La materialización de una idea en el mundo físico tiene su proceso, como todo en la vida, siendo el más relevante su encaje en la realidad material de las formas. Tanto es así que una idea, en su fase de gestación y tránsito al mundo tangible, debe afrontar los desafíos de superación de dos grandes retos: su acoplación del mundo de las ideas al mundo de las formas, y su adecuación a un mundo de las formas en continuo cambio y transformación.
Acoplar una idea al terreno real
del Mercado no es tarea fácil, pues como reza el refranero: del dicho al hecho
hay un gran trecho. La dificultad radica justamente en la naturaleza de la idea
a implantar, que por idiosincrasia pertenece a la dimensión mental de los
individuos, los cuales estamos limitados por nuestros propios sesgos cognitivos
-fruto de una educación y experiencia vivencial propia- que nos impiden ya no
ver con objetividad el tablero de juego en el que se desea operar, sino aún más
poder percibir el conjunto de condicionamientos del mismo, y en algunos casos
incluso pude llegar a concurrir una observancia distorsionada de origen, pero
que en todos y cada uno de dichos casos posibles converge como denominador común
un juicio interpretativo inexacto sobre el nicho de mercado en el que se desea
implantar la idea.
Adecuar una idea, asimismo y una
vez ya acoplada o aterrizada (e inclusive en algunos supuestos simplemente
lanzada impetuosamente) al terreno real del Mercado, tampoco es tarea fácil,
pues dicha realidad formal no es estática, sino que su naturaleza es altamente inestable
en continua redefinición de su propia identidad dentro de un contexto volátil,
incierto, complejo y ambiguo característico de la actual era del consumo
digital.
Acometer la aventura de acoplar y
adecuar una idea al mundo de las formas, como podemos observar, es un proceso
no exento de dificultad, cuya idiosincrasia define perfectamente la acción de
emprender y, con mayor propiedad, al perfil conductual de aquellos que denominamos
emprendedores. A quienes, sea dicho de
paso, los griegos clásicos llamaban poietes: el que crea.
Así pues, cabe entender que un
emprendedor o poietes (como personalmente me gusta llamar), en su
tránsito de acoplar y adecuar una idea personal al mundo real de la oferta y la
demanda, no puede ejercer su acción potencial desde parámetros rígidos e
inmovilistas, pues siendo éstos opuestos a la naturaleza móvil en continua
redefinición del mundo de las formas, dicha proposición cae irremediablemente
en un reductio ad absurdum. O como diría Aristóteles, dicho
planteamiento contradice la segunda Ley de la Lógica de no contradicción. Es
decir, un emprendedor con mentalidad obtusamente inflexible por ofuscada en su imaginería
tiene todos los números de incurrir contra el Principio de Realidad, que
podemos resumir como aquello que Es y no-Es objetivamente desde la razón pura,
con independencia de los deseos y expectativas de las personas.
Es por ello que emprender, en el
buen entendimiento de un emprendedor stricto sensu, no es ni más ni
menos que aprender a pivotar una idea para su correcta acoplación y adecuación
al Mercado objeto de interés. Es decir, aprender a permitirse evolucionar la propia
idea original personal para su óptima alineación con la realidad imperante. O
dicho en términos empresariales, cabe entender la acción de pivotar una idea
como el proceso necesario de modificar la estrategia de negocio cuando los
resultados no son los esperados, enfocándose en rediseñar la misma con el
objetivo que permita una oportunidad real de Mercado diferente a la planteada
en la idea original.
Aprender a pivotar en el
emprendimiento requiere, por un lado, que el emprendedor trabaje actitudes de
compromiso, constancia y persistencia en el proceso continuo temporal de
acoplaje y adecuación de una idea de negocio a la realidad del Mercado, pues
como bien decretó Machado “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, y
si se deja de caminar a las primeras dificultades de cambio se suspende el flujo
natural de maduración y desarrollo de la potencialidad aún por realizar de una idea,
al igual que una semilla dejará de ser un árbol en potencia si abandonamos su
cuidado. Mientras que, por otro lado, el emprendedor requiere de un aprendizaje
en materia tanto de gestión emocional (pues el orgullo, la obstinación y la
esperanza ciega son tres de los grandes enemigos de la emprendedoría), como de
gestión de los sesgos cognitivos (ya que se requiere abrir la mente con el
objetivo de poder transitar fuera de las propias zonas de confort mental), así
como de gestión psicoemocional (pues todo emprendimiento va íntimamente ligado
a un proceso personal de gestión emocional e intelectual, en una renovación continua
de nuevas experiencias y conocimientos que permita una mejor y actualizada
versión de uno mismo acorde al Principio de Realidad determinado por el Mercado).
Llegados a éste punto, la
pregunta pertinente que puede plantearse un emprendedor o poietes es
¿cuándo un emprendedor deja de pivotar?. Si entendemos que los mercados son cambiantes,
y por ende caducos, la respuesta resulta una obviedad: nunca, ya que no hay
imperio que mil años dure en una sociedad regida por el principio de impermanencia.
Por lo que se debe concebir el aprendizaje del pivotaje como una máxima de la
emprendedoría, lo cual no es incompatible con que aquellos elegidos por las
Moiras puedan disfrutar de su pequeño o gran océano azul (Mercado alcanzado
libre de competencia), mientras éste no se tiña de rojo por la entrada de
nuevos y hambrientos competidores a la caza de nuestro nicho de consumidores.
Sí, la adaptabilidad como habilidad
máxima requerida de los emprendedores de nuestro tiempo no es otra que el pivotaje
empresarial, y más en una frenética sociedad cuyas reglas de la oferta y la
demanda no sobrepasan los cinco años. Así pues, emprendedores juguemos a
pivotar, pero eso sí, al igual que pivotan los jugadores de baloncesto giremos
en grados nuestra estrategia de acción pero siempre con un pie fijo en el suelo
firme de nuestra misión y visión de la idea del proyecto. Pivotar o dejar de
emprender, esa es la cuestión.