para el Filósofo, pues aún quizás anhelando no pensar para no Saber, lo necesita como aire para respirar.

Y, en segundo lugar, el Filósofo, en su búsqueda de la esencia última de todo aquello susceptible de poder ser reflexionado por la capacidad cognitiva humana, desea inevitable e impulsivamente querer explicarlo todo, a la vez que dicha indagación por la verdad primera de las cosas le aboca a dudar de todo, haciendo de la certeza y de la duda dos polos de un mismo cuerpo magnético que no es otro que él mismo. Lo cual es parejo a afirmar que en la cosmología de todo Filósofo cabe la conciliación armoniosa de conceptos aparentemente irreconciliables (para la mente media) como son el relativismo, la duda, y el objetivismo o universalismo, la certeza (Protágoras versus Kant, por poner algún ejemplo). Y es que el Filósofo entiende, tal si fuera descendiente del dios romano Jano de las dos caras, que los opuestos del relativismo y el universalismo no son más que grados de una misma naturaleza, y que su coherencia se halla justamente en observar la escala objeto de estudio de una misma entidad.

Sí, la Paradoja del Filósofo es cuádruple: pesimismo/vitalismo y certeza/duda. Pero es gracias a la mecánica natural de esta Paradoja, tal si de un motor de combustión de pistones opuestos se tratase, que el hombre pensante se cuestiona el status quo de la opinión de los principios aceptados por la mentalidad colectiva, replica los fundamentos de la lógica común por normalizada, considera viejos y nuevos problemas desde nuevos ángulos, se abre a la oportunidad reflexiva de nuevas posibilidades asociativas o disociativas, y en este proceso es capaz de crear nuevas ideas, ya sean evolutivas o disruptivas, que imaginen una nueva realidad para el avance humanista del conjunto de la sociedad. Es por ello de la relevancia social del Filósofo, pues desde su naturaleza paradójica se manifiesta un jardinero de nuevos pensamientos, tarea que si bien es humilde no por ello resulta nada desdeñable en los actuales tiempos de desabastecimiento de ideas. Si dejamos desaparecer a los filósofos, porque consideramos que su paradoja existencial no encaja con la “normalidad” o la “validez productiva” imperante, ¿qué ideas nos quedarán?: más aquellas que exclusivamente sirvan para controlar la masa en pos de validar una unimente colectiva. He aquí el principio del fin del pensamiento crítico humanista, y con él el fin de la era del homo sapiens.

[Error de idea. Descargue el paquete de nuevas ideas y actualice su configuración…]  

En un mundo intencionadamente desabastecido de ideas, que promueve institucional y profesionalmente el suicidio social de los filósofos, no puedo dejar de reafirmarme, pipa en boca, en que el Pensar es la última frontera del ser humano libre.