Del ser humano se han
definido muchos caracteres singulares, como el que reza que el
hombre es un ser creativo por naturaleza. Y lo cierto es que así es,
pero no siempre y en todas sus circunstancias. De hecho, ser creativo
significa pensar fuera de la caja, transgredir la realidad conocida
mediante la capacidad de crear una nueva realidad alternativa. Pero
esta capacidad ni es universal a toda la especie humana, como bien
sabemos, ni es una constante tan impertérrita como sostenible en el
tiempo en la vida de aquellos individuos caracterizados como seres
creativos.
Las razones de la pérdida
de la capacidad creativa de las personas por manifestar nuevas
realidades alternativas a la existente son múltiples, pero dicho
fenómeno puede sintetizarse en la imposición forzosa del Principio
de Realidad (de la caja) sobre el individuo. Una mecánica que bien
puede axiomatizarse como: Yo no soy más que mis circunstancias.
Qué decir que en una
sociedad económicamente global e hiperconectada tecnológicamente
como la actual, cuyo fin primero es el control absoluto sobre el
ilusorio albedrío de sus conciudadanos (comportando la penalización
sociabilizada de la libertad individual como reflexión y elección
consciente), el Principio de Realidad manifiesta su doctrina con mano
ejecutora implacable y omnipotente contra cualquier individuo
divergente. Sí, vivimos en un siglo que cataloga, estandariza y
compartimenta en diversos niveles sociales a las personas (previa
discriminación negativa por edad, sexo y procedencia), mediante el
abuso de poder bruto de un sistema de organización social que opera
bajo la lógica de una planta industrial.
Entonces, ¿qué le queda
a un ser humano a quien le privan por fuerza mayor de su capacidad de
crear realidades alternativas?. La respuesta no es otra que vivir
inmerso en una existencia marcada por el silogismo. Es decir, la
persona, privada de toda competencia para crear su propia vida, tan
solo vive su cotidianidad y futuro previsible a modo de conclusión
como resultado lógico de las premisas (dígase circunstancias) de
las que parte, las cuales vienen determinadas por el sistema de
referencia del Principio de Realidad imperante.
Vivir una existencia
silogística significa vivir desde y por los sueños de terceros, o
siendo más precisos, los sueños impuestos por la realidad
circunstancial predefinida por otros seres humanos (en este caso los
señores del Mercado como controladores sociales). Un contexto donde
a toda persona divergente, ya sea por naturaleza o convicción
aprehendida, se le amputa de manera sistemática su voluntad de soñar
-como germen de toda creatividad- por desgaste y negativa recurrente.
Pues dentro de la caja social altamente blindada no hay más
capacidad de crear otra realidad personal que la definida de serie.
Cuando la vida del hombre
se convierte en un silogismo, el hombre como ser cocreativo de su
propio destino está acabado. Los sueños, que como diría mi
compatriota Calderón de la Barca sueños son, quedan relegados a un
tiempo de gracia propio de la juventud. Fuera de la edad juvenil, que
dicho sea de paso cada vez se limita más, los sueños por un mundo
diferente quedan prohibidos de facto. La edad se penaliza, y
el orden social fabril transmuta los sueños -y por extensión la
creatividad de realidades alternativas- de aquellos que un día
fueron jóvenes, en valores económicos medibles en términos de
productividad eficiente, eficaz y efectiva.
Personalmente reconozco
que como sujeto divergente, al igual que todo filósofo y humanistas
diversos, no hay día que me levante sin la voluntad instintiva de
rebelarme a vivir una vida sumida en el silogismo que obliga. Pero
asimismo debo reconocer con cierta amargura, e incluso a veces
desesperación, que un hombre en solitario poco puede hacer contra el
imperio del Principio de Realidad (de la caja) que se muestra tan
titánico como maquiavélico. Pero como dijo Don Quijote, aquel
hidalgo caballero que luchó contra gigantes que en verdad eran
molinos, “confío en el tiempo, que suele dar dulces salidas a
muchas amargas dificultades”.
Que nuestra vida no se
reduzca a un silogismo existencial, pues aunque las circunstancias de
todo hombre pueden derivar en una conclusión vital lógica, es
justamente el hombre, como ser creativo por naturaleza, quien tiene
la capacidad de hacer de la razón sinrazón la razón que cada cual
se hace por cocrear una realidad alternativa por individual. A la
lógica silogística que le den, que yo quiero continuar viviendo de
los sueños creativos, pues solo soñando y creando persistimos en
nuestra lucha cotidiana por permanecer como hombres libres, aunque
sea en la clandestinidad social de nuestra propia intimidad.