Ciertamente, cuando hacemos mención a la Paciencia la identificamos con aquella conducta humana de afrontar una situación vital con moderación y sosiego de espíritu, actitud virtuosa que conocemos como Templanza, cuya reflexión ya desarrollé en el compendio de las Virtudes Cardinales del Ser Humano. No obstante, no es menos cierto que la Paciencia como actitud virtuosa individual es percibida actualmente, contrariamente, como una aptitud personal no demasiado positiva en una sociedad altamente competitiva, agudizada aún más si cabe por un entorno en continuo y vertiginoso cambio y transformación (contexto VUCA), que desquicia al más cuerdo. De hecho, la Paciencia como calma o capacidad de espera se entiende, en el rivalizado mundo profesional y por ende empresarial, como una peligrosa actitud de inacción versus la imperiosa necesidad que tiene toda persona (física o jurídica) de generar nuevas y urgentes oportunidades para su propia subsistencia en los tiempos presentes que corren, los cuales están caracterizados por un ambiente social cuyos recursos son fuertemente disputados y donde la agilidad de reacción es una máxima preponderante de tintes casi esquizofrénicos. Una filosofía de vida, fundamentada en la exaltación de los instintos más primarios del hombre como ser animal, que no solo se inculca en las facultades de negocios, sino que se insufla en la mente colectiva de los ciudadanos-consumidores a través del relato de fondo explotado por la propia industria del ocio en sus múltiples manifestaciones, para beneficio de su propia retroalimentación.
Y aun así, siendo percibida la
Paciencia bajo la polaridad alternante de virtud/vicio según el sistema
filosófico referencial del observador, podemos apuntar a su vez y de manera
complementaria cómo, paradójicamente, tanto la Paciencia como virtud conductual
como la impaciencia como irrefrenable impulso competitivo de supervivencia
comparten un mismo estado de ánimo común que no es otro que la Esperanza. Una
desde la inacción, y la otra desde la acción, acorde al prisma de entendimiento
de una sociedad estructurada bajo la competitiva economía de mercado. Ya que, si
bien y Paciencia mediante, el primero concibe la Esperanza como medio útil para
la transformación de una situación o circunstancia contraria a sus intereses,
el segundo concibe la Esperanza como un medio no solo inútil sino incluso amenazante
para alcanzar un posible cambio. No en vano, aún recuerdo a mi profesor de
Hacienda Pública declarando, alto y claro para el elenco de jóvenes alumnos de
su aula, que la Esperanza es el mayor peligro que tiene cualquier empresario
(en el sentido que el fracaso se nutre de personas que creen, en situaciones
difíciles, que las cosas pueden llegar a cambiar a mejor sin hacer nada
significativo al respecto).
No obstante, cabe resituar en su
justa medida la Paciencia como virtud, ya que ésta no implica en absoluto
inacción en el sentido más clásico posible, sino que conlleva implícita la
acción -que por manifestarse de baja intensidad no por ello es menos
trascendental- de cuatro elementos substanciales: la Resistencia, la Persistencia,
y la Razón, además de la Esperanza inherente a la motivación conductual de la
paciencia e impaciencia de todo ser humano que ya he tratado con anterioridad
(y que más adelante retomaré para su justa aclaración). Pues la Paciencia, en
tanto que estado psicoemocional de espera, comporta una actitud de Resistencia
personal que implica aguantar activamente -en términos de Templanza- frente
una situación desfavorable, posibilitando al individuo observar desde su guarda
los ritmos de evolución del entorno más inmediato para determinar el momento
más inteligente para actuar. La Paciencia comporta, asimismo y en consecuencia,
una actitud de Persistencia personal que permite al individuo, desde su activa permanencia
perseverante, reorientar o pivotar la dirección de su movimiento futuro en pos
de conseguir el objetivo prefijado, previo trabajo de análisis, aprendizaje y
superación del obstáculo que le impide temporalmente avanzar en su propósito. Y
la Paciencia comporta, derivado de la suma de los vectores conductuales mencionados,
una actitud de raciocinio personal que capacita al individuo en la disposición activa
de un entendimiento consciente sobre la toma de decisión de las posturas Resistente
y Persistente, en referencia coherente a la singularidad de sus circunstancias,
bajo criterios de la lógica de la Razón práctica. Por lo que el talante de una
persona paciente, en su deliberada inacción externa transitoria sujeta a una
activa acción interna, representa de facto una suficiencia conductual
mucho más inteligente, y por ende virtuosa, que la de aquellas personas de
perfil intemperante o incontinente (en jerga aristotélica) en medio de un
entorno altamente volátil por cambiante como el actual.
Todo y así esgrimida la naturaleza
virtuosa de la Paciencia, por todos es conocido el refrán que reza “que quien
espera, desespera”, popularizado por el Libro de buen amor del
Arcipreste de Hita. Aforismo que paralelamente nos señala, en línea con el cuerpo
argumental de la presente reflexión, que no se puede alcanzar el estado de
consciencia conductual de la Paciencia, en el que interviene a partes iguales
la Resistencia (Templanza), la Persistencia, y la Razón, sin una madurez mental
óptima por parte de la persona. La cual es indisociable a su vez de una notable
habilidad en materia de inteligencia emocional, donde la experiencia y la
serenidad de espíritu que otorga la edad, mal le pese a los edadistas, es sin
lugar a dudas un grado (Ver: La lacra del siglo XXI: hacerse maduro profesionalmente). O, dicho en otras palabras, sin madurez psicoemocional no
puede coexistir la Paciencia.
Llegados a este punto de
exposición, volvamos a la Esperanza como elemento sustancial inherente a la
Paciencia, con el objetivo de rebatir la generalizada creencia de supuesta peligrosidad
que acarrea para el desarrollo del ámbito personal y profesional de un
individuo, tal y como mantiene la filosofía imperante de la sociedad de mercado
actual. Si la Paciencia como conducta humana virtuosa se articula mediante la
Resistencia y la Persistencia a la luz de la Razón práctica, como estrategia para
afrontar un revés vital, no puede afirmarse que la Esperanza derivada de dicha
Paciencia consciente sea ciega, sino todo lo contrario pues se deduce
plenamente iluminada por la capacidad intelectual del sujeto paciente. Es
decir, desde el momento que la Esperanza de la Paciencia queda
instrumentalizada por la Razón práctica del individuo, la Esperanza como estado
de ánimo deja de ser ciega para ser pragmáticamente intencionada. Por lo que,
¿qué actitud de Esperanza es más peligrosa por ciega, la de la persona paciente
por reflexiva o la de la persona impaciente o incontinente por impulsiva?. La
respuesta, por obvia, se responde por sí misma.
Inequívocamente, la Paciencia (como
proceso conductual) suele ser amarga, pero sus frutos son dulces -máxima
tuneada que, sinceramente, no sé si pertenece a Aristóteles, a Rousseau, o a un
proverbio persa-. Así como también es plausible afirmar que por mucho correr
(impacientemente) no se llega antes al destino, si es que se llega tales
gallinas descabezadas, como contrariamente nos imbuye a creer el ritmo
frenético marcado por los dogmas del Mercado. Por lo que, con independencia de
si la Paciencia es una conducta voluntaria o sobrevenida por causas de fuerza
mayor, uno no puede dejar de preguntarse por las razones de su vilipendio
social. ¿Será acaso que un ciudadano incontinente resulta más dúctil?. Será. Que
no nos lleven a engaño. Dicho lo cual, y retomando la pregunta del enunciado de
la presente reflexión, cabe concluir que la Paciencia, en el contexto de una
sociedad vertiginosamente cambiante, es una herramienta de gestión personal y
profesional plenamente vigente, justamente por su utilidad de unir o enlazar un
movimiento discontinuo por interruptus en un mismo continuo direccional
temporal. Sin que ello excluya la opción voluntaria de la persona paciente, en
el uso de sus plenas facultades mentales, de limitar el tiempo de duración de la
propia Paciencia, pues dependiendo de las circunstancias y a la luz de la Razón
humana, toda Paciencia por ser una singularidad tiene su límite temporal. De
hecho, la trascendencia de la Paciencia radica en su facultad de equilibrar los
posibles extremos opuestos que la vida nos depara, siendo el equilibrio mental
y emocional sostenible en el tiempo de la persona el bien superior a defender
por la Paciencia bajo la máxima aristotélica del in medio virtus (la virtud
está en el punto medio). Lo cual hace de la Paciencia no solo una herramienta
de gestión personal útil, sino imprescindible por necesaria en la sociedad
contemporánea, ya que sin un resguardo social del equilibrio psicoemocional solo
hay lugar para una sociedad de desquiciados por desequilibrados.