En estos tiempos de
crisis global producida por la pandemia del coronavirus, como en
muchos otros tiempos de la historia pasada, la palabra confianza
resuena en el hombre más que como un mantra como un credo frente a
la vida. Confianza en que los malos tiempos pasarán. Confianza en
que saldremos bien parados de la situación actual. Confianza en que
las cosas irán a mejor. Confianza en un futuro prometedor.
Confiamos, sí, quizás porque la fuerza de la naturaleza es más
fuerte que la fuerza de la razón, pero, ¿qué es la confianza?.
Desde una mirada rápida
a ojo de buen cubero, podemos decir que la confianza es, en primer
lugar, un imaginario, pues abarca un tiempo y un espacio proyectado
única y exclusivamente sobre la mente de quien confía. En segundo
lugar podemos decir que abarca el futuro, pues dicho imaginario aún
no existe en el espacio-tiempo manifestado. Y en tercer lugar podemos
decir, dado que es un imaginario proyectado a futuro, que tanto puede
ser una predicción lógica como un acto de fe, dependiendo de la
existencia o ausencia del grado de relación de recurrencia de la que
se parta. Pero, más allá de presentarse como un mero proceso mental
de naturaleza matemática, e incluso casi físico, al amparo de las
leyes de la probabilidad, la confianza se nos presenta como una
actitud profundamente emocional.
Es decir, la confianza es
emocional en tanto en cuanto afecta a nivel interno al ámbito de la
autoestima de la persona, cuya identidad se reafirma peligrosamente
sobre los límites del horizonte de sucesos de su realidad más
inmediata, y cuyo grado de salubridad viene condicionado a nivel
externo, por tanto, por el principio de incertidumbre al
fundamentarse en un tiempo futuro. Con independencia que dicho
principio haya sido suspendido temporalmente, por el sujeto que
confía en una falsa premisa futurible (pues no es cierta hasta que
no queda demostrada), desde una confianza basada tanto en una
predicción lógica como en un acto ciego de pura fe. No obstante,
tanto en el caso de que el principio de incertidumbre inherente a la
confianza sea suspendida temporalmente como en el caso que no lo sea,
por parte del sujeto que confía, encontramos que el rasgo
definitorio de la confianza es una clara cesión de la autoestima
personal respecto a circunstancias externas y/o a terceras personas.
Un rasgo que, por otro lado, es tan natural como inevitable, ya que
el hombre por sí solo no tiene capacidad de autocontrol absoluto
sobre el mundo que lo rodea. Por lo que se puede decir de la
confianza que es el resultado de una autoconvencida voluntad, por
salud emocional, de no querer inquietarse frente a la falta de
control ajeno. De lo que se deduce que la confianza es un reflejo de
la tendencia natural humana de vivir desde la estabilidad
psicoemocional, o dicho en otras palabras, desde un estadio de
tranquilidad ambiental.
Expuesto lo cual, y más
allá de las fuerzas de causa mayor que escapan a la pequeña
capacidad de la dimensión humana, Destino incluido, donde la
confianza adquiere categoría de esperanza, la confianza entre seres
humanos estricto sensu se presenta como un factor esencial
para la buena convivencia en sociedad. De hecho, la confianza es la
piedra angular sobre la que se construyen las relaciones humanas en
el buen entendimiento del hombre como animal social, y sin la cual no
pueden desarrollarse otros valores humanos tales como el amor, la
amistad, la justicia, la libertad o la paz, entre otros muchos. Por
lo que siendo éstos ideales universales a alcanzar por el ser
humano, asimismo la confianza como base de los mismos debe
considerarse como un valor universal, la cual requiere cultivarse en
el fuero interno de las personas a título individual y como
partícipes de una misma sociedad para su plena integración. Pues la
confianza no surge por generación espontánea, sino que se crea y
construye mediante el hábito conductual consciente humano.
La confianza, por tanto,
tiene una diáfana doble implicación en el desarrollo óptimo de la
dignidad de la vida humana, ya que a nivel personal afecta al ámbito
de la autoestima, y a nivel colectivo afecta al ámbito de la armonía
social. Y ya sabemos que sin autoestima no hay individuo que pueda
autorealizarse personalmente, y sin armonía social no existe
sociedad que pueda evolucionar positivamente bajo parámetros
humanistas. Por lo que, a modo de conclusión, podemos afirmar que el
hombre necesita la confianza como el aire para respirar, y es por
ello que justamente la busca como acto reflejo tan automático como
natural en sí mismo y en su entorno, rechazando por puro instinto de
supervivencia cualquier situación o persona que no le aporte el tan
anhelado estado de confianza. Pues en la desconfianza no tiene cabida
el rico flujo de la vida. Y aún más, una persona o una sociedad
desconfiada es una persona o sociedad enferma emocional y
mentalmente, a la que el hombre no puede ni debe acostumbrarse por
propia salubridad. Ya que el ser humano Confía, luego Es.