Si cada vez puedes comprar menos con el mismo dinero, o te cuesta llegar más a final de mes con el mismo salario, es que padeces la enfermedad vírica de la Inflación, cuya naturaleza no es biológica sino económica. De hecho, la Inflación no es ni más ni menos que el resultado de la pérdida de poder adquisitivo que sufrimos los ciudadanos, causado por el aumento de precios de los bienes y servicios que consumimos habitualmente. Por lo que tranquilo, no se trata de una enfermedad rara que te afecta solo a ti, sino que contrariamente es una enfermedad epidémica que la padecemos prácticamente todos. Un palabro, la Inflación, que seguro has escuchado últimamente de manera reiterada por ser noticia de rabiosa actualidad, ya que representa la reaparición tan intensa como abrupta de uno de los Jinetes del Apocalipsis de la economía global (tras casi tres décadas de cierta tranquilidad en el orbe occidental), justamente, cuando tímidamente iniciábamos la tan anhelada recuperación económica tras la devastación sufrida por la peste del Covid-19.
Es por ello que cabe concebir la
Inflación, en su más amplia ascendencia mitológica, como un verdadero monstruo terrorífico
para cualquier economía con independencia de su cuna ideológica, pues afecta
directamente a la calidad de vida de las personas, en tanto en cuanto somos
ciudadanos-consumidores en una sociedad de mercado. Hecho éste que, por sí
mismo, merece el interés de cualquier filósofo contemporáneo que se precie, por
lo que la presente reflexión la enmarco -como apunte aclaratorio- dentro de la
Filosofía de la Economía. (Ver el apartado de la temática filosófica sobre la economía
en el glosario de reflexiones del Vademécum del Ser Humano). Ya que la Economía,
al fin y al cabo, no es más que Filosofía aplicada sobre modelos de
organización social: dime qué economía ejecutas, y te diré qué tipo de sociedad
construyes. He aquí mi breve alegato como filósofo, a modo introductorio, en
defensa personal por el interés que me despierta el tema de la Inflación.
Dicho lo cual, iniciemos en el
relato reflexivo de la temática objeto de análisis desde la vertiente más
agradable, para progresivamente ir desvelando su naturaleza más cruenta: Si
alguna faceta tiene de positiva el monstruo de la Inflación es que se puede
medir, y todo aquello que podemos medir es susceptible de poderse gestionar,
aun en contextos complejos como los actuales. Siendo su termómetro de medición la
variación interanual (subida o bajada) de los precios de los productos y
servicios que las personas consumimos habitualmente (dígase cesta familiar),
respecto al presupuesto de las familias (dígase capacidad de gasto medio del
hogar). Termómetro al que los economistas denominan Índice de Precios al
Consumidor, más conocido como IPC. El cual, como todos sabemos por simple
experiencia empírica cotidiana, a día de hoy se sitúa por las nubes para
empobrecimiento y consiguiente dolor de cabeza de la mayoría.
Pero, tan importante como saber
medir el nivel de peligrosidad o capacidad de destrucción del monstruo, resulta
aún más relevante conocer sus causas. Pues toda gestión, para ser efectiva,
debe atacar de manera directa las causas que originan el problema en cuestión.
Y he aquí la dificultad del asunto, pues estas causas son tan variadas como complicadas
en un mundo humano de por si enrevesado. Veamos a continuación las tres causas que,
personalmente, considero las más destacables por sintetizadas en el panorama
socio-económico global actual:
1.-Acaparamiento de productos
Si integramos en una misma
ecuación el factor del aumento de la población mundial y el factor de escasez
tanto de recursos como de capacidad productiva humana, nos dará como resultado
obvio la fuerte tentación por parte de gobiernos y de grandes corporaciones de
acaparar productos (ya sean bienes primarios o secundarios) para garantizarse
su autoabastecimiento, en detrimento del derecho legítimo de terceros de
disfrutar de los mismos. Una política que a la práctica siguen tanto gobiernos,
como es el caso destacado de China como reciente primera economía mundial que
manifiesta una fuerte necesidad fagocitadora de recursos y productos
internacionales para cubrir su descomunal apetito interno, como multinacionales
consolidadas que luchan por no perder sus cuotas de mercado, y cuya tendencia tanto
de unos como de otros en acumular y retener productos para un abastecimiento a
futuro se ha visto agudizado, aún más si cabe, por el temor de volver a
experimentar la reciente mala experiencia de la carencia de suministros derivada
por el parón absoluto de la economía productiva que, durante un largo año,
causó la pandemia del Covid-19. Una tendencia de acaparamiento de bienes por
parte de las entidades jurídicas más poderosas del planeta que, irremediablemente,
provoca una escasez de oferta en un mercado global de gran demanda, lo que se
traduce en aumento de precios.
2.-Falta de oferta suficiente
Derivado de la causa anterior de
una falta de oferta suficiente para cubrir las necesidades de todos, es popularmente
sabido que lo escaso se traduce en caro, pues al final quien adquiere un
producto o bien limitado es aquel con mayor capacidad económica, para regocijo
de comerciales que siempre buscan vender al mejor postor. Pues, poderoso
caballero es Don Dinero, como bien ya apuntó Quevedo. Y si, además, da la
casualidad que la escasez de dicho bien o servicio (como pueda ser la energía,
los cereales, o los chips, por poner algunos ejemplos) resulta imprescindible para
la realización de un bien o servicio complementario final (como puedan ser, en
línea con los ejemplos previos, la electricidad, el pan o el pienso de ganado,
o los coches o los teléfonos móviles), aquellos encarecen a su vez toda la
cadena de producción de éstos, repercutiendo por tanto en el bolsillo de los
consumidores finales en un efecto dominó de aumento de precios.
3.-Especulación comercial
Y ya se sabe que, como reza el refranero,
a río revuelto, ganancia de pescadores. Es decir, que los buitres de los
mercados financieros, desde la comodidad de sus despachos enmoquetados en los
rascacielos de las grandes urbes financieras diseminadas a lo largo y ancho del
mundo, aprovechan dicha situación de desequilibrio de distribución de recursos
para sacar provecho propio mediante la estrategia comercial de la especulación.
Un método de mercadeo, tan antiguo como el propio hombre, que reside en comprar
en un lugar productos de necesidad general para revenderlos en otro lugar a un
precio superior, para mayor miseria de aquellos que necesitan comprarlos. Una
táctica comercial que acarrea una flagrante alteración de los precios, haciendo
de los ricos más ricos y de los pobres más pobres, en contextos de crisis
económica.
Así pues, como podemos deducir
sin esfuerzo, ciertamente la Inflación es un monstruo que políticamente es
claramente antidemocrático, socialmente profundamente injusto, y económicamente
maliciosamente cancerígeno para el Bienestar Social de la gran mayoría de
ciudadanos de a pie. Aunque no es menos cierto, a la par, que la Inflación deviene
una gallina de los huevos de oro a ojos de los Señores del Dinero, quienes ejercen de mano omnipotente
que mece a antojo el Mercado, bajo un sistema moral propio por partidista diametralmente
opuesto al del resto de mortales. Tengámoslo presente.
Expuesto lo cual, la pregunta del
millón no puede ser otra que aquella que cuestiona qué medidas optan nuestras
autoridades monetarias para controlar y mantener la estabilidad económica, que
afecta directamente a la calidad de vida de las personas, en una situación de
alta Inflación como la actual. Sabedores que las autoridades monetarias están
formadas por los gobiernos (ministerios de economía) y los bancos centrales de
cada país. Y que, en Europa, además, al participar de una moneda única oficial,
los países miembros estamos supeditados a su vez a los dictámenes del Banco
Central Europeo. En este sentido, la respuesta a la pregunta millonaria se sintetiza,
principalmente, en cuatro líneas de acción:
1.-Aumento de los tipos de
interés
El tipo de interés es, ni más ni
menos, el precio que pagamos a un banco a cambio de que nos preste dinero. Por
lo que, si los tipos suben, obviamente se pedirán menos préstamos. Una acción
deliberada que busca disminuir el dinero en circulación, por lo que se reduce
el consumo y, por ende, bajan los precios de los productos y servicios. Una
estrategia que, como todos sabemos, si bien puede ayudar a mitigar al monstruo
de la Inflación, afecta negativamente a la economía productiva de las pequeñas
y medianas empresas (que representan el 80% del tejido empresarial de un país desarrollado), por lo que es un pez de miseria que se come la cola, donde
el ciudadano medio deja de gestionar dinero para gestionar deudas.
2.-Cerrar el grifo bancario
Como medida complementaria a la
anterior, y para que las autoridades monetarias se aseguren la reducción de dinero
en circulación, éstas obligan a los bancos comerciales a tener más dinero
líquido como garantía de sus depósitos (que no son más que los ahorros que los
clientes dejan en su banco durante un tiempo determinado) sin meterles mano, lo que limita directamente y en sentido negativo a sus políticas comerciales de vender
productos bancarios (como son los créditos), que a la práctica se traduce en
que los bancos cierran el grifo de liquidez a sus clientes. Es decir, aquí se
cumple el axioma de que los bancos te ofrecen un paraguas cuando hace sol y te
lo quitan cuando llueve. Y ya sabemos que, sin financiación bancaria, no hay
actividad empresarial que levante cabeza o despegue (en el caso concreto de los
emprendedores) en una situación de crisis de consumo, lo que perjudica a la
viabilidad de la reactivación de la economía productiva de un país.
3.-Vender deuda pública
Y como refuerzo de las dos medidas
antecedentes expuestas, los gobiernos inflacionistas ponen en venta su deuda
pública (que es el exceso de gasto sobre los ingresos del conjunto de sus
administraciones públicas), tanto a particulares como a otros gobiernos. Una
venta que se realiza, gracia mediante, la garantía del Estado de que se les
devolverá el dinero con un beneficio comercial marcado por un tipo de interés
beneficioso, como recompensa o compensación por el hecho de asumir el riesgo financiero que
implica comprar deuda ajena (lo que se conoce, en un sentido amplio, como Prima
de Riesgo). Una medida que, además de permitir a los gobiernos afrontar parcialmente
sus gastos, tiene como objetivo principal disminuir el dinero en circulación,
para así bajar el consumo y reducir los precios de los productos y servicios.
Lo que nos lleva de vuelta a los tristes efectos secundarios, para el conjunto
de la ciudadanía, propios de la casilla de salida que marca la acción del
aumento de los tipos de interés.
4.-Aumento de los salarios
No obstante, junto a las tres
medidas estrella de política monetaria descritas, encontramos una cuarta acción
de intento de lucha anti inflacionista que, si bien no es de autoría propia de
las autoridades monetarias como las anteriores, también juega un papel
relevante en el tablero de juego por su notoriedad pública, megáfono en mano.
Me refiero a la petición de aumento de salarios que los agentes sociales, y más
específicamente los sindicatos de trabajadores, reclaman a gobierno y patronal
para hacer frente al monstruo de la Inflación que, como sabemos, es responsable
directo de la pérdida del poder adquisitivo de los ciudadanos. Una exigencia
sindicalista fundamentada en la lógica, en definitiva, de aumentar el dinero en
circulación y, asimismo, aumentar la capacidad de consumo, en un intento de
neutralizar el alto coste que sufre la cesta familiar en un contexto de
Inflación. Un planteamiento del que puede observarse, sin ser demasiado sagaz, que
topa de frente con las medidas estándar de las autoridades monetarias (poniendo
de paso en un tenso aprieto a los gobiernos de la zona euro con su garante
económico, que no es otro que el Banco Central Europeo, y sus alineadas
políticas económicas comunitarias), así como enfrenta un choque de trenes contra
un tejido empresarial maltrecho por una interminable crisis económica, la cual
dura ya más de dos décadas tras la caída de la financiera norteamericana Lehman
Brothers en 2008.
En resumidas cuentas, visto lo
visto, las medidas por las que optan las autoridades democráticas para abatir al
monstruo de la Inflación no son nada alentadoras, pues se resumen -más allá de
la entelequia de los sindicatos que plantean un problema de imposible solución-
en obligarnos a los ciudadanos a tener menos dinero para consumir menos, provocando
por imperativo legal un efecto dominó en claro prejuicio para los emprendedores,
profesionales, y las pequeñas y medianas empresas, que en su conjunto sostienen,
mediante su actividad fiscal, el denostado Estado del Bienestar Social que es
el único modelo que puede garantizar la vida digna de las personas. O, dicho en
otras palabras, las medidas de las autoridades monetarias no solo no afrontan
de raíz las causas de origen de la Inflación, sino que le hacen el juego y, con
ello, siguen bailando al ritmo de aquellos que se benefician de las atrocidades del
monstruo.
La solución al
problema de la Inflación, por tanto, no existe. La Inflación ha venido para quedarse todo lo que pueda. Pues éste es un monstruo construido a
partir de la avaricia humana, donde sus causas primogénitas encuentran su razón
de ser en un profundo sentido de insolidario egoísmo como rasgo natural del
hombre. Y si bien dichos vicios humanos son susceptibles de ser transmutados en
virtudes, educación en valores humanistas mediante, no hay superhombre o
superorganización sobre la faz de la tierra capaz de colocar a estas alturas de
la película el cascabel al feroz e irascible por codicioso monstruo. Por lo que el
horizonte de nuestra especie se vislumbra, en una exponencial tendencia de
aumento poblacional y de escasez de recursos y de oferta, en una altamente
probable sociedad distópica caracterizada por una abismal brecha de desigualdad
e injusticia social entre ricos y pobres. Imaginar un futurible alternativo es
pura candidez pueril. Pero tranquilidad, no hay necesidad de alarmarse, pues
el dolor de la triste realidad será neutralizado previsiblemente por los
adecuados medios enajenadores de control de masas, metaversos incluidos. Y si
no, tiempo al tiempo. Pues sale más a cuenta anestesiar la conciencia de los hombres,
que sacrificar la gallina de los huevos de oro que representa la Inflación.