jueves, 2 de abril de 2020

Redefinamos una clase política que no está, ni se le espera, a la altura de las circunstancias


Hay ciudadanos a quienes se les ha olvidado, por desidia de pura comodidad interesada, que la Democracia es un modelo de organización social que persigue la máxima de la equidad social, entendiendo el concepto de equidad no tan solo como una práctica de dar a cada uno lo que se merece en función de sus méritos particulares, sino fundamentado asimismo sobre el principio de no favorecer en el trato a una persona en perjuicio de otra. Contrariamente, dichos ciudadanos olvidadizos conciben la Democracia, a la luz de sus actos (pues, por sus actos los conoceréis), como una gran teta proveedora de privilegios sociales a la que aferrarse a morro tal si de garrapatas chupadoras se tratase. Una fotografía social, tan grotesca como de rabiosa actualidad, que no tendría mayor relevancia si el grupo de dichos ciudadanos que confunden la res publica como un beneficiable para uso privado fuera insignificante, tal cual anécdota excepcional que confirma la regla, y mucho menos si dicho grupo de ciudadanos no perteneciese al colectivo político, es decir, a aquellos en cuyas manos recae la potestad del gobierno de la Democracia.

Una muestra de tan altruista vocación democrática por parte de nuestros políticos contemporáneos puede observarse, sin lugar a dudas, en su actual reticencia en algunos casos o en su negativa rotunda en la mayoría de ellos (mírese la sede parlamentaria territorial que se mire), de dejar de cobrar una parte o la totalidad de su salario como servidores públicos, en un tiempo en el que sus señorías no trabajan por causas de fuerza mayor ante las drásticas medidas de contención sociales implementadas en la presente situación de emergencia sanitaria nacional. Y cuyos improductivos recursos económicos (pues no retribuyen ningún trabajo en activo), considerados en estos precisos momentos como sumamente preciados por imperiosa necesidad social, podrían destinarse a ayudar a combatir la lucha feroz que el país afronta contra la pandemia del coronavirus. Pero aún y así, como si el problema no fuera con ellos, la acomodada clase política con rentas propias de príncipes, miran hacia otro lado en un país en el que el 56% de la población ya no llegaba a fin de mes antes de la crisis pandémica. Una desvergonzante falta de pudor democrático y de sensibilidad de ética social que destaca de manera insultante, por simple contraste de realidades, respecto a los sacrificios personales que el resto de conciudadanos se ve obligado a hacer en un estado de subsistencia doméstica bajo el perentorio decreto gubernamental de “hibernación económica” que afecta al conjunto del país. Y ello sin contar con la urgente necesidad que requiere el sistema público sanitario de una inyección de liquidez complementaria para gestionar, en su batalla sin tregua de salvar vidas, su actual situación de colapso estructural por carencias patentes tanto en personal como en recursos.

Los políticos, un lobby social corporativista

El desplante de solidaridad social de los políticos españoles podría pasar desapercibido, entre el ruido de la dramática tormenta pandémica que vivimos, si tan solo representasen a un colectivo residual de la sociedad. Pero no es el caso. Ya que en primer lugar son servidores públicos elegidos por sufragio universal que se deben a una leal vigilancia con el principio de equidad democrática, y como bien escribió el romano Plutarco: la mujer del César no solo debe serlo, sino también parecerlo. En segundo lugar, el cuerpo político español es uno de los grandes lobbys sociales del Estado, cuyos 450.000 miembros entre las diversas administraciones superan de creces a todos los médicos, policías y bomberos juntos; lo cual, como se pone en evidencia en estos tiempos, corre el peligro para el conjunto de la sociedad de caer en la tentación de un cerrado por celoso corporativismo propio. Y, en tercer lugar, para vergüenza de todos, España es el país con más políticos de toda la Unión Europea, seguido de Italia que cuenta con la mitad de políticos y casi 14 millones de habitantes más, o en comparación con la referente Alemania que tiene tres veces menos políticos y 34 millones más de ciudadanos. De lo que se deduce que, con independencia de las obligaciones éticas que debe llevar implícito la responsabilidad del político, éste como grupo social se encuentra redimensionado para fatalidad de las arcas del Estado, que sirva de recordatorio se proveen gracias al esfuerzo del resto de conciudadanos.

De hecho, a las arcas del Estado español le cuesta desembolsar, para hacer frente a un solo pago mensual de honorarios del total de 615 diputados, senadores y grupos parlamentarios habidos en las Cortes Generales, un total de 4,7 millones de euros. Suma y sigue de 1 millón de euros más en concepto de dietas y kilometrajes para aquellos políticos de fuera de Madrid. Un pago íntegro que sus señorías reciben igualmente aun sin trabajar en estos tiempos de cierre de la actividad laboral general y de confinamiento domiciliario obligatorio. Es por ello que, solo tomando este caso puntual como ejemplo conductual, clama al cielo el hecho de que los políticos se nieguen a donar para la lucha contra el coronavirus al menos sus ingresos por dietas y kilometrajes que se embolsan aun sin moverse de casa. Y en el mejor de los casos, que no donen la mitad de su salario por decencia de quien se sabe a consciencia que cobra un erario público sin levantarse del sofá. Lo cual ayudaría a la maltrecha economía de guerra española, como mínimo durante el cierre actual de la actividad parlamentaria, con un suplemento presupuestario entre 1 y 3'3 millones de euros al mes.

Reducción del gasto político: rentabilidad de los recursos públicos

Pero permítanme que continúe con la gratificante actividad imaginaria de lanzar huevos de indignación a los diferentes hemiciclos parlamentarios, desde la crítica cómoda de mi escritorio y pipa en boca, frente a la falta de vergüenza política de nuestros gobernantes que ni están a la altura de las circunstancias, ni en verdad ya se les espera. Ante tal nivel de compromiso social demostrado por parte de sus señorías, exijamos la reducción de la privilegiada casta política que engorda los 450.000 miembros actuales en todo el Estado para rebajarlos al digno nivel de los 100.000 políticos que registra una Democracia consolidada y referente a nivel europeo como es Alemania. De esta manera, el gasto despilfarrado por gratuito e improductivo que el conjunto de la ciudadanía nos ahorraríamos con los sueldos de sus -que no nuestras- señorías, permitiría a las arcas del Estado que son de todos, y tras pagar las respectivas indemnizaciones si se considerase oportuno, aumentar por siete el presupuesto en Sanidad, aumentar por casi seis el presupuesto en Educación, o pagar el IRPF a un millón de autónomos con ingresos inferiores a 50.000 euros, entre otras medidas económicas ya estudiadas en su día por diversos agentes económicos, siempre susceptibles de una nueva y actualizada revisión.

Dicho lo cual, y aun más en estos tiempos de crisis socio-económica causada por el cisne negro de la guerra sanitaria global (ver: Coronomía: ¿qué escenario económico nos deparará el día después de la pandemia?), no cabe perder de referencia el hecho que toda Democracia moderna se fundamenta en la capacidad de inducir la equidad social como eje vertebrador de un modelo de Estado de Bienestar Social. Por lo que se puede afirmar, retomando la definición sobre equidad que daba inicio a la presente reflexión, que aquellos políticos que en el desempeño de sus funciones conciben la equidad sin meritocracia están decantándose aun inconscientemente por un ideario cercano a la dictadura, mientras que aquellos otros que conciben la equidad sin protección del más desfavorecido tienden claramente hacia el despotismo. Es por ello que ante la oportunidad que ofrece la inminente era postpandémica de reinventar la sociedad (ver: ¿Reconstruir o Reinventar la sociedad?, dos opciones posibles para la era postpandémica), es preciso que el conjunto de la sociedad aprovechemos la coyuntura para redefinir la forma y el fondo del corpus de la clase política bajo los principios de economía de recursos públicos, de defensa del bien común y, por extensión, de desarrollo y madurez del propio sistema democrático. En caso contrario, volveremos a caer rehenes del corporativismo orgánico de los políticos como lobby social que, salvo notables excepciones, tan solo defiende a la práctica la perpetuidad de un estatus de privilegio social partidista por personal. (Ver: El círculo vicioso de los políticos, en el que los ciudadanos quedamos excluidos). No hay que olvidar que la titularidad del poder de la Democracia, al fin y al cabo, recae sobre el conjunto de la ciudadanía. Así pues, desde una sociedad ilustrada, ejerzámoslo como Estado Social y Democrático de Derecho que somos.



Nota: Para artículos de reflexión sobre filosofía contemporánea del autor se puede acceder online a la recopilación del glosario de términos del Vademécum del ser humano