No hay que ser un Ulises clásico
para haber experimentado, en piel propia o ajena, el sentimiento de la
Imprudencia ante una situación, circunstancia o hecho. Si bien justamente la Imprudencia
es el tema principal que se deriva de la cuarta parada del viaje que Ulises, en
su intento por regresar a su país Ítaca tras finalizar la guerra de Troya,
realizó en la isla de Eolo, tierra flotante del señor de los vientos. Según
narra Homero en la Odisea, Eolo entregó a Ulises una bolsa de pellejo de buey
con vientos del oeste para que condujera su nave de vuelta a Ítaca, pero tan
pronto divisaron tierra tras nueve días de navegación parte de la tripulación
abrió la bolsa para saciar su curiosidad, lo que desató una tormenta de vientos
que los devolvió de vuelta a la isla de Eolo deshaciendo así lo navegado. La
Imprudencia, por tanto, se me tercia como el cuarto concepto a analizar, desde
un enfoque tanto de la Filosofía Contemporánea como de la Filosofía Efímera, en
éstas Reflexiones filosóficas del viajede Ulises, un viaje sea dicho de paso que la Odisea describe durante diez
largos y tormentosos años.
De hecho, la Imprudencia es un
comportamiento humano de máxima actualidad en plena fase de desescalada en estos
tiempos de emergencia sanitaria a causa de la pandemia del coronavirus. Donde
una parte relevante de la población actúa de espaldas a cualquier medida de
control y de protección contra el contagio viral, equiparable al hecho de que
el virus, que ha parado en seco al mundo durante los últimos meses con un
balance nada desdeñable de muertes a su paso, haya desaparecido por arte de
magia y sin vacuna mediante de la faz de la Tierra. Una conducta social imprudente
que nos puede arrastrar, al igual que le sucedió a la tripulación de Ulises en
su insensatez de jugar con la bolsa de los vientos de Eolo, al punto de partida
del que salimos: nuevo repunte de contagios y fallecimientos con el consecuente
restablecimiento del estado excepcional de confinamiento domiciliario para el
conjunto de la población. Como diría el premio Nobel Saramago: no es que sea
pesimista, es que el mundo (o mejor dicho su gente) es pésimo.
Hablar de Imprudencia, por tanto,
es hablar de comportamientos deficientes en sensatez, carentes de cuidado, faltos
de reflexión, ausentes de meditación, insuficientes en previsión, escasos de
responsabilidad, excedidos de temeridad, suficientes en precipitación y abundantemente
ligeros. Es decir, la Imprudencia es una conducta exenta de Razón suficiente a
la luz de la Lógica. Es por ello que siendo la Imprudencia un acto que implica
un cierto riesgo para el que lo comete, si quien incurre en dicha conducta
arriesgada es una persona en relación consigo misma y en plena asunción de sus
responsabilidades, la Imprudencia solo debe entenderse dentro del ámbito de la
imbecilidad humana, es decir de aquel perfil de personalidad que es poco
inteligente y que por tanto padece algún grado de deficiencia mental. Pero si contrariamente
la Imprudencia, ya sea personal o grupal, implica un cierto grado de riesgo
para terceros a los cuales se pone en peligro su seguridad o incluso sus
propias vidas sin habérselo propuesto, concurriendo en consecuencia un desenlace
con resultado lesivo, entonces nos hallamos ante un delito tipificado en el
código penal español de Imprudencia temeraria. Y ello con independencia de que
en el mismo concurra la existencia de un concurso de delitos por añadidura como
pueda ser el homicidio imprudente.
Y justamente de Imprudencia
temeraria puede calificarse la actual política gubernamental que se está
llevando a cabo en la desescalada del estado de excepcionalidad por emergencia
sanitaria en pos de la tan ansiada vuelta a la “normalidad” social
prepandémica, a la vista de cuatro indicadores diáfanamente objetivos:
1.-El coronavirus, como afirma la
comunidad científica, aún no se ha extinguido.
Solo ayer y en el transcurso de
24 horas, en mi tierra natal de Cataluña se registraron 302 nuevos contagios y
17 muertes, según fuentes del Departamento de Salud regional que contradice así
de facto los datos ofrecidos por el
Ministerio de Sanidad, los cuales señalaban un solo fallecimiento en el
conjunto de España en el mismo período de tiempo.
2.-La comunidad médica aun no ha
encontrado una vacuna que contrarreste o palie los efectos del coronavirus.
Por lo que toda persona
contagiada por el coronavirus está indefensa frente a la enfermedad, quedando a
expensas de su propia capacidad fisiológica de lucha y resistencia contra los
posibles efectos devastadores que puede producir el virus en el cuerpo humano.
3.-España como país sigue sin
inmunidad frente al virus.
El país tan solo cuenta a día de
hoy con una tasa del 5’2% de inmunidad en el conjunto de su población, frente
al 60 por ciento que estiman los científicos como el umbral necesario para
conseguir una inmunidad colectiva o, como le gusta denominar a los epidemiólogos,
de inmunidad de rebaño.
Y, 4.-Todos los informes
académicos sanitarios apuntan a la previsión de un nuevo rebrote de contagios
con una segunda ola de fallecimientos pasado el verano, pudiendo alargar la
crisis sanitaria del coronavirus hasta bien entrado el año que viene.
Ya que los meses estivales, comprendidos
entre junio y septiembre, son aquellos en los que se prevé un alto ratio de volumen
de contactos interpersonales por parte de una población que vuelve a un estado de
normalidad prepandémica en términos de relaciones sociales, agravado si cabe
aun más por el previsible relajamiento colectivo en plena época turística de
sol y playa.
Expuesto lo cual, es una obviedad
deducir que en la actualidad existe una contradicción entre las medidas de
contención sanitarias a aplicar y la precipitada política de apertura social
llevada a cabo por los diversos gobiernos de turno, rompiendo así la sintonizada
y coherente praxis existente entre criterios
científicos y políticos que marcó el inicio de la pandemia (ver el Hombre de la
Razón se antepone al Hombre de la Fe en: “Pandemia, una reflexión sobre su triple efectología”).
La causa de dicho comportamiento
político propio de la Imprudencia temeraria cabe buscarlo en dos tipos de
razones de naturaleza diferente. Por un lado, encontramos el fundamento de una
razón políticamente inconfesable, como es el miedo a las revueltas sociales
(las cuales comenzaban a emerger) por puro agotamiento de la ciudadanía en su tensa
continencia de permanecer recluidos en sus casas durante tres meses, sin vida
social alguna, experimentando un inhabitual estado de privación de sus
libertades individuales autopercibidas como derechos fundamentales por
nacimiento propio como ciudadanos democráticos de pleno derecho (ver:
Confinamiento o el síndrome del león enjaulado). Y, por otro lado, encontramos
el fundamento de una razón políticamente confesable, como es la imperiosa
necesidad de reactivar lo poco que queda, tras la hibernación sanitaria del
país, de una maltrecha economía productiva en una España que entra en una grave
situación de crisis de liquidez con un paro estructural que puede alcanzar el
20 por ciento de la población activa (ver: Pandemia, ¿salvar vidas o salvar la economía?). Es decir, panem et circenses
antes que seguridad sanitaria. Eso sí, los políticos se cubren las espaldas
pidiendo, en plena desbandada de una masa desbocada, máxima responsabilidad
ciudadana a título individual a falta de poder continuar imponiendo la
disciplina social (ver: Disciplina Social, la defensa del bien colectivo frentea la irresponsabilidad individual): Las
autoridades gubernamentales advierten que el uso de la mascarilla es de uso
obligatorio, así como la distancia de seguridad de dos metros entre personas.
Dicho lo cual, queda evidenciado
que, en plena actualidad, la gestión frente a la prevención de la Imprudencia
como comportamiento conductual humano se deja a merced del nivel de
responsabilidad individual. Una llamada gubernamental a la responsabilidad personal
que asimismo no genera demasiada confianza en lo que a la especie humana se
refiere, y menos aún cuando estudios recientes demuestran que nuestros cerebros
se vuelven literalmente ciegos a la evidencia de una opinión contraria a la propia
cuando estamos muy confiados de nuestras propias creencias. Es decir, que
cuando una persona tiene mucha confianza en una decisión, como pueda ser el
caso que nos ocupa de estar libre de coronavirus en un entorno de falsa
normalidad social, dicha persona toma tan solo aquellas informaciones que
reafirman su decisión, pero no procesa aquellas otras informaciones que la
contradicen aunque sea para su bien (ver: Así “esconde” nuestro cerebro la información que contradice nuestras creencias). Un sesgo de confirmación
arraigado en los procesos de pensamiento de la mayoría de personas que hace
patente la poca fiabilidad de un llamamiento general a la responsabilidad individual.
Es decir, mente que no ve, corazón que no siente. He aquí el caldo natural para
la Imprudencia sociabilizada.
Así pues, frente a una sociedad
imprudente, el Ulises moderno tan solo puede intentar no perder y mucho menos
ceder el control personal sobre las medidas de protección sanitaria que le afectan
a nivel individual, pues en caso contrario le puede ocurrir lo mismo que al
Ulises clásico, que relajado en la confianza depositada en su tripulación se
vio arrastrado por la imprudencia de éstos, los cuales impacientes y falsamente
seguros de sí mismos abrieron la bolsa de los vientos de Eolo antes de tiempo,
llevándoles a desandar lo andado. Y ante este panorama, como dijo el César,
solo nos toca rezar con el mantra del alea
iacta est, a la espera que las moiras nos sean indulgentes.
Nota: Para artículos de reflexión sobre filosofía contemporánea del autor se puede acceder online a la recopilación del glosario de términos del Vademécum del ser humano