Ciertamente la Libertad
se ha concebido a lo largo de la historia de la humanidad como un
derecho, considerado por unos pocos como un derecho natural del que
disfrutar por privilegio adquirido de nacimiento, considerado por
otros muchos como un derecho a conquistar por discriminación
negativa y perjuicio de nacimiento. Un principio de la vida del
hombre que durante siglos ha sido instrumento de regulación y
ordenación de sociedades humanas fundamentadas sobre la férrea jerarquización de las clases sociales, mediante la gestión del
Derecho como ciencia social y política constitutiva del ordenamiento
jurídico de los pueblos. De hecho, como es por todos conocido, la
Libertad no se percibe como un derecho inherente a la naturaleza del
ser humano, con independencia de su cuna y clase social, hasta
finales del siglo XVIII con la Revolución Francesa que bebe
directamente del ideario filosófico de la Ilustración (Liberté,
Égalité, Fraternité); si bien no alcanza la categoría de
valor universal hasta mediados del siglo pasado con la Declaración
de los Derechos Humanos que la recoge en su artículo primero [Todos
los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos (…)].
Y aunque la Libertad, como otros valores universales recogidos en
dicha Declaración, no ha llegado a convertirse en universal en
muchas sociedades del planeta, no es menos cierto que en la
actualidad impera como principio rector fundamental de las sociedades
contemporáneas avanzadas consideradas como Estados Sociales y
Democráticos de Derecho. Es decir, al menos en el mundo occidental
la Libertad se ha convertido en un estado natural del ser humano por
cualidad inherente de nacimiento como ciudadanos de pleno derecho. Un
atributo que, por su uso y disfrute tan habitual como cotidiano, el
hombre sel siglo XXI lo ha dejado de considerar como un derecho
aprehendido propiamente dicho para concebirlo como un rasgo
característico de su propia naturaleza humana.
En este sentido,
dimensión jurídica a parte, ¿qué entiende el hombre moderno por
Libertad?. En el sentido más amplio: la capacidad de la consciencia
para pensar y obrar según la propia voluntad de cada persona. Una
capacidad individual que, en un mundo altamente manipulado por los
múltiples mecanismos de control de masas monitorizados desde la
nueva religión mundial que denominamos Capitalismo, se ha convertido
en una virtud a alcanzar. O dicho en otras palabras, la Libertad de
pensamiento y acción personal, como rasgo de dignidad del hombre
como individuo social libre, es a día de hoy una conducta virtuosa
por su firme voluntad de resistencia a ser subyugada por los
dictámenes de la cultura consumista en un Mercado global. La
Libertad como conducta virtuosa del hombre libre contemporáneo se
puede sintetizar, por tanto, en la capacidad que tiene una persona de
decidir lo que piensa y hace a luz de su propia consciencia. Que es
lo mismo que decir a la luz de su propia mismidad.
Así pues, como primera
premisa, podemos vislumbrar que la Libertad como virtud se estructura
mediante una una dimensión interna (pensar) y otra dimensión
externa (obrar) que complementa a la primera, las cuales emergen de
manera condicionada a partir de un elemento nuclear esencial,
singular, propio e intransferible: la consciencia. Ergo, la
Libertad no puede considerarse como virtud sin el hábito virtuoso de
la autoconciencia (habilidad que debe cultivarse), pues no existe
Libertad en términos de libre albedrío stricto sensu sin un
autoconocimiento previo de nuestra propia consciencia como entidad
libre y personal capaz de reconocer nuestro Yo verdadero o mismidad,
frente al Yo de los otros o ajenidad. En este punto, no entraremos a
desarrollar los conceptos de consciencia, libre albedrío y
autoconocimiento, ya expuestos con anterioridad en: “¿Qué es la consciencia?”, “Y tú, ¿tienes libre albedrío?”, y “El arte de desconocerse a sí mismo (vs Conócete a ti mismo)”, recogidos
entre otras entradas afines en el glosario de términos de mi obra
Vademécum del Ser Humano.
Expuesto lo cual, y vista
la consciencia como autoconocimiento del hombre como ser individual y
en su condición de piedra filosofal de la Libertad, podemos deducir,
como segunda premisa, que el hombre libre piensa y actúa en
conformidad e independencia con su propia consciencia. Pues
considerar a un hombre libre que no piensa y actúa en conformidad
con su consciencia, o que no piensa y actúa desde la plena
independencia de su consciencia, es un reductio ad absurdum al
negar de facto los principios de la lógica formal tanto de
identidad como de no contradicción.
Lo que nos aboca a una
tercera premisa, que es aquella que apunta en la dirección de que
todo hombre libre que desde el pleno uso de sus facultades
conscientes, a la luz de un nivel óptimo de autoconocimiento previo,
piensa y obra con conformidad e independencia a su propia
consciencia, es responsable de sus actos. Es decir, que la Libertad
como virtud implica responsabilidad. La cual, por ser la Libertad una
conducta virtuosa (lo contrario equivaldría a afirmar que es un
vicio el pensar y actuar por uno mismo), la responsabilidad asimismo
debe serlo por puro principio de equivalencia. Y siendo la
responsabilidad, además de virtuosa por dicho principio, una
cualidad que pertenece al ámbito de la Ética al ser un juicio de
valor derivado de una conducta humana, ésta responsabilidad propia
de la Libertad es de carácter profundamente moral. O dicho en otras
palabras, la Libertad conlleva responsabilidad moral.
Lo cual nos lleva a la
cuarta y última premisa que deseo presentar en éste breve análisis
reflexivo de la Libertad como virtud. No podemos entender la
responsabilidad moral sin los idearios de Justicia y Sabiduría, los
cuales son Virtudes Cardinales. Y asimismo tampoco podemos concebir la
Libertad sin la Valentía (propia de pensar y actuar en conformidad e
independencia a la propia consciencia, fuera de injerencias
externas), que también es una Virtud Cardinal. Por lo que podemos
afirmar categóricamente, por pura deducción diáfana, que la
Libertad no es una virtud cualquiera, sino que forma parte del
selecto elenco de las Virtudes Cardinales del ser humano.
Es por ello, a modo de
conclusión, que debe entenderse la Libertad como una virtud
principal del ser humano que le trasciende tanto como ser animal,
como ser social sujeto a Derecho. Por lo que la Libertad, como rasgo
inherente al ser humano consciente, no puede ser cedida a terceros,
ni ser supeditada, y mucho menos eliminada, por ningún sistema de
organización social. Pues en su esencia racional radica la máxima
expresión de la Ética como ideal de la conducta humana.
Entendiendo, repitámoslo tantas veces como haga falta para evitar
confusiones, que no existe Libertad sin autoconciencia y
responsabilidad moral. Fuera de éstos, la Libertad puede ser todo
menos una Virtud Cardinal. Libertas capitur, sapere aude (La
libertad se conquista, atrévete a saber).
N.A: Para más
reflexiones complementarias sobre la Libertad desde otras
perspectivas de su propia naturaleza (proceso personal, pago de vida,
libertad de pensamiento, libertad política, etc), acceder al término
homónimo a través del Vademécum del Ser Humano.