En este mundo en el que todos andamos a nuestras anchas, siendo el individualismo ultra liberal la máxima expresión conductual, fruto de una cultura consumista hedonista, la Asertividad se ha erigido como un mantra mágico para la buena convivencia en medio de la diversidad de culturas, polifilosofías de vida y pensamientos divergentes, donde realidades incluso antagónicas se ven obligadas a reconciliarse desde sus opuestos. Un concepto, la Asertividad, que deviene piedra angular -junto con la Empatía- de la tan requerida Inteligencia Emocional en un mundo complejo como el actual, representando a su vez un medio imprescindible para el desarrollo de la tan necesitada Inteligencia Social que requiere todo individuo en su indisociable dimensión natural de ser social que es (por el simple hecho de vivir en sociedad y necesitar de ésta para autorrealizarse).
Asimismo, si bien es por todos conocida
la esencia significativa de la Asertividad, que no es otra que mostrarse ante
los demás tal y como uno Es pero respetando la forma de pensar y hacer del
prójimo, es decir, relacionarse con sinceridad sin negar o herir los
sentimientos de terceros; la práctica es más compleja, pues como dicta el
refranero: del dicho al hecho hay un gran trecho. Tanto es así que la práctica
social de la Asertividad genera tres escenarios conductuales bien definidos. Veamos:
En primer lugar, nos encontramos
con aquellas personas que practican la Asertividad desde una carencia notable
de autoestima personal y de una necesidad emocional casi patológica de sentirse
partícipes de un grupo social (entiéndase aquí como afiliación, propia del tercer
nivel de necesidades básicas a cubrir de la pirámide de Maslow). En este caso,
la Asertividad está tan distorsionada que se manifiesta en un tipo de relación
interpersonal donde el individuo se anula a sí mismo para no desagradar al
grupo, siendo su Yo el “Yo de los Otros” (De hecho, su falta de personalidad queda
suplida por la personalidad colectiva como grupo). Siendo el rasgo conductual
por excelencia de dicho perfil una conformidad sistemática
con terceras opiniones aun estando en desacuerdo. Éste es un comportamiento
que podemos definir como de conducta pasiva.
En segundo lugar, tenemos aquellas
personas que, aun caracterizándose por una conducta pasiva como en el caso del
grupo anterior, participan de su grupo social no tanto por necesidad de
sentirse emocionalmente aceptados sino por obligación circunstancial,
encabiendo en esta familia incluso a individuos con un nivel de autoestima
saludable, pero aun así con el concepto de práctica asertiva adulterado. Siendo
su rasgo conductual por excelencia la conformidad como norma sistemática frente
a terceras opiniones desde el resentimiento, pues si bien tienen plena
capacidad de negarse desde la autoridad y la claridad personal, optan por adoptar
el consenso colectivo en detrimento de reafirmar su criterio propio por omisión
manifiesto del mismo. Éste es un comportamiento que podemos definir como de
conducta pasiva-agresiva.
Y, en tercer lugar, tenemos a
aquellas personas con un nivel de autoestima saludable que se relacionan desde
su Autoridad Interna, es decir, siendo fieles consigo mismo y frente a los
demás (fruto de un proceso de autoconocimiento y madurez de consciencia), y que
por tanto han superado el umbral de la necesidad emocional y de la obligación
circunstancial de participar de un grupo social para sentirse autorrealizados
como individuos. En este caso, la práctica asertiva se manifiesta -Inteligencia
Emocional mediante- en su justa y verdadera esencia. Siendo el rasgo conductual
por excelencia de este perfil una comunicación interpersonal sincera, de
espíritu sereno, seguro y directo con su interlocutor, y aun así carente de
desafío. Éste es un comportamiento que podemos definir como de conducta
asertiva. Lo que los clásicos denominaban la Humildad Socráctica (Ver: Más Humildad Socrática y menos sinceridad diplomática).
Expuesto lo cual, el quid de la
cuestión se plantea cuando el buen comportamiento asertivo se ve enfrentado a
personas que niegan o hieren la sensibilidad intelectual y/o emocional de su
interlocutor, ya sea por acción u omisión, por inteligencia o falta de ella, y
por tanto de manera consciente o inconsciente, amparados en todo caso en una
sociedad que promulga el individualismo prácticamente sin límites bajo la
máxima de Yo y mis necesidades en primer lugar. O, dicho en otras palabras,
¿qué sucede con la práctica asertiva frente a la ausencia de Asertividad del
otro? Y aquí, sea dicho de paso como nota aclaratoria en el lateral de la página,
la alternativa del ofrecimiento de la otra mejilla propio de la filosofía
cristiana resulta inaceptable por ser contrario a uno de los valores rectores
del Humanismo como es el Respeto, cuya naturaleza es bidireccional (del
individuo frente a los demás y de éstos frente al individuo). De ahí que la Humildad
Socrática del mundo clásico con la humildad cristiana del mundo contemporáneo son
conceptos opuestos, pues si bien los primeros buscan la trascendencia del
individuo desde la reafirmación de la dignidad de las cualidades personales del
Yo Soy, los segundos buscan la trascendencia personal desde la anulación
individual del Yo Soy (en pos del imaginario de una dignidad mayor de
naturaleza no mortal).
La solución al dilema planteado
es diáfana, propia de toda reacción natural de igual magnitud y dirección pero en
sentido contrario a la acción causal (tercera ley de Newton). Es decir, una
situación en la que una persona asertiva se enfrenta a la carencia de
Asertividad de su interlocutor de manera prolongada o reiterativa en el tiempo,
acaba convirtiendo al primero en calidad de persona asertiva en una persona inevitablemente
agresiva, cuya conducta se caracteriza -más allá de la lógica de la reacción física,
por pura reacción de supervivencia personal-, en una persona que se relaciona
desde sus certezas parapetado en una atalaya de opiniones manifiestas tan rígidas
como fuertes. Ya que fuera de dicho comportamiento solo cabe la conducta pasiva
o pasiva-agresiva, que no deja de ser una cesión imperdonable por su alto coste
personal del propio Yo, y por ende de la propia Autoridad Interna, frente a los
demás (Ver: Reivindico el Ego como instinto básico de existencia y supervivencia personal).
Ciertamente, como bien apuntó el
aristócrata intelectual Korzybski, cada
cual tiene su mapa personal de la realidad, sin que nadie pueda conocer y mucho
menos interpretar la realidad en su totalidad. Y, de hecho, mucho se ha escrito,
y ya aceptado mayoritariamente por la comunidad académica, sobre la existencia
de los sesgos mentales o cognitivos que tenemos los seres humanos sobre la Realidad
per se, y más especialmente sobre la realidad de los otros en un mundo
tan complejo por multidiverso. Pero no es menos cierto que frente a la ausencia
de Asertividad como puente de conexión entre realidades personales diferentes, toda
persona tiene derecho a defender y hacer respetar su propia realidad, pues en
ello reside los resortes fundamentales de su dignidad como ser humano. Es por
ello que, cuando la Asertividad resulta imposible como práctica de relación
interpersonal, la conducta agresiva, por firme y sincera desde el Yo Soy,
deviene una acción conductual imprescindible no solo por salud mental y
emocional, sino asimismo por salud existencial. Dixi!