Recién salido de
afrontar la batalla cuerpo a cuerpo contra el virus de la gripe, de
la que aun me siento medio aturdido, quisiera explicar un hecho
anecdótico a modo introductorio que, asimismo, es el origen causal
de la presente reflexión. Hace un par de días, a la hora periódica
establecida para tomarme una pastilla de ibuprofeno, no conseguía
atinar con el fármaco adecuado entre los acumulados sobre la mesita
de noche ya que me resultaba imposible leer el nombre del
medicamento. Allí donde en verdad ponía “ibuprofeno” en letras
latinas, para buen entendimiento de un españolito de a pie, tan solo
podía leer (engañosamente) caracteres germanos ilegibles para mi
por más que me esforzara. En esta tesitura, la mente lógica en vez
de cuestionar lo que percibía mediante el sentido de la visión, a
la cual le otorgaba plena validez, comenzó a elucubrar cómo había
llegado un medicamento alemán hasta allí, generando todo tipo de
argumentos plausibles que no vienen al caso. El quid de la cuestión
es que el virus de la gripe, mediante un ataque virulento que me
arrastró a los dominios febriles de la alucinación, consiguió
hackear mi software orgánico: el cerebro, haciéndome percibir una
realidad inexistente mediante una alteración del estado de
consciencia. O dicho en otras palabras, mi percepción, base de la
Lógica (como ciencia del razonamiento humano) y de la Razón (como
facultad para resolver problemas) sobre la que se fundamenta el
Principio de Realidad, se vio seriamente comprometida.
Esta pequeña, pero
vívida, anécdota no solo me hizo recordar la frágil condición
humana respecto a la triple relación existente entre
consciencia-percepción-realidad -de la que ya me he explayado en
diversas reflexiones anteriores (Ver, por poner algún ejemplo: ¿Qué es la Consciencia?, y La realidad objetiva humana no existe fuera del consenso general subjetivo)-, sino que me hizo poner la atención
especialmente sobre el avance imparable y sin control de una de las
grandes revoluciones vanguardistas de nuestro tiempo: la
neurotecnología.
Para quien aún no sepa
qué es la neurotecnología, señalar que es aquella práctica que se
sirve de la tecnología para influir sobre el sistema nervioso del
ser humano, y concreta y especialmente sobre el cerebro. Y no, no se
trata de ciencia ficción sino de una realidad innovadora de rabiosa
actualidad, cuya visión y misión es la mejora de las capacidades
humanas naturales por superación de éstas, un objetivo ya
compartido en la actualidad por diversas empresas a nivel mundial. De
hecho, la compañía Neuralink del visionario Elon Musk anunció
recientemente que a lo largo del presente año implantará un interfaz a una persona, por primera vez en la Historia de la
humanidad, que conectará su cerebro humano con cerebros artificiales
dotándolo así de altas capacidades intelectuales inimaginables. Y
ya se sabe que, tras un primer caso, solo es cuestión de tiempo que
la práctica se extienda a muchos otros, ya sea bajo políticas
reactivas de competitividad, de búsqueda del principio de igualdad
de oportunidades, de discriminación negativa por selección
artificial de clases sociales, o de control social de masas, entre
otras tantas motivaciones sujetas a la naturaleza humana. El tiempo
las dilucirá.
Motivaciones más o menos
transparentes a parte, lo que es evidente es que la neurotecnología
acelera la evolución del ser humano en un doble sentido que, aunque
puedan parecen realidades tangentes, conforman una misma naturaleza
por retroalimentación:
1.-La neurotecnología,
desde el momento que busca transformar al hombre en un Posthumano
mediante la tecnología, deviene en el germen del Transhumanismo.
[Ver: El Transhumanismo, el lobo (del Mercado) con piel de cordero].
2.-La neurotecnología,
desde el momento que busca conectar el cerebro humano con un cerebro
artificial, deviene la crónica de una muerte anunciada del
pensamiento individual en beneficio de un pensamiento colectivo por
computacional (Ver: La educación on line del futuro: ¿enseñar o adoctrinar?).
En este sentido, no hay
que obviar las previsiones que pronostican que dentro de 15 o 20 años
la Inteligencia Artificial será ya más inteligente que el ser
humano, y que tendrá asimismo capacidad para autoreproducirse por sí
misma con unos estándares de perfección muy altos, relegándonos a
los seres humanos a un nivel de inteligencia equiparable a la de los
chimpancés respecto a la inteligencia de los nuevos seres
artificiales. Un futurible cercano, de tintes distópicos, que nos
obligará por fuerza mayor a hacernos preguntas tales como: Como seres imperfectos, ¿qué implicaciones tiene el crear seres perfectos para corregir nuestra imperfección?; o reflexionar
seriamente sobre temas tan trascendentales como: La consciencia artificial, ¿puede cuestionar la consciencia humana?, entre otras muchas
cuestiones. (Ver la sección de Robología / roboética).
Pero eludiendo discurrir
por apasionantes variables derivadas del fenómeno, y regresando al
tema de reflexión que nos ocupa tras haberlo contextualizado somera
aunque suficientemente, lo que es una evidencia es que el foco de la
neurotecnología se haya tanto en la manipulación del cerebro
humano, como en la invasión de éste por parte de la inteligencia
artificial. Por tanto,
pensemos: si el cerebro humano es el centro lógico-operativo de la
capacidad perceptiva del hombre sobre su mismidad y en relación a su
realidad más inmediata, y dicho centro queda intervenido por un ente
externo (llámese cerebro global artificial en una era tecnológica
interconectada), ergo la percepción del hombre sobre la
realidad queda claramente en estado de flagrante peligro, así como
por extensión su propia consciencia y, en consecuencia, su libre
albedrío. Con todo lo que ello implica sociológica y
ontológicamente. O dicho en otras palabras, con la neurotecnología
no sabremos discernir si aquello que percibimos es real o no, y por
tanto si nuestra capacidad cognitiva es libre o está sometida por
manipulación.
Así pues, es adecuado
afirmar que la neurotecnología, sin control público roboética
mediante, es un peligro tanto para la libertad individual, como para
la Democracia como sistema de equidad social, como para el mismo
Principio de Realidad. Es por ello que ya tardamos en legislar sobre
neurotecnología (e inteligencia artificial) bajo los preceptos
rectores del Humanismo, pues la promoción comercial de los
interfaces cerebrales está a la vuelta de la esquina, en un entorno
incipiente del 5G, a módicos plazos financiables y con múltiples
aplicaciones ultra atractivos para el consumidor. Pensar lo contrario
es pecar de ingenuos.
Y por si alguien tuviera
algún resquicio de duda sobre mi posicionamiento al respecto,
aclarar que a mi que no me busquen para conectarme al Gran Hermano
del Orwell del 2030 (por poner una fecha estimada), pues tengo gran
estima a mi intimidad y mi libertad de pensamiento. Ya tengo bastante
con lidiar con la realidad de un Ibuprofeno que a veces se me muestra
en español y otras en alemán, para que me vayan cambiando más
realidades por intereses ajenos. El derecho a la libre percepción de
la realidad objetiva debería ser, a partir de ahora, un derecho
inalienable de la condición humana por ley al que me acojo y
suscribo por adelantado. Frente al transhumanismo y al control social
de los individuos, más Humanismo.