sábado, 6 de marzo de 2021

El Relativismo, una falta de posicionamiento propio de un carácter superficial

Kant y sus convidados. Dörstling, 1892
Si alguna tendencia filosófica prima por excelencia en la actual sociedad de exaltación del placer sensorial inmediato, en un contexto donde la libertad individual se va imponiendo progresivamente y sin pudor sobre los espacios de libertad de los otros, es justamente el Relativismo, aun sin ser mayoritariamente conscientes de ello. Puesto que en el Relativismo todo cabe por generosamente abarcador, y a su vez nada entra por profundamente superficial. El Relativismo es un cajón de sastre donde la unidad de medida es la incoherencia, capaz de revestir lo uno y su contrario bajo la estricta regla del saber estar políticamente correcto. Y aún más, el Relativismo es el arte conductual de la diplomacia de la sonrisa, donde la hipocresía sincera se erige como Verdad al amparo de una Razón Pura enajenada (para pesadilla de Kant).  Por lo que se puede decir que el Relativismo es una carencia absoluta de posicionamiento sobre todo en general o, en su defecto, un posicionamiento reducido al absurdo sobre todo en particular. Pues desde el momento que el Relativismo se posiciona, deja de ser relativista, siendo un reductio ad absurdum al fundamentarse sobre un principio antagónico a la Lógica como es que algo puede ser y no ser a su vez, según soplen los vientos del entorno social para beneficio propio. Es por ello que se puede afirmar que una persona relativista no puede dejar de manifestar una personalidad marcadamente pusilánime.

No en vano, los padres del pensamiento occidental como son Sócrates y Platón consideraban el Relativismo tanto inadmisible, por sus consecuencias en el plano moral y social, como absurdo por hacer imposible el conocimiento de las cosas y, con ellas, el conocimiento de la esencia última de la Realidad misma. Pues si todo es relativo, asimismo lo son las conductas consideradas como buenas o malas de las personas (bajo intereses contextuales), como asimismo lo son o dejan de ser de facto el conocimiento cierto de las cosas a espaldas del Principio de Realidad: aquello que Es con independencia de la percepción partidista, sesgada o enajenada del hombre como observador. Pues en tal caso, al auxilio interesado del Relativismo, pudiera llegarse a considerar como una conducta buena o correcta la acción de robar o incluso violar, como pudiera considerase tal que un uso correcto del conocimiento verdadero de la Democracia, por poner un ejemplo, el supuesto legítimo de la violencia como medio para hacerse con el poder político y social. Por lo que, a la luz de lo expuesto, queda en evidencia que el Relativismo, como línea moral, de pensamiento y conductual de límites abstractos, es caldo de cultivo para que el hombre, como bien señaló Hobbes, se convierta en un lobo para el propio hombre. 

La pregunta pertinente, por tanto, no puede ser otra que plantearse qué elementos sociológicos promueven la proliferación de la filosofía relativista imperante en nuestra sociedad. Veámoslos desde la deducción empírica sobre la rabiosa actualidad como objeto de análisis:

En primer lugar, destaca una notable incultura generalizada (inducida por omisión del deber educativo) sobre los principios rectores de lo que Es una Sociedad Democrática, y con ella los límites del ejercicio de los derechos fundamentales de todo ciudadano. Un factor que tiene una incidencia directa sobre la Moral individual y social en un mundo con interacciones globales.

En segundo lugar, destaca una ignorancia generalizada (autoimpuesta por los propios individuos) sobre los grandes temas vertebradores que afectan a la vida social, política y económica cotidiana de las personas, maximizado por una mentalidad colectiva pasiva carente de Pensamiento Crítico.

En tercer lugar, destaca una corriente conductual superficial generalizada, promovida en gran parte por una cultura de consumo hedonista intravenosa -wifi mediante- que aborrega al espíritu más inquieto, generadora de conversaciones sociales y relaciones interpersonales tan vacuas como insulsas por su finalidad yerma. La cual ha desembocado en la creación de una nueva sociedad donde los reyes son tanto los Homo Gallinaceos como los Apicem Aurum, y los modelos sociales a seguir son los mal denominados influencers, dentro de la lógica de una sociedad que prima el entretenimiento superficial en detrimento de la inteligencia y la sabiduría como bien social.   

Y, en cuarto lugar, como resultado tan directo como previsible del conjunto de factores anteriores, destaca el hábito social generalizado de no pensar como dinámica existencial, ya sea por incapacidad intelectual o por vagancia personal, en una sociedad contemporánea que ha adoptado como una de sus máximas el “dejarse fluir”, a imagen y semejanza de los rumiantes.  

Lo que está claro es que optar por el no relativismo, es decir por tomar posicionamiento sobre algún aspecto de la vida, por pequeño que sea, comporta un compromiso de raciocinio no exento de búsqueda imprescindible de referentes de conocimientos sobre los que basar dicha capacidad cognitiva. O, dicho en otras palabras, pensar requiere esfuerzo. Una actitud públicamente denostada en una sociedad que fluye por el río del cansancio y la vagancia intelectual, encubriendo ésta por la comodidad de la verborrea superficial incontenida desde el confort del Relativismo, el cual por esencia es absurdo en sí mismo.

La no postura relativista es absurda porque no se ajusta a la Razón, pues no hay Razón sin la observancia de las tres leyes fundamentales que la rigen que no son otras que las que conforman la Lógica (aristotélica), en cuya segunda ley -para no extenderme- conocida como Principio de No Contradicción reza: una proposición y su negación no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido. O, dicho en otras palabras, para la Lógica, y por ende para la Razón, no existen realidades grises, solo realidades blancas y realidades negras. En caso contrario no solo estaríamos atentando por invalidación contra la propia capacidad racional del ser humano, sino asimismo negando ya no a la Filosofía, sino incluso a la Ciencia misma.

Y todo y así, el Relativismo absurdo se ha generalizado hasta tal extremo en nuestra sociedad, que a día de hoy afirmar que algo es blanco o negro, que es lo mismo que tomar postura sobre algún aspecto de la vida a la luz de la Razón, se estigmatiza como una línea de pensamiento conductual radical y extremista, y aún más “políticamente incorrecta” por exenta de hipocresía de una mal entendida diplomacia social. He aquí la máxima del absurdo racional como norma de uso social.

Las opiniones, opiniones son. Y este humilde filósofo no puede afirmar que algo Es lo que no-Es bajo su imperfecta percepción del Principio de Realidad, aun pudiéndose equivocar, ya que errar es de humanos. Pues en tal caso de afirmar lo contrario de aquello que se cree que Es equivale a ser un hipócrita social, más allá de ir contra Verdad (esencia última de la Realidad que persigue todo Filósofo), lo cual a su vez erosiona gravemente la propia Autoridad Interna: la capacidad del Yo Soy de ser y relacionarse de manera coherente y fiel consigo mismo y frente a los demás. (Ver: Más humildad socrática y menos sinceridad diplomática).

Y a quien no le guste la opinión de un servidor, está en su pleno derecho de hacer caso omiso de la misma en el ejercicio de su propia Libertad. Si bien no es menos cierto que no hay nada más peligroso para la Razón que un Relativismo social excluyente por intransigente y radical. Como bien decía Hesse: hay millones de facetas de la verdad, pero una sola Verdad. Por lo que, tomando como modelo a Séneca, prefiero molestar con la Verdad que complacer con adulaciones (sic). O, si se tercia y las circunstancias lo permiten, excusar educadamente mi presencia de posibles gallineros. Dixi!