Amigo
o amiga, imagina por un instante que eres un Hércules moderno, el
cual debe realizar una penitencia de obligado cumplimiento impuesta
por la más alta autoridad de tu sociedad para poder resarcirte de un
grave daño causado en antaño, y con éste objetivo -beneplácito
del Oráculo de Delfos mediante- se te encomienda que realices el
total de Los Doce Trabajos de Hércules. Por lo que, tras haber
acometido con éxito el primero, debes ahora enfrentarte al segundo
trabajo que es matar a la hidra de Lerna. No cabe decirte, sea
dicho de paso, que por mucho que viajes a la actual Lerna, antigua
región de manantiales donde incluso podías encontrar un lago cerca
del actual pueblo griego de Mili, situado en la costa noroeste del
Golfo Argólico, no hallarás la mítica hidra, famosa en su tiempo
por ser una monstruosa y despiadada serpiente de varias cabezas, las
cuales se regeneraban por dos cada vez que perdía una, y cuyo
aliento era mortalmente tóxico. Por lo que únicamente te queda
afrontar el trabajo metafóricamente; es decir, finalizar con aquello
que la hidra de Lerna representa, que no es otra cosa que la
Inmortalidad. Dicho lo cual, la pregunta pertinente es: ¿cómo
acabar con la Inmortalidad?.
Hacer referencia a la
Inmortalidad es concebir la idea de la imposibilidad de morir estando
ya vivo. Una definición que, aunque acertada, también es bastante
imprecisa en sí misma, ya que en ella puede tener cabida tres
supuestos bien diferenciados:
1.-Una Inmortalidad
Pura o Absoluta:
En la que perdura
indefinidamente la vida desde un estado físico o material en
términos biológicos, lo cual implica asociar la Inmortalidad a la
idea de Eternidad. Una proposición por la que ya abogan los
transhumanistas o posthumanistas en su tesón por pretender vencer a
la Muerte. [Ver: El Transhumanismo, el lobo (del mercado) con piel de cordero e ¿Y si la inmortalidad se pudiera comprar?].
En éste sentido,
equiparar la Inmortalidad Pura o Absoluta a la idea de Eternidad es
concebir la existencia de una persona dentro de un horizonte de
sucesos en el que el tiempo es infinito y el espacio no tiene
límites, y en cuyo universo personal no existe el Principio de
Indeterminación, por lo que el hombre viviría aun sin estar sujeto
ni al cambio ni a la Muerte como singularidad. Un sistema de
referencias en el que la persona, no obstante, no quedaría exenta de
experimentar la vida y por tanto de reafirmar su consciencia en su Yo
personal siempre y cuando su realidad más inmediata no esté
supeditada también a la naturaleza de la Eternidad, pues en caso
contrario no existiría ni experiencia ni consciencia individual, ya
que ésta depende de aquella para su autoconocimiento.
Por otro lado, si
concebimos la coexistencia de una vida personal de Inmortalidad Pura
o Absoluta en una realidad no eterna, es decir, una vida individual
exenta del cambio en un mundo en continuo cambio y transformación,
no solo nos hallaríamos frente a la convergencia de dos dimensiones
opuestas y por tanto con leyes físicas diferentes donde la Lógica
como principio de la Razón sería divergente en relación a su
contrario, siendo lo objetivo para uno lo subjetivo para el otro y
viceversa, sino que lo más terrible sería que el hombre inmortal
viviría su existencia desde la lógica del sufrimiento continuo de
la pérdida en un mundo que existe y se manifiesta desde la lógica
asumida de la caducidad.
En éste contexto, frente
a la pregunta de cómo acabar con la Inmortalidad desde un
posicionamiento existencial mortal, debemos aceptar que nos
encontramos ante una de tantas conjeturas irresolubles, ya que
intentamos dar solución a la relación de dos sistemas de referencia
con lógicas y leyes físicas diferentes. [Ver: Las matemáticas no son perfectas, al menos en nuestro mundo (conjetura de Collatz)]. Por
lo que debemos concluir que si la hidra de Lerna existiese en su
condición de Inmortalidad Pura o Absoluta no podríamos acabar con
ella, fracasando estrepitosamente de ésta manera en nuestra empresa
personal por llevar a cabo el segundo trabajo de Hércules.
2.-Una Inmortalidad
Trascendental:
En la que perdura
indefinidamente la vida ya no desde un estado físico o material sino
desde un estadio espiritual o inmaterial, lo cual implica asociar la
Inmortalidad al tránsito necesario del concepto de la Muerte como
requisito de acceso imprescindible a la idea posterior de la
Eternidad, la cual asimismo abre una nueva incógnita sobre la
continuidad o no de la consciencia del Yo individual. Una proposición
por la que, con independencia del problema de la subsistencia de la
consciencia individual, ya abogó inicialmente Platón en su obra el
Fedón en la que Sócrates mantenía una conversación en la
prisión con sus amigos sobre la Inmortalidad del alma, y que
posteriormente ha constituido el núcleo antropológico de todas las
religiones del mundo. (Ver: ¿Existe el Alma más allá de la idea humana preconcebida? y ¿Qué es la consciencia?).
En éste sentido,
equiparar la Inmortalidad Trascendental a la idea de Eternidad es
concebir la existencia de una persona post mortem dentro de un
horizonte de sucesos en el que ésta se encuentra fuera de la
dimensión del tiempo o, simplemente, en el que el tiempo no existe.
Y tanto si se está fuera del tiempo como si éste no existe, nos
hayamos ante una supuesta dimensión espacial de la que, lo único
que podemos deducir es, en primer lugar que no está sujeta al
cambio, en segundo lugar que desconocemos si en dicho espacio se
replica la lógica euclidiana (es decir, si las formas continúan
siendo tridimensionales tal y como las conocemos), y en tercer lugar
que la lógica física por la que se rige es totalmente diferente a
la nuestra al no existir una correlación de sistemas
tetradimensionales propios del espacio-tiempo de la vida como
realidad cognoscible.
No obstante, más allá
de la naturaleza de la Inmortalidad Trascendental, como ésta
requiere de la singularidad de la Muerte o no-Vida para cumplir con
la hipótesis de transmutar la mortalidad a la categoría de la
Inmortalidad en términos de Eternidad, nos resulta poco relevante a
la hora de afrontar el segundo trabajo herculiano de matar a la hidra
de Lerna. Por lo que la Inmortalidad Trascendental, como idea poco
práctica para la empresa que nos ocupa, cabe dejárselo a los
teístas como especuladores de lo sobrenatural. Y en el caso que
ciertamente la hidra se convierta en un ser inmortal en el mundo de
Hades una vez ya muerta, ya nos ocuparemos si es pertinente llegada
la ocasión. De lo que podemos concluir, respecto a la pregunta de
cómo acabar con la Inmortalidad, que si ésta es mortal en vida aún
inmortal en muerte, en vida tan solo cabe actuar con las leyes
naturales de los vivos: frente a las formas desde la acción firme y
decidida, y frente a las ideas desde el cambio profundo del sistema
de creencias.
3.-Una Inmortalidad
Formal:
En la que perdura
indefinidamente la vida desde un estado del legado de la vida humana,
lo cual implica asociar la Inmortalidad a la idea de Eternidad ya no
del hombre como individuo sino de las obras creadas por parte éste,
con capacidad de las mismas de perseverar sinde die a lo largo
de la historia de la humanidad. Una proposición por la que aboga,
desde el inicio de los tiempos, todas las sociedades que rinden culto
al conocimiento como motor de evolución humana y aun a expensas de
sus credos.
En éste sentido,
equiparar la Inmortalidad Formal a la idea de Eternidad es concebir
la existencia de las obras de una persona dentro de un horizonte de
sucesos en el que ésta se encuentra dentro del continuo del
espacio-tiempo humano. Por lo que se puede afirmar que la
Inmortalidad Formal es un tipo de Eternidad que trasciende a la
propia vida del hombre, pues lo que perdura in aeternum son
sus acciones en vida (ya sean creativas o conductuales) y no su
naturaleza biológica, la cual no supera el umbral de la Muerte como
singularidad. (Ver: Reflexión sobre la muerte). No obstante, para
que exista la Inmortalidad Formal se requiere de la concurrencia
tanto del valor de universalidad en las obras creadas, como de la
exposición pública de las mismas como medio de conocimiento
general, así como un reconocimiento colectivo consensuado para su
divulgación y transmisión intergeneracional. Por otra parte, cabe
apuntar que la Inmortalidad Formal es relativa en tanto depende de la
existencia del ser humano, sin el cual dicha Inmortalidad se
convierte en la nada más absoluta.
Así pues, frente a la
pregunta inicial de cómo acabar con la Inmortalidad, si ésta es de
naturaleza formal tan solo se puede finiquitar mediante o bien la
aniquilación del resto de la especie humana con educación y acceso
al conocimiento universal humano, o bien mediante un apagón radical
de pérdida de dicho conocimiento en un mundo distópico en el que el
ser humano se vuelve por desmemorizado y progresivamente inculto en
menos racional y más animal. ¡Zeus no lo quiera!
Expuesto lo cual, si
Hércules pudo matar a la hidra de Lerna es que ésta no pertenecía
a las especies inmortales puras o absolutas. Por lo que nosotros,
como Hércules modernos y con mayor o menor esfuerzo, igualmente
podemos emularlo en un mundo en el que no es eterno ni el propio
Universo. Y es que, si alguna entidad existe puramente inmortal ésta
no es otra que la Muerte, pues es la única Eternidad ininmutable
perceptible por el último supuesto sujeto, objeto u horizonte de
sucesos que pueda llegar a existir en el final de toda realidad
imaginable. Si alguien puede cerrar el ciclo de todo lo que Es, y aún
así perdurar a posteriori, ésta es justamente la Muerte. La única
inmortal y eterna.