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Kant y sus convidados. Dörstling, 1892 |
No en vano, los padres del
pensamiento occidental como son Sócrates y Platón consideraban el Relativismo
tanto inadmisible, por sus consecuencias en el plano moral y social, como
absurdo por hacer imposible el conocimiento de las cosas y, con ellas, el
conocimiento de la esencia última de la Realidad misma. Pues si todo es
relativo, asimismo lo son las conductas consideradas como buenas o malas de las
personas (bajo intereses contextuales), como asimismo lo son o dejan de ser de
facto el conocimiento cierto de las cosas a espaldas del Principio de
Realidad: aquello que Es con independencia de la percepción partidista, sesgada
o enajenada del hombre como observador. Pues en tal caso, al auxilio interesado
del Relativismo, pudiera llegarse a considerar como una conducta buena o
correcta la acción de robar o incluso violar, como pudiera considerase tal que un
uso correcto del conocimiento verdadero de la Democracia, por poner un ejemplo,
el supuesto legítimo de la violencia como medio para hacerse con el poder
político y social. Por lo que, a la luz de lo expuesto, queda en evidencia que
el Relativismo, como línea moral, de pensamiento y conductual de límites
abstractos, es caldo de cultivo para que el hombre, como bien señaló Hobbes, se
convierta en un lobo para el propio hombre.
La pregunta pertinente, por
tanto, no puede ser otra que plantearse qué elementos sociológicos promueven la
proliferación de la filosofía relativista imperante en nuestra sociedad. Veámoslos
desde la deducción empírica sobre la rabiosa actualidad como objeto de análisis:
En primer lugar, destaca una
notable incultura generalizada (inducida por omisión del deber educativo) sobre
los principios rectores de lo que Es una Sociedad Democrática, y con ella los
límites del ejercicio de los derechos fundamentales de todo ciudadano. Un
factor que tiene una incidencia directa sobre la Moral individual y social en
un mundo con interacciones globales.
En segundo lugar, destaca una
ignorancia generalizada (autoimpuesta por los propios individuos) sobre los
grandes temas vertebradores que afectan a la vida social, política y económica
cotidiana de las personas, maximizado por una mentalidad colectiva pasiva carente
de Pensamiento Crítico.
En tercer lugar, destaca una
corriente conductual superficial generalizada, promovida en gran parte por una
cultura de consumo hedonista intravenosa -wifi mediante- que aborrega al
espíritu más inquieto, generadora de conversaciones sociales y relaciones
interpersonales tan vacuas como insulsas por su finalidad yerma. La cual ha
desembocado en la creación de una nueva sociedad donde los reyes son tanto los Homo Gallinaceos como los Apicem Aurum, y los modelos sociales a seguir
son los mal denominados influencers, dentro de la lógica de una sociedad que prima el entretenimiento superficial
en detrimento de la inteligencia y la sabiduría como bien social.
Y, en cuarto lugar, como resultado
tan directo como previsible del conjunto de factores anteriores, destaca el
hábito social generalizado de no pensar como dinámica existencial, ya sea por
incapacidad intelectual o por vagancia personal, en una sociedad contemporánea que
ha adoptado como una de sus máximas el “dejarse fluir”, a imagen y semejanza de
los rumiantes.
Lo que está claro es que optar
por el no relativismo, es decir por tomar posicionamiento sobre algún aspecto
de la vida, por pequeño que sea, comporta un compromiso de raciocinio no exento
de búsqueda imprescindible de referentes de conocimientos sobre los que basar dicha
capacidad cognitiva. O, dicho en otras palabras, pensar requiere esfuerzo. Una
actitud públicamente denostada en una sociedad que fluye por el río del
cansancio y la vagancia intelectual, encubriendo ésta por la comodidad de la
verborrea superficial incontenida desde el confort del Relativismo, el cual por
esencia es absurdo en sí mismo.
La no postura relativista es
absurda porque no se ajusta a la Razón, pues no hay Razón sin la observancia de
las tres leyes fundamentales que la rigen que no son otras que las que conforman
la Lógica (aristotélica), en cuya segunda ley -para no extenderme- conocida
como Principio de No Contradicción reza: una proposición y su negación no
pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido. O, dicho en
otras palabras, para la Lógica, y por ende para la Razón, no existen realidades
grises, solo realidades blancas y realidades negras. En caso contrario no solo
estaríamos atentando por invalidación contra la propia capacidad racional del
ser humano, sino asimismo negando ya no a la Filosofía, sino incluso a la
Ciencia misma.
Y todo y así, el Relativismo absurdo
se ha generalizado hasta tal extremo en nuestra sociedad, que a día de hoy afirmar
que algo es blanco o negro, que es lo mismo que tomar postura sobre algún aspecto
de la vida a la luz de la Razón, se estigmatiza como una línea de pensamiento
conductual radical y extremista, y aún más “políticamente incorrecta” por exenta
de hipocresía de una mal entendida diplomacia social. He aquí la máxima del
absurdo racional como norma de uso social.
Las opiniones, opiniones son. Y
este humilde filósofo no puede afirmar que algo Es lo que no-Es bajo su
imperfecta percepción del Principio de Realidad, aun pudiéndose equivocar, ya
que errar es de humanos. Pues en tal caso de afirmar lo contrario de aquello
que se cree que Es equivale a ser un hipócrita social, más allá de ir contra
Verdad (esencia última de la Realidad que persigue todo Filósofo), lo cual a su
vez erosiona gravemente la propia Autoridad Interna: la capacidad del Yo Soy de
ser y relacionarse de manera coherente y fiel consigo mismo y frente a los demás. (Ver:
Más humildad socrática y menos sinceridad diplomática).
Y a quien no le guste la opinión
de un servidor, está en su pleno derecho de hacer caso omiso de la misma en el
ejercicio de su propia Libertad. Si bien no es menos cierto que no hay nada más
peligroso para la Razón que un Relativismo social excluyente por intransigente y
radical. Como bien decía Hesse: hay millones de facetas de la verdad, pero una
sola Verdad. Por lo que, tomando como modelo a Séneca, prefiero molestar con la
Verdad que complacer con adulaciones (sic). O, si se tercia y las
circunstancias lo permiten, excusar educadamente mi presencia de posibles
gallineros. Dixi!