Hace cuatro años escribí para estas fechas una reflexión sobre la Esperanza, y más concretamente en relación directa a los diversos tipos de Suerte incierta que la motivan, sobre una deprimente fotografía fija socioeconómica de la España de entonces que, a día de hoy, aún se observa más deteriorada a causa de la pandemia que lleva azotándonos en los dos últimos años (Ver: La paradoja de producir nuestra Suerte en un contexto improductivo).
Como todos sabemos, la Esperanza es
un estado de fe y de ánimo optimista de las personas basado en la expectativa
de que suceda a futuro un resultado favorable para la propia vida, relacionado
con eventos o circunstancias que nos sean provechosos. Es por ello que la
Esperanza está íntimamente ligado con la Suerte individual, que es una especie
de fuerza invisible del Universo que conspira a nuestro favor, en un momento
dado de la vida, para que las circunstancias adecuadas se alineen para
beneficio propio. De tipos de Suerte, como ya apunté en la reflexión de antaño,
existen tres: La Suerte Preconcebida (derivada de un ambiente favorable en el
que nos desarrollaremos como personas y otorgada en el momento incluso anterior
a nuestra propia concepción), la Suerte Sobrevenida (derivada de manera
inesperada por los designios azarosos del misterio de la vida), y la Suerte
Producida (derivada del resultado de una actividad productiva previamente
realizada). De la primera, no hay nada que hacer si de inicio no se nace de buena
cuna. De la segunda, muchos son los llamados y muy pocos los elegidos. Y, de la
tercera, pocas expectativas nos podemos generar en un ambiente económico como
el actual de tierra quemada, donde el principio de igualdad de oportunidades
hace tiempo fue exterminado (junto a una clase social media ya extinta).
Es por ello que, a nivel general,
podemos decir por simple olfateo del entorno ambiental de estos tiempos, que la
Esperanza por un año nuevo positivo para la vida de los mortales comunes se
encuentra en un estado de cuidados intensivos. Lo cual no quita que las
personas, como animales de costumbres que somos, continuemos realizando los
rituales de fin de año marcándonos felices objetivos que, en realidad, se piensan,
dicen, o escriben, pero en verdad no se sienten por la fuerza gravitatoria de
la propia realidad. Pues si bien la Esperanza es lo último que no se desea perder,
el hombre medio no es tonto por realista. Nota aparte merecen los jóvenes,
quienes por naturaleza aún creen ciegamente en su plena capacidad de comerse y
cambiar el mundo. ¡Bendita juventud! ¡Larga vida a la Esperanza de los
jóvenes!.
Hoy es el último día del año 2021,
y como cada noche de fin de año realizaré -no sin cierta apatía y empujado por el
espíritu incombustible de mi mujer- el ritual de dar sentido a mi existencia
personal en este punto del camino mortal como parte de la necesidad del mito
humano, profundamente humano, de conciliar contrarios irreconciliables como es
la Esperanza individual por una vida mejor y los inalterables designios selectivos
del Mercado (Ver: El rito de fin de año, reflejo de la mitología desequilibrada de la sociedad contemporánea). No obstante, mientras haya
vida hay Esperanza, como palpita ancestralmente en nuestro seno interior el instinto
de supervivencia inherente a todo ser vivo. Por lo que, a falta de otros tipos
de Suerte, no nos queda más a las personas comunes que aferrarnos a la Suerte
Producida, que es la única sobre la que podemos tener una cierta influencia
personal, gracia mediante de las Moiras (Ver: Frente a la Irreversibilidadde una situación: ¡A luchar, vencer o morir!).
Sí, esta noche, previo a la hora
bruja, aun a desganas repetiré el ritual de la renovación de los votos de
Esperanza por un año nuevo mejor. Si bien es cierto que, en medio del desolado
ambiente existente, no puedo más que, pipa en boca, agradecer los bienes terrenales
de los que disfruto aun sin mérito propio alguno, debo por justicia apuntar.
Por lo que más que marcar nuevos y renovados objetivos para el año entrante, quizás
lo más inteligente sea aferrarme como clavo ardiente al rezo del “virgencita,
virgencita, que en este año nuevo me quede como estaba”, que popularizó el
poeta sevillano Juan de Arguijo del Siglo de Oro español, en uno de sus
cuentos. Pues al final, la vida es un cuento, y los cuentos, cuentos son (con
permiso de Calderón de la Barca, de quien, sea dicho de paso, fueron mis
antepasados Mármol quienes testificaron a su favor para conseguir su ingreso
como caballero de la Orden de Santiago). Feliz año.