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Sanitarios improvisando trajes de protección con bolsas. |
Tocan tiempos de rasgarse
las vestiduras, por replicación humana de la fábula de la cigarra y
la hormiga, en el que el ser humano contemporáneo personifica sin
lugar a dudas y de manera magistral el personaje de la cigarra.
Aunque éste, como muchos otros aprendizajes sin completar por parte
de la humanidad, es una de las grandes asignaturas pendientes que al
hombre se le atraganta desde que es hombre. De hecho, ésta fábula
que nos hace una comparativa entre quienes son previsores en la vida,
inteligencia mediante, frente a los que no lo son de cara a afrontar
futuribles difíciles -que siempre acaban siendo certeros por su
periodicidad cíclica-, es de autoría atribuida a un prosista de la
Antigua Grecia ya citado por las tres generaciones consecutivas de
los grandes maestros-discípulos de la filosofía clásica de hace
más de 24 siglos: Sócrates, Platón y Aristóteles. O sea, que la
reválida a superar, por enésima vez, viene de lejos.
Y ante esta
despreocupación vital que demuestra el hombre como constante
atemporal de su naturaleza humana en momentos de cierto bienestar
social, que le aboca a despreocuparse por un mañana incierto como
consecuencia directa en gran medida de su limitada memoria
intergeneracional (quizás por nuestra descendencia biológica con
los desmemoriados peces y por añadido de una deficiente educación
en materia de Historia), llegándose incluso a creer de manera
ilusoria que los malos tiempos nunca volverán, provoca que
socialmente tengamos una tendencia predilecta sobre los bufones
saltimbanquis que solo tienen como fin último entretener al pueblo
al son de la política del panem et circenses, en detrimento
de las personas meritosas por cultivadas que aportan valor añadido a
la evolución y desarrollo positivo de la sociedad en su conjunto.
Tanto es así que vivimos en una sociedad moderna en la que se valora
más al bufón guaperas, al bufón chuta pelotas, al bufón chismoso
sin pudor ajeno, o al bufón gracioso por vulgar que tanto habla como
canta sin arte alguno, entre otros miembros de la familia buhonera,
elevándolos socialmente a la categoría de héroes públicos con una
retribución de su peso en oro, y convirtiéndolos así en referentes
estereotipados del éxito y la fama social a imitar. O al menos,
hasta que la desgracia se cierne sobre la sociedad, como es el caso
actual en plena crisis sanitaria de la pandemia del coronavirus, en
la que no hay bufón de turno del que echar mano que tenga utilidad
social alguna. Es entonces, y en este contexto, en que la sociedad se
hace consciente del precio que debe pagar por premiar la tontería
sobre el mérito, tal cual despertase abruptamente de un sueño tan
irreal como autoinducido.
Ahora, el hombre se rasga
las vestiduras en un autoexamen de conciencia colectiva de su propia
estupidez, mientras se apresura a vender a precio de saldo sus héroes
con pies de fango para reunir los recursos económicos suficientes
que le permita reinstaurar un gobierno meritocrático capaz de
afrontar una situación propia de guerra. Es decir, reorganizar de
urgencia la sociedad bajo el mando de personas discriminadas
positivamente en base a sus méritos en los diferentes ámbitos
sociales de imperiosa necesidad, en los que predominan los valores
asociados a la inteligencia racional (intelectualidad) y a la
inteligencia emocional derivada de la misma (vocación, aptitud,
trabajo, esfuerzo, compromiso, responsabilidad, diligencia, etc). Un
trabajo propio de Hércules si consideramos la desigualdad social
permitida y mantenida durante décadas entre bufones y meritosos en
un claro agravio comparativo de carácter retributivo como termómetro
de reconocimiento social, en el que durante años los honorarios
semanales de un futbolista de élite han sido el equivalente a más
de once años de salarios anuales de médicos, profesores o
investigadores; o los honorarios semanales de un bufón televisivo de
ocio, que han representado la equivalencia a más de dos años de los
salarios anuales de dichos profesionales de marcado carácter y
utilidad social, por poner algunos ejemplos. (Ver: Los influencers, el desalentador polígrafo de la sociedad). Y ello sin contar, por
ende, las ridículas partidas presupuestarias -sometidas sea dicho de
paso a una continua política de recortes- referentes a la cobertura
de recursos materiales y de servicios para el buen desarrollo de tan
insignes actividades humanas, conllevando por efecto colateral una
sangrante reducción de la plantilla de profesionales en dichos
cuerpos sociales de máxima utilidad pública.
Que la meritocracia se
imponga por integración en la mentalidad colectiva como valor social
a defender en la era postpandémica por parte del conjunto de las
sociedades modernas, es una de las acciones más inteligentes que
puede tomar el ser humano en defensa del bien común como especie, y
asimismo como reacción de madurez evolutiva manifiesta por parte de
los individuos en su conjunto. Si bien a su vez resulta ésta una
presunción tan inocente, visto los derroteros de la historia de la
humanidad, como el hecho de concebir que en la lógica de la fábula
el hombre asume por transmutada convicción el papel de la hormiga en
lugar del de la cigarra. Aunque, como reza el refranero popular, de
esperanza también vive el hombre. Y servidor, como filósofo tan
efímero como ilusorio por esperanzador, desea creer -no sin
esfuerzo- que el hombre en su cualidad de ser racional tiene la plena
capacidad de aprender de sus errores. Pues de lo contrario, solo cabe
aceptar el triunfo de la oscuridad de la sinrazón sobre la luz de la
Razón.
Expuesto lo cual, no hay
más que finalizar con la pregunta pertinente por obligada para una
reflexión colectiva: ¿Bufonocracia o Meritocracia?. Dos opciones a
elegir a futuro que determinarán la construcción de la nueva
sociedad postpandémica. Una responsabilidad ineludible de la que
todos, sin excepción alguna, deberemos dar cuentas de cara a
generaciones futuras. La parte esperanzadora es, si algo caracteriza
justamente al hombre, su capacidad de libre elección frente a
cualquier encrucijada. A partir de aquí, fiat lux!
Nota: Para artículos de reflexión sobre filosofía contemporánea del autor se puede acceder online a la recopilación del glosario de términos del Vademécum del ser humano