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Colas del Hambre. España, 2021 |
Si bien, como se ha expuesto, la Justicia
Fiscal es un elemento inherente a las democracias europeas por ser
consustancial al Estado de Bienestar Social, es una flagrante evidencia la
actual brecha de desigualdad social existente entre ricos y pobres en nuestra
sociedad (llevando incluso a la extinción de la antigua clase media emprendedora),
cuya sangría contemporánea se inició con la Gran Crisis del 2008 y que
actualmente se ha agudizado con la pandemia del Covid. Frente a esta realidad,
la pregunta pertinente que uno se plantea no es otra que ¿cómo es posible la coexistencia
de una abismal desigualdad social en un Estado benefactor inspirado y regulado
desde la Justicia Fiscal?.
La respuesta a dicho dilema, cuya desvergüenza
por osado planteamiento ya parece de por sí un absurdo, lo debemos encontrar en
factores sociológicos de rabiosa actualidad, y más concretamente en materia de
cultura ideológica o política social. En este sentido, no hay que ser un genio
para observar cómo la poderosa influencia de la filosofía de vida capitalista,
vertebradora de la economía de mercado occidental instrumentalizada a través de
la cultura de libre consumo, ha conseguido corromper y falsear el principio
democrático de redistribución de las rentas convirtiéndolo en una proclama de
corte comunista para percepción de la mayoría de ciudadanos occidentales, complicidad
mediante de una clase política garante de la res publica vendida a los
designios del Mercado. De hecho, es una triste realidad comprobar como aquellos
atrevidos insensatos que hoy en día enarbolan la bandera de la Justicia Fiscal
como medio para alcanzar la Justicia Social, o al menos para salvaguardar el maltrecho
Estado de Bienestar Social, son tachados y menospreciados por la vox populi
de la masa inculta como comunistas en su más amplio sentido peyorativo, o en su
defecto como vagos y maleantes inclusive.
Qué decir que a los susodichos doctos inquisidores
desilustrados que plantan batalla contra todo lo que huele, sabe y se asemeja a
Justicia Fiscal, solo apuntarles -a título recordatorio- que uno de los padres insignes
del Capitalismo como era Keynes ya proponía a principios del siglo XX
redistribuir parte de los ingresos de los ricos entre los pobres, pues consideraba
que un aumento del consumo eleva la producción e impulsa el crecimiento
económico. O, dicho en otras palabras, Keynes creía firmemente que una mayor
distribución del ingreso nacional lleva a un mayor crecimiento para el conjunto
de la sociedad.
De hecho, entidades poco sospechosas
de anticapitalistas como el terrible Fondo Monetario Internacional (FMI) y el propio
Gobierno de Estados Unidos de la Administración Biden garante de las libertades
individuales, acaban de manifestar hace unas pocas semanas atrás su firme
intención de subir los impuestos a los más ricos para sufragar el coste del
Estado Social, siendo la propuesta norteamericana de gravar las rentas de
capital de los ricos por encima del 40%. Es decir, USA y el FMI se han
convertido de la noche a la mañana en comunistas declarados para escándalo de muchos
demócratas capitalistas incultos. Y, por si fuera poco y siguiendo en la misma
línea, el mismísimo gobierno norteamericano acaba de plantear hace un par de
días, como es bien conocido por todos, la liberación de las patentes de las
vacunas contra el Covid para garantizar un acceso equitativo y universal de las
mismas para toda la humanidad, velando así por el principio de Justicia Social.
Medida a la que, paradójicamente, se oponen la Francia de la Liberté,
Égalité, Fraternité del socialista Macron, y la Alemania Demócrata
Cristiana de Merkel, cabezas ambos motores de la milenaria Europa cuna de la
Democracia, del Humanismo ilustrado, y de los Derechos Fundamentales del Hombre.
El mundo al revés, como se puede observar.
No obstante, en este enredado juego de
posiciones ideológicas, donde los idearios de origen parecen incluso
difuminarse en un acto de transformismo para despiste de propios y ajenos,
podemos agrupar las diversas familias políticas que componen el orbe
democrático occidental en dos polos complementarios que no opuestos de una
misma naturaleza política: el pensamiento social democrático y el pensamiento
liberal, cuya diferencia radica en el tamaño de la sombra alargada del poder
del Estado Democrático en el marco de una economía capitalista. Apostillando a
lateral de página que los ultraliberales, en contra de lo que se puede creer,
no son una corriente política sino económica stricto sensu que operan
como verdaderos lobbys del Mercado.
Y en este juego del trile, donde
la bolita ideológica se mueve entre diversos cubiletes políticos sobre el
tablero democrático, servidor se declara políticamente senoidal. Pues no me
sonrojo al afirmar que alterno entre los polos de la socialdemocracia y el
liberalismo a través de un tiempo democrático continuamente variable como es el
Estado de Bienestar Social. O, ¿acaso no se puede ser social democrático para
unos temas y liberal para otros? Y más en una sociedad tan compleja como la
actual. Consciente que habrá quienes, de mentalidad tan simple como obtusa,
consideren esta posición político vital como incoherente. A estos puritanos,
tan solo dejarles a desarrollar un axioma para su entretenimiento, si es que se
precian: no hay nada más incoherente bajo postulados puritanistas que el
comunismo capitalista de la primera potencia económica mundial como es China.
Dicho lo cual, en el contexto
presente de una gran desigualdad social entre pobres y ricos, donde los pobres
no tienen garantizada una vida digna al no poder acceder a los mínimos vitales
para su subsistencia (como es trabajo, vivienda, alimentación e incluso educación
universitaria), me declaro socialdemócrata respecto a la redistribución de las
rentas como medio necesario para alcanzar la tan anhelada Justicia Social, el
cual es un valor profundamente humanista. Es decir, me reafirmo tan comunista
como Keynes, el FMI o la Administración norteamericana de Biden.
Y tras el presente alegato, a
aquellos que aun persisten en señalarnos como comunistas invitarles a que
vuelvan a escolarizarse para beneficio de una sociedad más ilustrada, ¡por
favor!, así como reclamar a nuestros representantes políticos a que abandonen
la inopia de su gobernanza para apostar, de manera firme y decidida, por la urgente
salvaguarda de dos de los principios rectores de la Democracia como son la
Igualdad de Oportunidades y la Justicia Social. Dixi!