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La fiesta del rey haba. J. Jordaens, 1640/45. Viena |
Meses atrás recopilé
para mi Bestiario Urbano una de las subespecies más incordiantes de la familia humana por sus rasgo característico de
generar ruido y desorden superficial sine die aun sumergido
bajo el agua: el Homo Gallinaceo. Pero no sería justo para
éste, ni así quedaría completo el bestiarum, si
prescindiera de catalogar a su pariente natural más culto: el Apicem
Aurum, conocido popularmente como pico de oro. No obstante, cabe
aclarar que si bien ambos forman parte del mismo árbol genealógico,
es oportuno aclarar que si bien el Homo Gallinaceo procede de
la estirpe menos noble de los gallus gallus domesticus, por su
parte el Apicem Aurum desciende de la notable estirpe -por
derecho de adquisición propio- de los pavo cristatus,
denominados vulgarmente como pavos reales. Así pues, y en una
primera instancia, se sabe reconocer al Apicem Aurum por su
tendencia natural, como pavo en esencia que es, de gustar pavonearse
frente a propios y ajenos.
Pero ahondemos, tal
biopsia rigurosa de laboratorio realizada por un zoologo, en los
elementos substanciales que componen el extraordinario abanico
policromado del plumaje constitutivo de los Apicem Aurum, cuyo
despliegue hipnotiza a los observadores sumiéndoles en un profundo
trance de idolatría tan irracional como incondicional. O, dicho en
otras palabras, veamos cuál es el secreto del éxito social del que
gozan y alardean los Apicem Aurum tanto
en su forma como en su fondo.
En
su forma, que por ser la manifestación exterior de su naturaleza
resulta la más evidente al ojo observador inexperto, los Apicem
Aurum se comportan -una vez
comienzan a interactuar tras salir de su fingido anonimato y falsa
discreción-, como verdaderos juglares que ansían ser el
entretenimiento de encuentros y fiestas sociales varias mediante la
exhibición de sus picos de oro tan deslumbrantes como
incombustibles, tal flautas dignas de Hamelín, convirtiéndose con
tales estratagemas en los protagonistas exclusivos de la incauta
plaza conquistada por imposición recia de sus asfixiantes monólogos,
cuya inflexibilidad no permite disidencia de opinión alguna.
Monólogos propios, stricto sensu,
de cronistas profesionales de lo acontecido y de lo que acontece, a
cambio tan sólo de la inocente dádiva de los placeres propios de
las fiestas mundanas, y de la no tan inocente contrapartida de una
pleitesía sutilmente exigida en forma de reconocimiento social por
parte de todos los asistentes sin excepción. Pues ya es de imaginar
que en una sociedad que vive bajo la máxima del entretenimiento y la
diversión, el Apicem Aurum
como cronista juglar con pico de oro es lógico que sea elevado, por
aclamación popular inducida como efecto de una estrategia sibilina,
a la categoría de reyecito. El cual, todo sea dicho de paso,
requiere del pavoneo por adulación ajena como el aire que necesita
para respirar.
Mientras
que en su fondo, que por ser la manifestación interna de su
naturaleza resulta la menos evidente al ojo observador inexperto, los
Apicem Aurum se
caracterizan por gozar de una excelente memoria como materia prima
requerida para el desarrollo argumental de sus entretenidas crónicas.
Capacidad retentiva que, aún hoy en día en la sociedad
contemporánea, se considera falsamente un atributo de gran
inteligencia, cuando en realidad la memoria tan solo es, y no
por ello es menos, una habilidad personal y no uno de los diversos
tipos de inteligencia múltiple que definen el intelecto del ser
humano. Es por ello que el Apicem Aurum
no crea, sino replica. Es decir, que su rica verborrea, que puede
alargarse de manera ininterrumpida durante horas para pavonamiento
propio y medio de entretenimiento e incluso divertimiento social
ajeno, no aporta nada nuevo por estar exenta de creación intelectual
alguna, ya que se circunscribe al ámbito puro de la narración
descriptiva, con mayor o menor profusión de detalles del caso,
tejiendo su argumento mediante hebras de hechos históricos y de
opiniones ajenas favorables al uso propio de loros ilustrados. Por lo
que su base argumental, al fin y al cabo, no deja de ser una sucesión
de copias y pegas de razonamientos que, si bien denotan un buen nivel
de cultura particular sobre el caso expuesto, no son más que plagios
de terceros.
Así
pues, y como se puede observar, el éxito social del Apicem
Aurum, solo
concebible en el contexto de una sociedad sin demasiado criterio que
alaba el entretenimiento como bien superior, reside en una
combinación de diversos factores. En primer lugar, en un narcisismo
patológico proclive a manifestarse como juglar social que busca
encumbrarse en reyecito de su entorno. En segundo lugar, en el don
oportuno del inestimable atributo personal de la memoria que permite
gestionar adecuadamente las historias de lo acontecido y lo que
acontece con arte propio de cronista. Y en tercer lugar, en la gracia
del uso tan hábil como efectista del trovador que hila relatos, más
o menos afines, vacíos todos ellos de creatividad propia pero fieles
réplicas de argumentos ya creados por otros para esparcimiento
ajeno.
De
éstos especímenes de Apicem Aurum
podemos encontrar de manera transversal en el conjunto de la sociedad
humana, si bien abundan con especial relevancia en la actualidad
entre los follajes de aquellos hábitats donde se profesan
periodistas, historiadores, economistas, politólogos y otros
cienciasocialeslogos, e incluso entre los tertulianos mediáticos
omnipresentes de profesión difusa, principalmente. Juglares sociales
elevados a reyecitos a los que si bien no cabe menosvalorar su nivel
de conocimiento, no por ello se les debe eximir de resituarlos en su
justa medida como simples pavos ególatras del circo social, pues su
patente conocimiento singular entraña memoria, sin lugar a dudas,
pero no por ello implica inteligencia, capacidad ésta que a parte
del pensamiento lógico requiere de los denominados pensamientos
crítico y creativo necesarios para identificar, analizar y resolver
cuestiones planteables. Y justamente los Apicem Aurum,
más allá de entretener, poca inteligencia se les vislumbra. Pues
por sus argumentos los reconoceremos.
Habrá
quien considere que mi percepción personal hacia los Apicem
Aurum, y más especialmente
hacia su reconocido éxito social actual, pueda venir derivado de un
sentimiento de celos. Nada más lejos de la verdad, en todo caso es
fruto de un sentimiento de indignación al amparo de la Equidad como
valor social requerido, pues no existe Equidad alguna -como reflejo
de Justicia Social- en otorgar mérito a quienes no se lo merecen.
Aunque, ciertamente, ¿quién soy yo para contradecir a una sociedad
que prima el entretenimiento en detrimento de la inteligencia como
bien social, verdad?. Mientras tengamos Apicem Aurum
que no pare la fiesta, que a los filósofos ni se les entiende ni se
les espera.
Nota: Para artículos de reflexión sobre filosofía contemporánea del autor se puede acceder online a la recopilación del glosario de términos del Vademécum del ser humano