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Museo de Louvre, París. |
El hombre, desde lo
albores de la humanidad, siempre se ha sentido maravillado por la
esfera, intuyendo aun sin saberlo que representa la forma geométrica
más perfecta del Universo, y que asimismo es el alfa y omega de la
existencia -con o sin vida- que da sentido al mismo. Un tema ya
desarrollado anteriormente, años atrás, en: Venimos de la esfera y, tras una vida en espiral, a la esfera regresamos. Pero todo y así,
sufrimos una atracción que puede considerarse de naturaleza
magnética respecto a las formas triangulares, como pueda ser las
pirámides egipcias, el frontón de cornisa inclinada de los templos
clásicos de la Antigua Grecia y Roma, los pináculos, torres y
cimborrios de las catedrales medievales, la estructura de la
Torre-Eiffel, o construcciones más modernas de obra civil varia como
puentes o rascacielos en forma de triángulo y repartidos por el
conjunto del globo terráqueo, tanto por tierra occidentales, como de
oriente próximo y medio, así como africanas y de extremo oriente.
La pregunta que se tercia
es, por tanto, ¿por qué el hombre se percibe atraído por las formas
triangulares?. Una cuestión que, al igual que la estructura de
triple lado o vértice del triángulo, tiene tres respuestas
reflexivas posibles que conforman de manera interrelacionada un mismo
cuerpo conclusivo.
En primer lugar, y desde
una dimensión Metafísica y por extensión ontológica, porque si
bien la esfera es la forma geométrica más perfecta del Universo, y
por tanto la primera y última singularidad de la Realidad, toda
forma conocida y por conocer dentro de dicha Realidad encuentra como
forma nuclear de los mismos al triángulo. Es decir, tanto la esfera
como forma del ente existencial en sí mismo o matriz universal de la
Realidad, como todos los polígonos que conforman las multiformas que
contiene dicha Realidad (sobre la base de los sólidos platónicos),
pueden ser divididos en un número finito de triángulos, ya sean
éstos esféricos o planos, y no en ninguna otra forma geométrica.
Lo que convierte al triángulo en un componente y principio
fundamental de la Realidad. Un apriorismo que, por su propia esencia
consustancialmente omnisciente, resuena como valor universal en la
propia naturaleza del ser humano como parte consciente participante
de dicha Realidad fundamental. (Ver: Somos cuerpos geométricos con un centro existencial que nos da estabilidad y sentido a la vida).
En segundo lugar, y desde
una dimensión Estética derivado de la naturaleza metafísica de
dicha figura geométrica, porque al ser el triángulo un valor
universal apriorístico de la estructura fundamental de la Realidad,
su forma -como elemento nuclear del tejido de la existencia que se
trasciende hacia la perfección de todo lo que Es- constituye por
identificación parte intrínseca de la idea de la Belleza como valor
asimismo apriorístico y universal a alcanzar por el ser humano. Pues
sería una contradicción lógica que el hombre persiguiera la idea
de la Belleza sin anhelar, a su vez, alcanzar la forma con la que se
fundamenta ésta. Ya que si bien el hombre vive desde el mundo de las
ideas, se manifiesta existencialmente a través del mundo de las
formas.
Y en tercer lugar, y
desde una dimensión de la Filosofía de la Ciencia, porque el ser
humano, en su búsqueda continua por alcanzar la verdad última de la
Realidad a través de su capacidad cognitiva, resolvió hace siglos
-Filosofía mediante, cabe puntualizar- el enigma práctico del
triángulo como elemento nuclear geométrico de la Existencia física:
la forma triangular no solo es el único polígono que no se deforma
cuando actúa sobre él una fuerza, sino que además tiene una gran
capacidad de sostener y distribuir el peso de una estructura. Un
conocimiento que el hombre, prácticamente desde que es hombre
racional, le ha dado un uso práctico para beneficio particular.
He aquí pues, tres
respuestas que conforman una sola unidad teórica polifacética,
frente a la pregunta de la fuerza atractiva que produce el triángulo,
tanto como forma como idea, sobre la efímera por frágil y caduca
condición humana. Una reflexión filosófica a modo de suspiro solo
apta para mentes inquietas y curiosas, que intenta arrojar un poco de
luz al sentido propio que cada cual le otorga a la Vida. Aunque, bien
sé que sé menos que Sócrates, y que la única verdad para el ser
humano es aquella en la que haya decidido creer.
Nota: Para artículos de reflexión sobre filosofía contemporánea del autor se puede acceder online a la recopilación del glosario de términos del Vademécum del ser humano