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"La Jungla", de Teresa Mas de Roda. Marzo 2020 |
Debo reconocer que hay
pocas cosas en la vida que capten mi atención con tal intensidad,
como polilla atraída por la luz, que los colores. Pero no todos los
colores, sino aquellos que se muestran vivos y cálidos. Una
tendencia de naturaleza instintiva que seguramente encuentra su
huella ancestral latente en mi genoma mediterráneo y, por extensión,
en la herencia cultural greco-romana cuya vida, templos y estatuas
incluidas, se cromaban con tintes fuertes y vibrantes en un canto tan
desinhibido como descarado al disfrute de la existencia mortal. Una
declaración de principios que bien puede considerarse como un acto
de rebeldía en una sociedad desarrollada como la actual, construida
de manera prevalente sobre tonos neutros e incluso fríos, como son
los cremas, beis, marrones, grises, colores oscuros varios y
negros, principalmente. Y que, por otro lado, cabe subrayar a modo de
nota declarativa, nada tienen que ver con los apasionados siete
colores que componen el arco iris: rojo, naranja, amarillo, verde,
turquesa, azul y violeta.
En este punto, resulta
interesante observar la relación de los colores desde un punto de
vista de sociología comparada. Puesto que si prestamos una mínima
atención, podemos constatar que a mayor grado de desarrollo
industrial de las sociedades, mayor preponderancia de los colores
neutros y fríos sobre los vivos y cálidos, más propios éstos
últimos de sociedades menos desarrolladas como norma general. Como
si el hombre moderno culturalizara conceptos tales como la seriedad,
la responsabilidad, el compromiso, el esfuerzo e incluso el civismo
como conductas propias por esperables del individuo civilizado bajo
una manifestación formal cromática neutra e incluso fría. Lo cual,
a su vez, no deja de ser relevante como objeto de estudio sociológico
por la baja intensidad del nivel vibratorio de dichos colores que, en
esencia, tienen como denominador común una clara inclinación a la
homogeneización de la diversidad. O dicho en otras palabras, en un
mundo construido sobre un cromatismo neutro y homogeneizador se
espera que habiten personas asimismo neutras como individuos y
homogeneizadas como sociedad. Propio de la teoría del rodillo o del
molde estandarizador de una filosofía existencial productivista.
Expuesto lo cual, podemos
deducir por un lado que la culturalización de los colores contiene
implícito una carga moral en la lógica humana, profundamente
humana, de las sociedades. Y que, por otro lado, el color es una
parte indivisible de la manifestación formal de una idea
conceptualizada. Por lo que, al son de esta línea argumental, cabe
concebir los colores como medios instrumentales para la capacidad
cognitiva del hombre social. Es decir, que los colores, como entidad,
participan tanto y en primera instancia de las disciplinas de la
Filosofía de la Moral (que estudia el comportamiento del hombre en
cuanto a lo que está bien o es correcto y a lo que está mal o es
incorrecto) y de la Filosofía Gnoseológica (que estudia los
principios y métodos del conocimiento humano), como en segunda
instancia de la Filosofía Social (que estudia el comportamiento
humano en sociedad) y de la Filosofía Estética (que estudia la
esencia y percepción del gusto de la belleza del hombre). Una suma
de conocimientos que, no seamos ingenuos, ya se trabaja de parte el
marketing en sus diversas modalidades, y de manera transversal al
conjunto de actividades humanas, para rentabilidad propia.
Es por ello que,
personalmente, mi interés reflexivo se centra más en otra dimensión
del color. Específicamente en aquella entendida como realidad
independiente a la creada por el ser humano. Es decir, en el color en
su mismidad, como esencia en su estado natural más
auténtico y salvaje por virginal, exento de la injerencia de
la mano cultural del hombre. Pero que, a su vez, éste estadio
inmaculado del color como parte de la realidad física de la que
participa el hombre le condiciona a éste de manera pura al no estar
sujeto a ningún juicio de valor predeterminado. En este sentido, nos
referimos a la naturaleza metafísica del color. Pues a nadie se le
escapa que uno de los componentes y principios fundamentales de la
realidad es el color, como impresión producida por la luz tanto en
el mundo de las formas, de manera evidente, como en el mundo de las
ideas (que se manifiesta a través de aquél), de manera menos
evidente pero no por ello menos real.
A partir de aquí, y
sobre la base axiomática que tanto la realidad formal como ideal se
fundamenta sobre principios apriorísticos, como es la geometría en
el mundo formal y los valores universales en el mundo de las ideas,
base de la condicionada capacidad cognitiva humana como parte
indisoluble de los mismos, cabe deducir que los colores como parte
intrínseca de la manifestación estructural de dicha realidad es
asimismo apriorística, lo que equivale a concluir que poseen una
naturaleza de carácter universal más allá de los determinismos
culturales humanos. Dicho apriorismo y universalidad de los colores,
como bien sabemos, encuentra su elemento causal por genésico en su
vibración electromagnética esencial (otro apriorismo previo de la
vida como tal), cuyas longitudes de onda dan lugar a uno u otro color
de la realidad conocida, a imagen y semejanza de la relación
existente entre las diversas propiedades de las figuras geométricas
en el plano del espacio. Así, de igual manera que un cuadrado es un
cuadrado y no puede ser otra figura por los principios de la lógica
tanto de identidad como de no-contradicción, asimismo el color rojo
es rojo y no puede ser otro color, con independencia de que le
cambiemos el nombre con el que lo identificamos.
Dicha naturaleza
apriorística y universal de los colores, como fundamento estructural
de la realidad en estado puro, afecta de manera directa a las ideas
de realidad y de verdad en el ser humano como receptor cognoscente de
dicha realidad. Pues el hombre conoce a través de su capacidad
sensorial-intelectual perceptiva en relación al mundo en el que
habita, y en dicho proceso cognitivo establece los parámetros de su
propio cuadro de valores de verdades supeditado a la realidad
aprehendida. Por lo que de aquella realidad independiente deviene
ésta realidad humana concebida. A no ser, siempre cabe la
posibilidad, que el hombre como individuo no se encuentre en posesión
del pleno uso consciente de sus facultades mentales y emocionales,
por distorsión de causas propias o ajenas (sociedad).
Es por ello que, a modo
conclusivo, podemos afirmar categóricamente que los colores vivos, y
no otros por fuertemente vibrantes, representan el significante
apriorístico y universal de la exaltación de la vida en el sistema
de referencias de nuestra realidad. Y justamente frente a ellos debo
confesar que siempre me siento, sin excepción alguna, en un estado
prácticamente de trance de reafirmación y celebración personal
frente al gozo de la vida en su máxima expresión. Qué le vamos a
hacer, los colores vibrantes son una de mis debilidades placenteras,
a los que gustosamente me entrego siempre que se tercia y tengo
ocasión en la búsqueda constante por sentirme vivo. Que no es poca
cosa, en estos tiempos que corren. Disfruto de los colores vivos,
luego existo.