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Alegoría de La Paz. Museo del Prado, Madrid |
Si la paz es una cualidad
tan anhelada, ¿por qué al hombre le resulta tan difícil vivir en
paz?. La respuesta, más allá de buscarla en mil y una posibles
excusas de mal pagador, la encontramos por contraste justamente en los
atributos esenciales del concepto de paz, tales como equilibrio,
estabilidad, tranquilidad o armonía. Atributos, asimismo, difíciles
de hallar en la propia naturaleza del ser humano, principalmente
porque al menos dos de nuestras cuatro emociones básicas -con las
que nos relacionamos de raíz con el mundo como seres animales- son
de propenso carácter violento: el miedo y la rabia; sin menospreciar
una tercera susceptible de ser computada como es la tristeza que
también puede abocarnos a la violencia por su principio de
desequilibrio emocional. Es decir, que la violencia, como conducta
diametralmente opuesta a la paz, forma parte intrínseca de la
naturaleza humana como ser animal. Aspecto que ya desarrollé
ampliamente en la reflexión de corte antropológico “¿Por qué existe la violencia?”, donde se expone la competitividad animal por
conseguir recursos como uno de los ejes vertebradores, y cuya línea
argumental puede complementarse hasta la fecha con reflexiones más
de carácter sociológico ( Ver: ¿Por qué nos atraen las películas de violencia, intriga y sexo? Y, ¿cómo nos afectan?) y político
(Ver: Violencia, la dicotomía entre Derecho y Sociedad, y
¿Normalizar la violencia política es Democracia?).
Dicho lo cual, lo que sí
sabemos con certeza a priori es que la Paz es un estado de
consciencia individual y/o colectivo que requiere a nivel interno de
la concurrencia tanto de la ausencia de inquietud, como de la
ausencia de la violencia en sí misma, y que se manifiesta
externamente mediante una casuística caracterizada por el equilibrio
y la estabilidad en el hombre como ser animal y ser social. Dos
dimensiones indisociables de la Paz en las que ambas (ausencia de
inquietud y violencia a nivel interno, y equilibrio y estabilidad a
nivel externo) requieren de una voluntad consciente y activa previa
por parte del ser humano para alcanzarla. Lo cual exige de un
irrenunciable esfuerzo personal y social. Pues si algún valor moral
trasciende al hombre como ser animal, éste es justamente la Paz como
ideal a conseguir sobre la propia naturaleza violenta inherente al
ser humano. Siendo conscientes, a su vez, que la naturaleza del
hombre se manifiesta en un movimiento continuo oscilante entre los
opuestos de una existencia dual propia determinada por los estadios
tandémicos del ser-hacer y del orden-caos (Ver: La Dicotomía, la naturaleza substancial del ser humano, y El hombre, un ser que habita en la frontera entre el orden y el caos).
Así pues, más allá de
la naturaleza dicotómica del hombre cuyo rasgo inherente es la
violencia como ser animal, ¿por qué el ser humano se esfuerza en
alcanzar la Paz?. Para poder responder a dicha cuestión, cabe partir
de la premisa de las dimensiones interna y externa de la Paz
anteriormente expuestas como potencial estadio conductual humano.
Como derivada de la dimensión interna, y sobre el supuesto de una
persona sana en el uso y desarrollo de sus facultades mentales, la
Paz tanto representa la palanca de transformación personal que
permite al hombre acceder al estado de consciencia denominado como
Felicidad, como representa la plataforma facilitadora óptima para el
desarrollo de una vida personal digna. Pues no hay Felicidad ni vida
dignificante desde la no-Paz. Mientras que como derivada de la
dimensión externa, la Paz es la consecuencia lógica de la Justicia
social, reflejo de una buena política como sistema de organización
humana a la luz de la Sabiduría colectiva. De lo que se deduce que
la Paz, en su manifestación externa, representa una de las máximas
culminaciones de la Ética Social. Pues no hay Justicia Social, y
por extensión ni Sabiduría colectiva y por tanto Ética Social,
desde una sociedad inmersa en la no-Paz.
Es por ello que la Paz
debe reconocerse como un valor universal del hombre, tal que ideal de
mejora de la condición humana a integrar en el mundo de las formas.
Conscientes que la Paz, en términos sociales, no es más que la suma
de la Paz individual de los diversos miembros que conforman dicha
sociedad. Y para que exista la Paz personal, como elemento nuclear de
la Paz social, el hombre individual debe aplicarse a modo de
condición sine qua non en las artes humanistas que le
permitan trascender su propia naturaleza animal, como es el cultivo
de la sensibilidad por la Belleza en todas las manifestaciones del
Arte (Ver: La Sensibilidad, el camino trascendente del hombre), o el
cultivo por el amor a la Sabiduría como alimento de la curiosidad
humana mediante el uso del conocimiento (Ver: Solo el camino virtuoso de la Sabiduría hará de éste mundo un lugar más feliz). Aunque
comenzando, indelegablemente, por un óptimo entendimiento y gestión
de su mundo emocional, materia que a día de hoy aún es la gran
asignatura pendiente del sistema educativo obligatorio. Pues de las
emociones deriva las estructuras de pensamientos, y de éstas la
conducta personal del hombre como manifestación explícita de sus
actos. Ya que, al fin y al cabo, ¿qué es la Paz sino el arte del
buen gobierno personal con nosotros mismos y con los demás?. Por lo
que podemos concluir con categoría de aforismo que el hombre, como
ser consciente racional, no puede ni debe renunciar nunca a una
existencia vivida desde la Paz. Dixi!