Nadie puede discutir a estas
alturas que nos encontramos en la era de las neurociencias, díganse
neuromatketing, neuromanagement, neurocoaching, neuroeconomía, neurolingüística,
o neuropsicología, entre otras muchas neuroías. De hecho, si hoy en día nos encontramos
con una materia de estudio exenta del prefijo “neuro-“ la concebimos, de manera
prejuiciosa, como un conocimiento no actualizado a los tiempos presentes y, por
tanto, exento de interés real por percibido como caducado. La razón principal de
este hecho es que el hombre ha encontrado en la adolescente neurociencia la
piedra filosofal, o mejor dicho el conversor perfecto en términos de
eficiencia, efectividad y eficacia, para adaptar el conocimiento de cualquier
materia a escala humana, y más específicamente a nivel de utilidad práctica.
Pues, al fin y al cabo, en nuestra pequeña cosmología conocida, todo el
conocimiento generado orbita alrededor de un único astro rey: el hombre, ya sea
para provecho o por egocentrismo humano.Macaco de Neurolink controlando un videojuego con la mente
Y si bien la neurociencia se
enfoca a nivel general en el estudio de las bases biológicas de la cognición y
la conducta humana, poniendo énfasis en materias de conocimiento concretas como
la consciencia, la percepción, el aprendizaje, la memoria, la plasticidad
neuronal, el desarrollo y la evolución, los sueños, el lenguaje, o las
enfermedades, principalmente. No es menos cierto que en una sociedad construida
sobre la lógica del Mercado de la oferta y la demanda como motor de desarrollo
social, la neurociencia se ha erigido en el rey Midas capaz de transformar cierto
tipo de emoción, atención y memoria evocados en los seres humanos -conocimiento
y manipulación mediante-, en procesos inducidos externamente para la toma de
decisiones de consumo concreto de éstos (nosotros) para beneficio del propio
Mercado. (Ver: El “Conócete a ti mismo” lo ejerce el Mercado por nosotros). Es
decir, la neurociencia aplicada al consumo de masas no es más que el arte mayor
de la práctica del condicionamiento, propio del modelo estímulo-respuesta del perro
de Pavlov, aplicada con maestría al hombre en condición de consumidor.
Un fenómeno social, plenamente
normalizado por sociabilizado, que va a ser objeto de un salto cualitativo sin
precedentes en la historia de la especie humana con la denominada
neurotecnología, la cual busca conectar de manera directa el cerebro humano con
cerebros artificiales en un mundo vertebrado por internet. El máximo exponente
de esta nueva realidad disruptiva la encontramos en el proyecto Neuralink que
avanza viento en popa a toda vela (como diría Espronceda), tal y como pone en
evidencia un vídeo recientemente publicado por la propia compañía en la que se
puede ver a un macaco de nueve años jugando a un videojuego mediante control
mental (Ver vídeo). En realidad, se trata de una interfaz cerebro-máquina, que
consta de una serie de hilos muy finos, dotados de electrodos, que se implantan
en el cráneo, los cuales captan las señales del cerebro y las traducen en
movimientos a distancia sobre las máquinas objeto de uso, sin necesidad de que
intervenga nuestro sistema locomotor. O, dicho en otras palabras, la
telequinesia se hace realidad gracias a la neurociencia.
No obstante, en un inminente nuevo
mundo donde cerebro humano y artificial estarán interconectados, uno no puede
dejar de preguntarse si la comunicación o transmisión de datos va a ser solo de
un único sentido donde el hombre tendrá control exclusivo sobre la máquina, o si
en cambio el intercambio de información acabará produciéndose en ambos
sentidos, dando lugar a que la máquina pueda asimismo ejercer cierto nivel de sugestión
e incluso control sobre la mente humana. Un escenario éste último nada
descartable en una sociedad fundamentada sobre la lógica del Mercado, el cual
es una evidencia empírica diaria su clara intencionalidad de influenciar,
control sensitivo mediante a través del conocimiento del neuromarketing, la
propia conducta humana en una hegemónica sociedad de consumo. Es decir, ¿quién
pondría la mano en el fuego negando la posibilidad futura en que la
neurotecnología basada en la interfaz cerebro-máquina acabe manipulando
emociones, atenciones y memorias del ser humano para inducirlo a un control
dirigido respecto a sus hábitos y costumbres conductuales cotidianos? Y más en
un nuevo mundo donde la Democracia, a cada día que pasa, queda cada vez
mayormente supeditada a la Dictadura de los Mercados. (Ver: Neurotecnología: el peligro de la pérdida de control sobre la percepción de la realidad).
Lo que queda claro es que la
neurotecnología de perfil Neuralink es, por esencia, un proceso evidentemente
de Transhumanismo que busca evolucionar por transformación al ser humano en un
Posthumano mediante la tecnología con base interfaz cerebro-máquina. [Ver: El Transhumanismo, el lobo (del Mercado) con piel de cordero]. Lo cual genera a todas luces un profundo debate
ético tanto en el ámbito de la Filosofía de la Ética clásica, por afectar a la
naturaleza ontológica del hombre, como en el ámbito de la Roboética, por
afectar a los presuntos principios éticos de la robología como límites
aceptables con respecto al libre albedrío de la vida humana consciente. Por lo
que en este asunto de crucial relevancia para la especie humana no podemos
dejar la Ética de algo tan trascendental como lo es nuestra propia evolución en
manos exclusivas de intereses del Mercado y, por defecto, en manos de los
ingenieros informáticos bajo nómina de los primeros. (Ver: La Ética mundial no puede estar en manos de los ingenieros informáticos).
Cabe recordar, para posibles
despistados u olvidadizos, que el actual siglo XXI se caracteriza por la
consolidación de la omnipresencia digital en la vida del ser humano, la cual es
la fuerza motriz de la economía de las sociedades contemporáneas de consumo sin
opción a alternativa plausible, y que a su vez está monopolizada por grandes
compañías mercantiles tecnológicas por todos conocidas que, por su tamaño y
poder financiero, escapan al control del gobierno de los pueblos (Democracia).
Como asimismo cabe recordar que, de existir la mitológica Caja de Pandora, esta
no se hallaría en ningún otro lugar que en el interior del cerebro humano. De
lo que se deduce un gran peligro evidente, fruto de potenciales horizontes
futuros distópicos imaginables por desigualitarios, frente al hecho que un
poder tan devastador como el presumible a una Caja de Pandora humana pueda
quedar bajo control de un solo click y a merced de cualquier holding
tecnológico privado. Sin descartar por defecto y como mal menor una más que segura
aceptación social al uso partidista mercantil de las interfaces cerebro humano
y artificial, para un posible control profundo de masas. Una suma de historias posibles cuyo
horizonte a vislumbrar debe hacernos plantear seriamente dónde quedaría la
consciencia, el libre albedrío y el pensamiento crítico de las personas a
título individual.
Muy a pesar, parece claro que una
vez que las interfaces cerebro-máquina se popularicen por lógica comercial -pues
poderoso Caballero es Don Dinero, como versaba Quevedo-, pocos serán los que se
resistan a ellas por un simple impulso existencial de intentar no quedar rezagados
ni excluidos en un mal entendido principio de igualdad de oportunidades
universal, en el contexto sociológico de un mercado de consumo digital, ciegos
a tan futuribles como certeros controles mentales y conductuales. Y, llegados a
este punto, en contra de lo que afirman los viejos antropólogos, el hombre dejará
de ser un producto cultural incluso anterior a su propia concepción, para
devenir en un producto tecnológico. Aunque servidor, pipa humeante en boca y bajo
deleite del concierto para piano nº 3 de Beethoven de fondo, espera -iluso de
mí- no llegar a verlo en vida. Pues Hombre nací, y resistencia mediante, Posthumano
no quiero morir.