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La Escuela de Atenas, de Rafael. Palacio del Vaticano. |
Siempre he mantenido el
axioma de que inteligencia sin experiencia es conocimiento, mientras
que inteligencia con experiencia es Sabiduría. Así pues, para que
haya Sabiduría debe concurrir la experiencia, y
como todos sabemos ésta se circunscribe al ámbito de la conducta
humana, cuyo juicio de valor pertenece al ámbito de la Ética. Sobre
esta premisa, concibiendo la Sabiduría como una capacidad positiva
del ser humano, podemos concluir en primera instancia que la
Sabiduría es una conducta virtuosa y no viciosa (en términos
éticos), y en segunda instancia que la Sabiduría como virtud no es
apriorística por dependencia directa de una secuencia de sucesos a
posteriori a la que denominamos experiencia.
Tras
esta breve introducción de la naturaleza de la Sabiduría como
virtud humana, cabe definir qué se entiende por Sabiduría. Sin
mayor dilaciones, entenderemos como Sabiduría aquella conducta que
busca el conocimiento último o esencial de la realidad que permite
la perfección del alma humana. De lo que se deduce, por un lado que
la Sabiduría es amante de la Verdad, y por otro lado que la
Sabiduría anhela alcanzar un estado conductual acorde a dicha
Verdad. Una Verdad que, por tanto, como ideal a alcanzar y forma a
imitar, conlleva implícito tanto el elemento de la Razón como el
elemento del Buen Juicio. Es por ello que no en vano Platón definía
la Sabiduría como aquella ciencia que preside la acción virtuosa.
En
este sentido, y sobre la Verdad como ideal a alcanzar y forma a
imitar mediante la Razón y el Buen Juicio, podemos reafirmar la
naturaleza virtuosa de la Sabiduría. Ya que en su opuesto contrario
nos encontramos ante la ignorancia, el desconocimiento, la
irracionalidad, la tontedad, la estupidez, y la locura, todas ellas
denominadores comunes propios de un estado de enajenación de la
Verdad.
Pero
avancemos un poco más: si la Sabiduría es la virtud de buscar y
vivir desde la Verdad, no solo nos encontramos frente a una conducta
virtuosa que permite la trascendencia del ser humano sobre su
naturaleza animal (recordando que el hombre es el único animal
amante de la Sabiduría), sino que en ella se integran por rigurosa
observancia las Virtudes Cardinales de la Templanza, la Valentía, la
Justicia y la Libertad. Ya que sin ninguna de ellas puede concebirse
y aun menos desarrollarse la Sabiduría. Ergo,
la Sabiduría no puede considerarse tan solo como una conducta
virtuosa más, sino como una de las Virtudes Cardinales del ser
humano. Y aún más, como la virtud más notable en la que culmina la
Ética en sí misma.
Llegados
a éste punto, la cuestión pertinente no es otra que preguntarnos
qué aporta a la vida del hombre el comportamiento virtuoso de la
Sabiduría. Como ya apuntamos en su definición, permite la
perfección del alma humana. Pero ello, en términos prácticos, ¿qué
significa?. El término más acertado no sería otro que el de alcanzar un
estado de conciencia de felicidad, mediante la lucidez de la Razón
en connivencia con una vida responsable y digna coherente con la
Verdad como Principio de Realidad (lo que Es y Existe). Lo que Séneca
describía como el arte de la conducta recta de la vida. Pero no en
un sentido pesado o penoso, sino desde la percepción objetiva de una
existencia vivida desde la serenidad, la paz interior gozosa y lúcida
propia del estado de consciencia personal de la felicidad, la cual se
alcanza a través de la Razón y el Buen Juicio como componentes
activos del corpus de
la Sabiduría. De hecho, se puede afirmar categóricamente, que la
Sabiduría contempla como propios el conjunto de valores universales,
como son la Belleza, la Paz, el Amor o el Respeto, entre otros
muchos, cuya observancia y cumplimiento requieren de un alto grado de
sensibilidad humana respecto a la Vida en su Verdad.
Como
apunte final, y sin que ello se entienda como apología
corporativista (que dicho sea de paso no existe entre los
filósofos), aquellos que deciden ya no buscar sino convertirse en
amantes de la Sabiduría, como camino de felicidad y trascendencia
personal, se denominan por decreto etimológico como filósofos. Así
pues, siendo la Sabiduría una Virtud Cardinal para la naturaleza
humana, no hay estrategia más sobresaliente para hacer de éste
mundo un lugar mejor que llenarlo de filósofos. Lo cual, y a modo de
crítica social, nos debería hacer qué pensar ante la flagrante evidencia de vivir en
una sociedad que ha denostado la Filosofía como ciencia y desterrado
socialmente a los filósofos. Dixi!
Nota: Para artículos de reflexión sobre filosofía contemporánea del autor se puede acceder online a la recopilación del glosario de términos del Vademécum del ser humano