La coherencia no es uno de los fuertes del ser humano, y la religión no escapa a dicha máxima. Tanto es así que entre religiosos practicantes y no practicantes existe un importante desequilibrio a favor de éstos últimos, o al menos así se manifiesta en el caso de los cristianos católicos españoles (que en antaño se erigieron en evangelizadores del mundo entero). De hecho, del 70 por ciento de católicos declarados en España tan solo, a día de hoy, entre el 12 y el 15 por ciento acuden a misa de manera habitual, siendo justamente la misa el acto más elevado de la Iglesia católica donde el creyente manifiesta su relación con su dios cristiano. Hecho del que podemos extraer, no solo por evidencia estadística sino por simple empirismo sociológico, que identificarse como católico no equivale a identificarse como persona religiosa. De lo que se deduce, a modo genérico, que el catolicismo es un rasgo cultural compartido por miembros de una misma comunidad histórica, mientras que la práctica religiosa católica es una opción de filosofía de vida de carácter exclusivamente individual dentro de dicha comunidad.
Expuesto lo cual, y a una semana vista
de la festividad de la Navidad -una de las celebraciones más importantes del
cristianismo junto con la Pascua de resurrección y Pentecostés-, es una
obviedad señalar que la Navidad se ha convertido en un acto social contemporáneo
más laico que religioso. El católico cultural ha hecho el sorpaso de facto,
en la sociedad actual, al católico religioso. La diferencia entre ambos es
evidente, pues mientras unos viven bajo el credo o confesión de fe de la
religión cristiana, los otros viven de espaldas al mismo con independencia de
que puedan participar de ciertos sacramentos sociabilizados como es el bautismo
y el matrimonio. Y, asimismo, las semejanzas también son evidentes, pues ambos
comparten los mismos valores morales humanistas que, si bien son de tradición
griego-romana, fueron cultivados por el cristianismo católico en la Europa
continental, e impulsados posteriormente por la ilustración francesa, dando
lugar a los principios rectores que rigen las democracias modernas como modelos
de organización socio-política.
Todo y así la Navidad es una
festividad social profundamente consolidada en el orbe occidental, que aunque
se ha visto fuertemente instrumentalizada por la filosofía capitalista capaz de
simbiotizarse con todo aquello que le reporte un beneficio propio, cumple una
clara función de mito social al dar respuesta a cuestiones trascendentales que
afectan a la existencia del hombre, conciliando opuestos irreconciliables para
la propia existencia humana como es la vida y la muerte o el bien y el mal,
parejo a la función social que igualmente cumplió en su día la fantástica
mitología griega para los coetáneos de la época. Un mito, el de la Navidad,
aceptado en la actualidad por consenso colectivo, cuya narración recoge un
libro -o mejor dicho conjunto de libros canónicos recopilados y aprobados más
de 400 años después de la muerte de Jesús de Nazareth- al que se le conoce como
Biblia (etimológicamente “los libros sagrados”), y con independencia y plena indiferencia
e ignorancia popular por su origen narrativo mitológico procedente de fuentes
milenarias tanto egipcias como sumerias. Ya que, Historia comparada de
civilizaciones antiguas stricto sensu, la vida de Jesús es una copia casi
exacta del mito de la vida de Horus, las Bienaventuranzas están inspiradas en
las Máximas de Ptahhotep, el Diluvio Universal y el Arca de Noé proceden del
mito sumerio de Utnapishtim, los Diez Mandamientos de Moisés son un eco de las
Leyes del Libro de los Muertos egipcio, y la oración del Padre Nuestro
encuentra su original en la Oración de los Ciegos del Papiro de Ani, por
relacionar algunos ejemplos. A aquellos curiosos, incrédulos, e incluso
negacionistas de la Historia, no me cabe más que invitarles a investigar. Libertas
capitur, sapere aude!
Más allá del peligro
potencialmente fundamentalista que conlleva creer como verdad única y verdadera
lo escrito en un libro, lo cual atenta contra los resortes más esenciales de la
Razón humana, lo cierto es que la Navidad se asemeja al dios romano Jano de las
dos caras que miran hacia ambos lados de su perfil: una cultural y otra
religiosa, las cuales participan de una misma naturaleza común indisociable que
es la tradición católica. Por lo que ser solamente católico cultural, como
servidor (y tras un largo proceso de madurez personal), sin ser católico
religioso, no es en absoluto incompatible con festejar los valores humanistas
que representa el mito de la Navidad. Pues no solo la alabanza por antonomasia
de la Navidad, recogida en el famoso rezo de “(…) y en la tierra paz a los
hombres de buena voluntad” (Lc, 2,14), es una fiel síntesis del compendio de
los 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobado
por las Naciones Unidas en 1948, los cuales a su vez son un reflejo directo del
espíritu de los valores universales humanistas que como faro iluminan
las sombras de este mundo; sino que la tradición navideña es, asimismo, parte
intrínseca por milenaria de la cultura de las civilizaciones de raíz católica.
Y ya sabemos que todo hombre, con independencia de su cuna, es un producto
cultural de su entorno contextual incluso en el momento anterior a su propia
concepción, siendo pues la cultura un elemento identitario natural por sustancial
de las personas que conforman una misma comunidad social.
Llegados a este punto, la
pregunta obligada no puede ser otra si la Navidad, de marcado origen religioso,
puede llegar a persistir en una era en la que la sociedad es cada vez más laica
y menos religiosa. La respuesta, que en estos días podemos hallarla de manera
patente en las iluminadas y ruidosas calles de nuestras ciudades occidentales,
no puede ser más categóricamente afirmativa. Pues si bien la práctica de la religión
católica se encuentra claramente en retroceso, una nueva religión releva, sustenta
y revitaliza como propia la festividad de la Navidad en nuestros tiempos: el
Capitalismo. Un hecho que, si bien nos puede parecer paradójico por tratarse de
filosofías de vida casi antagónicas (el humanismo católico versus el
individualismo capitalista), en realidad no es más que el resultado de un
normalizado proceso de sociabilización que protagoniza toda corriente de
pensamiento predominante a lo largo de una Historia marcada por las luchas de
poder entre los hombres. Así, y a modo de exposición tan abreviada como
genérica, las religiones egipcias fueron sociabilizadas por las religiones
griegas, éstas por las religiones romanas, las cuales a su vez fueron
sociabilizadas por la religión católica, quien a la par también sociabilizó a
las religiones americanas prehispánicas y, actualmente, la religión católica
está siendo fagotizada sin remedio por la nueva religión capitalista imperante.
Una circunstancia que, siendo sinceros, no sorprende a nadie y a muchos menos
les preocupa.
Dicho lo cual, como católico
cultural por nacimiento y ciudadano-consumidor capitalista que soy (pues uno es
lo que es), me dispongo jovialmente a celebrar un año más el mito de la Navidad
con mis seres queridos. Y sin más dilación, doy aquí por concluida la presente
reflexión, ya que aún me faltan regalos de Navidad por comprar. Al hombre lo
que es del hombre, y al mito lo que es del mito. Fiat lux!