-“Pensar es malo, nos están diciendo en redes sociales”. Con esta afirmación realizada a principios de este mes por un afamado conductor de un programa televisivo de máxima audiencia española, despertó en mí -semejante al despliegue de un resorte neuromecánico que con inquebrantable fuerza se activa automáticamente frente a un amenazante estímulo exterior-, la resistencia del humanista rebelde contra el pensamiento único que llevo dentro. Pero lo cierto es que, tristemente, dicha afirmación resulta ser a día de hoy una obviedad elevada a categoría de axioma social, y aunque sea de mi profundo desagrado soy consciente de su plena vigencia por consenso colectivo de facto. De hecho, sobre las dificultades respecto al pensar, al pensamiento crítico, o al pensamiento individual en estos tiempos que corren, ya he reflexionado en anteriores ocasiones, recopilándolos para los interesados en el glosario de términos del Vademecum del Ser Humano dentro del apartado de la letra <P>. Una afirmación que, a su vez, me ha hecho recordar como eco reconocido las palabras del escritor zarista Dostoyesvski: “La tolerancia llegará a tal nivel que las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles”.
Pero, ¿por qué pensar, y a la par
tener opinión personal divergente a la línea de pensamiento de la mente colectiva,
se considera socialmente una actitud prohibida y reprochable por negativa?. La
respuesta de peso ya la fundamenté en la reflexión cronológicamente previa bajo
título Una Sociedad sin Voluntad, a la que animo al lector a leer, y
donde pongo de manifiesto la normalización sociológica del estandarizado
pensamiento único por parte del proveedor de la Voluntad General que no es otro
que el Mercado. O, lo que es lo mismo, por imposición de sus acólitos en una
dictadura instaurada de analfabetos enajenados. Pues, tanto monta monta tanto… Y
ya se sabe que toda dictadura -aunque sea de ignorantes zombificados- es
totalitaria por idiosincrasia, donde las libertades sufren un régimen de serias
restricciones, como es el caso que nos ocupa de la libertad de expresión de la opinión
personal.
No obstante, retomando el trasfondo
del eco emanado por las palabras de Dostoyesvki, cabe puntualizar que no nos
hallamos frente a una dictadura de canon castrense, sino que la naturaleza de ésta
podemos enmarcarla dentro de lo que denomino la Dictadura de la Tolerancia (mal
entendida). Pues ésta transgiversada y por ende falsa tolerancia se fundamenta
en dos corrientes de pensamiento socializadas por integradas: la
superficialidad y el buenismo. La primera, la superficialidad, imprime un
carácter pusilánime a los individuos, convirtiéndoles en sujetos
fisiológicamente reacios a profundizar en cualquier tema que trascienda su
mundana cotidianidad, sin mayor objetivo vital que el placer sensorial como
bien existencial en una espiral de interrelaciones personales vacuas. Mientras
que la segunda, el buenismo, transforma a los individuos en ciegos adeptos a la
fe etnocentrista del positivismo pueril occidental, donde todos los seres
humanos restantes del planeta se perciben utópicamente aculturales para imagen
y semejanza de ellos mismos, y en cuyo credo se rechaza por estigmatización
cualquier pensamiento crítico contra el ingenuo imaginario de un Flower
Power remasterizado desde la Voluntad General del Mercado. Es por ello que
de aquellos barros estos lodos: en una sociedad sin voluntad como la
contemporánea, en la que impera la Dictadura de la (mal) Tolerancia superficial
y buenista, el tener una opinión personal alternativa está mal visto e
inclusive se menosprecia.
La persona que tiene opinión
personal, fruto del pensamiento crítico, es repudiado como un agorero social a
todas luces, y a razón de la cual como un apestoso, pues su crimen social se
caracteriza justamente por ofender la cosmovisión superficial y buenista de los
imbéciles. Y es que el pensamiento crítico solo es aceptado, dentro del
contexto de una Dictadura de la Tolerancia ad hoc, cuando se alinea con
el propósito de beneficio para la Voluntad General: dígase eufemísticamente
pensamiento creativo como germen de una posible innovación disruptiva o
incremental para retroalimentación de la economía de Mercado. Por lo que, por
oposición, cualquier opinión crítica individual de corte filosófico, que por
esencia pueda poner en tela de juicio los resortes de la misma sociedad de
Mercado en búsqueda de la verdad última, queda desechada sistemáticamente por
herejía bajo el sacramento del “pensar es malo” de la nueva religión imperante.
Y ya se sabe que en toda religión, a parte de los apostolizadores están los
fervientes inquisidores de neuronas engominadas que se encargan, sin disimulada
vehemencia mediante, de crear sentencia regia sobre aquellas opiniones
personales díscolas para escarnio social.
Expuesto lo cual, la opinión
personal no tiene más salida, en la actual era de la intolerante Dictadura de
la Tolerancia, que el reduccionismo al espacio más íntimo del individuo
pensante. Único espacio donde el pensador crítico puede expresarse con plena
libertad -tal es el caso del blog personal en el que escribo las presentes
líneas-, sabedor que en dicha pseudo clandestinidad (por desinterés a una
requerida lectura obligada) las opiniones reflexivas van a ser ignoradas por la
irascible masa superficial y buenista de la Sociedad sin Voluntad, y por tanto
van a estar potencialmente a salvaguarda de proferir ofensa posible a los
imbéciles de turno en términos Dostoyesvskianos. Al fin y al cabo, ¿para qué
hacer de una opinión personal una opinión pública si no hay inteligencia en la
vida social pública?. Los inteligentes solitarios de la resistencia humanista,
si así lo desean, ya saben cómo y dónde hallar los tesoros escondidos de las
opiniones personales críticas, ingeribles debidamente a la luz de un
conocimiento per se tolerante por uso analítico del método racional. De
hecho, servidor no se esconde, pues mis reflexiones pueden encontrarse en una
obra abierta y de acceso público como es el Vademecum del Ser Humano, tan
hermética como codificada a ojos de aquellos que no ven y que carecen de
entendimiento para entender. ¿Qué mayor defensa de la libertad de mi opinión
personal puedo tener?. Así pues, en esta funesta epidemia de analfabetismo generalizado
puedo gozar en mi mismidad de libertad de pensamiento, agradeciendo a las
moiras el poder emular a Descartes en su Cogito ergo sum.