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Jeremy Porath, de Rejected Princesses |
Desde pequeños se nos
anima a ser valientes, a pesar que paradójicamente ya de mayores se
nos insta a limitar dicha valentía en una sociedad estandarizada,
aunque este es trigo de otro costal. De hecho, la valentía es una
actitud humana que siempre se ha valorado en el conjunto de las
civilizaciones a lo largo de la historia de la humanidad, por lo que
se puede decir que es un valor atemporal sociológicamente positivo.
Por lo que la primera pregunta que se nos presenta es si la valentía
es un comportamiento innato al ser humano como ser animal, o una
conducta del ser humano aprehendida culturalmente como ser social.
Para dar una respuesta válida, previamente debemos definir qué
entendemos como valentía. En este sentido, como es bien sabido por
todos por consenso colectivo, concebimos el concepto de valentía
como aquella actitud humana que requiere de valor y determinación a
la hora de enfrentarse a situaciones arriesgadas o difíciles. De lo
que se deduce que la valentía, en primera instancia, se compone
tanto de un motivado comportamiento proactivo, como de la necesidad
voluntaria u obligada de superar un previsible sentimiento de miedo,
ya que encararse a una situación arriesgada o difícil es
incompatible con las tres emociones básicas restantes que definen
toda actitud humana (alegría, tristeza y rabia). Por lo que podemos
concluir en éste apartado preliminar cuatro elementos
proposicionales:
Primero, que valentía
sin una firme y decidida acción conductual no es valentía.
Segundo, y como
complementación a la primera proposición, que valentía sin el
factor de superación de un estado emocional de miedo intrínseco a
la propia acción no es valentía. (Es decir, que aquella persona que
se enfrenta a una situación arriesgada y difícil y no siente miedo,
no puede considerarse como un individuo valiente sino como un
individuo temerario, propio de seres humanos con un daño cerebral
irreversible conocido como la enfermedad de Urbach-Wiethe).
Tercero, que al ser el
miedo una de las cuatro emociones básicas (desencadenantes de los
pensamientos y los sentimientos) con las que toda persona se
relaciona consigo mismo y en relación a su realidad más inmediata,
la gestión cotidiana de la misma emoción hacen de la valentía un
valor conductual innato del ser humano.
Y Cuarto, que al ser el
hombre un ser social por naturaleza, la valentía asimismo también
deviene un valor innato de la sociedad, con independencia de los
refuerzos culturales añadidos a la misma en las diversas
civilizaciones habidas y por haber.
Expuesto lo cual, podemos
afirmar que la valentía es una conducta apriorística del ser humano
íntimamente ligada al instinto básico animal de superación y
supervivencia, para el buen desarrollo tanto individual como
colectivo. Pero que, en todo caso, cabe subrayar que la valentía no
participa del supuesto de temeridad (como ya hemos dejado patente),
sino que en el hombre como ser animal dotado de consciencia y
capacidad de raciocinio denota y es propio del ámbito de la idea
personal y social de responsabilidad (con uno mismo y respecto a los
demás). De lo que se deduce, en segunda instancia, que la valentía
como conducta responsable conlleva un contenido intrínseco de
carácter profundamente Ético. Es decir, que la valentía forma
parte de la filosofía de la moral que observa y juzga la conducta
humana en términos de aquello que es correcto e incorrecto, o bueno
y malo, en un contexto social espacio-temporal determinado.
No obstante, si bien la
valentía implica responsabilidad, y dicha conducta participa de la
Ética, la cual viene determinada por las singularidades sociales, no
puede considerarse la valentía como un valor ético relativo (cuyo
grado de moralidad fluctúa al antojo de criterios sociológicos de
turno), sino como un valor ético absoluto, pues la valentía bebe
directamente del valor moral universal y apriorístico de la idea de
justicia. Y al ser la justicia como valor universal una virtud, y no
un vicio, en la condición humana -de hecho representa la virtud más
completa por ser la suma de todas las virtudes como bien decretó
Aristóteles en su Ética a Nicómaco-, la valentía como
valor conductual del ser humano solo puede ser concebida desde la
Ética virtuosa. Es decir, la valentía representa el ideal humano a
perseguir por encima de cualquier otro.
Así pues, seamos
valientes como individuos y como sociedad, pues al ser valientes
construiremos una humanidad más justa, honesta, equitativa, buena,
bella, fuerte, prudente, solidaria, voluntariosa, magnánima, y
libre. O sintetizando, una humanidad más feliz, que al fin y al cabo
es el objetivo último que persigue la Ética virtuosa de la que
participa la valentía por derecho natural propio. Mientras que
contrariamente, renunciar a ser valientes equivale a renunciar a una
vida personal y en sociedad virtuosa, y por tanto a crear una
realidad humana más infeliz. Comportémonos pues con valentía,
comenzando en primer lugar con nuestras propias vidas, pues el hombre es a la
sociedad lo que el ladrillo a una construcción. Insuflémonos hoy
mismo del valor necesario para volver a ser valientes, pues es desde
el hoy que se edifica el mañana, y no hay mejor oportunidad que el
ahora para comenzar a construir de nuevo la sociedad que todo ser
humano se merece a la luz del ideal de una vida digna compartida. Y desde la consciencia de que la valentía no es una opción social, sino una
decisión personal. Fiat lux!
Nota: Para artículos de reflexión sobre filosofía contemporánea del autor se puede acceder online a la recopilación del glosario de términos del Vademécum del ser humano