Que la mayoría de las personas sólo tiene capacidad para creer, y no para pensar, es una máxima que ya categorizó en su día Schopenhauer, pero que se mantiene en plena vigencia, aún más si cabe, en los tiempos actuales. Entendiendo la capacidad de creer no en sentido de confianza o de fe (creencia-en), sino en su pleno significado conceptual de creencia como actitud psico conductual de una persona que asume una idea, un pensamiento, o un hecho como verdadero (creencia-de-que), sin intermediación de pensamiento crítico alguno que examine el grado de veracidad de dicha supuesta verdad inducida socialmente. De hecho, vivimos en una sociedad donde el conocimiento, medios de comunicación omniscientes mediante interconectados a las personas como rasgo característico de la era digital, se ha convertido en información, y ésta se suministra masivamente en cápsulas o píldoras de contenidos prediseñadas para ingesta directa del ciudadano-consumidor no pensante, el cual vive regurgitándolas en su vida diaria en un ciclo vicioso sine die a modo de simple rumiante.
Vivir en una sociedad donde las
personas basan su existencia en la creencia y no en el raciocinio tiene una
clara derivada sociológica de control de masas, ya que si el ciudadano medio no
sabe percibir que es real de lo que no lo es, que es verdadero de aquello que
es una falacia, dicho ciudadano no tiene capacidad alguna para resistirse a la
realidad manipulada impuesta. Una premisa de oro para la manipulación social, elevada
a ley fundamental en un mundo orwelliano, sobre la que el ciudadano-consumidor del
siglo XXI ha sido adiestrado magistralmente gracias a la técnica invasiva del ruido
mediático de dispositivos móviles digitales -acoplados al organismo como
prótesis extensivas de la propia persona-, que inducen a consumir compulsivamente
ideas y estados de opinión paquetizados por terceros, los cuales se integran en
la psiqué del ciudadano-consumidor como propios desde la plena percepción
personal de creerlos como verdades absolutas. Y, en este contexto, las personas
viven convencidas de que las cosas son como son, y se relacionan como se
relacionan, sin alternativa de realidad social posible por irrefutable, aunque ello
produzca un profundo sentir de congoja vital.
Más allá de la obviedad de que el
ciudadano creyente y no pensante es un ciudadano que ha perdido la libertad
individual, pues tanto su posible libre albedrío como su destino potencial está
sujeto a un movimiento de pensamiento colectivo deliberadamente manipulado, por
inducido externamente, el escenario sociológico plantea diversas preguntas propias
de la Filosofía de la Sociedad, e incluso de la Gnoseología, que cabe presentar
en orden de lógico desarrollo argumental para una adecuada exposición didáctica.
La primera pregunta que se tercia
no puede ser otra que aquella que dé respuesta a qué sujeto o entidad está
detrás de la manipulación de la realidad social, mediante la estrategia del
diseño, manufacturación, y paquetización
de ideas y estados de opinión para consumo masivo. En este punto no hay que ser
un Sherlock Holmes para seguir la cadena a la inversa de los consumibles, en
una sociedad global articulada sobre la economía de libre competencia inmersa
en la era digital, y dar con su origen fabril: el Mercado. Sabedores que este
concepto que se nos manifiesta interesadamente ambiguo para la mente común, el
Mercado, no es más que el eufemismo de un modelo de gobierno autoritario no
electo formado por una selecta minoría de personas, las cuales gobiernan sobre
los propios Estados y controlan el Derecho Internacional de facto para
beneficio de sus acciones comerciales (Ver: El Mercado, el nuevo modelo de Dictadura Mundial). Tanto es así que, tal si el planteamiento expuesto
fuera parte de un silogismo y tuviéramos que extraer una conclusión a modo de
metáfora, podríamos afirmar que mientras el reducido elenco de personajes que
controlan los bienes y servicios a nivel mundial son los propietarios-beneficiarios
del Mercado global, los Gobiernos de turno de los Estados son sus capataces en
calidad de cadenas de mando instrumentales, mientras que los
ciudadanos-consumidores nos asemejamos a reses en granjas de autoabastecimiento
para las arcas financieras de los primeros.
La segunda pregunta que se tercia
es aquella que dé respuesta hacia dónde nos conduce, como sociedad, el actual
modelo de ciudadanos-consumidores creyentes y no pensantes. Visto el histórico
de las dos últimas décadas, especialmente a partir del corte económico temporal
decisivo para el denominado Estado de Bienestar Social producido a partir de la
Gran Crisis del 2008, queda patente que evolucionamos hacia un sistema productivo
en el que progresivamente se ve aumentada la brecha social donde los pocos ricos
cada vez son más ricos, y los muchos pobres son cada vez más pobres [Ver: La Inflación: la gallina de los huevos de oro creada por la avaricia humana , La estafa de ser pobre (modelo Ponzi) y La Productividad actual lleva a la Desigualdad Social]. Un proceso de degradación social progresivo que sigue
a la perfección el patrón que describe el efecto de la rana hervida, en el que
el ciudadano-consumidor medio se va adaptando paulatinamente a la pérdida de
derechos sociales, en medio de un cambio socioambiental sutil tan persistente como
irreversible que va erosionando los resortes de los Estados de Bienestar y de
Justicia Social, el cual concluirá finalmente con la implantación de un modelo
social claramente distópico para prejuicio existencial del ciudadano-consumidor,
sin que éste prácticamente se percate del mismo hasta la plena supresión social
del derecho a la dignidad personal.
Y la tercera pregunta que se
tercia no puede ser otra que aquella que dé respuesta a si se puede revertir la
actual tendencia de suma de sucesos sociológicos que, con toda probabilidad en
una proyección a futuro de los acontecimientos, darán como resultado el
inquietante futurible expuesto de profundas desigualdades y desequilibrios
sociales. Sin desgranar ni prolíferamente ni en profundidad dicha cuestión con
variables socio-económicas y políticas múltiples, para no alargar ni aburrir al
valiente lector en la presente breve reflexión, percibo que la respuesta es
categóricamente negativa, mal me pese, a la luz de dos factores de peso que
pueden sintetizar el conjunto de elementos implicados. Por un lado, para
revertir la tendencia sociológica actual se requeriría de una masa crítica
suficiente de ciudadanos-consumidores pensantes y no creyentes que, desde la
fuerza de la razón crítica y al amparo del derecho al bienestar social
universal inherente a todo ser humano, plantearan una firme y decidida
resistencia socio-política al rodillo del engrasado Mercado que, como verdadera
máquina social compactadora, no permite grieta ideológica alguna en la sociedad
de consumo homogeneizada. Es decir, no solo el ciudadano-consumidor medio debería
despertar de su estado de encefalograma plano, sino que a su vez se requeriría
de un volumen de individuos pensantes suficientes para crear un punto
divergente de inflexión en la línea temporal evolutiva de la sociedad actual de
Mercado. Y, por otro lado, para revertir la tendencia sociológica actual, se
requeriría que dicha masa crítica de ciudadanos pensantes fuera capaz de
contrarrestar la defensa de ataque natural del sistema, dígase Mercado, que
deliberadamente trivializa -dentro de la enajenadora cultura de consumo
hedonista hegemónica- cualquier pensamiento potencialmente peligroso por
contrario al propio sistema de Mercado imperante.
En definitiva, podemos afirmar
que si el hombre contemporáneo no sale de su creencia ciega en la realidad
elevada a categoría de verdad creada por el Mercado -quien modela a antojo la
sociedad humana para rédito propio-, el hombre continuará subyugando su
libertad a un férreo control mental de pensamiento único manipulado, abocándose
irremediablemente hacia una sociedad desigual a la par que injusta, tal bovino confiado
que desconoce que su final no es otro que el matadero. Todo y así, seamos realistas
sin caer en la ingenuidad de pedir peras al olmo, pues por todos es sino sabido
sí al menos intuido, que la confortable comodidad autocomplaciente que ofrece
un conocimiento precocinado y paquetizado apto para consumo de masas cumple la
máxima del ser humano medio del mínimo esfuerzo, ya que mientras éste tenga
quien piense y decrete por él mismo, aunque sea de manera malintencionada y
falaz, no se esforzará lo más mínimo en pensar por motu proprio, en el supuesto
caso que haya aprendido a pensar (Ver: ¿Hemos desaprendido a pensar? y ¿Qué es la Inteligencia? ¿Soy una persona inteligente?). Mientras tanto, y a
falta de un milagro, el Mercado puede continuar impunemente castigando el cotidiano
existir mundano de la persona media, vilipendiando y suprimiendo en su propia
cara sin sonrojarse sus derechos sociales y civiles más fundamentales, puesto
que el ciudadano-consumidor, mientras crea y no piense, aguantará lo
inaguantable el resto de sus días, incluida la pérdida del derecho a una vida
digna. Y entonces ya no habrá oportunidad ni para lamentaciones al puro estilo
del rey moro Boabdil, pues al igual que en el síndrome de la rana ésta acabó hervida,
el ciudadano-consumidor yacerá hervido y bien hervido. Alea iacta est!