El hombre posmoderno, por
tecnoecléctico y global, está educado en la falsa creencia de que
con esfuerzo personal todo lo puede, tanto evitar como provocar una
situación o circunstancia, como máxima de un pensamiento
individualista liberal y hombrecentrista (el hombre como ente
suprainteligente que sustituye a la idea de dios). Y en ese
imaginario colectivo directamente influenciado por la filosofía
capitalista de la autosuperación personal, bajo la falacia de la
libre competencia y el principio de oportunidad, el hombre se consume
por desgaste -hasta límites que rayan el suicidio mental y
emocional- para alcanzar aquello que no puede alcanzar: cambiar el
principio de realidad, que es aquel que determina lo que Es y lo que
No Es.
Por mucho que el hombre
se esfuerce en evitar o provocar una situación o circunstancia en un
sentido concreto, si Es, será, y si No Es, no será. Un punto de
inflexión del principio de realidad, que transciende la propia
capacidad humana, cuyo fenómeno se conoce como inevitabilidad. Así
pues, podemos definir la inevitabilidad como aquella fuerza natural
de la realidad que impera por encima de la voluntad individual del
ser humano como ente inteligente proactivo.
Luchar hasta la
extenuación contra la inevitabilidad, por muy programado mentalmente
que esté la persona para ello como leal seguidor del falso profeta
social al que se denomina Mercado -quien promete la recompensa a todo
duro esfuerzo, aun en un contexto cargado de deberes y obligaciones-,
representa un acto de suicidio individual que en el mejor de los
casos conduce a la depresión, por frustración de las expectativas
creadas, o a la locura, por trastorno consiguiente de las frágiles
facultades mentales. Pues la inevitabilidad se presenta como un
invisible pero tangible muro psicoemocional, tan infranqueable como
irresoluble de facto.
La inevitabilidad, como
punto de inflexión del principio de realidad, si bien es un sistema
referencial estructurado a partir de las coordenadas del
espacio-tiempo de una sociedad singular y del hombre como punto
espacio-temporal perteneciente a dicho contexto (hombre y
circunstancias forman una relación simbiótica indisoluble), forma
parte ya no de la realidad física sino de la realidad metafísica
del hombre por ser una manifestación de la naturaleza del Destino.
(Ver: ¿Existe el Destino o es otra cosa?, y Cuando el Destino interviene en nuestra vida, no cabe más que aceptar y fluir).
Así pues, si la
inevitabilidad es una manifestación del Destino, y éste lo
concebimos como una fuerza sobrenatural e ineludible que atenta
contra el libre albedrío del ser humano, ¿cómo podemos actuar
frente a la inevitabilidad?. En este punto, cabe diferenciar entre
inevitabilidad positiva y negativa, es decir, allí donde concurre el
fenómeno humano al que entendemos como suerte o carencia de suerte.
En este sentido, la inevitabilidad positiva no conlleva mayor
preocupación existencial para el hombre, al contrario, pues es
aquella que cuenta a su favor con el factor suerte, entendiendo ésta
como un suceso favorable para la vida de la persona cuya concreción
surge como fruto de un suceso azaroso por poco probable e
imprevisible. Contrariamente, el dilema existencial se plantea cuando
el hombre se enfrenta a la inevitabilidad negativa, que es aquella
que va en contra de los intereses de la persona por ausencia total
del factor suerte. (Ver: La naturaleza de la Suerte y nuestra capacidad de obtenerla).
¿Cómo actuar, pues,
frente a la inevitabilidad negativa?. La lógica de la razón sugiere
que lo más inteligente frente a este tipo de inevitabilidad es la
aceptación de lo que Es y de lo que No Es, pues una actitud
contraria se asemeja al efecto simbólico de la muerte que puede
encontrar un animal al cabecear con fuerza y de manera reiterada
contra un muro imbatible. No obstante, la aceptación es una actitud
de doble filo, pues en ella convive la dualidad conductual opcional
de la inacción y la acción. Si la persona opta por la vía de la
aceptación en su calidad de inacción o inmovilidad existencial,
claramente está apostando por un comportamiento propio de la
sumisión, el derrotismo y el abandono de sí mismo frente a su
realidad negativa más inmediata. Mientras que si opta por el camino
de la aceptación como acción o movilidad existencial, la persona
adquiere un comportamiento propio de quien se siente responsablemente
activo consigo mismo, desde un punto de vista consciente y moral, de
cambiar su realidad negativa más inmediata. (Ver: Aceptación no es sumisión, es afianzarte en tu Autoridad Interna)
Postura proactiva
existencial
Expuesto lo cual, desde
la filosofía práctica que busca alumbrar la relación intrapersonal
con la inevitabilidad negativa, la pregunta obligada es: ¿qué se
entiende por una aceptación de la misma desde una postura proactiva
existencial?. Para dar respuesta a dicha cuestión, desglosaremos de
manera analítica las proposiciones derivadas de dicha premisa
interrogativa:
1.-En primer lugar, cabe
apuntar que toda aceptación del principio de realidad conlleva un
desapego justamente de aquello que Es y que No Es.
2.-En segundo lugar,
debemos de entender que todo principio de realidad singular por
concreto, y con él su doble dimensión manifestada de lo que Es y lo
que No Es, cuenta con una dirección que indica la orientación del
movimiento de la misma en la cosmología del hombre como individuo.
Pues, al fin y al cabo, una realidad en su singularidad contextual no
es más que un sistema espacio-temporal que va en una dirección y un
sentido determinado (aunque dicha dirección temporal no sea visual
ni geométrica, sino aperceptible e intuible).
Y, 3.-En tercer lugar,
derivado de las proposiciones anteriores, si la aceptación de la
inevitabilidad negativa conlleva el desapego de un principio de
realidad singular que cuenta con dirección y sentido determinado,
ergo la postura proactiva existencial a la misma comporta
optar por un posicionamiento vital en dirección y sentido contrario
al de la propia inevitabilidad.
Ir en dirección y
sentido contrario a un estadio de inevitabilidad equivale a que una
persona realice un giro de 180 grados con respecto a su realidad
vital de referencia que, no por ser la única conocida por habitual,
es la última y exclusiva realidad a la que como individuo puede
optar a vivir. Un movimiento rotatorio personal, íntimo e
intransferible que requiere su tiempo y asimismo grandes dosis de
generosidad y comprensión consigo mismo, ya que el proceso lleva
implícito una profunda reestructuración de los esquemas mentales
-ya de por si rígidos por oxidados- del propio ser humano, y con
ello una previsible transformación de su escala de prioridades
vitales.
Focalizar la atención
vital en dirección contraria a la posición en que se sitúa la
inevitabilidad, no solo representa reaprender a mirar en sentido
opuesto, así como dejar de esforzarse por persistir en continuar un
camino tomado para dar vuelta atrás en la búsqueda de nuevos
horizontes asequibles para la condicionada capacidad humana, sino
incluso aún más, y seguramente lo más difícil que no por ello
imposible, aprender a vivir de manera diferente a como se vivía
hasta el momento. ¿Y cómo se consigue éste cambio de rumbo
existencial que nos aleja de la inquietud y la frustración que
produce la inevitabilidad?. A la luz de la lógica se iluminan cuatro
pasos bien diferenciados por orden cronológico:
Uno, ser conscientes del
hecho de encontrarse atrapado en la naturaleza de la inevitabilidad
negativa. Pues no se puede gestionar aquello de lo que no se es
consciente.
Dos, parar la dinámica
autómata de agotar los recursos personales mediante un esfuerzo
persistentemente infructífero. Pues toda expectativa frustrada
requiere, en algún momento de su evolución, de una firme evaluación
y conclusión de realidad.
Tres, buscar nuevos
espacios en los que podamos reencontrarnos con nuestra mismidad. Ya
que si no sabemos quiénes somos más allá del rol social de turno
que ocupamos, y cuáles son los principios rectores -mentales y
emocionales- que constituyen nuestro yo esencial, no alcanzaremos una
visión diáfana de lo que queremos y podemos hacer en verdad.
Y cuatro, vivir de manera
coherente, de hecho y no solo de pensamiento, con esta nueva y
actualizada versión de nosotros mismos, que nos permite asimismo
observar bajo un nueva mirada el entorno contextual en el que nos
desarrollamos como personas. Pues no hay cambio sin acción.
A partir de aquí, no
existen atajos, ya que nadie puede hacer su camino de crecimiento y
desarrollo personal por nadie. Y todos, sin excepción, con
independencia del rumbo vital que tomemos, como reacción de huida o
no frente a la inevitabilidad, nos vemos sometidos a la discreción
de las temidas Moiras de la antigua tradición griega, quienes juegan
a capricho con nuestra Fortuna. Dicho lo cual, finalizar la presente
reflexión apuntando una verdad objetiva elevada a categoría de ley
universal: el movimiento genera movimiento. Un axioma aristotélico
que, en el caso que nos ocupa de la inevitabilidad como estado de
bloqueo y frustración existencial, cabe completarlo con otra
proposición actualizada: el movimiento frente a la inevitabilidad
solo se genera modificando la dirección y sentido de dicho
movimiento. Como dijo el poeta español Machado: “Caminante, no hay
camino, / se hace camino al andar. / Al andar se hace camino, / y al
volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a
pisar.”
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano