martes, 16 de noviembre de 2021

La Paciencia, ¿es útil en una sociedad vertiginosamente cambiante?

Ciertamente, cuando hacemos mención a la Paciencia la identificamos con aquella conducta humana de afrontar una situación vital con moderación y sosiego de espíritu, actitud virtuosa que conocemos como Templanza, cuya reflexión ya desarrollé en el compendio de las Virtudes Cardinales del Ser Humano. No obstante, no es menos cierto que la Paciencia como actitud virtuosa individual es percibida actualmente, contrariamente, como una aptitud personal no demasiado positiva en una sociedad altamente competitiva, agudizada aún más si cabe por un entorno en continuo y vertiginoso cambio y transformación (contexto VUCA), que desquicia al más cuerdo. De hecho, la Paciencia como calma o capacidad de espera se entiende, en el rivalizado mundo profesional y por ende empresarial, como una peligrosa actitud de inacción versus la imperiosa necesidad que tiene toda persona (física o jurídica) de generar nuevas y urgentes oportunidades para su propia subsistencia en los tiempos presentes que corren, los cuales están caracterizados por un ambiente social cuyos recursos son fuertemente disputados y donde la agilidad de reacción es una máxima preponderante de tintes casi esquizofrénicos. Una filosofía de vida, fundamentada en la exaltación de los instintos más primarios del hombre como ser animal, que no solo se inculca en las facultades de negocios, sino que se insufla en la mente colectiva de los ciudadanos-consumidores a través del relato de fondo explotado por la propia industria del ocio en sus múltiples manifestaciones, para beneficio de su propia retroalimentación.   

Y aun así, siendo percibida la Paciencia bajo la polaridad alternante de virtud/vicio según el sistema filosófico referencial del observador, podemos apuntar a su vez y de manera complementaria cómo, paradójicamente, tanto la Paciencia como virtud conductual como la impaciencia como irrefrenable impulso competitivo de supervivencia comparten un mismo estado de ánimo común que no es otro que la Esperanza. Una desde la inacción, y la otra desde la acción, acorde al prisma de entendimiento de una sociedad estructurada bajo la competitiva economía de mercado. Ya que, si bien y Paciencia mediante, el primero concibe la Esperanza como medio útil para la transformación de una situación o circunstancia contraria a sus intereses, el segundo concibe la Esperanza como un medio no solo inútil sino incluso amenazante para alcanzar un posible cambio. No en vano, aún recuerdo a mi profesor de Hacienda Pública declarando, alto y claro para el elenco de jóvenes alumnos de su aula, que la Esperanza es el mayor peligro que tiene cualquier empresario (en el sentido que el fracaso se nutre de personas que creen, en situaciones difíciles, que las cosas pueden llegar a cambiar a mejor sin hacer nada significativo al respecto).  

No obstante, cabe resituar en su justa medida la Paciencia como virtud, ya que ésta no implica en absoluto inacción en el sentido más clásico posible, sino que conlleva implícita la acción -que por manifestarse de baja intensidad no por ello es menos trascendental- de cuatro elementos substanciales: la Resistencia, la Persistencia, y la Razón, además de la Esperanza inherente a la motivación conductual de la paciencia e impaciencia de todo ser humano que ya he tratado con anterioridad (y que más adelante retomaré para su justa aclaración). Pues la Paciencia, en tanto que estado psicoemocional de espera, comporta una actitud de Resistencia personal que implica aguantar activamente -en términos de Templanza- frente una situación desfavorable, posibilitando al individuo observar desde su guarda los ritmos de evolución del entorno más inmediato para determinar el momento más inteligente para actuar. La Paciencia comporta, asimismo y en consecuencia, una actitud de Persistencia personal que permite al individuo, desde su activa permanencia perseverante, reorientar o pivotar la dirección de su movimiento futuro en pos de conseguir el objetivo prefijado, previo trabajo de análisis, aprendizaje y superación del obstáculo que le impide temporalmente avanzar en su propósito. Y la Paciencia comporta, derivado de la suma de los vectores conductuales mencionados, una actitud de raciocinio personal que capacita al individuo en la disposición activa de un entendimiento consciente sobre la toma de decisión de las posturas Resistente y Persistente, en referencia coherente a la singularidad de sus circunstancias, bajo criterios de la lógica de la Razón práctica. Por lo que el talante de una persona paciente, en su deliberada inacción externa transitoria sujeta a una activa acción interna, representa de facto una suficiencia conductual mucho más inteligente, y por ende virtuosa, que la de aquellas personas de perfil intemperante o incontinente (en jerga aristotélica) en medio de un entorno altamente volátil por cambiante como el actual.

Todo y así esgrimida la naturaleza virtuosa de la Paciencia, por todos es conocido el refrán que reza “que quien espera, desespera”, popularizado por el Libro de buen amor del Arcipreste de Hita. Aforismo que paralelamente nos señala, en línea con el cuerpo argumental de la presente reflexión, que no se puede alcanzar el estado de consciencia conductual de la Paciencia, en el que interviene a partes iguales la Resistencia (Templanza), la Persistencia, y la Razón, sin una madurez mental óptima por parte de la persona. La cual es indisociable a su vez de una notable habilidad en materia de inteligencia emocional, donde la experiencia y la serenidad de espíritu que otorga la edad, mal le pese a los edadistas, es sin lugar a dudas un grado (Ver: La lacra del siglo XXI: hacerse maduro profesionalmente). O, dicho en otras palabras, sin madurez psicoemocional no puede coexistir la Paciencia. 

Llegados a este punto de exposición, volvamos a la Esperanza como elemento sustancial inherente a la Paciencia, con el objetivo de rebatir la generalizada creencia de supuesta peligrosidad que acarrea para el desarrollo del ámbito personal y profesional de un individuo, tal y como mantiene la filosofía imperante de la sociedad de mercado actual. Si la Paciencia como conducta humana virtuosa se articula mediante la Resistencia y la Persistencia a la luz de la Razón práctica, como estrategia para afrontar un revés vital, no puede afirmarse que la Esperanza derivada de dicha Paciencia consciente sea ciega, sino todo lo contrario pues se deduce plenamente iluminada por la capacidad intelectual del sujeto paciente. Es decir, desde el momento que la Esperanza de la Paciencia queda instrumentalizada por la Razón práctica del individuo, la Esperanza como estado de ánimo deja de ser ciega para ser pragmáticamente intencionada. Por lo que, ¿qué actitud de Esperanza es más peligrosa por ciega, la de la persona paciente por reflexiva o la de la persona impaciente o incontinente por impulsiva?. La respuesta, por obvia, se responde por sí misma.

Inequívocamente, la Paciencia (como proceso conductual) suele ser amarga, pero sus frutos son dulces -máxima tuneada que, sinceramente, no sé si pertenece a Aristóteles, a Rousseau, o a un proverbio persa-. Así como también es plausible afirmar que por mucho correr (impacientemente) no se llega antes al destino, si es que se llega tales gallinas descabezadas, como contrariamente nos imbuye a creer el ritmo frenético marcado por los dogmas del Mercado. Por lo que, con independencia de si la Paciencia es una conducta voluntaria o sobrevenida por causas de fuerza mayor, uno no puede dejar de preguntarse por las razones de su vilipendio social. ¿Será acaso que un ciudadano incontinente resulta más dúctil?. Será. Que no nos lleven a engaño. Dicho lo cual, y retomando la pregunta del enunciado de la presente reflexión, cabe concluir que la Paciencia, en el contexto de una sociedad vertiginosamente cambiante, es una herramienta de gestión personal y profesional plenamente vigente, justamente por su utilidad de unir o enlazar un movimiento discontinuo por interruptus en un mismo continuo direccional temporal. Sin que ello excluya la opción voluntaria de la persona paciente, en el uso de sus plenas facultades mentales, de limitar el tiempo de duración de la propia Paciencia, pues dependiendo de las circunstancias y a la luz de la Razón humana, toda Paciencia por ser una singularidad tiene su límite temporal. De hecho, la trascendencia de la Paciencia radica en su facultad de equilibrar los posibles extremos opuestos que la vida nos depara, siendo el equilibrio mental y emocional sostenible en el tiempo de la persona el bien superior a defender por la Paciencia bajo la máxima aristotélica del in medio virtus (la virtud está en el punto medio). Lo cual hace de la Paciencia no solo una herramienta de gestión personal útil, sino imprescindible por necesaria en la sociedad contemporánea, ya que sin un resguardo social del equilibrio psicoemocional solo hay lugar para una sociedad de desquiciados por desequilibrados.