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Carnaval de Sitges 2020. Foto ByTeresa Mas de Roda |
El carnaval es, sin lugar
a dudas, una de las mayores festividades humanas de exaltación de la
vida por excelencia. Seguramente porque su práctica contemporánea
–con independencia de su origen milenario romano, griego e incluso
egipcio- va íntimamente ligado a la celebración de los placeres más
mundanos. No en vano se alude al carnaval como la fiesta de Don
Carnal. Pero más allá de la onomástica pagana stricto sensu
que es la celebración del carnaval como fecha señalada en el
calendario anual de festividades, existe el carnavalismo, que debe
entenderse como el comportamiento conductual que tienen cientos de
personas de “vivir por y para el carnaval” durante gran parte del
resto del año. Una práctica, elevada a la categoría de hábito,
que conlleva una preparación previa interanual del festejo que puede
alargarse durante meses, y que culmina con los días marcados entre
el mes de febrero y marzo de cada año (siempre a disposición del
calendario cristiano anticarne). ¿El objetivo?: no dejarse nada para
última hora, y poder así asegurarse la rentabilidad máxima de unos
días de fiesta marcados por la intensidad y los excesos hedonistas
de quienes ponen valor existencial al tempus fugit.
Si el carnaval es la
festividad, y el carnavalismo es el hábito conductual de vivir por y
para el carnaval, los carnavalistas son aquellos que viven de
facto el carnaval. Y es justamente sobre este colectivo que deseo
centrar la presente breve reflexión, como aportación al Bestiario Urbano por ser digno de catalogación.
Hablar sobre los
carnavalistas es aludir a aquellas personas que disfrutan de la
festividad del carnaval, sí, pero como una forma integrada de
entender la vida de corte filosófico, por lo que se debe excluir a
todos aquellos que aprovechan el carnaval como una oportunidad
festiva más para emborracharse y exponer públicamente tanto su
talante incívico como su mediocridad humana (que de haberlos haylos,
y en demasía para mi gusto). De hecho, los carnavalistas ponen en
evidencia, por contraste de opuestos, la existencia de dos grandes
grupos de personas en la sociedad: aquellos que viven desinhibidos y
aquellos que viven inhibidos, siendo éstos últimos los que o bien
no participan del carnaval por constreñimiento de su autoestima
personal, o bien participan como simples espectadores externos por
vergüenza propia coercitiva, o bien participan como actores
secundarios forzando su desinhibición ingesta descontrolada de
alcohol mediante.
Los carnavalistas, por
tanto, destacan por ser personas desinhibidas, lo cual es una muestra
indudable de salubridad emocional, pues manifiestan su grado de
autoridad interna (son fieles y coherentes con ellos mismos) con
independencia de los cánones sociales preestablecidos. Aunque ésta
no es la única característica destacable por singular, pudiendo
observar otros rasgos distintivos tales como:
1.-Los carnavalistas son
personas con un alto y refinado gusto por la estética, haciendo que
sus disfraces de carnaval sean pequeñas obras de arte que buscan,
como fin primero, exaltar el culto a la belleza. Una característica
propia de personas dotadas con una capacidad innata por la
sensibilidad artística.
2.-Los carnavalistas,
como buenas personas desinhibidas y con sensibilidad estética, son
dados al exhibicionismo público. Pues no existe artista al que no le
guste mostrar al mundo sus elaboradas creaciones en busca del efímero
reconocimiento ajeno. El carnaval, por tanto, se convierte en la sala
de arte abierta perfecta para exponer sus obras.
3.-Los carnavalistas,
como buenos exhibicionistas artísticos, les gusta que sus creaciones
más o menos conceptuales tomen vida, por lo que la interpretación
del personaje disfrazado es un rasgo indisociable de la puesta en
escena pública de la obra que personifican. Permitiéndose así el
poder jugar con imaginación casi pueril, aunque sea de manera
temporal, la recreación de otras vidas que no les son propias.
Y, 4.-Los carnavalistas
como personas desinhibidas, sensibles por la belleza, exhibicionistas
casi irreverentes, y actores espontáneos de personajes
autoinventados, son animales sociales regalados a los placeres
carnales de la vida, entre los que se encuentra el poder disfrutar de
la buena música bailable o de una buena mesa gastronómica.
El carnaval es la fiesta
de la exaltación de la vida, y los carnavalistas son -muchos de
ellos aun sin saberlo- los discípulos del filósofo Aristipo que buscan mediante la práctica carnal entregada a su
celebración placentera el sentido y la verdad última del bien
máximo de esta vida.
Mucho mejor iría el mundo (por desdramatizado), si hubieran más carnavalistas en nuestras vidas. Pues un carnavalista es, por idiosincrasia, una persona tan alegre como respetuosa y tolerante. Dixi!
Mucho mejor iría el mundo (por desdramatizado), si hubieran más carnavalistas en nuestras vidas. Pues un carnavalista es, por idiosincrasia, una persona tan alegre como respetuosa y tolerante. Dixi!