Todo el mundo entiende que la Irreversibilidad es el proceso de un hecho que, una vez producido, no es reversible en el tiempo. En realidad, todos los procesos naturales son irreversibles, tal y como dicta la termodinámica en nuestro universo conocido, pues no podemos retroceder en la línea del tiempo para restaurar una situación resultante a su estado anterior originario. Y aún así, el hombre cotidiano lucha de manera titánica contra la Irreversibilidad de estados existenciales que no le son de su propio agrado con el objetivo de recuperar el anhelado confort de estados pasados. Tal es el caso de millones de desempleados que actualmente viven en una situación de penuria económica y con cargas familiares, determinados en su particular proceso de Irreversibilidad por factores concluyentes varios como lo es la edad en un mercado laboral edadista, es decir, en un contexto profesional donde las personas son discriminadas de facto a partir de los cuarenta años. (Ver: La lacra del siglo XXI: hacerse maduro profesionalmente)
La razón de dicha tenacidad
recurrente por resolver un problema por esencia irresoluble, propio de la
cuadratura del círculo, como es la lucha humana contra la Irreversibilidad, viene
motivado, sin lugar a dudas, por un ancestral impulso de supervivencia de todo
individuo, y en muchos casos por ende familiar -pues individuo y familia constituyen
una misma entidad existencial indisoluble en ciertos estados de evolución vital
de las personas-, que se manifiesta en el hombre a través del comportamiento emocional
de la Esperanza. Entendiendo ésta, la Esperanza, como un estado de ánimo humano,
profundamente humano, basado en la firme creencia e incluso en la fe ciega en
la reversibilidad de la Irreversibilidad. Un oxímoron que, en realidad, solo es
apto para los héroes de Marvel con capacidades de restaurar el estado primigenio
de una circunstancia o hecho ya culminado, modificación molecular de la energía
transformada del espacio-tiempo mediante.
Pero, ciencia ficción aparte, siendo
en verdad la Esperanza una cualidad inherente del ser humano, mientras haya
vida, como reza el refranero popular, hay Esperanza (por superar un estado existencial
de Irreversibilidad). Pues la Esperanza es la fuerza motriz del hombre capaz de
desactivar e incluso resarcir una entropía propia por personal. O, dicho en
otras palabras, la Esperanza deviene la fuente de energía personal de un
individuo capaz de transformar un sistema existencial en desorden, permitiéndole
alcanzar un estado de equilibrio sobre el mismo y en cualquier faceta de su
vida particular, como pueda ser el ámbito laboral y por derivación el económico
de tan rabiosa actualidad.
Todo y así, a nadie se le escapa,
por un lado, que para lograr el punto de entropía humano capaz de revertir una
situación se requiere de un ingente esfuerzo de energía personal sostenida en
el tiempo por parte del individuo, proceso cuya viabilidad viene condicionada
asimismo tanto por la cantidad suficiente de energía vital que posee la persona
(a saber: a mayor edad, menor energía), como por la cualidad de la misma (dígase
en términos de actualización competencial, en un entorno en continuo cambio y
transformación). Un trabajo que, por su naturaleza, bien podemos calificar de herculano para cualquier persona media, lo cual bien puede abocar fácilmente a un
estado emocional de Impotencia vital hasta al más bravo (Ver: La Impotencia, en su falta de fuerza necesaria para el cambio, reorganiza constantemente nuestro universo personal).
Mientras que, por otro lado, resulta
una evidencia que al no existir posibilidad alguna de una Irreversibilidad de
lo que ya No-Es por obviedad física del Principio de Realidad, el reajuste de
la entropía humana no revierte la Irreversibilidad de una situación o hecho por
tratarse de un problema de imposible resolución, sino que más bien la supera -o
mejor dicho la esquiva- mediante la creación de un estado o circunstancia
existencial alternativo con un nuevo sistema de referencias propio y adaptado a
su contexto temporal singular.
Es por ello que podemos afirmar,
visto lo expuesto, que frente a la Irreversibilidad solo cabe la superación
personal por motu propio. Una máxima tan fácil de entender como difícil de
ejecutar, por sus múltiples implicaciones en un contexto VUCA (volátil, incierto,
complejo y ambiguo) como el actual, aunque no por ello irrealizable. (Ver:
Hacer lo Imposible: quinto trabajo del Hércules moderno).
No obstante, en la lucha contra
la Irreversibilidad, cabe remarcar una y tantas veces como sea necesario la
máxima de que mientras haya vida, hay Esperanza (o, al menos, tendría que
haberla, y si no la hay, cabe recuperarla con urgencia). Pues sin Esperanza no
hay capacidad para anular la entropía personal, y sin ésta el hombre -y por
arrastre su familia- pueden verse condenados al ostracismo social por destierro
económico forzoso en una sociedad de consumo donde la justicia social brilla
por su ausencia.
Cierto es que, de la Esperanza a
la desesperanza hay un trecho bien corto (y más en una economía de consumo), en
contraposición al largo camino que presenta la batalla contra la
Irreversibilidad, sobre todo para las personas más entradas en edad por simple
proceso de pérdida progresiva de energía vital (segunda ley de la
termodinámica). Pero no es menos cierto que en la desesperanza no hay ni salud emocional
(con ausencia de autoestima incluida), ni en consecuencia energía personal suficiente
y necesaria para hacer frente a ningún reto que depare la vida, por autoinstaurarse
el cáncer del desánimo con el imaginario de una derrota anunciada. Por lo que ante
la Irreversibilidad no hay opción para la no-Esperanza, a imagen y semejanza de
aquellos aguerridos guerreros de antaño que se lanzaban a una contienda con plena
determinación de presentar pelea sin alternativa posible. ¡A luchar, vencer o
morir!, he aquí el quid de la cuestión como canta la letra de los regulares de
Ceuta y Melilla. O, parafraseando a Shakespeare: “Seguid vuestro ánimo y
mientras atacáis gritad: ¡Dios por Enrique, Inglaterra y San Jorge!”, si bien
cada cual puede clamar como grito de guerra lo que mejor le plazca, solo faltaría. Y aunque se
muera en el intento, que es lo más probable vistas las estadísticas, qué mayor
dignidad para el ser humano que haber vivido luchando en vez de vivir arrodillado.
Sirva esta breve reflexión, así
pues y a su vez, a modo de sentido reconocimiento para todas aquellas personas
que a día de hoy viven verdaderas epopeyas cotidianas, estandarte de la
Esperanza en mano blandida, en su lucha contra una Irreversibilidad fomentada
por un mundo insolidario. Cientos de miles de batallas anónimas tan dignas para
la memoria colectiva, como merecedoras de ser recogidas por los Homeros
contemporáneos para ilustración de generaciones futuras. Pues sobre las
historias presentes de los indómitos frente a una Irreversibilidad laboral y
económica impuesta fuerza mediante por los Señores del Mercado (con complicidad
de los políticos por negligencia manifiesta y omisión del deber al auxilio social), debe
construirse los cimientos de una sociedad más justa y equitativa por ferviente reivindicación popular. Ya que, en caso contrario, no solo estaríamos legitimando
un flagrante atentando contra el derecho a una vida digna para toda persona,
sino asimismo contra la propia fuerza vital revulsiva que caracteriza nuestra
especie humana: la Esperanza.
Dicho lo cual y a partir de aquí solo cabe continuar luchando.