Hace unos días recibí
en un escueto email la rescisión de mi condición de docente de un
centro de formación universitario por motivos de extinción (sic)
del plan de estudios en el que impartía un par de asignaturas. Más
allá de la pérdida de una ocupación laboral, que si bien
ciertamente era nímia por tratarse de un puñado escaso de horas
semanales dentro de un cuatrimestre escolar propio de todo profesor
colaborador aunque no por ello menos valioso en medio del actual
desierto ocupacional, me llamó poderosamente la atención el
calificativo de extinto. Pues, en resumidas cuentas, de un día para
otro había pasado de “ilustre” profesor a extinto profesor, es
decir, dígase de aquel que ya no existe en la actualidad.
Adaptar el concepto de
extinto profesional a una persona es abocarlo a la normalización de
una dimensión metafísica, que de normal no tiene nada por muy real
que sea paradójicamente. Por lo que el adjetivo extinto, en términos
sociológicos, representa una contradicción lógica en sí misma: el
que aun no existiendo en la sociedad existe en la misma. Un dilema
filosófico al que Parménides, en su principio clásico de no
contradicción resolvería afirmando categóricamente que: lo que no
es no puede ser. O dicho en otras palabras, una proposición y su
negación no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el
mismo sentido. Y en cambio, la realidad de nuestra sociedad
contemporánea así lo contradice de facto. Seguramente porque
vivimos una realidad más cuántica que nunca, validando así la
famosa paradoja del gato de Schrödinger en nuestra vida cotidiana,
tal y como lo atestiguan miles de casos de profesionales extintos y a
la vez existentes en una era digital en continuo cambio y
transformación. Lo que convierte al aforismo del “Soy y al mismo
tiempo no Soy” en un axioma propio del Principio de Realidad.
Enfrentarse al dilema
filosófico de la dimensión sociometafísica (ya que se trata de un
problema sociológico que afecta a los principios fundamentales de la
existencia en la realidad) del profesional extinto, para la lógica
humana que persigue constantemente el principio de razón pues allí
donde hay un hombre hay una necesidad de racionalización de todo
cuanto es, es enfrentarse al absurdo. Entendiendo el absurdo como la
falta de coherencia entre la búsqueda de un sentido racional y la
aparente inexistencia del mismo. Lo que convierte a un hombre extinto
en una representación tan vívida como grotesca del mito griego de
Sísifo, quien fue castigado por los dioses del Olimpo a cargar
cuesta arriba por una montaña una pesada roca que, antes de llegar a
la cima, volvía a rodar hacia abajo, reproduciendo así más que
ecos los quejidos latentes de la filosofía de Albert Camús que aun
perduran en nuestros días.
No obstante, aun
tratándose de un reductio ad absurdum, la dualidad del ser y
no-ser del profesional extinto se presenta como una realidad tan
empírica como objetiva. De lo que se deduce que la persona extinta
profesionalmente coexiste en dos planos dimensionales diferentes de
una misma naturaleza real a la que denominamos sociedad. En este
sentido, la persona extinta no existe en la sociedad como sistema de
organización económica de libre Mercado, pero a su vez existe en la
sociedad como colectivo de personas que comparten un mismo contexto
espacio-temporal concreto. Y como ésta segunda no puede coexistir
sin la primera, bajo la lógica de una sociedad de Mercado base del
principio de supervivencia del hombre moderno, el concepto extinto no
puede entenderse aquí en su valor absoluto como aquello que ya no
existe, sino en su valor relativo como aquello que está disminuyendo
o desapareciendo paulatinamente. (Ver: Nadie, el proceso por el que alguien se hace invisible). Por lo que el profesional extinto es un
ser social condenado a convertirse en una nada social en potencia,
pasando de la naturaleza social física a una naturaleza social
metafísica.
Frente al conflicto
existencial del absurdo, solo cabe la simple aceptación del mismo
por encima de salidas enajenadoras e inútiles por irresolubles como
el suicidio o la religión, donde la persona profesionalmente extinta
debe esforzarse por encontrar un nuevo y actualizado sentido de la
vida tan íntimo como intrínseco y absoluto, más allá del
Principio de Realidad social contradictorio, redescubriendo así todo
un mundo de posibilidades vitales en la nueva dimensión de la
realidad social metafísica en la que se halla. Pues el hombre, por
ser un ser ontológico que se relaciona con el mundo apriorístico de
las ideas y el mundo a posteriori de las formas, es un ser metafísico
en esencia más allá del determinismo de la realidad social de
Mercado que se impone al individuo en el momento incluso anterior a
su propia concepción.
Sí, la realidad
espacio-temporal de la sociedad contemporánea se está curvando
sobre sí misma, por la fuerza gravitatoria del Mercado,
posibilitando la coexistencia de una doble dimensión social física
y metafísica. Y como pone de manifiesto los datos demográficos de
población activa en una era de crisis de valores por económica que
dura ya más de una década (y suma y sigue), cada vez somos más los
profesionales extintos que acabamos precipitados hacia la dimensión
metafísica de una sociedad excluyente por partidista. Más allá del
Principio de Realidad social, en las arenas movedizas de la
naturaleza de lo absurdo, donde el hombre no puede llegar a
racionalizar el sentido social de la existencia por metafísico,
también hay vida. Se puede ser y no ser socialmente como persona
extinta en un mundo en que lo visible se construye sobre lo
invisible, y donde la nada y el todo no son más que singularidades
en un sistema de referencias continuo. Que yo exista y no exista no
es más que un problema de percepción sociológico, para el que la
metafísica social y la filosofía del absurdo tienen respuestas
ciertas. Pues, al fin y al cabo, Yo soy Yo, con independencia de si existo o he dejado de
existir en la realidad condicionada de otros.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano