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Foto Carmen Vivas / El Independiente |
Todo el mundo conoce el
significado, aunque sea intuitivamente, del concepto de Solidaridad
como implicación con una causa ajena por un lado, así como un acto
requerido en situación de necesidad por otro lado. Por lo que
podemos afirmar que implicación y socorro respecto a terceros son
las dos ideas estructurales del concepto de Solidaridad. Es decir, si
en un supuesto acto de Solidaridad no concurre o bien la implicación
con causa ajena o bien la prestación de ayuda en un estado de clara
necesidad, no podemos hablar de Solidaridad. En tal caso, Solidaridad
sin implicación con la parte requerida hay que considerarla como
caridad limosnera, mientras que Solidaridad sin la concurrencia de un
estado de necesidad debe considerarse como beneficencia de
escaparate, siendo tanto la caridad de limosna como la beneficencia
de escaparate variantes manifiestas de un egoísmo interesado. Y todos
sabemos que Solidaridad y egoísmo son dos ideales antagónicos por
naturaleza.
Dicho lo cual, ¿qué
tendencia se considera como natural por apriorística en el ser
humano, la Solidaridad o el egoísmo? Si consideramos que prima la
primera sobre la segunda, entenderemos la reticencia del hombre de
ser egoísta por encima de ser solidario. Mientras que si lo
consideramos a la inversa, entenderemos la resistencia del hombre de
ser solidario por encima de ser egoísta. Como respuesta genérica a
esta doble tesitura, y tomando como caso práctico objeto de estudio
el comportamiento del hombre en la actual crisis de emergencia
sanitaria global de la pandemia del coronavirus, queda en evidencia
que el ser humano es mayoritariamente egoísta por naturaleza en su
manifiesta defensa particular de la supervivencia identitaria, lo
cual es patente de manera transversal en los multiniveles existentes
dentro del sistema de organización social global: a nivel inter
vecinal, a nivel inter regiones administrativas de un mismo Estado, e
incluso a nivel inter países considerados como “aliados”.
Así pues, si la
Solidaridad no es una característica innata del ser humano, debe
considerarse por exclusión un elemento filosófico cultural (de
hecho, es un concepto relativamente moderno fruto de la ilustración
francesa). Una premisa que asimismo no es en absoluto desmerecedora
de su alto valor antropológico, y por extensión sociológico, pues
la Solidaridad institucionalizada, como otros elementos culturales
adquiridos como puedan ser los derechos laborales, el respeto por el
medio ambiente o la lucha contra la desigualdad entre géneros,
fundamentan los resortes de una evolución en positivo de las
sociedades humanas que trascienden al ser humano como ser animal a la
categoría de ser social racional. En este sentido, podemos afirmar
que el hombre requiere de la Solidaridad como ideal cultural para
convertirse en una mejorada versión de sí mismo y, por
extrapolación, para crear unas sociedades mejores por más
humanizadas.
Lo que está claro, por
otra parte, es que las sociedades modernas no integrarían como
propio la Solidaridad como ideario individual y grupal a alcanzar sin
un consenso colectivo previo. Un consenso social que encuentra su
raíz en un sistema de creencias compartido (como herencia de una
evolución secular del pensamiento humanista), forjado por una escala
singular de valores morales. Por lo que hablar de Solidaridad es
hablar de Ética Social. En esta línea argumental, la Solidaridad
como Ética abarca tanto la ética de las virtudes, que entiende la
Solidaridad como una virtud del comportamiento de las personas a
título individual, como la ética de los principios, que concibe la
Solidaridad como un principio rector para el conjunto de la sociedad
cuya ascendencia afecta de manera integral al modelo de organización
de la vida social. Dos caras de una misma moneda de la Solidaridad
como Ética Social: la ética de las virtudes y la ética de los
principios, una de ámbito individual y otra de ámbito
institucionalizada por colectiva, que se retroalimentan mutuamente
en el sistema de creencias que conforman la filosofía del hombre
moderno, con mayor o menor eficacia.
Tanto es así que la
Solidaridad en su dimensión de Ética Social de los principios
representa el eje vertebrador de la Ética Política de las
sociedades modernas. Pues los principios de Igualdad (de
oportunidades) y de Justicia social, como valores superiores de las
Democracias actuales, parten de una Ética Política asumida por la
humanidad que bebe directamente de la Ética Social de la
Solidaridad. O dicho en otras palabras, el comportamiento de la
sociedad como sistema de organización política y el comportamiento
de los individuos miembros de dicha sociedad como personas libres, se
expresan de manera codependiente bajo la regulación normativa del
ideario filosófico humanista de la Solidaridad.
La Solidaridad, por
tanto, es la Ética Social que los seres humanos nos hemos otorgado
culturalmente como seres sociales, bajo el pleno convencimiento que
el hombre no puede vivir solo, sino que al contrario necesita vivir
en convivencia común para supervivencia y desarrollo evolutivo de la
propia especie, lo que comporta de manera implícita una actitud
activa de colaboración mútua en los diversos aspectos de la vida
humana.
Negar la Solidaridad
entre miembros de una misma comunidad social, ya sea en el ámbito
interterritorial de un mismo país o en el ámbito exterior entre
países con un mismo proyecto socio-político y económico (como es
el caso de la Unión Europea), no hace más que menoscabar a nivel
político la Democracia global como valor universal, menospreciar a
nivel económico la posibilidad de un Mercado humanista como garante
del Bienestar Social colectivo, y primar el egoísmo sobre la
Solidaridad a nivel social como vuelta a la antigua Ética
individualista del hombre preilustrado. Todo un retroceso para la
madurez del proyecto común denominado Humanidad se mire por donde se
mire.
Quien sabe, quizás la
Solidaridad no es más que una ilusión del hombre como ser animal
que se cree en su soberbia pueril un ser elevado a la categoría de
social. (Ver: El hombre moderno no sabe vivir en sociedad). La
Solidaridad, como elemento cultural no innato a la naturaleza humana
que es, será previsiblemente plenamente integrado por el hombre -más
allá de una imposición por obligado cumplimiento normativo-, cuando
éste finalice el irremediable tránsito de su propia evolución
biológica a una evolución única y exclusivamente cultural a la luz
del conocimiento (Ver: Somos seres tecnológicos cuya evolución se basa en el conocimiento). Solo entonces, la Solidaridad primará
sobre el egoísmo en la naturaleza humana, pues habremos completado la
metamorfosis de seres animales a seres sociales. Mientras tanto, y
aun más cuando vienen tiempos mal dados, el hombre continuará
siendo un lobo para el propio hombre.