Nunca hubiese imaginado
el vivir en primera persona un confinamiento domiciliario obligado
por orden de las autoridades estatales democráticas competentes en
pleno siglo XXI, y en cambio así nos encontramos para nuestra
sorpresa en medio de un excepcional Estado de Alarma causado por la
crisis sanitaria de la pandemia del
coronavirus. Y en esta inesperada por insólita situación, a nadie
se le escapa que el hecho de confinar a una persona en su domicilio,
aunque sea por motivos de fuerza mayor por emergencia social,
equivale a encerrarla o recluirla en un espacio que no por ser tan
confortable como conocido puede llegar a percibirse como menos
asfixiante. Pues no hay persona sana a quien le guste verse obligado
a estar encerrado en ningún sitio, reprimiendo así los impulsos
naturales como animales que somos de disfrutar de la libertad de
movimiento. Por lo que podemos deducir en primera instancia, y a la
luz de la experiencia observable, que toda reclusión por disciplina social imperativa conlleva implícito dos comportamientos
conductuales humanos concretos: la paciencia (ante una situación que
tiene su propio proceso evolutivo ajeno a la voluntad individual) y
el autocontrol sobre el instinto de libertad personal (ante una
situación externa que coarta dicha libertad), derivados asimismo
por efecto directo de un cambio abrupto en los hábitos individuales
de la vida social.
Hacer referencia a la
paciencia y al autocontrol sobre el instinto de libertad personal
como elementos conductuales nucleares del confinamiento domiciliario,
es materia de estudio propio de la gestión emocional sobre las
habilidades que rigen el comportamiento individual. Pues es la
capacidad de gestión emocional de cada persona a título individual
la que determina la buena o mala adaptación de las habilidades
conductuales requeridas para la situación o circunstancia obligada
por el Principio de Realidad.
En este sentido, con
independencia de la irremediable e indelegable fase de adaptación
que toda persona debe pasar frente a la novedad de un escenario de
reclusión forzosa, una inadecuada gestión emocional sobre los
principios de la paciencia y el autocontrol sobre el instinto
impulsivo de libertad individual en una experiencia sine die (que
conlleva implícito al cumplimiento preceptivo de la responsabilidad
social por individual), pueden abocar a la persona a
experimentar cuadros de ansiedad con conatos de rabia incluida como
acto reflejo de estados de impotencia que, más allá del trastorno
correspondiente para la salud mental del sujeto, tendrán una
presumible incidencia negativa sobre la convivencia doméstica del
entorno más próximo.
Contrariamente, una
adecuada gestión emocional resulta imprescindible por imperativo
psicológico para resolver favorablemente una situación excepcional
como el confinamiento domiciliario obligado. Siendo la gestión
emocional una habilidad innata o aprehendida -dependiendo de cada
caso en particular- que, sin lugar a dudas, se verá reforzada
positivamente por activa o pasiva por parte de aquellas personas que
bien gozan de una rica vida interior creativa, o bien saben crearse
un cuadro de tareas que les permite ocupar las horas a lo largo de
los días monótonos, o bien tienen la capacidad de desconectarse
mentalmente en modo encefalograma plano mediante la inmersión en
actividades de ocio enajenadoras como la televisión, los videojuegos
o las redes sociales. Medidas todas ellas que ayudan a apaciguar los
síntomas propios del síndrome del león enjaulado.
No obstante, reeducar o
adquirir el estado emocional de la paciencia y el autocontrol sobre
el impulsivo instinto de libertad personal de la mañana a la noche
no resulta tarea nada fácil, y más en una sociedad que ha hecho de
la impaciencia y de la libertad individual radical dos de los pilares
conductuales máximos en una sociedad hedonista por transliberal, la
cual se caracteriza por vivir a expensas del consumismo de
experiencias efímeras y de la superficialidad sobre la exigencia de
valores morales por conductuales. Por lo que un estado obligado de
confinamiento domiciliario resulta una prueba de examen ineludible
que nos permite testear el material psicoemocional con el que está
hecho cada persona. Un ejercicio de autoevaluación interesante cuyos
resultados no deberíamos desaprovecharlos para beneficio futuro
tanto a nivel individual, como a nivel colectivo como sociedad.
Pero con independencia de
cómo se gestione dicha situación, lo que está claro es que tras un
previsible periodo largo de contención sobre la paciencia y el
instinto de libertad personal, con mayor o menos dosis de aceptación
y/o resignación por parte de cada cual, resultará asimismo
interesante observar cómo se comportará el ser humano, tal león
enjaulado que ansía su libertad, una vez se levanten todas las
restricciones. No solo será interesante observar el tránsito del
síndrome del león enjaulado que adquiere nuevamente un estado de
plena libertad a nivel individual, en su comportamiento consigo
mismo y en relación con los demás, sino asimismo su comportamiento
como grupo animal social al observar que, tras su confinamiento, su
mundo como realidad conocida habrá cambiado su paisaje habitual. La
pregunta, a la espera de los acontecimientos venideros, está en el
aire: ¿seremos los mismos una vez recuperemos la libertad en un
nuevo mundo por reconstruir?. Filosofía a parte, la evidencia será
manifestada en un tiempo próximo, con claras connotaciones en el
ámbito social, político y económico del ser humano. Solo hay que
esperar y observar, y la respuesta nos será revelada.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano