jueves, 30 de abril de 2020

¿Ser Tolerante es bueno o malo? Y, ¿cómo cabe enfrentar la intolerancia?

Quema de libros por parte de los Nazis, Alemania 1933

Comienzo esta reflexión sobre la Tolerancia con una pregunta categórica: ¿ser tolerante es bueno o malo?. Lo cierto es que, con independencia de la respuesta por la que optemos, ambas son correctas, ya que depende de si el objeto susceptible de la Tolerancia parte de una premisa moralmente positiva o negativa. Es decir, la Tolerancia es mala frente a una situación moralmente reprobable, mientras que es buena frente a una circunstancia moralmente virtuosa. Aunque, dicho lo cual, ésta premisa no esclarece mucho la cuestión cuando la moral, ciertamente, se manifiesta de manera pragmática en la realidad bajo una naturaleza tanto geográfica como social. Es decir, que la Tolerancia puede encontrarse -y de hecho es un habitual- frente a una encrucijada donde colisionan dos morales diferentes con escalas de valores dispares, como pueda ser el caso habido entre personas de clase social distinta, ya que la moral humana es consustancial y profundamente cultural. Y entre medio de éstas posiciones culturales divergentes, existe todo un amplio espectro en el que se registran diversas palancas conductuales que tensionan y ponen a prueba la naturaleza intercultural de la Tolerancia en su doble dimensión moral, como puedan ser los Juicios de Valor (ver: Frente a los juicios de valor categóricos de quienes nos atacan: Reductio ad Absurdum), el Respeto (ver: ¿Qué es el respeto?), o la Responsabilidad (ver: Tipos de responsabilidad personal de carácter social frente a la vida), entre otras tantas, hasta alcanzar el grado máximo de oposición propio de un comportamiento genuinamente intolerante. Por lo que, a la vista de lo expuesto, cabe afirmar que el único sistema de referencia válido para la Tolerancia, más allá de cualquier contexto espacio-temporal, debemos encontrarlo en la moral pura o impertérrita que emana directamente de los Valores Universales, donde tanto la Tolerancia como la intolerancia tienen definidas diafanamente sus posiciones en cualquier horizonte de sucesos posibles, y en el que no hay cabida para estadios intermedios por centripetación de la fuerzas gravitatorias de ambos opuestos.

Tras ésta premisa introductoria, es sabido por todos que la Tolerancia implica el respeto por el pensamiento y el comportamiento ajeno aun sin asumir de facto una aceptación o coincidencia necesaria con los mismos, pero fuera de su concepto significativo ¿cuál es la estructura orgánica de la Tolerancia?. Para despejar ésta cuestión, es preciso escudriñar su propia naturaleza desde diversos ángulos del conocimiento humano. Veámoslo:

1.-Ángulo Ontológico:

La Tolerancia Es en tanto ontologicamente participa activamente y en relación inherente con el valor de la Dignidad de la vida humana por derecho natural irrenunciable e indelegable, la cual se despliega por manifestación necesaria mediante el valor de la Libertad personal. Siendo la Dignidad y la Libertad personal contenido y continente de la Tolerancia como entidad conductual. Por lo que no puede existir Tolerancia si no concurre una clara observancia por el respeto de la Dignidad y la Libertad personal.

2.-Ángulo Epistemológico:

La Tolerancia Es en tanto epistemologicamente se fundamenta en el reconocimiento de la mismidad del Yo y de la ajeneidad de los Otros, ya que sin conocimiento esencial de los rasgos característicos de lo propio y de lo ajeno no puede establecerse una correspondencia de Tolerancia desde la individualidad hacia la pluralidad y viceversa. Es por ello que la educación deviene un medio imprescindible para la Tolerancia, como proveedor de conocimiento necesario para el cultivo de una consciencia sensible respecto a la rica diversidad manifiesta. Por lo que no puede existir Tolerancia sin conocimiento propio y ajeno, ni conocimiento válido sin el desarrollo de una consciencia sensible, ni ésta sin una educación previa. Pues todo aquello que el hombre desconoce, por tendencia natural no suele tolerarlo. Y aún conociéndolo, sin educación mediante, suele despreciarlo.

3.-Ángulo Psicoemocional:

La Tolerancia Es en tanto psicoemocionalmente se caracteriza por un cuadro mental y emocional saludable del individuo como sujeto tolerante. Y si bien dicha óptima gestión psicoemocional parte de los fundamentos ontológicos y epistemológicos de la Tolerancia anteriormente expuestos, la Tolerancia como actitud conductual se manifiesta por medio de la virtud cardinal de la Templanza, la cual es reflejo de un alto nivel de Autoestima personal (Autoridad Interna). Ya que no puede haber Tolerancia sin la capacidad de autoconocimiento y autodominio propio de la Templanza, ni éstos atributos sin la fortaleza de espíritu propia de una persona con alta Autoestima. Pues sin Autoestima ni Templanza el hombre es presa fácil de las sombras carroñeras de la inseguridad y los miedos, los cuales son dos de los grandes siervos que la intolerancia dispone a merced.

4-Ángulo Social:

La Tolerancia Es en tanto socialmente se caracteriza por la transigencia frente a una pluralidad que se manifiesta en toda su diversidad. Entendiendo transigencia como aquella actitud permisiva dentro de los parámetros de respeto hacia los valores de la Dignidad y la Libertad personal, los cuales no pueden coexistir sin un sistema de referencias fundamentado en los principios de la Lógica formal. Pues allí donde no concurre la Lógica a la luz de la Razón no puede desarrollarse plenamente la Dignidad y la Libertad personal, y sin éstas queda distorsionada la conducta transigente, abocando a la Tolerancia a ser substituida por la intolerancia propia de una mentalidad grupal o colectiva de claro perfil fundamentalista.

5.-Ángulo Político:

La Tolerancia Es en tanto políticamente se expresa como la virtud por excelencia de la Democracia, ya que a través de aquella se despliegan los principios rectores de ésta como son la Libertad, la Justicia, la Igualdad o el Pluralismo. No obstante, como la Democracia es un sistema de organización social reglado por fundamentarse en el principio de legalidad, asimismo la Tolerancia como valor democrático debe estar sujeto a normativa. Lo cual significa que la Tolerancia, como idea política que busca defender la Tolerancia en el seno de una sociedad democrática como bien público superior, requiere manifestarse firmemente intolerante frente a la intolerancia. Un fenómeno al que Popper denominó la Paradoja de la Tolerancia, y sin la cual las conductas intolerantes podrían destruir la propia Tolerancia como valor sociológico por político. Lo contrario a la Paradoja de la Tolerancia sería la Lógica de la Tolerancia, toda una utopía para el ser humano, pues ya sabemos que el hombre es por naturaleza un ser animal, aunque viva en calidad de animal social, caracterizado mayormente por su alto grado de incongruencia más que por su lógica racional.

Expuesto lo cual, podemos concluir que la Tolerancia es un valor universal del ser humano, un ideal de conducta al que el hombre debe inclinarse esfuerzo personal y social mediante, trascendiéndose así sobre su primitiva naturaleza animal. Pues fuera de la Tolerancia solo hay indignidad personal, ignorancia humana, inquietud psicoemocional, sufrimiento social y despotismo político. Un horizonte alternativo en el que se puede divisar una clara tendencia humanista involutiva, construido sobre los cimientos de una sociedad irracional, que ciertamente no resulta nada alentador. Frente a la intolerancia, por el bien colectivo, más contrafuerza tolerante, aunque sea echando mano de una paradoja como medida de contención. Ya que, al fin y al cabo, ¿qué es la existencia del hombre, sino una gran paradoja en sí misma? Fiat lux!


Nota: Para artículos de reflexión sobre filosofía contemporánea del autor se puede acceder online a la recopilación del glosario de términos del Vademécum del ser humano


miércoles, 29 de abril de 2020

Sin Fraternidad el hombre es un animal salvaje más

Alegoría de la Fraternidad. Plaza de la República, París

Es curioso observar como un comportamiento tan humano como la Fraternidad, no goza hoy en día de connotaciones demasiado positivas. En una sociedad que exalta el individualismo, como máxima del éxito de la filosofía capitalista, la alusión a la Fraternidad en el ámbito de las relaciones sociales se suele percibir como propio de grupos herméticos, como pueden ser las sociedades secretas o las fraternidades profesionales, y por tanto susceptible al recelo ajeno; mientras que la Fraternidad en el ámbito de las reacciones estrictamente humanas se suele percibir como propio de grupos antisistemas que anhelan algún tipo de utopía, como los movimientos new age de los años sesenta y setenta, y por tanto también susceptible de dicho recelo ajeno. No obstante, más allá del tamiz sociológico contemporáneo, la Fraternidad es un valor universal ya conceptualizado filosoficamente en origen por los sofistas griegos, recogido posteriormente en la fraternitas de la concepción religiosa católica, y consagrado más tarde como ideario civil por la fraternité de la Ilustración, quien la encumbró como estandarte simbólico de la Revolución Francesa, cuna de los actuales modelos democráticos.

En este sentido, y estereotipos temporales a parte, la Fraternidad, como es bien sabido por todos, la concebimos aún en nuestros días como aquella actitud en la que las personas, aun sin lazos sanguíneos, se tratan como hermanos. Un ideario humanista de corte clásico del que concurren cuatro actitudes conductuales muy concretas: la Amistad, la Confianza, la Solidaridad y la Igualdad. Las cuales conforman la estructura esencial de la idea de la Fraternidad, y que sin la presencia de alguno de ellos no podemos concebir la Fraternidad como tal. Dichos valores, a su vez, nos permiten entender la triple dimensión de la naturaleza de la Fraternidad en su relación interpersonal humana, social y política. Veámoslo:

1.-La Fraternidad como Relación Humana:

En primer lugar, para que exista una relación interpersonal humana de la Fraternidad deben concurrir los valores de la Amistad y la Confianza. Este es el primer estadio por nuclear de la tridimensión de la Fraternidad. Donde la relación de Amistad y Confianza se fundamenta, dentro del contexto de la Fraternidad, sobre un intangible compartido de naturaleza indivisible. Es decir, sobre un rasgo característico por substancial común entre los miembros de un misma comunidad, entendiendo ésta como un escalable que parte desde una unidad familiar hasta poder albergar al conjunto de la humanidad como especie, en el que dicho rasgo substancial común queda exento de cualquier posible mercadeo, lo cual descarta a priori cualquier tipo de bien material compartible susceptible de ser fraccionado. Pues la Fraternidad, a la luz de la relación humana de la Amistad y la Confianza, participa de la alta esfera del espíritu humano.

2.-La Fraternidad como Relación Social:

En segundo lugar, para que exista una relación interpersonal social de la Fraternidad debe concurrir el valor de la Solidaridad. Este es el segundo estadio, tras el vínculo relacional humano, de la tridimensión indisociable de la Fraternidad. En el que la Fraternidad como relación humana se eleva al ámbito natural del hombre como animal social, donde el ser humano convive con otros semejantes en sociedad por necesidad recíproca en pos de gestionar positivamente el instinto de supervivencia como especie. En este sentido, la relación de Solidaridad se fundamenta, en el marco de referencia de la Fraternidad, sobre el principio de la ayuda mutua. Pues no existe Fraternidad social sin la observancia y el auxilio a las necesidades del prójimo, lo cual implica una actitud de compromiso moral colectivo que transciende al hombre como ser animal, al descartar de inicio al egoísmo -propio del individualismo- de la ecuación fraternal.

3.-La Fraternidad como Relación Política:

Y, en tercer lugar, para que exista una relación interpersonal política de la Fraternidad debe concurrir el valor de la Igualdad. Este es el tercer y último estadio, tras el cumplimiento de los vínculos relacionales humano y social, de la tridimensión indisociable de la Fraternidad. En el que la Fraternidad del ser humano que vive en sociedad debe, por imperativo pragmático, contemplarse dentro de un conjunto de reglas y normas como fundamento para establecer un sistema de organización social. He aquí la dimensión política de la Fraternidad como valor humano que participa de la res publica, donde la Igualdad fraternal se constituye no solo en una Idea Política (por inspiración de la Ética), sino que pasa a formar parte de los principios rectores de la Democracia como modelo evolucionado de organización de las sociedades modernas. Tanto es así que la Fraternidad como relación política cierra el círculo tridimensional de la Fraternidad como valor universal (conscientes que en todo círculo, como bien decretó Heráclito, se confunden el principio y el fin), ya que sin Igualdad fraternal -aunque requiera ser normativa- no hay Solidaridad fraternal, y sin ésta no existe Amistad y Confianza fraternal, y viceversa.

De lo que podemos concluir que todo aquel contravalor, como el egoísmo derivado de una cultura individualista exempli gratia máxima, que atenta contra la idiosincrasia de la Fraternidad, representa por lo menos una clara apología contra la Solidaridad y la Igualdad tanto en calidad de valores universales como en calidad de principios fundamentales de los Estados Sociales y Democráticos de Derecho. Así pues, va siendo hora que resituemos la idea de la Fraternidad en su justa medida en la existencia cotidiana del ser humano, pues en ello nos va el tipo de moral sobre el que se desarrolla el hombre contemporáneo y, por extensión, nuestras propias sociedades. Sin Fraternidad, el hombre queda relegado a la categoría de un animal salvaje más sin paliativos excusables. Dixi!


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martes, 28 de abril de 2020

El Honor, ¿ha dejado de tener vigencia como valor moral en nuestra sociedad?


El hombre moderno vive en una sociedad en la que, por voluntad propia, expone públicamente su intimidad personal, familiar y así como su propia imagen -muchas veces de manera grotesca-, a través de las redes sociales como medio normalizado de establecer relaciones interpersonales. O más bien, extrapersonales, ya que dicha exposición pública sobrepasa normalmente y con conocimiento de causa los límites del propio círculo de conocidos. Una conducta exhibicionista que, más que buscar el mero hecho de crear relaciones humanas, parece propio de una conducta narcisista mal entendida propia de quienes buscan reafirmar su autoestima personal, y por ende construir su identidad social, vía acumulación de likes virtuales. Aunque ésta es harina de otro costal. Lo que nos interesa del fenómeno sociológico expuesto, por todos conocido, es que justamente la intimidad personal, la intimidad familiar y la propia imagen son los principios rectores que constituyen un derecho fundamental conocido como Honor. Por lo que la pregunta pertinente no puede ser otra que aquella que plantea si el Honor, como derecho fundamental de la persona, ha dejado de tener valor en sí mismo en nuestra sociedad. O, reformulando de manera diferente: ¿Ya no es considerado el Honor como un valor universal?.

A la vista de los acontecimientos de la dinámica sociológica particular en la presente era de las nuevas tecnologías, inmersa en la lógica de una cultura profundamente hedonista, parece ser que la respuesta es que no, que el Honor ya no mantiene su categoría de valor universal. O al menos en la dimensión que podemos considerar como externa del Honor. La cual abarca la Dignidad de la persona de puertas hacia afuera, y que se despliega exteriormente mediante conceptos tales como la reputación, el prestigio, la opinión, la gloria o la fama. Un elenco de atributos todos ellos relacionados con la imagen social de la persona. Y es que frente a una patente relativización o relajación social contemporánea de dichos atributos en términos morales -en una sociedad donde se premia la bufonocracia por encima de la meritocracia-, la escala de valores que caracteriza como propia a dichas cualidades se ha visto claramente afectada negativamente, distorsionando de paso y por efecto empático los estándares de calidad de la imagen social de la persona y, por extensión, el propio concepto del Honor que yace herido de muerte en su propia desvalorización social. Tal es así que incluso el descrédito y el desprestigio han pasado a formar parte de manera tan normalizada como inherente de la nueva dinámica social de la imagen pública de la persona contemporánea, llegándose incluso a concebir como herramientas estratégicas de ésta. Por lo que el propio Derecho al Honor, regulado en los ordenamientos jurídicos de las democracias modernas, que persigue delitos de la talla de la injuria y la difamación, ha caído en desuso por una imperante relatividad social sobre los mismos. Así pues, podemos afirmar por pura observancia empírica que el Honor, en su dimensión externa, ha dejado de ser de facto un valor universal.

No obstante, otro cantar bien diferente es, en cambio, el Honor a nivel interno. Es decir, el Honor que abarca el ámbito de la Dignidad de la persona de puertas hacia adentro, que es aquel que ostenta toda persona en su mismidad como ser humano por derecho natural. Una categoría de Honor que transciende al propio Derecho del Honor -actualmente devaluado como ya se ha expuesto- propio de la legalidad normativa o derecho positivo, pues el Honor a nivel interno emana directamente del derecho natural a la Dignidad de la vida humana, en el que concurren de manera indisociable los principios de respeto e inviolabilidad de la persona. De hecho, al ser el derecho a la Dignidad humana el elemento substancial del Honor personal a nivel interno, y siendo aquel la estructura fundamental sobre la que se cimientan los Derechos Humanos, ergo el Honor personal a nivel interno es una característica irrenunciable e indelegable de toda persona por ser eje vertebrador de los Derechos Humanos. Y siendo éstos un compendio de valores universales a alcanzar por el hombre, así pues el Honor personal a nivel interno continúa manteniendo de manera atemporal su categoría de valor universal.

Por otro lado, cabe apuntar que si bien el Honor a nivel externo se relaciona con la imagen pública de la persona, el Honor a nivel interno debe relacionarse con la Dignidad de la vida humana stricto sensu, de la que participa connaturalmente tanto la inviolabilidad de la consciencia personal como la protección de la idea de justicia social en el hombre como animal social. Por lo que atentar contra el Honor externo puede incurrir ciertamente en un desprestigio social más o menos desdramatizado susceptible de ser extendido a delitos tipificados en clara prescripción social, pero atentar contra el Honor interno incurre directamente en el campo de la injusticia humana e incluso en posibles actos catalogados como inhumanos. De lo que se deduce que, ante una flagrante carencia de respeto por el Honor a nivel externo propio como norma conductual sociabilizada, el respeto por el Honor a nivel interno tanto con uno mismo como con los demás requiere de una consciente actitud de responsabilidad moral.

Asimismo, a nadie se le escapa que la línea divisoria entre la ausencia normalizada del Honor a nivel exterior y el irrenunciable respeto del Honor a nivel interior es extremadamente difusa a la práctica, y más teniendo en cuenta que las sociedades modernas se vertebran sobre un derecho fundamental como es el de la libertad de expresión (desmadrado) en un mundo global e interconectado a tiempo real. Una frágil frontera que solo desde la responsabilidad moral puede lidiarse con plenas garantías, y sobre el pleno convencimiento -educación mediante- que la defensa del honor personal a nivel interno es una conducta virtuosa por emanar de un valor universal del que el hombre no puede, ni debe, renunciar para su propia trascendencia humana. Frente a la ausencia del Honor externo como conducta viciosa, más educación en valores morales para la defensa del Honor interno como comportamiento conductual virtuoso. En el Honor personal, que nada tiene que ver con clases sociales, nos jugamos la dignidad como seres humanos a título individual.


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lunes, 27 de abril de 2020

El hombre Equitativo es mejor que el hombre estrictamente justo

Ley así como Equidad.Óleo de Krehbiel, 1911

Volviendo al otro día, en ocasión del escrito de los Aforismos para Carlota, apuntaba que la Equidad es el valor moral justo de darle a cada cual lo que le pertenece por mérito propio, por lo que no puede existir Equidad sin meritocracia, ya que lo contrario es construir una sociedad profundamente injusta. Pero, asimismo, no existe Equidad social sin una relación de equilibrio con el valor humanista de la Solidaridad social. Un aforismo que puede resumirse tal que: la Equidad es la Justicia que tiene como condición sine qua non el velar por la defensa de la Dignidad humana de los más desfavorecidos. Dicho lo cual, hoy me siento proclive a desarrollar filosoficamente y por tanto de manera más extensa la presente premisa expuesta a modo de aforismo sobre la Equidad, no solo ya por tratarse de una asignatura pendiente personal, sino también para cumplir con el objetivo de enriquecer el corpus de las “Reflexiones del Filósofo Efímero sobre los Valores Universales del Ser Humano”, ya que la Equidad es una de las virtudes conductuales humanas elevada a la categoría de valor universal.

Referirnos a la Equidad, así pues, es referirnos a un sistema de coordenadas del que participan de manera indisoluble tanto el valor de la Justicia como el valor de la Dignidad humana. Un sistema de referencias moral que, no obstante, se manifiesta como entidad con personalidad social propia mediante una estructura formal triangular, en la que cada uno de sus lados o dimensiones pueden caracterizarse por separado -teniendo como punto de partida común un sujeto particular objeto de la Equidad- redefiniendo así la naturaleza substancial de la Equidad como idea y valor. Veámoslo:

1.-Equidad Positiva: Dígase del supuesto en el que un sujeto particular objeto de la Equidad se relaciona con un valor mayor de Justicia y un valor menor de Dignidad humana.

Entenderemos aquí como positivismo en la Equidad la preponderancia del conjunto de normas jurídicas que son conforme a Derecho normativo, por encima de cualquier otro parámetro referente a la dignidad de la vida humana. Un claro ejemplo de Equidad Positiva sería el desahucio de una persona en paro y con un hijo dependiente a su cargo, o de una persona octogenaria sin familia y con una pensión precaria, que son expulsadas de sus casas mediante sentencia judicial firme por impago de una renta de alquiler o por incumplimiento de cuotas de hipoteca. En este caso, la Equidad Positiva por ser adecuada a la Ley es por tanto ajustada a Justicia, pero no por ello su aplicación resulta a todas luces inhumana.

2.-Equidad Arbitraria: Dígase del supuesto en el que un sujeto particular objeto de la Equidad se relaciona con un valor menor de Justicia y un valor mayor de Dignidad humana.

Entenderemos aquí como arbitrarismo en la Equidad la preponderancia de los valores universales en los que se fundamenta la dignidad humana (valores recogidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos), sobre cualquier otra alusión a algún tipo de principio de Justicia. Así, tomando como ejemplo de la Equidad Arbitraria el caso del desahucio anteriormente presentado, el resultado del mismo se decantaría hacia una solución favorable de las personas afectadas por mantener sus casas respectivas, en detrimento del Principio de Legalidad, en éste caso y concretamente del derecho de la propiedad privada y del derecho real de garantía (hipotecario). Por lo que al no participar el valor de la Justicia, en términos de proporcionalidad, no se puede hablar de Equidad. Es decir, la Equidad Arbitraria es una Equidad falsa bajo la lógica del principio del tercero excluido, ya que no puede ser verdad a la vez y en el mismo sentido que para que exista Equidad deben concurrir los valores de la Justicia y la Dignidad humana y asimismo no concurrir uno o ambos valores.

3.-Equidad Natural: Dígase del supuesto en el que un sujeto particular objeto de la Equidad se relaciona con un valor mayor de Justicia y un valor mayor de Dignidad humana.

Entenderemos aquí como naturalismo en la Equidad la preponderancia del conjunto de derechos universales, de naturaleza apriorísticos y por tanto superiores al Derecho Positivo, que son conformes a la doctrina ética de los Derechos Humanos. Tomando como ejemplo de Equidad Natural el caso del desahucio inicialmente expuesto, el resultado del mismo sería una medida efectiva -vía intermediación de los servicios sociales propios de un Estado Social moderno que garantiza los derechos sociales fundamentales de toda persona en términos del pleno desarrollo de una vida digna- en el que las personas afectadas no quedan desamparadas frente al derecho a una vivienda, contemplando así de manera especialmente favorable sus circunstancias particulares, sin que ello genere prejuicio a la propiedad de los inmuebles titularidad de terceros. Un supuesto que, sea dicho de paso, el Derecho Positivo contemporáneo ya contempla -si bien no es de aplicación habitual- a través de la figura jurídica Ex aequo et bono, que se traduce como “de acuerdo con lo correcto y lo bueno”, y que permite a los tribunales de Justicia resolver los litigios con la solución que consideren más equitativa conforme a las circunstancias de cada caso en particular. En este sentido, podemos decir que en la Equidad Natural concurre a favor un alto valor de la Dignidad humana, en tanto en cuanto se aplica un alto valor de la Justicia Natural que bebe directamente de los derechos humanos universales.

Expuesto lo cual, queda meridianamente claro que la Equidad es Equidad Natural o no lo es. Es decir, que la Equidad como concepto y valor universal representa un claro equilibrio entre la Justicia Natural y la Justicia Positiva (o Ley Positiva), por atender tanto a la idea de Justicia natural como normativa como atender a la defensa de la dignidad de la vida humana a partes de igualdad proporcional. Es decir, que la Justicia no puede ser Equitativa sin Solidaridad social mediante.

Es por ello que podemos sentenciar a modo conclusivo, como bien ya decretó Aristóteles en su obra Ética a Nicómaco, que el hombre equitativo es mejor que el hombre justo, en tanto que la Equidad es “una dichosa rectificación de la Justicia rigurosamente legal”. Pues si bien la Justicia normativa regula en términos generales, la Equidad es la Justicia aplicada en cada caso en particular para evitar, precisamente, que aquello que se dictamine como justo legalmente, no sea justo humanamente. Que la Justicia, aun siendo ciega por respeto al principio de igualdad ante la Ley, no pierda la sensibilidad de la Equidad, pues en ello nos jugamos un mundo más solidario y humano capaz de garantizar la defensa de los más desfavorecidos socialmente. Solo a través de la Equidad Natural podemos alcanzar la anhelada Justicia Social y transcendernos como animales sociales. Dixi!


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domingo, 26 de abril de 2020

La Honradez, una virtud que brilla por su ausencia en nuestra sociedad

Alegoría de la Honestidad, de Rubens

Si alguna virtud conductual humana brilla por su esencia en éstos tiempos, ésta es sin lugar a dudas la Honradez, la cual se ve ya no menoscabada sino incluso despreciada por una sociedad contemporánea que exalta la picardía como medio para alcanzar el éxito individual. Y como bien sabemos de la picardía -magistralmente retratada por un escritor español anónimo del siglo XVI en la famosa obra del “Lazarillo de Tormes”, sea dicho de paso para su justo reconocimiento-, ésta no es más que una conducta manifiesta opuesta a la Honradez al fundamentarse, astucia mediante, en la habilidad de sacar provecho de ciertas situaciones por medio de subterfugios huidizos de la Verdad. Así pues, aún sin más conocimiento que el emanado por pura intuición, cuando tratamos la Honradez como valor la alineamos, en primera instancia, con el valor de la Verdad. Y en segunda instancia, y derivada de ésta, alineamos la actitud de la Honestidad con aquella actitud que se rige por la acción correcta, es decir, aquella basada en la fiel observancia de la Integridad de la Verdad mediante la participación de la Justicia. Por lo que podemos afirmar, en ésta breve introducción, que para que exista Honradez deben concurrir los valores tanto de la Verdad como de la Justicia y la Integridad.

Si bien resulta relativamente fácil reconocer la naturaleza manifiesta externa de la Honradez, tal y como hemos visto, otro cantar es vislumbrar su naturaleza estructural interna. Lo que nos aboca a la pregunta de obligado planteamiento: ¿cuáles son las habilidades conductuales necesarias en el hombre para que pueda manifestarse la Honradez?. Si partimos de sus rasgos externos más notables, Verdad, Justicia e Integridad, entenderemos que:

1.-Para observar la Verdad se requiere de una consciencia activa objetiva alineada con el valor de la Sabiduría, la cual busca el conocimiento último y esencial de la Realidad.

2.-Para observar la Justicia se requiere de la capacidad del buen juicio alienado con el valor de la Equidad, la cual busca otorgar a cada cual lo que se merece siempre respetando como bien superior la dignidad humana del más desfavorecido.

3.- Y, para observar la Integridad se requiere de la necesaria autoestima (llámese Autoridad Interna) alineada con el valor de la Valentía, la cual busca no ceder su poder personal a terceros mediante la fortaleza interior que posibilita la Templanza.

Pero la Honradez, al tratarse de un valor moral que busca la Verdad, la Justicia y la Integridad como ejes vertebradores y no sus contrarios, entendiendo los mismos como máximos exponentes del Bien como ideal personal y social a alcanzar, resulta a la práctica de mayor complejidad por su naturaleza poliédrica. En este sentido, cabe distinguir entre la Honradez como idea, de la Honradez como acción.

La Honradez como idea debe concebirse desde el doble sentido del ideario de una conducta íntegra de Verdad y Justicia tanto con uno mismo, como con respecto a la sociedad de la que se participa. Dos sistemas de referencia de la Honradez como idea que, en determinadas circunstancias, aunque debieran mostrarse superpuestas por idénticas, pueden llegar a no ser coincidentes. Ya que si bien el hombre es un producto cultural de la sociedad en la que se desarrolla como persona desde el momento incluso anterior a su propia concepción, el ser humano por naturaleza nace con ideas apriorísticas universales que pueden no ser contempladas por la sociedad de su tiempo. En cuyo caso, cuando existe conflicto entre Honradez personal y Honradez social, aunque ésta pueda estar sujeta a Derecho, cabe actuar en la medida de lo posible a favor de la Honradez personal. Ya que solo practicando la Honradez con uno mismo puede haber Honradez con los demás, en caso contrario incurriríamos contra el principio lógico de no contradicción, siendo la Honradez con los demás exenta de la Honradez personal un reductio ad absurdum.

Mientras que la Honradez como acción debe concebirse como una capacitación formal de la idea de la Honestidad. Lo cual plantea tres escenarios posibles:

1.-La Honradez practicada desde la plena capacitación formal de la Honestidad.
En este supuesto, la persona honrada cumple con todos los requisitos necesarios para con la Honradez como manifestación formal. Persona e idea de Honestidad participan del mismo principio de identidad.

2.-La Honradez practicada desde la carencia inconsciente de capacitación formal de la Honestidad.
En este supuesto, la persona honrada no cumple con los requisitos necesarios para con la Honradez, ya que aun queriendo serlo se ve incapacitado para ello. Tal es el caso de una persona que se considera honrado consigo mismo en acometer una actividad sin que realmente sea competente para ello. En este caso, la falta de capacitación inconsciente para el desarrollo de unas competencias concretas no le exime de ser deshonesto consigo mismo y por extensión con los demás, pues no concurre la necesaria consciencia objetiva activa propia de la Sabiduría personal que permite la justa observancia sobre la Verdad de la realidad. Persona e idea de Honestidad no participan del mismo principio de identidad.

3.-La Honradez practicada desde la carencia consciente de la capacitación formal de la Honestidad.
En este supuesto, la persona no cumple con ninguno de los requisitos necesarios para con la Honradez, ya que aun siendo consciente de su falta de capacitación para desarrollar una actividad persiste en su cometido, siendo por tanto deshonesto consigo mismo y con los demás desde el minuto cero. Tal es el caso, de rabiosa actualidad, de muchos políticos que acceden a la responsabilidad de la alta gestión pública siendo conscientes de su total carencia de preparación con la misma. Persona e idea de Honestidad no solo no participan del principio de identidad, sino que impugnan de facto el principio de no contradicción, transmutando por adulteración consciente el valor de la Honradez en la picardía propia de una actitud manifiestamente deshonesta. En este punto, la Honradez solo tiene cabida en la firme convicción de no practicar ninguna actividad de la que no se está capacitado, o al menos, en aquellas circunstancias que lo requieran por causas necesarias de fuerza mayor, en ejercer la práctica desde el pleno y transparente conocimiento a propios y ajenos de dicha carencia de la capacidad formal.

Expuesto lo cual, y a la luz de la reflexión realizada sobre la naturaleza de la Honradez, o de su sinonimia la Honestidad, mucho mejor le iría a éste mundo que el ser humano cultivase la cultura de la misma, desterrando la picardía propia de actitudes ruines, falsas, traicioneras, hipócritas, malas y engañosas como medio para alcanzar el bien particular. Aunque, como decía Ortega y Gasset, el hombre es el hombre y sus circunstancias. Y el hombre, frente a sus circunstancias, suele mostrarse por naturaleza cobarde, que es justamente el extremo opuesto de la necesaria valentía que requiere la Verdad, la Justicia y la Integridad para que pueda manifestarse la Honestidad. Nihil novum sub sole.



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sábado, 25 de abril de 2020

La Confianza, un factor esencial para la autoestima y la armonía social


En estos tiempos de crisis global producida por la pandemia del coronavirus, como en muchos otros tiempos de la historia pasada, la palabra confianza resuena en el hombre más que como un mantra como un credo frente a la vida. Confianza en que los malos tiempos pasarán. Confianza en que saldremos bien parados de la situación actual. Confianza en que las cosas irán a mejor. Confianza en un futuro prometedor. Confiamos, sí, quizás porque la fuerza de la naturaleza es más fuerte que la fuerza de la razón, pero, ¿qué es la confianza?.

Desde una mirada rápida a ojo de buen cubero, podemos decir que la confianza es, en primer lugar, un imaginario, pues abarca un tiempo y un espacio proyectado única y exclusivamente sobre la mente de quien confía. En segundo lugar podemos decir que abarca el futuro, pues dicho imaginario aún no existe en el espacio-tiempo manifestado. Y en tercer lugar podemos decir, dado que es un imaginario proyectado a futuro, que tanto puede ser una predicción lógica como un acto de fe, dependiendo de la existencia o ausencia del grado de relación de recurrencia de la que se parta. Pero, más allá de presentarse como un mero proceso mental de naturaleza matemática, e incluso casi físico, al amparo de las leyes de la probabilidad, la confianza se nos presenta como una actitud profundamente emocional.

Es decir, la confianza es emocional en tanto en cuanto afecta a nivel interno al ámbito de la autoestima de la persona, cuya identidad se reafirma peligrosamente sobre los límites del horizonte de sucesos de su realidad más inmediata, y cuyo grado de salubridad viene condicionado a nivel externo, por tanto, por el principio de incertidumbre al fundamentarse en un tiempo futuro. Con independencia que dicho principio haya sido suspendido temporalmente, por el sujeto que confía en una falsa premisa futurible (pues no es cierta hasta que no queda demostrada), desde una confianza basada tanto en una predicción lógica como en un acto ciego de pura fe. No obstante, tanto en el caso de que el principio de incertidumbre inherente a la confianza sea suspendida temporalmente como en el caso que no lo sea, por parte del sujeto que confía, encontramos que el rasgo definitorio de la confianza es una clara cesión de la autoestima personal respecto a circunstancias externas y/o a terceras personas. Un rasgo que, por otro lado, es tan natural como inevitable, ya que el hombre por sí solo no tiene capacidad de autocontrol absoluto sobre el mundo que lo rodea. Por lo que se puede decir de la confianza que es el resultado de una autoconvencida voluntad, por salud emocional, de no querer inquietarse frente a la falta de control ajeno. De lo que se deduce que la confianza es un reflejo de la tendencia natural humana de vivir desde la estabilidad psicoemocional, o dicho en otras palabras, desde un estadio de tranquilidad ambiental.

Expuesto lo cual, y más allá de las fuerzas de causa mayor que escapan a la pequeña capacidad de la dimensión humana, Destino incluido, donde la confianza adquiere categoría de esperanza, la confianza entre seres humanos estricto sensu se presenta como un factor esencial para la buena convivencia en sociedad. De hecho, la confianza es la piedra angular sobre la que se construyen las relaciones humanas en el buen entendimiento del hombre como animal social, y sin la cual no pueden desarrollarse otros valores humanos tales como el amor, la amistad, la justicia, la libertad o la paz, entre otros muchos. Por lo que siendo éstos ideales universales a alcanzar por el ser humano, asimismo la confianza como base de los mismos debe considerarse como un valor universal, la cual requiere cultivarse en el fuero interno de las personas a título individual y como partícipes de una misma sociedad para su plena integración. Pues la confianza no surge por generación espontánea, sino que se crea y construye mediante el hábito conductual consciente humano.

La confianza, por tanto, tiene una diáfana doble implicación en el desarrollo óptimo de la dignidad de la vida humana, ya que a nivel personal afecta al ámbito de la autoestima, y a nivel colectivo afecta al ámbito de la armonía social. Y ya sabemos que sin autoestima no hay individuo que pueda autorealizarse personalmente, y sin armonía social no existe sociedad que pueda evolucionar positivamente bajo parámetros humanistas. Por lo que, a modo de conclusión, podemos afirmar que el hombre necesita la confianza como el aire para respirar, y es por ello que justamente la busca como acto reflejo tan automático como natural en sí mismo y en su entorno, rechazando por puro instinto de supervivencia cualquier situación o persona que no le aporte el tan anhelado estado de confianza. Pues en la desconfianza no tiene cabida el rico flujo de la vida. Y aún más, una persona o una sociedad desconfiada es una persona o sociedad enferma emocional y mentalmente, a la que el hombre no puede ni debe acostumbrarse por propia salubridad. Ya que el ser humano Confía, luego Es.


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viernes, 24 de abril de 2020

La Bondad no es ninguna debilidad, pues en ella reside la valentía y la sabiduría por construir un mundo mejor

Caín matando a Abel, Frans Floris 1540-1570 (pintura flamenca)

Que no todos los hombres son buenos, es una constatación empírica para todas las sociedades habidas y por haber. Pues como sabemos la bondad es la inclinación conductual hacia el bien, y en cambio existen un gran número de personas que, contrariamente, se inclinan hacia el mal. Entendiendo como el bien y el mal aquellos comportamientos humanos ajustados o no a la moral tanto social (subjetiva o sociológica) como universal (objetiva o metafísica), pues ésta Ética universal inspira a la primera en calidad de Ética contextual. Por lo que sobre la presente premisa no puede considerarse la bondad como una tendencia natural de orden universal de fomentar el bien por parte de la especie humana. Ergo, si existen hombres con una clara inclinación hacia el bien y otros hacia el mal, tampoco puede afirmarse que todos los hombres son buenos o malos, sino que en la familia humana coexisten dos grandes grupos de individuos formados por aquellos considerados como buenos y aquellos considerados como malos, a la luz del reflejo de sus actos.

Dicho lo cual, el ser humano, bueno o malo, ¿nace o se hace?. Para esta pregunta no hay una respuesta categórica, ya que el hombre bueno o malo tanto nace como se hace. Es decir que, indiscutiblemente, toda persona nace con unos rasgos de personalidad definidos, derivados de determinismos biológicos y psicológicos propios, singulares e intrasferibles, cuyas características condicionan su perfil de bondad o maldad, como por ejemplo pueda ser el nacer con o en ausencia de la capacidad de empatía. A su vez que, con independencia de dichos rasgos de personalidad marcados de nacimiento, el hombre es potencialmente susceptible de reconvertirse de bueno en malo y viceversa mediante determinismos ambientales y culturales que condicionen su material biológico y psicológico de origen. Por lo que el hombre ni es bueno por naturaleza y es la sociedad quien lo corrompe como afirmaba Rousseau, ni el hombre es malo por naturaleza y es la sociedad quien lo corrige hacia la bondad como defendía primero Hobbes y más tarde Kant. Ya que ambos axiomas, despojándolos de todo rango absolutista, son verdaderos de manera complementaria.

Así pues, lo relevante del hombre bueno o malo no es tanto si nace o si se hace, en términos de rasgos inherentes o aprehendidos de personalidad, sino si actúa conforme a los principios del bien o del mal en términos de personalidad conductual. Pues solo desde los actos humanos, más allá de los pensamientos y sentimientos urdidos en el fuero interno de cada persona, se puede establecer un juicio de valor moral objetivo. Y sobre la base que ningún ser humano es bueno o malo en sentido puro o radical, pues de lo contrario pertenecería metafóricamente a la naturaleza de los ángeles o a la de los demonios que corresponden al imaginario de la mitología. Llegados a este punto, debemos diferenciar por un lado la acción, y por otro lado el juicio de valor de la misma, para determinar la bondad o la maldad de un ser humano.

Respecto a la acción, como manifestación conductual del hombre bueno o malo, nos encontramos tanto con la acción interna del hombre como ser individual, como con la acción externa del hombre como ser social. A nivel interno, la acción del hombre se debate en una continua tensión entre las fuerzas opuestas de su esencia instintiva y animal respecto a su esencia consciente y humana, como ser cuyo desarrollo vital se basa en el movimiento perenne entre el equilibrio y su contrario, y cuyo punto equidistante entre ambas fuerzas radica en la Razón. Por lo que a mayor proximidad de la Razón mayor bondad conductual, mientras que a mayor distancia de la Razón mayor maldad conductual. Un principio propio del alma humana que ya desarrolló magistralmente Platón en el famoso mito del Carro Alado en su obra Fedón. Por su parte, a nivel externo, la acción del hombre se disputa en una persistente tensión entre las fuerzas opuestas de su instinto de búsqueda de la libertad pura como ser animal que es, y del cumplimiento de una libertad normativa impuesta por las normas y reglas de la sociedad como ser social a la que pertenece, siendo en éste caso el punto equidistante entre ambas fuerzas el principio de legalidad, es decir la Ley. Por lo que a mayor observancia del principio de legalidad mayor bondad conductual, mientras que a mayor distancia del mismo principio mayor maldad conductual.

Por su lado, respecto al juicio de valor de la acción, como manifestación conductual del hombre bueno o malo, éste se rige por la precisa observancia del sistema referencial constituido por los denominados Valores Universales propios de la filosofía humanista, entre los que encontramos principalmente: la amistad, el amor, la confianza, la equidad, la fraternidad, la gratitud, el honor, la honradez, la igualdad, la justicia, la libertad, la paz, el respeto, la responsabilidad, la sabiduría, la solidaridad, la tolerancia, la valentía, y la verdad. En este sentido, un balance conductual positivo proclive a dichos Valores Universales, considerados como los máximos exponentes de la Ética humana, social y política del hombre moderno por consenso colectivo, indican un alto grado de bondad en el comportamiento humano. A su vez que, por oposición de contrastes, el cómputo conductual negativo a dichos Valores Universales reflejan un alto grado de maldad en el comportamiento humano. Y entre ambos extremos, todo un amplio espectro de grados de bondad y de maldad. En éste punto, cabe apuntar que todos los vicios conductuales humanos que definen un perfil de personalidad propio de un hombre malo (entendiendo como vicio el polo opuesto a la virtud como regla de comportamiento alineada con los Valores Universales), convergen en una misma actitud común: el egoísmo. Por lo que debe considerarse al egoísmo, por ser germen de toda conducta reprochable que convierte al hombre en un ser ruin, como la raíz de todo mal en sus diversos grados de manifestación.

Es por ello que, a modo de conclusión, podemos resolver la reflexión sobre la bondad desde cuatro proposiciones integradas:

1.-La bondad transciende al hombre sobre su naturaleza animal, por requerir de la concurrencia tanto de la Razón como de los Valores Universales en los que ésta se fundamenta.

2.-La bondad es una actitud de máxima valentía, por precisar de la fuerza consciente interna suficiente para equilibrar la propia naturaleza del hombre en continua tensión a la luz de la Razón, a la vez que opta por ceñirse a Derecho para un bien superior como es la armonía social.

3.-La bondad es una manifestación de máxima sabiduría, por apelar a voluntad al hábito conductual consciente del ser humano inspirado en las altas virtudes de los Valores Universales.

Y, 4.-La maldad es una actitud de cobardía y una manifestación de ignominia, por partir de un rasgo conductual contrario a la Razón, al Derecho y a los Valores Universales como es el egoísmo.

Expuesto lo cual, en una sociedad que vive inmersa en el egoísmo como valor superior del capitalismo ultraliberal (anteponiendo la religión del capital por encima de la filosofía humanista), librémonos del mal como conducta normalizada, pues solo desde la valentía y la sabiduría de la bondad es posible construir sociedades más humanas y justas socialmente. Dixi!



Nota:
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Vademécum del ser humano


jueves, 23 de abril de 2020

Aforismos para Carlota en su 17 aniversario


Cariño, hoy 23 de abril de 2020 es un día doblemente especial, como bien sabes. En primer lugar porque cumples 17 años, y en segundo lugar, y no por ello menos importante para mi, porque es tu primer aniversario que celebramos desde la distancia por causas de fuerza mayor. Es por ello que deseo escribirte esta epístola, motivado además por el hecho que has dejado ya de ser un adolescente para convertirte -con independencia de lo que digan los manuales- en toda una bella joven a la vista particularmente de tu desarrollo psicológico y social. Y porque tienes todo un año por delante para reflexionar sobre tu nueva condición como persona que, tras alcanzar la mayoría de edad, te convertirás de facto en una ciudadana con pleno uso de tus derechos civiles, sociales y políticos en el seno de una privilegiada sociedad democrática.

Lo cierto es que tengo tantas cosas que decirte, que no sé por dónde empezar, siendo consciente que quizás lo que te diga hoy no se entienda en su justo contexto hasta un mañana próximo, y que de igual manera que yo te lo expongo desde mi propia experiencia subjetiva, tú tienes toda la legitimidad para recibirlo desde tu propio y singular tamiz vital subjetivo como mujer nacida libre e igual en dignidad personal. Así que, para no extenderme, permíteme estructurarte esta epístola en forma de pequeño glosario de términos, tan solo de aquellos que considero más relevantes para esta ocasión especial, desarrollados brevemente a modo de aforismos, que como sabes son sentencias muy breves que pretenden expresar un principio doctrinal concreto sobre la materia que tratan. Éste, Carlota, es mi humilde pero sentido regalo en el día de tú cumpleaños. Es por ello, cariño, que para una posible utilidad en tu propia vida te escribo éstos aforismos que siguen como si de un pequeño librito de cabecera se tratase:

Frente a la Aceptación, decirte que ésta no significa en modo alguno sumisión ante una circunstancia o hecho, sino la capacidad de reinventarse desde el presente (que es el único tiempo sobre el que se construye el futuro) tras dejar soltar el lastre del apego de un pasado ya inexistente.

Frente a la Alegría, decirte que es la chispa que da sentido a la vida, y el más poderoso remedio para desdramatizar las cargas y las penas que trae consigo la propia cotidianidad de la existencia. Por lo que no desaproveches cualquier oportunidad para mostrarte alegre, y aún más con plena indiferencia hacia la vergüenza ajena.

Frente a la Amistad, decirte que no existe amistad verdadera si no se parte desde la amistad sincera con uno mismo, y si no es practicada entre dos o más personas siempre desde el respeto, la honestidad y la estimación.

Frente al Amor, decirte que no hay amor desde el instinto biológico ni desde la idealización cultural de moda de turno, sino que el amor es fruto de la valoración hacia la otra persona desde la plena autoestima personal, lo que permite una relación basada en el crecimiento mutuo como individuos diferentes, en la capacidad de relacionarnos con nosotros mismos y con el otro tal cual somos en esencia, y en compartir un viaje común en alegría desde la salud emocional y mental compartida.

Frente a la Autoestima, decirte que es un valor irrenunciable, pues lo contrario equivale a ceder nuestra propia autoridad y poder individual como personas libres a terceras personas, y que en la autoestima reside la fuerza interior necesaria para afrontar los retos que nos depara la vida.

Frente a la Autoridad Interna, decirte que es el tesoro más valioso que tiene una persona, pues representa es el estadio de madurez individual que nos permite ser fieles con nosotros mismos y en relación al mundo que nos rodea, manifestándose interiormente en forma de autoestima y exteriormente en forma de coherencia y fidelidad con nuestro propio Yo.

Frente a la Bondad, decirte que no es ninguna debilidad -sólo así concebida por los cobardes-, sino que es un acto de máxima valentía y sabiduría, así como de trascendencia del ser humano sobre su naturaleza animal.

Frente al Conocimiento, decirte que solo a través de éste, y con el uso de la Razón mediante, el hombre conquista su plena libertad. Por lo que no hay mayor máxima para el conocimiento que atreverse a saber.

Frente a la Consciencia, decirte que solo mediante su autoconocimiento redescubrimos quién es nuestro Yo verdadero frente al Yo de los otros, y que sólo a través del autoconocimiento de nuestra propia consciencia podemos ejercer el libre albedrío, el cual nos permite tener plena capacidad de decisión de pensamiento y acción como manifestación última de la verdadera libertad individual.

Frente al Dinero, decirte que en una sociedad consumista facilita el confort propio del bienestar personal, por lo que es un facilitador o medio para el hombre, pero no así un fin. Ya que si le otorgamos la condición de fin como bien superior a alcanzar, el dinero (que sin domesticación tiene mucho poder) acaba convirtiéndose en amo y señor del hombre, cuando debe ser al revés, y remata cobrándose del hombre como primer pago de fidelidad su propia dignidad.

Frente al Disfrute, decirte que la vida -que solo hay una- es para disfrutarla, pero que asimismo no hay disfrute de la vida sin responsabilidad moral de lo que es correcto e incorrecto humanamente. Pues no es propio de humanos, sino de monstruos, disfrutar del mal ajeno.

Frente a la Educación, decirte que no equivale a tener muchos conocimientos, sino que la educación reside en la manera de cómo nos comportamos con todo lo que nos rodea, ya sean personas, objetos, animales, plantas o el medio ambiente en su conjunto.

Frente a la Equidad, decirte que es el valor moral justo de darle a cada cual lo que le pertenece por mérito propio, por lo que no puede existir equidad sin meritocracia, ya que lo contrario es construir una sociedad profundamente injusta. Pero, asimismo, no existe equidad social sin una relación de equilibrio con el valor humanista de la solidaridad social.

Frente a la Envidia, decirte que es uno de los peores tumores del hombre, y que aquellos que viven desde la envidia no viven su propia vida sino que la pierden viviendo vidas ajenas, lo cual les imposibilita para alcanzar la inestimable autorrealización personal, que no es más que vivir desde la plenitud con uno mismo.

Frente al Éxito, decirte que cada cual tiene su modelo personal de éxito, que no te lleven a engaño de perseguir éxitos de otros, y que las personas alcanzan el éxito cuando descubren cuál es el suyo propio, pues éste es el fiel reflejo de la felicidad interna.

Frente a la Fama, decirte que ésta es tan volátil como el aire que respiramos, que el anhelo por alcanzar la fama suele ser un camino que conduce a la autotraición personal, y que no hay fama que sacie y mucho menos alimente el alma.

Frente a la Familia, decirte que en verdad es el último reducto de amor, confianza y refugio que existe en el mundo, y que no hay otros tipos de familia más o menos artificiosas a lo largo de la aventura de la vida que puedan sustituirla, por lo que habiendo solo una familia ésta debe cuidarse con cariño y dedicación.

Frente a la Felicidad, decirte que no es algo que se compre, sino que es un estado de consciencia personal e íntimo que debe cultivarse cada día, y que no existe inteligencia alguna en vivir la única vida que tenemos desde la no-felicidad.

Frente al Fracaso, decirte que es una experiencia de aprendizaje, y que por tanto no hay experiencia sin fracaso, por lo que el único fracaso que existe es no aprender de los errores, no volver a levantarse y no retomar nuevos caminos por explorar. Ya que no hay maestría sin práctica, ni práctica sin errores.

Frente a la Gratitud, decirte que es la actitud humana más poderosa para el cultivo del pensamiento positivo, base de toda felicidad, y por tanto fundamento de una vida emocionalmente saludable. Pero que la gratitud no es un rasgo de personalidad, sino un hábito de conducta que requiere trabajarse diariamente para su integración.

Frente al Honor, decirte que es el baluarte de la dignidad personal, y que reside en una conducta recta acorde a la moral universal, por lo que no existe honor alguno en aquellos comportamientos inmorales aun bajo cobertura de mal entendidos privilegios de ciertos estatus sociales.

Frente a la Honradez, decirte que es un reflejo de cómo nos tratamos a nosotros mismos, pues en ello depende cómo tratamos a los demás, y que vivir desde la honradez aporta sosiego de espíritu y armonía existencial propio de una vida vivida desde la tranquilidad de la consciencia personal.

Frente a la Igualdad, decirte que la igualdad material es un imposible para la naturaleza humana, pero no así la igualdad de oportunidades, principio que cabe defenderlo como base fundamental para la libertad del hombre y la justicia social.

Frente a la Impermanencia, decirte que nada es nunca igual, que todo fluye en un continuo proceso de cambio y transformación incluidos nosotros mismos, pues es ley de vida, y que solo desde la aceptación de la impermanencia se puede alcanzar la paz interior en un mundo en movimiento vertiginoso.

Frente a la Justicia, decirte que es el norte que todo hombre debe buscar siempre, pues en ella reside tanto la dignidad de la vida de las personas a título individual, como la armonía de la sociedad como sistema de organización humana. Y que asimismo no hay justicia sin bondad, generosidad, respeto, y sabiduría en el hombre; ni justicia sin igualdad proporcional, equidad, solidaridad y libertad en la sociedad.

Frente a la Libertad, decirte que éste es un valor irrenunciable de todo ser humano, pero para que exista libertad en verdad deben concurrir tanto el autoconocimiento, que posibilita el libre albedrío, como la responsabilidad moral, propia de las acciones del hombre libre como ser social. Lo contrario es todo menos libertad.

Frente a la Mismidad, decirte que es tu Yo verdadero, por lo que sin el autoconocimiento previo de uno mismo resulta imposible saber qué se quiere en la vida, y por tanto no es posible ni hacerse respetar, ni alcanzar un estadio de autoestima personal, y mucho menos conseguir la autorrealización individual.

Frente a la Paz, decirte que no hay paz ni interior ni social sin ausencia de inquietud ni ausencia de violencia, y que éstas se combaten en primera instancia desde una buena gestión emocional, y en segunda instancia desde la sensibilidad cultivada a dos de las grandes artes humanistas: la belleza y la sabiduría.

Frente a la Rabia, decirte que es una emoción básica derivada de la impotencia, y ésta a su vez de la tristeza ante una situación o circunstancia, por lo que es muy humano sentir rabia. Pero la rabia conduce a la ausencia de autocontrol, y éste a una conducta de autotraición con nuestra propia mismidad. Por lo que frente a la rabia, lo más inteligente con uno mismo es la fuerza de la razón a la luz del autodominio personal.

Frente al Respeto, decirte que la persona que no se respeta a sí misma carece de dignidad como ser humano, y aquella que no respeta a sus semejantes y al resto de seres vivos del planeta carece de humanidad. Por lo que dignidad y humanidad son las dos caras de una misma naturaleza a la que denominamos respeto.

Frente a la Responsabilidad, decirte que todo el mundo es corresponsable de su realidad más inmediata, ya sea de manera consciente o inconsciente sobre sus propios actos. Aunque sin conciencia el hombre no tiene libre albedrío, por lo que la responsabilidad en el hombre libre requiere irrenunciablemente de consciencia sobre lo que piensa, siente y actúa.

Frente a la Riqueza, decirte que no es más rico el que tiene, sino aquel que sabe disfrutar y agradecer lo mucho o lo poco que tiene en su propia vida. Y que la verdadera riqueza radica en vivir desde una vida interior plena.

Frente a la Sabiduría, decirte que es un camino hacia la felicidad personal, ya que no solo busca alcanzar el conocimiento último de la verdad de las cosas, sino vivir en coherencia con dicha verdad. Y cuando una persona vive en coherencia con el conocimiento de la verdad como fundamento de la realidad, desde la lucidez de la razón y el buen juicio, puede llegar a vivir la vida desde el gozo de la paz interior propio del estado de conciencia que llamamos felicidad.

Frente a la Solidaridad, decirte que es la inteligencia práctica del hombre que se sabe incapacitado de vivir solo, ya que necesita de los demás como animal social que es, aunque sea por instinto de supervivencia común. Pero además, y lo más importante, es el principio que nos ayuda a ser más humanos. Por lo que sin solidaridad volveríamos a la condición de animales salvajes, en el que el hombre se erigiría como depredador para el propio hombre.

Frente al Soñar, decirte que solo soñando el hombre puede imaginar nuevas realidades posibles que transgreden la realidad conocida, principio fundamental de todo pensamiento creativo. Por lo que el hombre, únicamente soñando, puede volar hacia nuevos y mejores horizontes futuros.

Frente a la Sensibilidad, decirte que no hay humanidad sin sensibilidad, y que sin ésta no puede alcanzarse la percepción de la belleza del mundo en toda la máxima expresión de su creación, la cual es la verdadera puerta de acceso a la sabiduría. Por lo que siendo la sensibilidad un camino trascendente del ser humano, la persona no puede privarse de cultivar el lujo y el privilegio de la sensibilidad.

Frente al Sentido a la Vida, decirte que es el motor de la existencia al que no se puede ni debe renunciar nunca por salubridad personal, y que se basa en aquellas creencias que cada cual haya decidido creer, con independencia de si son universales o particulares, compartidas o exclusivas.

Frente a la Templanza, decirte que de nada sirve el autoconocimiento sin el autodomino -que capacita al hombre para vivir desde la fidelidad a su propia mismidad-, el cual solo se alcanza desde la templanza que permite al ser humano no dejarse arrastrar por los vaivenes de un mundo impermanente, sino que al contrario le empodera para anclarse en el punto medio entre los extremos y, desde esa posición, actuar con control consciente e inteligencia mediante sobre una situación o circunstancia para beneficio personal.

Frente a la Tristeza, decirte que es una emoción básica del ser humano y por tanto natural que nos permite tener consciencia del valor de lo perdido, pero que debe gestionarse en su justa medida, ya que una retroalimentación excesiva de la misma no solo cautiva al hombre en un pasado inexistente, sino que de manera sostenida puede conducir al estado emocional de la depresión que no permite vivir ni el presente ni construir el futuro.

Frente a la Valentía, decirte que es condición sine qua non para vivir como persona libre desde la mismidad, pues solo los valientes viven su propia vida. Y que la valentía no solo implica fortaleza interior de actuar en coherencia con lo que uno piensa y siente, sino asimismo responsabilidad moral, ya que no hay valentía sin un compromiso ético con uno mismo y los demás.

Frente a la Venganza, decirte que es una cárcel personal que impide participar del flujo de la vida, y que su consumación tan sólo es un ilusorio éxito efímero que pudre como cáncer el alma, por lo que el hombre que busca vivir en plenitud debe rehuir de toda venganza. Y frente a la venganza ajena, solo cabe volar alto, porque aquellos que buscan venganza no pueden alzarse sobre sus sombras y además se consumen tan pronto rozan los luminosos rayos del sol de la vida.

Frente a la Verdad, decirte que si bien en ella reside el principio de realidad, existen tantas verdades como personas respiran en cada una de sus propias realidades, ya que tan sólo podemos aproximarnos a la verdad a través de nuestra limitada y condicionada capacidad cognitiva. Así pues, en una realidad poliédrica, el hombre no puede vivir más que desde su verdad, que es lo mismo que señalar aquella en la que ha decidido creer. Aunque no hay verdad alguna sin razón, donde no tiene cabida el fundamentalismo, por lo que siendo la razón una ciencia relativa en continua revisión, la verdad es asimismo relativa dentro de un vasto universo que nunca llegaremos a conocer. La verdad, por tanto, no es más que la esencia de la humildad humana.

Y, frente a la Victoria, decirte que no hay mayor victoria que vivir como uno desea, desde la Autoridad Interna propia que rige la fidelidad a uno mismo, sabedores que a lo largo del camino por la vida cambiamos como así mudan nuestras prioridades y valores.

Hasta aquí mi regalo, Carlota. Espero que lo recibas como un gran abrazo virtual lleno de amor que es lo que intenta ser. Sé que quizás me he extendido más de lo que quisieras, pero ya me conoces :-). Un regalo para ingerir a pequeños sorbos y a tu apetencia en cada momento del trayecto de esta gran aventura que es la vida, sabedor que éstos aforismos son susceptibles de ser rebatidos argumentalmente e impugnados filosóficamente (ahí lo dejo para tu mente crítica), y consciente que éste humilde filósofo efímero que es tu padre solo sabe que sabe menos que aquello que sabía Sócrates. Libertas capitur, sapere aude.


Con amor, tu padre que te quiere mucho!
En un lugar del Mediterráneo, a 23 de abril de 2020




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domingo, 19 de abril de 2020

La Paz es un ideal irrenunciable para el hombre

Alegoría de La Paz. Museo del Prado, Madrid

Si la paz es una cualidad tan anhelada, ¿por qué al hombre le resulta tan difícil vivir en paz?. La respuesta, más allá de buscarla en mil y una posibles excusas de mal pagador, la encontramos por contraste justamente en los atributos esenciales del concepto de paz, tales como equilibrio, estabilidad, tranquilidad o armonía. Atributos, asimismo, difíciles de hallar en la propia naturaleza del ser humano, principalmente porque al menos dos de nuestras cuatro emociones básicas -con las que nos relacionamos de raíz con el mundo como seres animales- son de propenso carácter violento: el miedo y la rabia; sin menospreciar una tercera susceptible de ser computada como es la tristeza que también puede abocarnos a la violencia por su principio de desequilibrio emocional. Es decir, que la violencia, como conducta diametralmente opuesta a la paz, forma parte intrínseca de la naturaleza humana como ser animal. Aspecto que ya desarrollé ampliamente en la reflexión de corte antropológico “¿Por qué existe la violencia?”, donde se expone la competitividad animal por conseguir recursos como uno de los ejes vertebradores, y cuya línea argumental puede complementarse hasta la fecha con reflexiones más de carácter sociológico ( Ver: ¿Por qué nos atraen las películas de violencia, intriga y sexo? Y, ¿cómo nos afectan?) y político (Ver: Violencia, la dicotomía entre Derecho y Sociedad, y ¿Normalizar la violencia política es Democracia?).

Dicho lo cual, lo que sí sabemos con certeza a priori es que la Paz es un estado de consciencia individual y/o colectivo que requiere a nivel interno de la concurrencia tanto de la ausencia de inquietud, como de la ausencia de la violencia en sí misma, y que se manifiesta externamente mediante una casuística caracterizada por el equilibrio y la estabilidad en el hombre como ser animal y ser social. Dos dimensiones indisociables de la Paz en las que ambas (ausencia de inquietud y violencia a nivel interno, y equilibrio y estabilidad a nivel externo) requieren de una voluntad consciente y activa previa por parte del ser humano para alcanzarla. Lo cual exige de un irrenunciable esfuerzo personal y social. Pues si algún valor moral trasciende al hombre como ser animal, éste es justamente la Paz como ideal a conseguir sobre la propia naturaleza violenta inherente al ser humano. Siendo conscientes, a su vez, que la naturaleza del hombre se manifiesta en un movimiento continuo oscilante entre los opuestos de una existencia dual propia determinada por los estadios tandémicos del ser-hacer y del orden-caos (Ver: La Dicotomía, la naturaleza substancial del ser humano, y El hombre, un ser que habita en la frontera entre el orden y el caos).

Así pues, más allá de la naturaleza dicotómica del hombre cuyo rasgo inherente es la violencia como ser animal, ¿por qué el ser humano se esfuerza en alcanzar la Paz?. Para poder responder a dicha cuestión, cabe partir de la premisa de las dimensiones interna y externa de la Paz anteriormente expuestas como potencial estadio conductual humano. Como derivada de la dimensión interna, y sobre el supuesto de una persona sana en el uso y desarrollo de sus facultades mentales, la Paz tanto representa la palanca de transformación personal que permite al hombre acceder al estado de consciencia denominado como Felicidad, como representa la plataforma facilitadora óptima para el desarrollo de una vida personal digna. Pues no hay Felicidad ni vida dignificante desde la no-Paz. Mientras que como derivada de la dimensión externa, la Paz es la consecuencia lógica de la Justicia social, reflejo de una buena política como sistema de organización humana a la luz de la Sabiduría colectiva. De lo que se deduce que la Paz, en su manifestación externa, representa una de las máximas culminaciones de la Ética Social. Pues no hay Justicia Social, y por extensión ni Sabiduría colectiva y por tanto Ética Social, desde una sociedad inmersa en la no-Paz.

Es por ello que la Paz debe reconocerse como un valor universal del hombre, tal que ideal de mejora de la condición humana a integrar en el mundo de las formas. Conscientes que la Paz, en términos sociales, no es más que la suma de la Paz individual de los diversos miembros que conforman dicha sociedad. Y para que exista la Paz personal, como elemento nuclear de la Paz social, el hombre individual debe aplicarse a modo de condición sine qua non en las artes humanistas que le permitan trascender su propia naturaleza animal, como es el cultivo de la sensibilidad por la Belleza en todas las manifestaciones del Arte (Ver: La Sensibilidad, el camino trascendente del hombre), o el cultivo por el amor a la Sabiduría como alimento de la curiosidad humana mediante el uso del conocimiento (Ver: Solo el camino virtuoso de la Sabiduría hará de éste mundo un lugar más feliz). Aunque comenzando, indelegablemente, por un óptimo entendimiento y gestión de su mundo emocional, materia que a día de hoy aún es la gran asignatura pendiente del sistema educativo obligatorio. Pues de las emociones deriva las estructuras de pensamientos, y de éstas la conducta personal del hombre como manifestación explícita de sus actos. Ya que, al fin y al cabo, ¿qué es la Paz sino el arte del buen gobierno personal con nosotros mismos y con los demás?. Por lo que podemos concluir con categoría de aforismo que el hombre, como ser consciente racional, no puede ni debe renunciar nunca a una existencia vivida desde la Paz. Dixi!



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