La Unión Europea,
entendida stricto sensu como la unión de los diversos países
que forman el viejo continente Europeo, es una farsa. Un imaginario
romántico que los políticos (díganse eurodiputados), bajo el
beneplácito de ciertos grupos económicos de la oligarquía europea,
se han ocupado de vender al resto de conciudadanos tal si de
trovadores fantasiosos se tratase, al complaciente relamido de
suculentos honorarios que inflan sus propias carteras y egos a pares
iguales.
Éste quehacer remunerado
de entretenimiento público por parte de los bien pagados trovadores
entrajados, ejercido en primera persona o mediante juglares o
ministriles secundones repartidos entre las diversas cortes
señoriales de sus respectivos países de origen, han protagonizado
una interpretación fabulosa -la cual han llegado a creerse a pies
juntillas, pues en ello les iba llenar el cazo- que ha sido
respaldada en tiempos de bonanza por los señores de Europa (pues ya
se sabe que cuando a los ricos les va bien y están contentos
muestran su cara más generosa), pero que en tiempos de vacas flacas
ha quedado en evidencia ante la incongruencia contrastada entre
poesía cantada y realidad cotidiana (pues ya se sabe que cuando a
los ricos les va mal y están enojados muestran su cara más egoísta
e interesada). Solo hay que observar, el seno de la mal denominada
Unión Europea a lo largo de la última década, las grandes
discrepancias interterriroriales existentes en materia de política
económica y jurídica, los dos grandes pilares vertebradores de
cualquier cohesión territorial, que incluso se ha llegado a cobrar
alguna que otra víctima como medida tan ejemplarizadora como
gratuita (pero no por ello menos interesada) del nuevo orden hecho
Ley. Tal fue el caso de la humillante expropiación en toda regla de
la milenaria Grecia, cuna de la civilización europea, de la que la
oligarquía económica europea con Alemania a la cabeza se benefició
del saqueo obteniendo su propio botín. (Ver: Grecia rescata la Democracia Europea).
La Unión Europea es una
farsa por sustentarse sobre una ilusión, aquella que promulgaba que
un cuarteto de países (Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia)
podían modernizar, en términos de productividad y chequera
mediante, al resto de países de cola (los 24 miembros restantes,
España incluida), con el objetivo de convertir a la vieja Europa en
una potencia económica de mercado capaz de lidiar en la misma plaza
y en condiciones de igualdad con gigamercados monoestatales
consagrados como Estados Unidos, así como de nuevos emergentes como
China. Una relación de connivencia entre los países miembros de la
Unión Europea basada en un acuerdo de carácter tan tácito como de
facto (bajo la complicidad de una Democracia que desde el minuto
cero ha mirado hacia otro lado), en la que la tetracabeza de ratón
manda y la larga cola de león obedece, claudicando ésta incluso en
materia de cesión de soberanía nacional propia bajo la
contrapartida mercantilista de alimentarse -insaciablemente, todo sea
dicho de paso- de las ubres de la gran vaca sagrada llamada la nueva
Europa. Un alegato que se puede expresar más alto, pero no más
claro.
Una farsa de sueño
común, por inviable, de la que Gran Bretaña (el tercer país más
rico de Europa y el segundo en aportación al presupuesto del
proyecto comunitario hasta la consumación del Brexit el pasado 31 de
enero) despierta con dolor de cabeza tras cincuenta años de
relación. Una más que larga relación en cuyo periodo el país
británico, por primera vez en su historia, observa cómo registra
una tendencia de retroceso imparable de su propio PIB nacional,
observa contrariada el hecho de aportar más dinero a la Unión
Europea de lo que recibe en términos porcentuales y, además, se
siente incómodamente atada a los designios de un parlamento europeo
que nunca acaba de considerar como propio. De hecho, los británicos
siempre han sido un pueblo muy suyo e independiente, como bien
caracteriza su naturaleza ancestral de piratas y colonizadores natos.
Con independencia del
devenir futuro de un Brexit duro o consensuado y sus consecuencias a
uno u otro lado del canal de la Mancha (de lo cual ya se ha escrito
mucho), lo cierto es que el proyecto de la Unión Europea no solo se
ha desquebrajado, tras la decisión unilateral de Gran Bretaña de
recuperar su propia libertad como estado soberano a todos los
efectos, sino que asimismo ha quedado seriamente debilitado como
presumible potencia mundial. La devaluación del euro como moneda de
cambio internacional está a la vuelta de la esquina (por la pérdida
del PIB británico), y el agujero presupuestario en las arcas
comunitarias -para inquietud de la cola de león que se ha acomodado
al subsidio comunitario- no va ha ser suplido por el sobreesfuerzo de
ningún otro estado miembro con posibilidades, como así ya lo ha
anunciado Alemania como primera potencia europea -que suficiente
tiene con mantenerse fuera de una posible recesión económica
nacional- por si alguien aun mantenía algún atisbo de esperanza al
respecto.
De lo que se deduce que
el horizonte próximo de Europa pasa, como proyección de un
previsible efecto dominó, de una pérdida real de peso en el juego
del mercado mundial capitalizado por EEUU y China en primer lugar, de
una consiguiente debilitación del propio modelo de Bienestar Social
en segundo lugar, y en consecuencia de un auge del populismo en
tercer lugar; una tendencia sociopolítica en potencia ésta de la
que, como es por todos intuido, yace latente el germen de futuras
tentaciones segregacionistas por parte de países miembros de la zona
euro. (De hecho en España, aunque por motivos de discrepancia con la
jurisprudencia europea, ya se han levantado las primera voces que
respaldan un “Espexit”).
Sí, el proyecto de la
Unión Europea es una farsa, no solo por que tras años de
implementación se ha mostrado un modelo debil por incapaz, sino
porque es una utopía la estandarización en términos económicos,
sociales y jurídicos de las diversas soberanías históricas que
configuran el gran puzzle de una vieja Europa recelosa de sí misma, y
sobre todo porque Europa hace tiempo que ha dejado de ser el crisol
de la civilización en la nueva era tecnológica de la humanidad
marcada por la globalización. Ya que en un mundo global, los
mercados no vienen definidos por la lógica geográfica, sino
determinados por la lógica de la innovación productiva que es quien
cataloga y segmenta los sectores económicos posibles a nivel mundial
bajo parámetros de glocalización. Una potestad de la que la Unión
Europea carece por demostrada incompetencia.
Mientras tanto, Gran
Bretaña va a volver a surcar los siete mares bajo su propia bandera
en busca de nuevos tesoros, con la confianza recuperada del que se
siente libre de navegar a sus anchas, para compensar los posibles
desequilibrios que el Brexit pueda conllevar a su PIB nacional. Y a
la espera que las grandes fortunas de la vieja Europa, frente a la
inquietud de un populismo creciente, busquen refugio en Londres como
previsible nuevo paraíso fiscal con régimen tributario favorable y
al resguardo del secreto bancario versus el presumible afán
recaudador del continente por mantenerse a flote en su persistente
política de panem et circenses.
Que la Unión Europea sea
una farsa, no significa que Europa lo sea. Que los trovadores a
sueldo no nos encandilen como sirenas en alta mar. Lo que se
requiere, y con urgencia, es una redefinición de las reglas de
interrelación entre los países soberanos miembros, en base a una
actualizada visión clara y definida del valor que Europa -en la
riqueza de su diversidad- debe representar en un nuevo mundo
polarizado y lleno de retos. Que Europa deje de ser un problema para
sus ciudadanos y comience a ser una solución para sus problemas
cotidianos, conscientes que el modelo continental de los Estados
Social y Democráticos de Derecho está en grave peligro de extinción
ante la dictadura de un Mercado global. (Ver: El Mercado, el nuevo modelo de Dictadura mundial). En caso contrario, se puede volver a
cumplir el mito de Europa que fue raptada por Zeus, o en este caso
por el dios pagano de la globalización, aunque en vez de enreinarla
seguro que acabará sometiéndola a un cautiverio sine die.
¿El futuro de la Unión
Europea?. Malos augurios se presagian mientras persista la farsa de
una historia de desencuentros e intereses partidistas blanqueado por
los trovadores de Bruselas, taquígrafo en mano de los
eurotecnócratas franco-germanos. Aunque, eso sí, siempre nos
quedará Europa como un imaginario humanista y cultural.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano