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Jóvenes dando una paliza a un niño autista. Barcelona, 2021 |
Todo y así, aún a contra
corriente de un mundo que (mal) funciona sin educación emocional, la gestión
emocional como materia educativa transversal se percibe objetiva y categóricamente
de urgente necesidad para nuestro tiempo, a la luz de cuatro grandes factores
conductuales (y por tanto sociológicos) de rabiosa actualidad entre nuestros
jóvenes, que seguidamente presento en orden de interés explicativo sin exclusión
de que otro orden aleatorio cualquiera de dichos factores implique alteración
alguna sobre el resultado final.
Primer factor conductual: Carencia de gestión emocional
por desconocimiento
Existe entre nuestros jóvenes de
manera mayoritaria una evidente carencia de gestión personal sobre las cuatro
emociones básicas de todo ser humano: miedo, tristeza, rabia y alegría. Fruto
de una educación emocional inexistente tanto en el ámbito institucional como en
el ámbito doméstico, cuya función educativa queda relegada -en una clara cesión
de la responsabilidad social- a terceros actores reales y de ficción de
referencia de consumo de la industria del ocio (cine, videojuegos, música,
moda, e influencers de redes sociales, principalmente). Y ya se sabe que
cuando el ser humano no tiene capacidad de gestionar una emoción básica, su
respuesta conductual se sitúa por tendencia natural en los respectivos polos
extremos debido a una inmadurez emocional, todo lo contrario a una actitud
emocional madura caracterizada por cumplir con la máxima latina del in medio
virtus (la virtud se encuentra en el punto medio, en el equilibrio). Un
perfil conductual sociológico de explosiones emocionales, como efecto directo
de un carencia educativa en materia de gestión emocional, reatroalimentada por
la cultura hedonista de la industria del ocio que hace del placer sensorial e inmediato
su estrategia clave de consumo. Es decir, a la industria del consumo de ocio,
que es a quien le hemos cedido la educación emocional de nuestros jóvenes, no
le interesa el equilibrio emocional de los mismos como ciudadanos-consumidores
potenciales que son, sino más bien priorizan hasta grados exponenciales cuadros
conductuales sensitivos compulsivos.
Segundo factor conductual: Ausencia de Empatía y
deficiencia cognitiva en la distinción entre el Bien y el Mal
Sin educación en gestión
emocional no puede existir Inteligencia Emocional, ya que ésta deviene como
resultado del autoconocimiento y por extensión de la gestión de las emociones
individuales, y en cuya nomenclatura substancial juega un papel nuclear el
factor de la Empatía (Ver: Conoce la Fórmula de la Inteligencia Emocional). Y, como
bien sabemos, la Empatía es justamente la capacidad de una persona de
interactuar con el resto de miembros de una comunidad social desde el reconocimiento
y el respeto al mundo emocional ajeno. Un reconocimiento y respeto por el
prójimo que bebe directamente de una fuente concreta de conocimiento como es la
Ética: disciplina que estudia el conjunto de usos y costumbres socialmente
consensuadas sobre los valores conceptuales del Bien y del Mal en el
comportamiento moral humano. Por lo que la ausencia de Empatía entre nuestros
jóvenes, derivado de una carencia de Inteligencia Emocional por una educación
emocional inexistente, conduce inevitablemente a que nuestros jóvenes, como
tristemente observamos de manera reiterada en vídeos auto subidos por ellos mismos a las redes sociales, se relacionan con su entorno más inmediato desde
una falta de distinción entre comportamientos que están bien y comportamientos
que están mal desde un punto de vista moral, hasta el punto que conductas objetivamente
maliciosas que atentan contra la dignidad de terceras personas (mayoritariamente
aquellos más desprotegidos socialmente) se presentan como episodios “graciosos”
que buscan un mal entendido reconocimiento público. Una escala moral
distorsionada por desconocimiento e inmadurez en valores que, por otro lado, viene
reforzado asimismo por la industria del ocio como medio educativo subsidiario
condicionante.
Tercer factor conductual: Falta
de atención y de compromiso esfuerzo mediante
Como ya hemos expuesto, sin
educación emocional no puede existir Inteligencia Emocional, ya que la una es
resultado directo y necesario de la otra. La Inteligencia Emocional, como consecuencia
de una relación directamente proporcional con la gestión emocional, conlleva de
manera substancial en su propia naturaleza un factor clave como es la autorregulación
(derivado de un nivel de autoconciencia) para poder manejar y utilizar
óptimamente las emociones individuales. Una autorregulación como fundamento
conductual de la gestión emocional que comporta de manera implícita tanto
actitudes de atención, como de compromiso y de esfuerzo proactivo con la
dimensión emocional de uno mismo. No obstante, es reconocido por patente
públicamente tanto la ausencia de la cultura del esfuerzo entre los jóvenes de
nuestra sociedad, y por tanto la fragilidad en estadios de compromiso alguno,
como la falta de atención con ellos mismos y frente al resto del mundo. Por lo
que sin actitudes de atención, esfuerzo y compromiso por parte una gran parte de
nuestros jóvenes, resulta imposible la coexistencia de una actitud de autorregulación
de sus propias emociones. Y, en este punto, volvemos otra vez a dilucidar la
influencia viciada generada por parte de una cultura consumista de ocio basada
en lo que me gusta denominar como la filosofía existencial del microondas:
acceso a experiencias inmediatas y desde el mínimo esfuerzo individual.
Cuarto factor conductual: Escasez del empoderamiento
personal por determinismo ambiental sobre la Autoestima
El conjunto de factores
conductuales anteriores, sin entrar el en dilema del huevo y la gallina que
solo nos lleva a una falacia del tipo círculo vicioso, nos conduce a una doble
premisa conclusiva en lo que a gestión emocional de nuestros jóvenes se
refiere: En primer lugar, podemos afirmar que la inexistencia de educación
emocional provoca que los jóvenes de nuestra sociedad carezcan de un nivel
óptimo de autoconocimiento sobre sí mismos, y que por tanto la percepción de su
mismidad (de su Yo Soy versus el Yo no-Soy) sea deficiente por imposibilidad de
gestionar aquello que les es desconocido cómo es la mecánica reguladora de sus
propia emociones, dando como resultado una consciencia individual inmadura. Y,
en segundo lugar, dicha falta de autoconocimiento y de consciencia emocional inmadura
provocan que su nivel de Autoestima, el nivel de flotación existencial de
cualquier ser humano que le posibilita alcanzar un estado de autorrealización
como individuo, tenga una dependencia tan excesiva como peligrosa de los inputs
externos del medio en el que se desarrolla como persona. Lo que significa que, siendo
el hábitat de desarrollo de nuestros jóvenes imbuido por la cultura del ocio, obviamente
su nivel de Autoestima se encuentra controlado, subyugado inclusive, por la
industria de consumo. O, dicho en otras palabras, la economía de mercado de las
sociedades occidentales potencia el aborregamiento de nuestros jóvenes convirtiéndolos
en personas dúctiles y pusilánimes por emocionalmente inestables, en una
flagrante política deliberada por fragilizar su nivel de Autoestima, para un
mayor control sobre su dominio emocional como consumidores potenciales.
Estos cuatro factores expuestos
que rigen el perfil conductual mayoritario de los jóvenes contemporáneos (carencia de gestión emocional por desconocimiento, ausencia de empatía y deficiencia cognitiva en la
distinción entre el Bien y el Mal, falta de atención
y compromiso esfuerzo mediante, y escasez de
empoderamiento personal por determinismo ambiental sobre la Autoestima),
hacen de la educación emocional una asignatura urgente a implementar en el
sistema educativo de nuestras sociedades. No solo por el bien de la salud emocional
y mental de las jóvenes generaciones que se convertirán inexorablemente en los
adultos del mañana, sino también y con especial hincapié por la salud de los
valores rectores de la Democracia (como sistema de organización social) que se
fundamentan en ideales humanistas como son la equidad, la fraternidad, la
honradez, la igualdad, la justicia, la libertad, la paz, el respeto, la
solidaridad, o la tolerancia, entre otros (Ver: Reflexiones del Filósofo Efímero sobre los Valores Universales del Ser Humano). Pues sin gestión
emocional, y así pues sin Inteligencia Emocional, el ser humano solo puede más
que distanciarse de la senda humanista que le permite trascenderse como ser
animal. Y, en este caso, ¿qué modelo de sociedades futuras estaremos
construyendo?. Hagamos pues, de la educación emocional, un deber inalienable
para toda sociedad desarrollada que se precie.
Y, a modo de síntesis, no puedo
acabar la presente reflexión sin recordar la sabia máxima de Aristóteles:
educar la mente sin educar el corazón no es educar en absoluto. Dixi!