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Colas para recoger alimentos en el estadio del Valencia CF, 26/5/20 |
Si algo positivo puede extraerse
de la actual situación de crisis pandémica del coronavirus, como ha sucedido de
manera reactiva en episodios varios de crisis pasadas sufridas por el hombre a
lo largo de la Historia, ésta es justamente la reciente instauración
institucionalizada de la Renta Mínima Vital, la cual puede elevarse a la
categoría de hito social equiparable a la implantación de los derechos
laborales o a la protección del medio ambiente. Una Renta Mínima Vital que
aunque llega con retraso, podría decirse que nunca es tarde si la dicha es
buena. Es buena en tanto y cuanto es una medida que refuerza el valor de la
Dignidad de la vida del ser humano (ver:
¿Qué es la Dignidad?), y llega con retraso en tanto y cuanto el actual modelo
económico capitalista no funciona como sistema de organización social
democrático, a la luz de las grandes desigualdades sociales generadas desde la
segunda mitad del siglo pasado. Es por ello que, desde entonces, diversas voces
críticas teorizábamos ya sobre dicha Renta Mínima Vital, bajo nomenclaturas más
o menos similares, como medida necesaria para la salubridad del Estado de
Bienestar Social. (Ver reflexiones sobre la materia en las secciones de Filosofía de la Economía y Filosofía de la Sociedad del Vademécum del Ser Humano).
Reticencias sociológicas
No obstante, la causa real del
retraso en el establecimiento de la Renta Mínima Vital no viene tanto de la
hegemonía ideológica económica de un capitalismo ultraliberal, sino más bien de
una ideología política reticente reflejo de una sociología muy concreta: la
estigmatización del pobre en calidad de vago u holgazán, la cual viene derivada
a su vez de la profunda concepción cultural negativa que aún persiste sobre
aquella persona fracasada socialmente (tema ampliamente desarrollado en mi obra
El Poder Transformador del Fracaso).
No obstante, el estereotipo del pobre contemporáneo como gandul, ocioso y
aprovechado, por poner algunos calificativos de uso corriente, choca de frente
contra el Principio de Realidad de una sociedad en la que se ha quebrado el
Principio de Oportunidad imprescindible para la igualdad y la justicia social,
dando lugar a la existencia de miles de personas que aun preparadas y queriendo
trabajar no tienen cabida en el mercado laboral, y otros tantos de miles que
aun trabajando prácticamente no pueden asegurarse la subsistencia doméstica en
un contexto de salarios precarios, trabajos temporales y un alto nivel del
coste de la vida. Como ejemplos de los efectos de dicha situación de rabiosa
actualidad, según datos oficiales de 2019/2020, cinco botones clarificadores:
1.-Uno de cada tres empleados
españoles se encuentra en el paro.
2.-Casi la mitad de los
trabajadores españoles son mileuristas o menos.
3.-La mitad de los docentes universitarios del país, como
ejemplo de profesionales altamente cualificados, son asociados (no tienen plaza
fija propia de los titulares) y sus sueldos -en la inmensa mayoría de los
casos- rondan los 200 euros.
4.-La pobreza afecta a uno de cada tres niños españoles.
5.-Cada día en España se suicidan 10 personas, equivalente a una
muerte cada dos horas y media, como respuesta a una crisis vital.
¿Se requieren más datos?. Para los incrédulos que aun niegan
la realidad, desde alguna confortable atalaya personal, solo cabe invitarles a
que dediquen un poco de su tiempo a instruirse a la luz de fuentes verídicas
por oficiales de la triste, por no decir trágica, radiografía social española (Y
como causa, ver: La Productividad actual lleva a la Desigualdad Social).
Reticencias económicas
Expuesto lo cual, lo que es evidente es que la Renta Mínima
Vital es una medida de justicia social, en términos humanistas, ante la actual
situación social de precariedad e incluso pobreza extrema existente en la
sociedad española. Una justicia social, bajo la lógica de un Estado Social y
Democrático de Derecho y al amparo por tanto del Estado del Bienestar Social,
que no puede existir sin una política de justicia fiscal, es decir, sin una
redistribución equitativa de la renta nacional (Ver: El Bienestar Social, un patrimonio a defender fuera de las leyes del Mercado). Un tema éste que,
asimismo derivado de las causas de las reticencias sociológicas anteriormente
expuestas, levanta ampollas entre sus detractores, los cuales consideran como injusto
e improperioso el hecho de costear con el esfuerzo del trabajo de los
ciudadanos contribuyentes (los que trabajan) a los ciudadanos no contribuyentes
(los que no trabajan ) o, como prefieren calificarlos, a los susodichos vagos
ociosos.
Ciertamente, los ingresos con los que cuenta el Estado español
en sus Presupuestos Generales, cuyo 40 por ciento van destinados desde hace
décadas a pagar pensiones y otras prestaciones de la Seguridad Social, proceden
en un 85 por ciento de la recaudación tributaria de los denominados ciudadanos
contribuyentes, es decir de los que trabajan y cotizan: 39 por ciento del IRPF,
33 por ciento del IVA, y 12 por ciento del Impuesto de Sociedades. En éste
punto, señalar que el Impuesto sobre el Patrimonio tan solo aporta menos del
0,5 por ciento al total. Mientras que el 15 por ciento de recaudación
tributaria restante como ingresos al Presupuesto General del Estado va a cargo
de los llamados Impuestos Especiales (hidrocarburos, electricidad, alcohol y
bebidas derivadas, tabaco, cerveza o carbón), otros Impuestos Indirectos (como
el impuesto sobre Tráfico Exterior Común o sobre las Primas de Seguros), el Impuesto
sobre la Renta de los No Residentes, los Impuestos directos No Vinculados a la
Renta (como el Impuesto sobre el Valor de la Producción Eléctrica), y otras
tasas e ingresos varios (como el Canon por el aprovechamiento de aguas
continentales para la producción de energía eléctrica). Y asimismo también es
cierto, y por tanto requerida su mención, que la tendencia ya recurrente de la
previsión de gasto de los Gobiernos de turno siempre es superior a los
ingresos, lo que genera un déficit que España combate mediante la adquisición
de deuda pública a través de diversos mecanismos en los que no cabe entrar en
la presente reflexión. Así pues, es verdad que los ciudadanos contribuyentes
costean, al menos en un 85 por ciento, la Renta Mínima Vital de los ciudadanos
no contribuyentes, o de aquellos deficitariamente contribuyentes por no llegar
a los mínimos de cotización que les permita excluirse del estado de pobreza. Pero
igualmente no es menos verdad que la partida presupuestaria general del Estado
destinada a combatir la pobreza de la ciudadanía española, mediante la Renta
Mínima Vital, representa a día de hoy menos del 0’6 por ciento del total de los
Presupuestos Generales. Una partida que, por otro lado y políticas
redistributivas de la renta a parte, se cubriría casi en sus dos terceras
partes tan solo con la reciente tasa
Google de aplicación bajo el paraguas de la UE sobre multinacionales tecnológicas
que operan en España.
Madurez democrática
Visto que la Renta Mínima Vital, por tanto, no tiene como
problema de fondo la financiación por el ridículo coste que supone a las arcas
públicas, cabe abordar el tema desde un enfoque de solidaridad, responsabilidad
y sabiduría social, a su vez que de madurez democrática.
1.-La Solidaridad de la Renta Mínima Vital
La Renta Mínima Vital es, como su nombre indica, un ingreso
de ayuda vital y no un salario, es por ello que sus cuantías se sitúan para
familias medias de dos adultos y un niño por debajo del umbral del salario
mínimo interprofesional establecido por ley de aplicación a los trabajadores
(950€). Pues el objetivo de la Renta Mínima Vital no es pagar un sueldo a una
persona o familia en situación de precariedad, sino asistirla vitalmente con un
mínimo de recursos económicos para ayudarla a salir de la pobreza extrema o de
subsistencia. ¿O a caso alguien piensa que con un subsidio que ronda el salario
mínimo interprofesional puede vivir suficientemente una familia de cuatro
miembros, llegando a poco más de 450€ de ayuda para aquellas otras estructuras
familiares unipersonales?. No obstante y así, se estima que con estas
prestaciones sociales podrá erradicarse en un 80 por ciento la tasa de pobreza
extrema existente en el país. Una ayuda vital, sea dicho de paso como
aclaración para pícaros o malpensados, que es incompatible con cualquier otra
ayuda económica prestada por el Estado. Es por ello que la Renta Mínima Vital
debe considerase en su justa medida como una medida de Solidaridad social,
equiparable a las pensiones no contributivas vigentes por viudedad, orfandad o
discapacidad, así como a la Ley de Promoción y Autonomía Personal y Atención a
las personas en situación de dependencia, más conocida como Ley de Dependencia.
2.-La Responsabilidad de la Renta Mínima Vital
Por otro lado, cabe señalar que la Renta Mínima Vital es,
asimismo, una Responsabilidad social ya no tan solo con las personas
necesitadas en situación de vulnerabilidad o exclusión social, sino asimismo con
el grupo de la tercera edad, en tanto y cuanto siendo éste el único estrato
social que ha escapado de la pobreza en parámetros absolutos gracias a las
prestaciones sociales por pensiones tanto contributivas como no contributivas,
ha recaído sobre él la totalidad del esfuerzo moral y financiero por mantener a
la familia media española en estado de población activa desocupada u ocupada
precariamente a raíz de la pasada crisis económica del 2018 que aun arrastramos
(Ver: La mitad de los trabajadores de España son pobres ilustrados sin identidad de clase social propia y España, viento en popa y a toda vela hacía un país eminentemente de camareros). Por lo que la no aplicación de la Renta Mínima
Vital constituye una flagrante omisión al auxilio social que de manera
subsidiaria están afrontando nuestros mayores, esfuerzo personal mediante.
3.-La Sabiduría de la Renta Mínima Vital
Pero con independencia de la Solidaridad y la Responsabilidad
social, la Renta Mínima Vital deviene una medida de Sabiduría social, en tanto reinserta
a una población estimada inicialmente en 4 millones de personas al ámbito de la
economía doméstica, lo que representa una inyección directa para el consumo
nada desdeñable en medio de una necesaria reactivación de la economía
productiva del país, donde los sectores servicios y comercio juegan un papel
relevante en su aportación al PIB nacional. Y ya se sabe que el movimiento, y
más en economía, genera movimiento. Sin mencionar que la estabilidad social,
aunque la Renta Mínima Vital se limite a cubrir las necesidades vitales fisiológicas y de seguridad básicas del ser humano según la clásica pirámide de Maslow, es
condición sine qua non para la
armonía social. (Ver: Hemos invertido la Pirámide de Maslow: Autorrealización por delante de necesidades básicas). Una medida de gestión social, sea dicho de
paso, que sin lugar a dudas va a representar una necesaria experiencia de
preparación previa aun sin pretenderlo ante la progresiva robotización de la
sociedad, en la que paulatinamente el hombre medio va a ser desplazado por la
mano de obra de la inteligencia artificial, aunque éste es trigo de otro costal
[ver: Los robots cotizarán en la Seguridad Social (y cambiarán la sociedad),
entre otras reflexiones afines en la sección de Robología/Roboética del Vademécum del Ser
Humano].
4.-La Madurez democrática de la Renta Mínima Vital
Aunque, por encima de todo y de manera sobresaliente, cabe
señalar que la Renta Mínima Vital es un estadio de madurez de la ciudadanía
como sujeto político en el sentido que representa una evolución positiva del
modelo de organización social al que denominamos Democracia. Puesto que, como
es sabido por todos, los principios rectores de toda Democracia beben de manera
directa de los valores universales recogidos, tras siglos de desarrollo del
pensamiento humanista que se inició con los clásicos y tomó velocidad de
crucero con la Ilustración, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
La cual tiene, como alfa y omega, la protección de la Dignidad de la vida del
ser humano. Y es justamente la Dignidad de la vida de las personas el espíritu
sobre el que se forja una medida político-social tan trascendental por
histórica como es la Renta Mínima Vital.
Así pues, y a modo de conclusión de ésta breve reflexión,
cabe finalizar afirmando de manera categórica que la Renta Mínima Vital si bien
puede parecer un pequeño paso para el hombre, deviene en realidad un gran paso
para la humanidad, pues hace de ésta nuestra sociedad un sistema organizativo
más humano por dignificante. Dixi!
Nota: Para artículos de reflexión sobre filosofía contemporánea del autor se puede acceder online a la recopilación del glosario de términos del Vademécum del ser humano