domingo, 25 de abril de 2021

Loa al Chorizo

Foto: Teresa Mas de Roda, 2020 
Si algún gozo me produce esta vida, sin duda debo destacar el comer. ¡Qué gran placer!. Pues debe considerarse el arte de la cocina, a quien docto se precie, como la primera maravilla efímera del mundo, si es que existiera ranking semejante. Y si bien es cierto que en el disfrute de la insaciable gastronomía, culto sensitivo mediante donde la compañía es un grado, proliferan para mi perdición degustativa innumerables piezas maestras con mayor o menor grado de dificultad creativa, no es menos cierto que me debo -por obligatio est gulae vinculum- a ensalzar las propiedades de un embutido curado que aun de humilde por rústica cuna ha sido merecedor, por méritos propios, de selectos paladares reales. Tal es el caso del notable chorizo español.  

Sí, señores, no nos dejemos engañar por su semblante plebeyo, pues el chorizo es el preciado oro rojo de la península ibérica, elevado a joya nacional desde al menos el siglo XVI, donde riojanos, pamploneses, salamantinos, abulenses, segovianos, leoneses, asturianos, navarros y gallegos han sido desde entonces los maestros artesanos. Los cuales, con sus manos diestras en un saber milenario de práctica alquímica, consiguen trascender la muerte del noble y sucio cerdo en pura delicatessen mediante un cuidadoso proceso de curado, aireado o ahumado, que magistralmente adoban con ajo y pimentón. Pura ingesta de grasa saturada, para escándalo de los new healthys, cuyo bocado se convierte en una verdadera experiencia mística casi indescriptible para paladares selectos.

Y si bien es cierto que prefiero el chorizo a la barbacoa, a leña y con fuego lento, tal y como lo preparan mis padres en su justa cocción de sudorosa grasa en su interior y crujiente en su piel exterior, no menosprecio ni enajenado el chorizo cocido para potajes como hacía mi abuela, el chorizo hervido a la sidra, el chorizo cocinado en cuenco de barro con aguardiente o vino blanco, el chorizo sofrito para arroces, el chorizo al horno con patatas, el chorizo a la plancha servido con un trozo de pan al más puro estilo de tapa, y ni mucho menos el chorizo frito ya sea solo o acompañado con pasta como puedan ser con macarrones, como relleno de tortilla, o bien emplatado revuelto con huevos y patatas fritas. Y, eso sí y en todo caso, encumbrados en boca con un buen maridaje de vino tinto placentero. Pues, versionando el refranero, con vino, pan y chorizo se anda el camino.

Chorizos, chistorras, y choricitos, en forma de vela, cular, herradura o ristra, y preferentemente picantes e ibéricos a poder ser, pero chorizos quiero. Quizás el secreto de su mortal adicción resida -pues a nadie escapa que alimenta el colesterol y es enemigo declarado del corazón, mal de nobles inclusive por sus insignes ataques de gota-, en su alto compuesto de tan preciada como melosa panceta, esa grasa entreverada de carne magra que se encuentra bajo la piel del puerco y que se conoce, tras un procesamiento previo, como beicon. Un alimento que si bien es fuente de energía carente de propiedades nutritivas, pues nuestro cuerpo puede producir sus grasas a partir de las reservas de energía excedentes de los carbohidratos -como continuamente me recuerda la sensata de mi mujer Teresa-, no es menos inequívoco que representa un placentero alimento para el ánimo y el espíritu de cualquier mortal.

Todo y así, no es baladí que el chorizo español se haya inmortalizado en cuadros, esculturas, literatura, e incluso utilizado para reproducir música. Y que el mismo Cervantes lo eternizara en la receta del suculento empedrado castellano-manchego que el famoso hidalgo Don Quijote describió para salivación de su fiel amigo Sancho. Pues el chorizo no es comida, sino un icono alimenticio de una rica cultura que antaño fue imperio, y cuya tradición culinaria traspasó ya hace tiempo las fronteras de la península ibérica para conquistar prácticamente toda Latinoamérica.

Sin dejar de mencionar que no es de recibo el uso del vocablo chorizo como sinónimo de ladrón, y aún menos como genérico parejo para con los políticos, pues ni éstos ni aquellos no son merecedores ni de lejos de tan altas cualidades que caracterizan al chorizo, baluarte del trabajador a la par que bon vivant español. Pues lo hacendoso, tras finalizar el jornal, no quita del disfrute por los placeres de la vida. Que el chorizo, merecido revitalizante es, y ladrones y políticos -que tanto montan, montan tanto-, tan solo molestos indigestos son.

Y si bien es verdad que no se puede abusar del chorizo, cuyo consumo adictivo acarrea enfermedades cardiovasculares, ¿quién se niega a poner un chorizo en su vida? Pues la vida es sueño, como lúcidamente apuntó Calderón de la Barca, pero con placenteras ingestas esporádicas de chorizos, sin lugar a dudas, se sueña mucho mejor. Pues, qué decir que chorizo como, luego feliz existo. Dixi!   


sábado, 24 de abril de 2021

¿Somos avatares de un Universo simulado?

Hace unos días atrás volvió a resurgir entre la opinión pública con especial fuerza, medios de comunicación generalistas mediante, la hipótesis de que nuestro Universo podría ser una simulación y los seres humanos personajes que experimentamos la sensación ficticia de estar en él. Una teoría que lanzó hace ya casi una década atrás el filósofo sueco Nick Bostrom de la Universidad de Oxford, quien teorizó sobre la posibilidad de la existencia de inteligencias tecnológicas avanzadas con posibilidad de crear realidades simuladas, en las que podría haber habitantes de inteligencia artificial que pudieran estar viviendo dentro de un juego, como podría ser nuestro caso. O dicho en otras palabras, el hombre podría ser un avatar de un videojuego, cuyo entorno y comportamiento estarían determinados por algoritmos que tienen en cuenta algunas de las variables ambientales y de estado de nosotros mismos en calidad de personajes del juego, donde el software de nuestra realidad simulada no sería otro que la velocidad de la luz, y que asimismo el espacio representaría para nuestro Universo artificial lo que los números lo son para la realidad simulada de cualquier ordenador.

Ciertamente, en un sano ejercicio de transitar fuera de nuestra propia caja, dicha teoría no solo es apta para una entretenida reflexión ociosa capaz de estimular la gimnasia cerebral, que ya de por sí representa una valiosa excusa para el cuidado de la salud neuronal, sino que el planteamiento incluso nos puede llegar a parecer plausible por una simple comparativa con la realidad de la era digital en la que vivimos inmersos. No obstante, si deseamos analizar, aunque sea por puro divertimiento, el grado de veracidad de la hipótesis de la simulación del Universo, estamos obligados a someterla a juicio, principalmente, de las Filosofías de la Metafísica y la Ontología, la Gnoseología y la Epistemología, y de la Lógica, para dar respuesta a las cuatro grandes preguntas que se derivan: ¿qué es la Realidad?, ¿qué es la Verdad?, ¿qué es la Consciencia? y, ¿qué es el Ser Humano?.

La Realidad vs. un Universo simulado

Frente a la pregunta de ¿qué es la Realidad?, apuntar que si partimos de la proposición aceptada científicamente de que la Realidad objetiva no existe, derivado del experimento del “Amigo de Wigner” que ha demostrado que uno o más supuestos de la Realidad objetiva (díganse: los hechos universales existen y son consensuados colectivamente, los observadores tienen libertad de hacer las observaciones que deseen, y que las elecciones de dicha observación por parte de un sujeto no influyen en terceros) siempre son erróneos. (Ver: La realidad objetiva humana no existe fuera del consenso general subjetivo). Podemos concluir la posibilidad teórica de que nuestra Realidad pueda ser fruto de un Universo simulado, por desconocimiento de su naturaleza objetiva última invariable y permanente.

La Verdad vs. un Universo simulado

Por otro lado, frente a la pregunta de ¿qué es la Verdad?, señalar que si partimos de la proposición aceptada científicamente de que el conocimiento empírico, es decir el conocimiento stricto sensu, se deduce a partir de la observación de los efectos de una causa previa objeto de estudio, bajo los principios de la Lógica Aristotélica de No Contradicción, de Identidad, y del Tercero Excluido, proceso cognitivo que realizamos en el contexto de una Realidad objetiva inexistente tal y como se ha expuesto en el punto anterior. (Ver: La Verdad: la gran quimera de los mortales con múltiples caras). Podemos concluir asimismo la posibilidad teórica de que nuestra Verdad pueda ser fruto de un Universo simulado, por desconocimiento de su naturaleza objetiva última invariable y permanente.

La Consciencia vs. un Universo simulado

Mientras que, frente a la pregunta de ¿qué es la Consciencia?, indicar que si partimos de la proposición aceptada científicamente de que la consciencia del ser humano se desarrolla a partir del conocimiento aprehendido y experimentado, el cual parte de raíz de un conocimiento universal apriorístico -lo que Platón definía como Ideas Arquetípicas o lo que los informáticos denominarían datos preprogramados, en calidad de ideas conceptuales básicas para el conjunto de la especie humana-, y todo ello lo encabemos en el contexto de una Realidad y una Verdad objetiva inexistente, como hemos visto anteriormente. (Ver: La consciencia artificial cuestiona la consciencia humana). Podemos concluir, de igual manera, la posibilidad teórica de que nuestra Consciencia pueda ser fruto de un Universo simulado, por desconocimiento de su naturaleza objetiva última invariable y permanente.

El Ser Humano vs. un Universos simulado

Llegados a este punto, y visto el sintetizado análisis expuesto sobre la naturaleza objetiva de la Realidad, la Verdad, y la Consciencia humana, cabe deducir, tomando como referencia plástica la alegoría de la Caverna de Platón, que las sombras proyectadas sobre las paredes de la mítica caverna son, más que meras apariencias proyectadas de la esencia de una realidad verdadera y consciente última, nosotros mismos en condición de seres humanos. O, dicho en otras palabras, podríamos afirmar bajo la lógica de un Universo simulado que: Sombras somos y sombras moriremos.

No obstante, la carencia de objetividad tanto de la Realidad, como por derivación de la Verdad y de la propia Consciencia, que pueden dar cabida a una hipótesis teórica semejante a la del Universo simulado, chocan de frente con un principio objetivo radical por substancialmente total y completo como es la Vida, y más concretamente la vida humana. Principio el cual se basa en la Autopoiesis, es decir la cualidad de un sistema capaz de reproducirse y de mantenerse por sí mismo. Pues los seres vivos somos seres autopoiéticos moleculares, que nos producimos a nosotros mismos, lo cual constituye la esencia de la Vida y del vivir. Un sistema cerrado en continua creación de sí mismo, que se repara, mantiene y modifica autónomamente, conservando nuestra forma identitaria mediante el continuo intercambio y flujo de componentes químicos, como bien definió el biólogo Humberto Marutana en la pasada década de los años setenta. Un axioma que contradice de facto, a examen de los principios que rige la Lógica pura, con el supuesto teórico de que la naturaleza del ser humano se reduzca a un simple avatar como representación virtual de una inteligencia superior que se recrea en una especie de videojuego cósmico.

Y aún más, si la Vida es por tanto una entidad objetiva por idiosincrasia, y por extensión el ser humano como ser vivo que es, asimismo lo es su propia consciencia. Pues ser humano y consciencia son partes tan indivisibles como inherentes. Objetivación categórica que no así puede afirmarse de la Realidad y la Verdad, naturalezas estas imperfectas por ambiguas y complejas que no obstante el ser humano puede llegar a trascenderlas a través de su propia consciencia, raciocinio y pensamiento crítico mediante, en su búsqueda continua y progresiva del conocimiento esencial de las cosas. Sabedores, a su vez, que el Universo (aun por conocer) se compone de múltiples microcosmos escalables e interconectados.

Es por ello que como respuesta a la pregunta objeto de la presente reflexión, que plantea si los seres humanos somos avatares de un Universo simulado por inteligencia artificial, cabe concluir categóricamente que no lo somos. A pesar de lo que opinen y promulguen públicamente amantes de la ciencia ficción como lo son, entre otros, Elon Musk, el multimillonario propietario de compañías tecnológicas vanguardistas como SpaceX o Neuralink. ¿No será acaso que nos quieren impregnar de tal delirante idea con el propósito, llegado a un punto de inflexión de masa crítica poblacional creyente, de implementar una actitud voluntaria de sumisión existencial aún mayor en el conjunto de los ciudadanos-consumidores? Pues, al fin y al cabo, en un Universo simulado donde el hombre es un simple avatar, ¿qué puede hacer éste más que aceptar que su vida no le pertenece, y por tanto someterse a la situación que le toque vivir?. O, lo que es lo mismo, someterse a la restauración hegemónica del Dios condicionador de la Edad Media en una versión contemporánea más actualizada de perfil tecnológico y extraterrestre. Dios ha muerto, ¡viva (el nuevo) Dios!, para rédito de su hijo el Mercado. Aunque claro, esto no será…

Para simulador de Universos, el propio ser humano. Pues solo en nuestro planeta existen tantos universos simulados como personas existen. (Ver: ¿Y si el Universo fuera el cerebro de un ser superior? En tal caso, ¿existe Dios?, y ¿qué es el hombre?) Como seres autopoiéticos con consciencia propia, nos sobra inteligencia para cocrear universos posibles. Versionando el refranero: cada uno en su casa (creando su propio Universo personal), y el Tecnodios en casa de todos (cuidando de su Mercado). Es por ello que en estos tiempos de realidad virtual hay que ser precavidos, no sea que nos den libre albedrío por megabytes condicionables.


viernes, 23 de abril de 2021

Carlota escapa de Sant Jordi a lomos del dragón para conquistar el mundo

Hoy, sin lugar a dudas, es un día cargado de magia. Pues hoy es el día preciso en el que se abre una puerta dimensional tras dieciocho años gestándose, por la que mi hija Carlota se adentra ilusionada y con paso firme para transitar por un nuevo y maravilloso mundo por descubrir: su propia vida. Qué decir que desde la distancia existencial puedo observar cómo Carlota, minutos antes de dejarse engullir por la espiral espacio-temporal succionadora, estudia curiosa con su mente analítica por racional las propiedades químicas, fuerzas físicas intervinientes, composición algorítmica, e incluso naturaleza tecnológica de dicho portal dimensional de no retorno. Así como puedo percibir a su vez y desde la distancia las ondas vibratorias producidas por el tamboreo de guerra de su propio corazón excitado, como acto reflejo de una fuerza emocional decidida que la impulsa irrefrenablemente a salir a conquistar el mundo a lomos -como mujer empoderada que es- del dragón de la leyenda de Sant Jordi.

Carlota, mi querida hija mayor, hoy cumple dieciocho bellos años. Y en su tránsito hacia un horizonte sin más futuros posibles que el que ella desee crearse, aun contra viento y marea en un ensombrecido mundo de adultos, emprende su viaje iniciático con la antorcha personal, mano enarbolada en alto, del credo que reza en su fuero interno de no permitirse dejar de soñar. Sin más compañero de camino que la bestia del dragón de su fuerte carácter domesticado, y sin más cortejo desacomplejado que su propia inteligente y sensible personalidad, sabedora que los príncipes azules, tal y como bien decreta mi mujer Teresa, acaban destiñendo.

Pues si algo no es Carlota es precisamente una princesa arquetípica al uso propia de la leyenda de Sant Jordi y el dragón, una versión ésta distorsionada sea dicho de paso del mito griego del Minotauro (que inspiró el nombre de su hermana pequeña, Ariadna), sino que en contraposición su esencia se proyecta al mundo como una verdadera amazona fuerte e independiente. Sin más armas para afrontar los retos de la vida, como buena amazona que es, que su arco (corazón) y sus flechas (mente), en perfecta tensa alineación disciplinada para lograr sus objetivos. Consciente que si bien la fuerza de sus flechas se untan en el ungüento de aforismos morales que su mortal e imperfecto padre, con cariño y tesón, ha ido elaborando a lo largo de su tierna infancia y adolescencia para su aljaba (ver: Aforismos para Carlota), es a partir de ahora cometido suyo el construir su propia filosofía de vida a la luz de una autoestima personal regia. Pues tuyo es, Carlota, el deber y la responsabilidad de crear tu propio mundo, ese futuro que quieres, desde el único tiempo que ciertamente posees: el presente. Que se llama precisamente presente porque es un regalo, no lo olvides. Carpe diem.

Hoy cumples dieciocho años, cariño. Momento justo en el que la conjunción de nuestros universos comienza a separarse, progresiva e ineludiblemente por ley de vida, para dar paso a dos cosmologías existenciales diferentes con personalidad propia, pero no por ello incomunicadas. Pues los padres, como bien sabes, llegados a tu edad nos trascendemos como constelación del firmamento, a imagen y semejanza de la osa mayor, a la que siempre puedes buscar para reencontrar y reafirmar tu norte, si así lo precisas.

Hoy celebro con mayor gozo si cabe este señalado día de la festividad de Sant Jordi, porque con sentido orgullo veo cómo ha florecido repleta de belleza y fuerza vital una de mis más queridas rosas: tú, Carlota. Una de mis dos obras magnas que, como humilde poietes en el más estricto sentido griego de cocreador, inicié hace dieciocho años atrás con el ferviente deseo de que llegara un día, tal como hoy, en el que tú misma recogieras libre e independiente el relevo para seguir escribiendo éste que no es mi libro existencial, sino el tuyo propio por derecho de nacimiento. Tuya es la pluma de tu destino, con la que debes escribir tu historia personal en el libro del paso por la vida. Una pluma que como descubrirás a veces se convierte en una pesada carga, pero que siempre se mostrará liviana desde una férrea actitud de fidelidad a ti misma: la única manera posible de vivir desde tu autenticidad contigo misma y frente a los demás (lo que a mí me gusta llamar Autoridad Interior), puerta exclusiva de acceso a la felicidad personal como estado de consciencia. Y ten presente que no hay Libertad sin libre albedrío, ni éste sin una consciencia propia a la luz del pensamiento crítico, pues de lo contrario puedes caer en el peligro de vivir desde el Yo de los otros donde los sueños propios se marchitan, siendo pasto para el control de masas en beneficio de terceros. Ya que la Libertad personal, si de verdad la deseas, solo se conquista cuando uno se atreve a Saber: Libertas capitur, sapere aude.

Y como colofón y sin ánimo deliberado de alargarme más ;-), recuerda siempre la antigua e ilustradora divisa de la saga de los Mármol de la que desciendes, cariño, la cual reza: Post deum veritas, nosce te ipsum (Superado dios, la Verdad. Conócete a ti misma). Que las Moiras te sonrían en tu apasionante viaje del vivir. T’estimo!

 

Barcelona, a 23 de abril de 2021

Día de Sant Jordi / 18º aniversario de Carlota

domingo, 18 de abril de 2021

La cultura del porro o la autozombificación voluntaria de la sociedad

Hace días que me ronda por la cabeza escribir sobre la práctica común de fumar cigarrillos de cannabis o marihuana, más coloquialmente conocidos como porros. Una costumbre que se ha generalizado desde hace algunos pocos años atrás, hasta el punto de convertirse en un hábito social entre jóvenes y adultos (al menos en la costa mediterránea occidental donde resido), dando lugar a que su inconfundible olor -que por otra parte debo admitir que me ofende profundamente- aromatice calles y otros espacios públicos de nuestras ciudades en plena era digital.

Reflexionar sobre los porros como efecto sociológico es, asimismo, adentrarse como objeto de análisis en el mundo de las drogas urbanitas y rurales. Una temática en la que no caben los aspavientos escandalizados, pues tanto el consumo de drogas es una constante patente a lo largo de la historia de la humanidad, como por otro lado resulta ser -para conocimiento de algunos- un hábito compartido con el conjunto del reino animal. De hecho, Darwin ya observó hace más de 200 años que al menos media docena de animales se drogaban, y hoy conocemos -documentales televisivos mediante- que animales percibidos por la mentalidad colectiva bajo un estereotipo imaginario de pura inocencia se drogan. Tal es el caso de los inteligentes y sensibles delfines que ingieren pequeñas dosis de la toxina del pez globo para experimentar un subidón, o los entrañables renos que de vez en cuando dan deliberadamente algún mordisco a una seta alucinógena para permitirse volverse un poco locos durante un tiempo, sin descartar a algún que otro primate como los simpáticos lémures de Madagascar que se “colocan” refregándose un insecto milpiés que contiene una sustancia estupefaciente. Y entre la amplia gama de especies animales catalogados a día de hoy que se drogan no quiero dejar de reseñar, por su ejemplaridad para el caso que nos ocupa, a los enormes y dóciles búfalos de agua de la zona de Vietnam que en los años sesenta del siglo pasado comenzaron a alimentarse de amapolas, la cuales odiaban, y no porque no tuvieran otras fuentes de alimentación, sino por sus efectos alucinógenos para tranquilizar su estrés causado por las bombas norteamericanas en la famosa por trágica guerra del Vietnam (1955-1975). Lo cual, como apunte en el lateral de página, nos evidencia de la inteligencia de los animales, pues la solución de problemas constata una clara señal de inteligencia que no es exclusivamente humana, aunque esta es harina de otro costal. O, dicho en otras palabras y volviendo al redil, el uso del consumo de drogas es una costumbre genérica en el reino animal, del que forma parte indiscutible la familia humana, para evadirse temporalmente de un entorno o realidad concreta.

Llegados a este punto, y zoología e incluso antropología aparte, es una obviedad que existen tantos tipos de drogas como niveles y grados de estupefacientes existentes, incluidos los farmacológicos como pueda ser el famoso Prozac. Pero de entre todos ellos, el que me interesa en la presente reflexión, y volviendo al inicio de la cuestión, es el denominado popularmente como porro. Sobre los efectos del porro en la personalidad existe mucha literatura, destacando como rasgos principales de su consumo la propensión a una menor motivación, una reducción de la energía, cambios emocionales, disminución del libido, alteraciones del sueño, degradación de las facultades cognitivas, e incluso aparición de brotes psicóticos y trastornos esquizofrénicos. Efectos que, en el caso de personas que fuman porros de manera habitual, acaban desarrollando en los individuos el denominado Síndrome Amotivacional de la Marihuana, cuyas consecuencias son de obligada mención por su singularidad: carácter apático generalizado, pérdida de ambición (la persona se ve incapaz de marcarse objetivos y metas vitales), pasividad constante con el entorno más inmediato, conformismo y actitud perezosa, olvido de los ideales y de los valores morales, incapacidad para conectar con las emociones, aislamiento social, introversión progresiva, episodios de tristeza aleatorios, imposibilidad de mostrar y/o sentir afecto, degradación de la capacidad para relacionarse socialmente, reducción de la calidad de las facultades cognitivas (menor inteligencia progresiva), abandono de la higiene personal, y dificultad para tener relaciones sexuales. Y ello sin dejar de apuntar con especial relevancia que el consumo habitual de porros entre adolescentes, quienes cabe recordar se encuentran en pleno estado de su desarrollo neurológico, está directamente relacionado con un deterioro significativo de su propia inteligencia por muerte o degradación de las células cerebrales, viéndose mermada seriamente su capacidad intelectual como futuros adultos en potencia. Es decir, y describiéndolo en plata, el consumo de porros hace más tontos a nuestros jóvenes de por vida, condenándolos a ser carne de cañón: lo que Marx calificaba como cuadrillas de trabajo y, en su defecto, población obrera sobrante (por parte del Mercado). Una perla, vaya.

Expuesto lo cual, situémonos en contexto: vivimos en una sociedad moderna en la que el fumar porros se ha normalizado de facto por sociabilizado ya desde edades tempranas (12-14 años). La causa del fenómeno social es clara: la búsqueda fácil y rápida de la autoenajenación voluntaria por parte de individuos ante una realidad percibida como no agradable, por compleja y problemática en una sociedad de consumo desigualitaria cada vez más polarizada incapaz de dar respuesta a las necesidades de autorrealización personal (El Estado de Bienestar Social en el orbe occidental, teórico garante del Principio de Igualdad de oportunidades, ni está, ni se le espera en un horizonte próximo). Así como, en el reverso de la misma moneda, el efecto del fenómeno social también es diáfanamente claro: los miembros partícipes de dicha sociedad sin vistas de futuros posibles optan voluntariamente por la autozombificación, en un acto reflejo de simple y puro instinto de supervivencia existencial. Un letargo mental y emocional autoinducido como vía de escape a una realidad tan consciente como subconscientemente desagradable. Un rasgo conductual propio de individuos sin carácter que se ve potenciado, a su vez, por una cultura hedonista integrada y retroalimentada por una sociedad de consumo cuya máxima es la experiencia del placer sensitivo inmediato como bien superior. (Ver: La sociedad fomenta vicios cuya adicción menoscaba la libre voluntad del individuo).

Qué decir que los hombres somos animales sociales como bien definió Aristóteles, pero seres animales al fin y al cabo, los cuales respondemos a los impulsos de la sociedad de la que participamos, como más adelante desarrolló extensamente Rousseau. Por lo que las personas que han optado por el consumo habitual de porros poco se diferencian de los búfalos de Vietnam que ingieren amapolas para reducir su nivel de estrés producido por un entorno claramente hostil. Aunque a nadie se le escapa el hecho que entre el hombre y el búfalo, por poner un ejemplo comparativo con el resto del reino animal, existe un abismo diferencial determinado por la consciencia, la actitud, la capacidad intelectual y el libre albedrío propio del ser humano. Factores éstos inherentes a nuestra naturaleza humana que, asimismo, requieren cultivarse y desarrollarse óptimamente, en pos que toda persona a título individual pueda trascenderse sobre su propia naturaleza animal substancial en calidad de ser humano en plena realización de sus facultades psicoemocionales. Una responsabilidad o deber vital que si bien es cierta e intrínsecamente individual a toda persona, por devenir seres sociales no queda exenta de una exigible corresponsabilidad por parte tanto del sistema educativo, como por extrapolación de los propios gobernantes que con sus políticas presentes cocrean el modelo de sociedad en el que vivimos.

Que vivimos en una sociedad en proceso progresivo de zombificación es un hecho, a tenor del grado de sociabilización del consumo de porros, realidad que se puede medir empíricamente por el penetrante y desagradable olor que invade sin pudor alguno espacios públicos y privados. Por lo que uno no puede dar crédito al alto grado de permisividad institucionalizada de dicho fenómeno sociológico, a no ser que se busque -con premeditación, nocturnidad y alevosía mediante- precisamente el rasgo característico por esencia del citado efecto de zombificación: ciudadanos atontados y aturdidos carentes de voluntad propia. Es decir, carne de cañón tan controlable como maleable por el establishment imperante. Es por ello que frente a la presente realidad, no puedo más que recetar, a las pocas mentes lúcidas que aún resisten, que consuman menos porros y más Platón.


domingo, 11 de abril de 2021

La Neurotecnología, el paso del Hombre libre a un Posthumano mentalmente controlado

Macaco de Neurolink controlando un videojuego con la mente
Nadie puede discutir a estas alturas que nos encontramos en la era de las neurociencias, díganse neuromatketing, neuromanagement, neurocoaching, neuroeconomía, neurolingüística, o neuropsicología, entre otras muchas neuroías. De hecho, si hoy en día nos encontramos con una materia de estudio exenta del prefijo “neuro-“ la concebimos, de manera prejuiciosa, como un conocimiento no actualizado a los tiempos presentes y, por tanto, exento de interés real por percibido como caducado. La razón principal de este hecho es que el hombre ha encontrado en la adolescente neurociencia la piedra filosofal, o mejor dicho el conversor perfecto en términos de eficiencia, efectividad y eficacia, para adaptar el conocimiento de cualquier materia a escala humana, y más específicamente a nivel de utilidad práctica. Pues, al fin y al cabo, en nuestra pequeña cosmología conocida, todo el conocimiento generado orbita alrededor de un único astro rey: el hombre, ya sea para provecho o por egocentrismo humano.

Y si bien la neurociencia se enfoca a nivel general en el estudio de las bases biológicas de la cognición y la conducta humana, poniendo énfasis en materias de conocimiento concretas como la consciencia, la percepción, el aprendizaje, la memoria, la plasticidad neuronal, el desarrollo y la evolución, los sueños, el lenguaje, o las enfermedades, principalmente. No es menos cierto que en una sociedad construida sobre la lógica del Mercado de la oferta y la demanda como motor de desarrollo social, la neurociencia se ha erigido en el rey Midas capaz de transformar cierto tipo de emoción, atención y memoria evocados en los seres humanos -conocimiento y manipulación mediante-, en procesos inducidos externamente para la toma de decisiones de consumo concreto de éstos (nosotros) para beneficio del propio Mercado. (Ver: El “Conócete a ti mismo” lo ejerce el Mercado por nosotros). Es decir, la neurociencia aplicada al consumo de masas no es más que el arte mayor de la práctica del condicionamiento, propio del modelo estímulo-respuesta del perro de Pavlov, aplicada con maestría al hombre en condición de consumidor.

Un fenómeno social, plenamente normalizado por sociabilizado, que va a ser objeto de un salto cualitativo sin precedentes en la historia de la especie humana con la denominada neurotecnología, la cual busca conectar de manera directa el cerebro humano con cerebros artificiales en un mundo vertebrado por internet. El máximo exponente de esta nueva realidad disruptiva la encontramos en el proyecto Neuralink que avanza viento en popa a toda vela (como diría Espronceda), tal y como pone en evidencia un vídeo recientemente publicado por la propia compañía en la que se puede ver a un macaco de nueve años jugando a un videojuego mediante control mental (Ver vídeo). En realidad, se trata de una interfaz cerebro-máquina, que consta de una serie de hilos muy finos, dotados de electrodos, que se implantan en el cráneo, los cuales captan las señales del cerebro y las traducen en movimientos a distancia sobre las máquinas objeto de uso, sin necesidad de que intervenga nuestro sistema locomotor. O, dicho en otras palabras, la telequinesia se hace realidad gracias a la neurociencia.

No obstante, en un inminente nuevo mundo donde cerebro humano y artificial estarán interconectados, uno no puede dejar de preguntarse si la comunicación o transmisión de datos va a ser solo de un único sentido donde el hombre tendrá control exclusivo sobre la máquina, o si en cambio el intercambio de información acabará produciéndose en ambos sentidos, dando lugar a que la máquina pueda asimismo ejercer cierto nivel de sugestión e incluso control sobre la mente humana. Un escenario éste último nada descartable en una sociedad fundamentada sobre la lógica del Mercado, el cual es una evidencia empírica diaria su clara intencionalidad de influenciar, control sensitivo mediante a través del conocimiento del neuromarketing, la propia conducta humana en una hegemónica sociedad de consumo. Es decir, ¿quién pondría la mano en el fuego negando la posibilidad futura en que la neurotecnología basada en la interfaz cerebro-máquina acabe manipulando emociones, atenciones y memorias del ser humano para inducirlo a un control dirigido respecto a sus hábitos y costumbres conductuales cotidianos? Y más en un nuevo mundo donde la Democracia, a cada día que pasa, queda cada vez mayormente supeditada a la Dictadura de los Mercados. (Ver: Neurotecnología: el peligro de la pérdida de control sobre la percepción de la realidad).

Lo que queda claro es que la neurotecnología de perfil Neuralink es, por esencia, un proceso evidentemente de Transhumanismo que busca evolucionar por transformación al ser humano en un Posthumano mediante la tecnología con base interfaz cerebro-máquina.  [Ver: El Transhumanismo, el lobo (del Mercado) con piel de cordero]. Lo cual genera a todas luces un profundo debate ético tanto en el ámbito de la Filosofía de la Ética clásica, por afectar a la naturaleza ontológica del hombre, como en el ámbito de la Roboética, por afectar a los presuntos principios éticos de la robología como límites aceptables con respecto al libre albedrío de la vida humana consciente. Por lo que en este asunto de crucial relevancia para la especie humana no podemos dejar la Ética de algo tan trascendental como lo es nuestra propia evolución en manos exclusivas de intereses del Mercado y, por defecto, en manos de los ingenieros informáticos bajo nómina de los primeros. (Ver: La Ética mundial no puede estar en manos de los ingenieros informáticos).

Cabe recordar, para posibles despistados u olvidadizos, que el actual siglo XXI se caracteriza por la consolidación de la omnipresencia digital en la vida del ser humano, la cual es la fuerza motriz de la economía de las sociedades contemporáneas de consumo sin opción a alternativa plausible, y que a su vez está monopolizada por grandes compañías mercantiles tecnológicas por todos conocidas que, por su tamaño y poder financiero, escapan al control del gobierno de los pueblos (Democracia). Como asimismo cabe recordar que, de existir la mitológica Caja de Pandora, esta no se hallaría en ningún otro lugar que en el interior del cerebro humano. De lo que se deduce un gran peligro evidente, fruto de potenciales horizontes futuros distópicos imaginables por desigualitarios, frente al hecho que un poder tan devastador como el presumible a una Caja de Pandora humana pueda quedar bajo control de un solo click y a merced de cualquier holding tecnológico privado. Sin descartar por defecto y como mal menor una más que segura aceptación social al uso partidista mercantil de las interfaces cerebro humano y artificial, para un posible control profundo de masas. Una suma de historias posibles cuyo horizonte a vislumbrar debe hacernos plantear seriamente dónde quedaría la consciencia, el libre albedrío y el pensamiento crítico de las personas a título individual.

Muy a pesar, parece claro que una vez que las interfaces cerebro-máquina se popularicen por lógica comercial -pues poderoso Caballero es Don Dinero, como versaba Quevedo-, pocos serán los que se resistan a ellas por un simple impulso existencial de intentar no quedar rezagados ni excluidos en un mal entendido principio de igualdad de oportunidades universal, en el contexto sociológico de un mercado de consumo digital, ciegos a tan futuribles como certeros controles mentales y conductuales. Y, llegados a este punto, en contra de lo que afirman los viejos antropólogos, el hombre dejará de ser un producto cultural incluso anterior a su propia concepción, para devenir en un producto tecnológico. Aunque servidor, pipa humeante en boca y bajo deleite del concierto para piano nº 3 de Beethoven de fondo, espera -iluso de mí- no llegar a verlo en vida. Pues Hombre nací, y resistencia mediante, Posthumano no quiero morir.  


 

sábado, 3 de abril de 2021

Frente a la Irreversibilidad de una situación: ¡A luchar, vencer o morir!

Todo el mundo entiende que la Irreversibilidad es el proceso de un hecho que, una vez producido, no es reversible en el tiempo. En realidad, todos los procesos naturales son irreversibles, tal y como dicta la termodinámica en nuestro universo conocido, pues no podemos retroceder en la línea del tiempo para restaurar una situación resultante a su estado anterior originario. Y aún así, el hombre cotidiano lucha de manera titánica contra la Irreversibilidad de estados existenciales que no le son de su propio agrado con el objetivo de recuperar el anhelado confort de estados pasados. Tal es el caso de millones de desempleados que actualmente viven en una situación de penuria económica y con cargas familiares, determinados en su particular proceso de Irreversibilidad por factores concluyentes varios como lo es la edad en un mercado laboral edadista, es decir, en un contexto profesional donde las personas son discriminadas de facto a partir de los cuarenta años. (Ver: La lacra del siglo XXI: hacerse maduro profesionalmente)

La razón de dicha tenacidad recurrente por resolver un problema por esencia irresoluble, propio de la cuadratura del círculo, como es la lucha humana contra la Irreversibilidad, viene motivado, sin lugar a dudas, por un ancestral impulso de supervivencia de todo individuo, y en muchos casos por ende familiar -pues individuo y familia constituyen una misma entidad existencial indisoluble en ciertos estados de evolución vital de las personas-, que se manifiesta en el hombre a través del comportamiento emocional de la Esperanza. Entendiendo ésta, la Esperanza, como un estado de ánimo humano, profundamente humano, basado en la firme creencia e incluso en la fe ciega en la reversibilidad de la Irreversibilidad. Un oxímoron que, en realidad, solo es apto para los héroes de Marvel con capacidades de restaurar el estado primigenio de una circunstancia o hecho ya culminado, modificación molecular de la energía transformada del espacio-tiempo mediante.

Pero, ciencia ficción aparte, siendo en verdad la Esperanza una cualidad inherente del ser humano, mientras haya vida, como reza el refranero popular, hay Esperanza (por superar un estado existencial de Irreversibilidad). Pues la Esperanza es la fuerza motriz del hombre capaz de desactivar e incluso resarcir una entropía propia por personal. O, dicho en otras palabras, la Esperanza deviene la fuente de energía personal de un individuo capaz de transformar un sistema existencial en desorden, permitiéndole alcanzar un estado de equilibrio sobre el mismo y en cualquier faceta de su vida particular, como pueda ser el ámbito laboral y por derivación el económico de tan rabiosa actualidad.

Todo y así, a nadie se le escapa, por un lado, que para lograr el punto de entropía humano capaz de revertir una situación se requiere de un ingente esfuerzo de energía personal sostenida en el tiempo por parte del individuo, proceso cuya viabilidad viene condicionada asimismo tanto por la cantidad suficiente de energía vital que posee la persona (a saber: a mayor edad, menor energía), como por la cualidad de la misma (dígase en términos de actualización competencial, en un entorno en continuo cambio y transformación). Un trabajo que, por su naturaleza, bien podemos calificar de herculano para cualquier persona media, lo cual bien puede abocar fácilmente a un estado emocional de Impotencia vital hasta al más bravo (Ver: La Impotencia, en su falta de fuerza necesaria para el cambio, reorganiza constantemente nuestro universo personal).

Mientras que, por otro lado, resulta una evidencia que al no existir posibilidad alguna de una Irreversibilidad de lo que ya No-Es por obviedad física del Principio de Realidad, el reajuste de la entropía humana no revierte la Irreversibilidad de una situación o hecho por tratarse de un problema de imposible resolución, sino que más bien la supera -o mejor dicho la esquiva- mediante la creación de un estado o circunstancia existencial alternativo con un nuevo sistema de referencias propio y adaptado a su contexto temporal singular.

Es por ello que podemos afirmar, visto lo expuesto, que frente a la Irreversibilidad solo cabe la superación personal por motu propio. Una máxima tan fácil de entender como difícil de ejecutar, por sus múltiples implicaciones en un contexto VUCA (volátil, incierto, complejo y ambiguo) como el actual, aunque no por ello irrealizable. (Ver: Hacer lo Imposible: quinto trabajo del Hércules moderno).

No obstante, en la lucha contra la Irreversibilidad, cabe remarcar una y tantas veces como sea necesario la máxima de que mientras haya vida, hay Esperanza (o, al menos, tendría que haberla, y si no la hay, cabe recuperarla con urgencia). Pues sin Esperanza no hay capacidad para anular la entropía personal, y sin ésta el hombre -y por arrastre su familia- pueden verse condenados al ostracismo social por destierro económico forzoso en una sociedad de consumo donde la justicia social brilla por su ausencia.

Cierto es que, de la Esperanza a la desesperanza hay un trecho bien corto (y más en una economía de consumo), en contraposición al largo camino que presenta la batalla contra la Irreversibilidad, sobre todo para las personas más entradas en edad por simple proceso de pérdida progresiva de energía vital (segunda ley de la termodinámica). Pero no es menos cierto que en la desesperanza no hay ni salud emocional (con ausencia de autoestima incluida), ni en consecuencia energía personal suficiente y necesaria para hacer frente a ningún reto que depare la vida, por autoinstaurarse el cáncer del desánimo con el imaginario de una derrota anunciada. Por lo que ante la Irreversibilidad no hay opción para la no-Esperanza, a imagen y semejanza de aquellos aguerridos guerreros de antaño que se lanzaban a una contienda con plena determinación de presentar pelea sin alternativa posible. ¡A luchar, vencer o morir!, he aquí el quid de la cuestión como canta la letra de los regulares de Ceuta y Melilla. O, parafraseando a Shakespeare: “Seguid vuestro ánimo y mientras atacáis gritad: ¡Dios por Enrique, Inglaterra y San Jorge!”, si bien cada cual puede clamar como grito de guerra lo que mejor le plazca, solo faltaría. Y aunque se muera en el intento, que es lo más probable vistas las estadísticas, qué mayor dignidad para el ser humano que haber vivido luchando en vez de vivir arrodillado.

Sirva esta breve reflexión, así pues y a su vez, a modo de sentido reconocimiento para todas aquellas personas que a día de hoy viven verdaderas epopeyas cotidianas, estandarte de la Esperanza en mano blandida, en su lucha contra una Irreversibilidad fomentada por un mundo insolidario. Cientos de miles de batallas anónimas tan dignas para la memoria colectiva, como merecedoras de ser recogidas por los Homeros contemporáneos para ilustración de generaciones futuras. Pues sobre las historias presentes de los indómitos frente a una Irreversibilidad laboral y económica impuesta fuerza mediante por los Señores del Mercado (con complicidad de los políticos por negligencia manifiesta y omisión del deber al auxilio social), debe construirse los cimientos de una sociedad más justa y equitativa por ferviente reivindicación popular. Ya que, en caso contrario, no solo estaríamos legitimando un flagrante atentando contra el derecho a una vida digna para toda persona, sino asimismo contra la propia fuerza vital revulsiva que caracteriza nuestra especie humana: la Esperanza.

Dicho lo cual y a partir de aquí solo cabe continuar luchando.