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Foto La Vanguardia / Àlex Garcia |
El género, entendido
como la pertenencia al sexo masculino o femenino -y no como aquellos
roles socialmente construidos, comportamientos, actividades y
atributos que una sociedad considera como apropiados para hombres y
mujeres-, define un conjunto de características biológicas que
marcan un rasgo diferencial respecto a su opuesto. Y cuando existe la
consciencia diferencial, existe tarde o temprano la necesaria
reivindicación de la identidad propia. Y más cuando uno de los dos
géneros se percibe o bien sometido, o bien con derecho cultural
adquirido de superioridad, sobre el otro.
En este sentido, es por
todos bien conocido que la historia de la humanidad ha sido
construida sobre la base del dominio del hombre sobre la mujer,
condicionando así los contextos socioculturales en cada tiempo,
encontrando su fundamento casuístico en los roles ancestrales de
género del hombre y de la mujer como seres animales, y por tanto
profundamente influenciados tanto por la relación de poder emanado
directamente de la fuerza bruta, así como por el instinto animal de
supervivencia individual y de protección de la especie. Un
desequilibrio intergénero que se ve diluido desde el preciso momento
en el que hombre y mujer dejan de manifestarse como seres animales
para pasar a evolucionar como seres, ya no sociales sino culturales,
donde el principio de supervivencia regido por la fuerza física pasa
a regirse por la capacidad de gestión del conocimiento. Es entonces
que hombre y mujer, indistintamente, al amparo de los idearios
rectores de las democracias modernas, se desarrollan como seres
humanos iguales bajo el principio de no discriminación a la
educación, el principio de igualdad de oportunidades, y el principio
de libertad individual. He aquí la piedra filosofal del equilibrio
de niveles de poder entre género masculino y femenino en la era
contemporánea, o al menos teóricamente.
Y sobre esta base teórica
que no real, Carlota, mi hija mayor, a las puertas de sus diecisiete
años participó ayer en una de las miles de manifestaciones realizadas
en España en ocasión de la celebración del Día de la Mujer, en
pleno uso consciente de sus facultades racionales, por la defensa del
derecho natural que tiene toda mujer a autorealizarse vitalmente en
igualdad de condiciones que los hombres. Una reivindicación de
igualdad de trato y oportunidades sociales reales en pleno siglo XXI
propio de la antigua pero plenamente vigente filosofía humanista,
donde la persona como ser pensante y emocional prevalece por encima
de su género (así como de su clase social, aunque éste es trigo de
otro costal).
No obstante, la igualdad,
como todo concepto sintetizado por el limitado tamiz de la capacidad
cognitiva humana, es poliédrico, pues poliédrica es la naturaleza
racional humana por cultural y por profundamente condicionada a la
carga emocional de su contexto espacio-temporal. Es por ello que el
feminismo, como respuesta reactiva al machismo (que en su esencia
busca la prevalecencia social del hombre sobre la mujer, como es bien
sabido por todos), es un movimiento social reivindicativo de
naturaleza claramente heterogéneo. En este sentido, encontramos en
la actualidad tantos tipos de feminismos como filosofías de vida
existen, los cuales a grandes rasgos podemos agruparlos en tres
grandes grupos de pensamiento, sin que dicha catalogación excluya
las estrechas interconexiones existentes entre los mismos y frente a
la previsible emersión de nuevos y disruptivos tipos de feminismos:
1.-Grupo de Pensamiento
Político-Económico
En este grupo podemos
englobar tanto al Feminismo Socialista que considera que la mujer
está sometida tanto por el patriarcado como por el capitalismo, y
que asimismo considera a la mujer como una clase social propia
(influencia del ideario marxista); como al Feminismo Radical que va
un paso más allá y busca destruir el sistema social actual basado
en el concepto del patriarcado (llegando a defender “la castración
del hombre desde su nacimiento” e incluso “la muerte del
hombre”); así como podemos encontrar en su opuesto al Feminismo
Liberal que es contrario a los postulados marxistas, y por tanto
contrario al Feminismo Socialista y Radical, y que defiende el
liberalismo económico propio del capitalismo como base para el
desarrollo de la mujer como persona.
2.-Grupo de Pensamiento
Sociológico
Este grupo, más allá de
fundamentarse en los grandes idearios político-económicos como
modelos de organización social, se centra en aspectos propiamente
sociológicos. Aquí podemos encontrar tanto al Feminismo de
Igualdad, que busca la implantación de un estadio de igualdad real,
en términos de estatus social, del hombre y la mujer; como al
Feminismo de la Diferencia, que trasciende al anterior movimiento al
no buscar una equiparación entre géneros, sino una reivindicación
de la propia naturaleza femenina bajo la máxima de “ser mujer es
hermoso”; pasando por el denominado Transfeminismo, basado en la
Teoría Queer, que defiende que el género no es una construcción
biológica sexual sino una construcción social; o el Feminismo
Abolicionista, que tiene como objetivo no solo destruir una sociedad
patriarcal sino a su vez abolir la prostitución, la pornografía y
la maternidad subrogada; hasta llegar a uno de los movimientos más
extremistas (junto al Feminismo Radical): el Feminismo Separatista,
que sobre el reconocimiento diferencial de género entre hombre y
mujer defiende que la mujer debe de vivir al margen de los hombres
para poder desarrollarse plenamente como ser humano, abogando por el
sexo lésbico como única opción válida para la vida sexual.
3.-Grupo de Pensamiento
Científico
Y por encima de criterios
político-económicos y sociológicos encontramos a los movimientos
feministas que se caracterizan por beber del pensamiento científico.
En este sentido podemos englobar tanto al Feminismo Filosófico, que
busca reexaminar la Historia de la Filosofía marcada por los
hombres; pasando por el Feminismo Factual o Científico, que busca la
reafirmación de la mujer sobre la base de las diferencias
biológicas, y sobre todo neurológicas, con el hombre; hasta llegar
a movimientos como el Ecofeminismo o el Ciberfeminismo, entre otros
muchos, de carácter profundamente sectoriales por temáticos.
Y a todo ello, como ya
predijo Newton en su tercera ley de la física clásica, cabe señalar
que a cada acción siempre se opone una reacción igual pero en
sentido contrario. Es decir, que cada una de las diferentes
tipologías de la corriente feminista encuentra su reacción opuesta
en el movimiento machista, aunque éste -por idiosincrasia del hombre
como género simplista por naturaleza-, reduzca las reacciones frente
al feminismo a tres líneas básicas de autodefensa o de ataque: por
dogmatismo religioso (donde el hombre siempre impera por derecho
divino adquirido), por tradición socio-cultural (en el que entra
tanto la comodidad conductual como el desconocimiento, bajo el amparo
de un “machismo institucional” construido durante milenios), o
por condicionantes psicológicos (como puedan ser, entre otros
trastornos mentales, la misoginia o la psicopatía propia de los
violadores).
Que una acción se oponga
a una reacción y viceversa forma parte de la mecánica normal de
todo movimiento social, y más cuando la vida en sí misma es un
flujo continuo de movimiento dentro de un mundo físicamente dual
cuya fuerza motriz se haya en el perenne contrapeso tensionado entre
sus opuestos. Un patrón que, ya conocido desde los tiempos marcados
por el Principio de Impermanencia de Heráclito, nos indica que la
constante evolutiva en continuo cambio y transformación de la
sociedad humana -como naturaleza cultural- está sometida a períodos
contrastados de ciclos de expansión y contracción, cuya oscilación
acaba manifestándose con igual intensidad tanto en su avance como en
su retroceso, y que por tanto es un proceso (físico) natural en el
universo conocido que permite la fuerza cinética suficiente para
generar cualquier tipo de movimiento existente, incluido en el ámbito
social.
La virtud del equilibrio como
valor social del Principio de Igualdad
No obstante, el ser
humano, como ser capacitado de raciocinio y libre albedrío propio,
es mucho más que puro resultado determinista de una dinámica física
tan pendular como impermanente. Y en su anhelo de trascender su
accidentalidad animal busca, irremediablemente, estadios sociales de
equilibrio como respuesta a la necesidad de reconciliar los opuestos
de una misma naturaleza por antagónicos que sean. Siendo el
equilibrio como concepto una idea apriorística, y por tanto, un
valor universal a alcanzar sobre el que se construyen estructuras de
pensamiento fundamentales para el hombre moderno como son la
igualdad, la equidad y la justicia social, pilares básicos del
sistema de organización humano del mundo contemporáneo al que
denominamos Democracia.
Expuesto lo cual, y sin
mayor profundidad en el desarrollo argumental anterior para no
excederme, señalar que no se puede entender el principio de igualdad
social sin el principio de equilibrio social, por lo que si defendemos
la construcción de una sociedad donde prime la igualdad real de
oportunidades, derechos y obligaciones entre mujeres y hombres, no
hay otra vía posible que la búsqueda del equilibrio entre ambos
géneros opuestos complementarios de una misma naturaleza: la especie
humana. Lo que magistralmente Aristóteles denominó in medio
virtus: la búsqueda de la
virtud (social) se encuentra en el punto medio. Aunque, en este
punto, con la Ética hemos topado, por lo que no existe asimismo
virtud social, entendida como una disposición trascendental
adquirida de la voluntad individual, sin una educación en moral
social correspondiente previa. Una empresa ardua difícil en una
sociedad inmersa en el culto al hedonismo como máxima de un cultura
de ocio y consumismo, ya que pensar lo contrario es pecar de
ingenuidad.
Pero
con independencia del grado de factibilidad por alcanzar una sociedad
igualitaria intergénero a través del principio del equilibrio
social, apuntar a modo de conclusión que todo movimiento tanto
feminista como machista que se aleja del principio de equilibrio
entre ambos opuestos, se aleja por definición del principio de
igualdad social. Siendo el in medio virtus
entre los opuestos del feminismo y el machismo y viceversa un espacio
donde ni el uno ni el otro tienen cabida, pues el punto medio entre
ambos extremos solo puede estar ocupado por una corriente de
pensamiento tan sintética como concreta y definida: el humanismo.
Así pues, solo aquella sociedad que apuesta por el humanismo es una
sociedad que apuesta en verdad por la igualdad social entre géneros
diversos. Lo demás no son más que cantos de sirena y ganas de
enfrentamiento de emociones mal gestionadas que retroalimentan la
desigualdad. Frente a la reivindicación de los derechos de las
mujeres y de los hombres como posicionamientos enfrentados,
trabajemos por la defensa de los derechos de las personas con
independencia de su género. Pues el género es intrascendente en una
sociedad del conocimiento por accidental, mientras que la persona en
su calidad de ser humano es lo realmente importante por substancial.
A 20 horas después del
8M, Día de la Mujer,
en un lugar cualquiera
del Mediterráneo,
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano