Hace un par de noches, cenando a la intemperie en la proa de un restaurante con mi buen amigo Hugo en el pequeño pero acogedor puerto pesquero de la Tarraco Scipionum Opus, surgió la oportunidad de anclar los pensamientos en las divagadoras aguas de la Inconsciencia colectiva como unidad esta de medida de las personas a título general. Si bien la conversación al calor de unos vinos se centró en el mayor o menor interés personal que suscita las relaciones sociales por vacuas, en relación directa con el nivel de Inconsciencia tan común como normalizado [no en vano Schopenhauer afirmó muy acertadamente que la vida social carece de atractivo para los inteligentes, haciendo en cambio las delicias de los imbéciles (sic)], dicha plática despertó en mi un interés especial en reflexionar sobre la Inconsciencia desde un enfoque fenomenológico. Y de aquellos barros estos lodos.
Centrando la temática, no deseo
tratar la Inconsciencia como aquella disposición mental que una persona
desarrolla en su conducta de manera inadvertida o exenta de voluntad previa, propia
de dinámicas fisiológicas y actos reflejos, ni desde la Inconsciencia
malentendida como subconsciente que es donde yacen los recuerdos o vivencias
guardados y alejados de la mente consciente, en la mayoría de casos por derivaciones
traumáticas. Sino que al hablar de Inconsciencia deseo referirme al espacio de
conocimiento que trata las cualidades de las personas que actúan de manera irreflexiva
y por ende superficial, e inclusive imprudente, sin medir las consecuencias de
sus actos ni el riesgo que pueden comportar.
Asimismo, referirse en dichos
términos expuestos a la Inconsciencia obliga, por conocimiento de referencia
como método cognitivo, definir los parámetros de lo que consideramos como estado
consciente, pues Conciencia e Inconciencia son estadios manifestados de una
misma naturaleza con doble polaridad, donde la definición de la naturaleza de
una autodefine por contraste y de facto su opuesto. No obstante, para no
explayarme en la presente reflexión no entraré en definir lo que entiendo por estar
y vivir de manera consciente (temática amplia y multifocalmente tratada en
diversos artículos bajo el término “Consciencia”, recopilados en el apartado de
la letra “C” del glosario de conceptos del Vademécum del Ser Humano). Si bien a
modo de resumen y clarificación respecto a lo que entiendo por un estadio de Consciencia
recomiendo los artículos: ¿Qué es la Consciencia?, e Y tú, ¿tienes libre albedrío?.
Pero volvamos al tema central que
nos ocupa: la Inconsciencia. La pregunta del millón es por qué existe una inmensa
parte de la población que vive desde un comportamiento superficial e
irreflexivo, viviendo desde un hacer pasar o malgastar el tiempo en vez de
aprovecharlo, mediante el consumo compulsivo de interrelaciones sociales
insustanciales. La respuesta debemos encontrarla, razonamiento deductivo
mediante, en una carencia de madurez tanto racional como emocional. O, dicho en
otras palabras, el perfil conductual inmerso en la Inconsciencia es resultante
forzoso (y no causa probable) de una falta de educación en materia de
razonamiento lógico y en materia de inteligencia emocional. La privación del primero
confiere a la persona un carácter ilógico y falaz propio de la irracionalidad
contraria al espíritu tanto de la Razón pura como práctica, mientras que la
privación de la segunda acarrea una ausencia de autocontrol emocional y de desconocimiento
sobre uno mismo. Ambos factores en suma (la privación de Razón a la luz de los
Principios de la Lógica, y de la gestión emocional a la luz de las inteligencias
inter e intrapersonales) hacen que las personas de corte inconsciente vivan
desde, por y para fuera de sí mismas. Y desde ese Yo de los Otros (versus al Yo
Soy) aprehendan pautas de interrelación con ellos mismos y con la realidad
colindante mediante la réplica conductual de un conocimiento por observación,
sin atisbo de pensamiento crítico alguno (aptitud para la cual se requiere de
un estado consciente sobre la mismidad).
Sí, ciertamente la Inconsciencia
es la norma general del ciudadano medio de nuestra sociedad (solo cabe observar
el entorno), cuyo efecto secundario es una mentalidad colectiva con
encefalograma plano, zombificado psicológicamente por los estímulos sensoriales
de una industria de ocio que domina a su antojo -como si de un titiritero con
cuerdas digitales se tratase- a sus ciudadanos-consumidores. Dicho lo cual,
cabe entender, sea dicho de paso, que al gran titiritero del Mercado no le
interesa promocionar ni el razonamiento lógico ni la gestión emocional, pues estos
no tienen cabida en su mundo de naturaleza onírica y de estructura hedonista a
imagen y semejanza de la isla de la hechicera Circe.
Pero aún más, una persona
inconsciente es peligrosamente ajena a las consecuencias de sus acciones no
solo por desconocimiento de los procesos racionales que sustentan el Principio
de Realidad (de ahí que sean individuos enajenados, aunque solo sea
temporalmente), sino a su vez por desconocimiento de los valores que dan sentido
y significado al mundo emocional -por desfiguración proactivamente interesada
del propio Mercado de la industria del consumo de ocio-, hasta el punto de no
saber dilucidar entre emociones sanas y tóxicas (un factor destacable por ser las
emociones parte primordial de la conducta de toda persona y colectivo). Llegados
a este punto, no cabe caer en la trampa de considerar libre de responsabilidad
a una persona inconsciente por sus posibles acciones dolosas, por mucho que el
sistema educativo haya cedido su responsabilidad en materia de educación en
valores al omnipotente Mercado, pues toda persona es responsable de sus
acciones desde el momento en que es capaz de comprender el dolo que pueda ocasionar
o haber ocasionado. La inconsciencia, por tanto, no puede considerarse de modo
alguno en un posible atenuante de la responsabilidad personal.
Todo y así, si algún rasgo
diferencial me incomoda en particular de las personas inconscientes, más allá
de la irracionalidad y la inmadurez emocional que las definen, es justamente su
marcado perfil superficial en una desvergonzada personalidad basada en la
apariencia exterior, vehementemente reacia a cualquier posible análisis de la
esencia de las cosas. Es por ello que en una sociedad plagada de personas
inconscientes, donde el tuerto es el rey, prefiero la soledad pipa en boca de
mis propios pensamientos, antes que malgastar la vida en concursos sociales de
pérdida de tiempo donde los inconscientes reafirman su identidad vacua. Pues para
distracciones esporádicas sin interés, nada más cómodo que la televisión del
salón, donde además puedo fumar libremente.