viernes, 28 de febrero de 2020

Diccionario del Alma (Discutible / Dolmen) XXXIVª Entrega

Nueva entrega del "Diccionario del Alma" allí donde lo dejé con la misma paciencia y motivación de quien tiene un macro puzzle inacabado, sabedor que lo divertido está en el viaje del proceso (que inicié a finales del 2013, y que no sé cuando lo acabaré). Para quienes lo conocen, saben que éste no es un diccionario al uso, sino que describe el eco que cada palabra resuena en mi alma (en un momento concreto y determinado de mi vida, lo que son susceptibles de continua revisión, pues yo -como todos-, no soy nunca siempre igual), por lo que no están todas las palabras sino tan solo aquellas que siguen este criterio.


Discutible: Todo.
Discutir: Un duelo emocional.
Disecar: Extinguir en vida formaciones y actividades laborales.
Diseminar: La razón del Big-Bang.
Disensión: El carácter de la adolescencia.
Disentería: La sombra roja de la muerte.
Disentimiento: El lujo menospreciado de las sociedades abiertas.
Disentir: El pensamiento crítico hecho verbo y posicionamiento.
Diseñar: Abstraer un contexto.
Diseño: La cocina de la posverdad.
Disertación: Nuestra vida.
Disertar: 1. Un gallo en su gallinero. 2. Una práctica tediosa para la generación de los mensajes breves e instantáneos.
Diserto, -ta: 1. Un pedagogo vocacional. 2. Por lo general, un amante de la atención ajena.
Disfavor: La conducta habitual de la clase social alta sobre la clase social inferior.
Disforme: El mal intencionado.
Disformidad: La obesidad.
Disfraz: Un alter ego.
Disfrazar: (-se) 1. Tiempo personal de desinhibición social. 2. Uno de los mayores placeres de mi mujer.
Disfrutar: 1. Un deber existencial al que pocos se obligan. 2. Una actitud vital que debe ser trabajada cada día.
Disfrute: El estado consciente del alma sintiéndose viva.
Disfumino: Mis fantasmas, todo lo que puedo.
Disgregar: 1. Efecto de la enajenación endogámica. 2. Empequeñecer.
Disgustar: Los desplantes no verbales.
Disgusto: Un efecto colateral de vivir en sociedad.
Disidencia: La Razón sobre cualquier tipo de fundamentalismo.
Disidente: Yo frente a la tontería.
Disimulado, -da: Los de ámbito social no los aguanto.
Disimulador, -ra: El maquillaje y la ropa.
Disimular: Fingir.
Disimulo: Pose formal de los mezquinos y los mediocres.
Disipación: El sueño.
Disipado, -da: El anciano frente al mundo.
Disipar: Los malos recuerdos.
Dislate: El motor social.
Dislocación: Trabajadores sin trabajo.
Dislocar: Sacar a un hombre social de su rol social.
Disloque: Trabajar para no llegar a fin de mes.
Disminución: La solidaridad.
Disminuir: Un agravio comparativo.
Disnea: Cansancio vital.
Disociación: Separar los sueños de juventud del sentido de la vida del adulto.
Disociar: El corte de bisturí del Mercado sobre las personas.
Disolución: Dejarse diluir en el todo establecido.
Disoluto, -ta: Un adicto del consumismo.
Disolvente: Los portales y departamentos de selección de personal.
Disolver: Un acto de extinción.
Disonancia: Una grieta entre complementarios.
Disonante: Aunque bueno, una sopa con macarrones.
Disonar: Un docente universitario buscando trabajo de camarero.
Dispar: Un calcetín confundido.
Disparador: El miedo.
Disparar: Intentar barrer un obstáculo.
Disparatado, -da: La subida de precios de consumibles cuando más se necesitan.
Disparatar: Con mayor frecuencia que los locos, los egoístas.
Disparate: El mundo al revés.
Disparidad: Los dos polos magnéticos de un mismo imán.
Disparo: La sonora velocidad de la muerte.
Dispendio: El tiempo derrochado por formarse de una persona que no encuentra trabajo.
Dispendioso, -sa: Un sector público mayor que el sector privado.
Dispensa: Del pobre frente a los impuestos.
Dispensar: Un atributo potencial del que tiene.
Dispensario: Allí donde la ciencia hace magia ancestral.
Dispersar: Redistribuir la densidad.
Dispersión: Todo árbol genealógico.
Disperso, -sa: La mente dormida.
Displicencia: La acción sin motivación.
Displicente: El perfil medio de los funcionarios.
Disponer: Jugar con el espacio.
Disponibilidad: Un lujo en un mundo que rota vertiginosamente.
Disponible: Los padres, siempre.
Disposición: La dualidad de la oportunidad del lugar.
Dispositivo, -va: Aunque nos resistamos, somos todos en el gran engranaje de la vida.
Dispuesto, -ta: El amigo.
Disputa: El mercadeo de la razón.
Disputar: La artimaña de los políticos que no saben gobernar.
Disquisición: El desvío de la atención quirúrjica de un mago.
Distancia: Si es salvable no es más que voluntad y tiempo.
Distanciar: El silencio.
Distante: 1. Una actitud deliberada. 2. La Fortuna.
Distar: El querer del poder.
Distender: Desdramatizar.
Distensión: Un masaje emocional.
Distinción: La azarosidad del momento preciso.
Distinguido, -da: Un tratamiento que se puede comprar.
Distinguir: Señalar un blanco potencial.
Distintivo, -va: La marca de vida.
Distinto, -ta: Un accidente en la sustancia del todo.
Distracción: Las hormonas.
Distraer: La cara pública de los políticos.
Distraído, -da: El pueblo.
Distribución: (social) 1. Una utopía. 2. El virus a exterminar por los ricos.
Distribuir: Un principio teórico de justicia social.
Distributivo, -va: La política fiscal.
Distrito: Un pueblo urbanitas.
Disturbio: 1. Una interferencia en la legalidad. 2. La onda expansiva de la reivindicación.
Disuadir: Actitud a la que hace tiempo renuncié.
Disuasivo,-va: Una mirada llena de ternura.
Disuelto, -ta: La capacidad de decidir.
Disyunción: La dualidad opuesta de una misma naturaleza.
Disyuntivo, -va: La vida manifestada en una continua decisión.
Diurético, -ca: La cerveza.
Diurno, -na: La culpable de la calidad de los sueños de la noche.
Diva: Mi suegra.
Divagación: Vivir sin un sentido de vida propio.
Divagar: Navegar sin rumbo.
Diván: Un confesionario laico.
Divergencia: La realidad de los sueños.
Divergente: Cualquier humanista en la sociedad contemporánea.
Divergir: El Mercado de la Democracia.
Diversidad: Una riqueza mal gestionada.
Diversión: La bandera apropiada por el consumismo.
Diverso, -sa: Un mundo de posibilidades.
Divertido, -da: Un estado de ánimo sorprendido.
Divertimiento: Algo muy personal, aunque transferible.
Divertir: La función de los tertulianos televisivos.
Dividendo: Una cuestión de fe que muy pocos pueden constatar.
Dividir: La reformulación de un divisible.
Divinidad: Una creación del hombre como medio de enajenación de su cotidianidad.
Divinizar: La debilidad mental del dependiente.
Divino, -na: 1. La Naturaleza. 2. Una obra de arte.
Divisa: Un pasaporte de oro.
Divisar: La prolongación del túnel.
Divisible: La mente humana.
División: El preámbulo de toda extinción.
Divisor: La naturaleza fractal de las matemáticas.
Divisorio: Las clases sociales.
Divorciar: Un acto doloroso.
Divorcio: Una dolencia del corazón.
Divulgación: El Vademécum del Ser Humano.
Divulgar: Una vocación y un sentido existencial.
Do: Un intangible musical asumible.
Dobladillo: Un recuerdo de juventud.
Doblaje: Una usurpación de personalidad.
Doblamiento: Pose vital de la clase trabajadora frente al capitalismo.
Doblar: Manipular el espacio.
Doble: Los niveles de la Administración Pública.
Doblegadizo, -za: El asalariado.
Doblegar: 1. El precio de la vida. 2. El Mercado.
Doblez: La marca de la contención.
Doblón: Una moneda romántica.
Doce: Un número demasiado religioso.
Docena: La cantidad perfecta de huevos.
Docente: Un ser social vilipendiado.
Dócil: Un hombre sin espíritu.
Docilidad: El estado esperado de la masa.
Docto, -ta: Un humanista en vías de extinción.
Doctor, -ra: Un salvavidas social.
Doctorado: Un premio a la tenacidad.
Doctorar: Alargar el período estudiantil.
Doctrina: Un saco de ideas.
Doctrinal: La Constitución.
Doctrinario, -ia: El Estado y el Mercado.
Documentación: Unas coordenadas de situación.
Documental: De lo poco bueno que emiten en televisión.
Documentar: Un proceso de investigación exigible.
Documento: Un papel cuya relevancia no viene dada por el portador sino por el destinatario.
Dodecaedro: La belleza del orden geométrico.
Dodecafónico, -ca: Una serie musical encorsetada.
Dodecágono: El complejo de un círculo con aristas.
Dodecaneso: El capítulo que separa al libro de occidente y oriente.
Dodecasílabo, -ba: Un verso modernista.
Dogal: El terror del reo.
Dogma: 1. La ceguera de la razón. 2. El aliento de la intolerancia.
Dogmático, -ca: Un fundamentalista.
Dólar: El poder hecho papel.
Dolencia: La incultura de la sociedad.
Doler: Vivir sin sentido.
Doliente: Una persona sin consciencia de su mismidad.
Dolmen: Un monumento magnético.



jueves, 27 de febrero de 2020

Extinto: la realidad metafísica de la persona que vive y no existe en la sociedad


Hace unos días recibí en un escueto email la rescisión de mi condición de docente de un centro de formación universitario por motivos de extinción (sic) del plan de estudios en el que impartía un par de asignaturas. Más allá de la pérdida de una ocupación laboral, que si bien ciertamente era nímia por tratarse de un puñado escaso de horas semanales dentro de un cuatrimestre escolar propio de todo profesor colaborador aunque no por ello menos valioso en medio del actual desierto ocupacional, me llamó poderosamente la atención el calificativo de extinto. Pues, en resumidas cuentas, de un día para otro había pasado de “ilustre” profesor a extinto profesor, es decir, dígase de aquel que ya no existe en la actualidad.

Adaptar el concepto de extinto profesional a una persona es abocarlo a la normalización de una dimensión metafísica, que de normal no tiene nada por muy real que sea paradójicamente. Por lo que el adjetivo extinto, en términos sociológicos, representa una contradicción lógica en sí misma: el que aun no existiendo en la sociedad existe en la misma. Un dilema filosófico al que Parménides, en su principio clásico de no contradicción resolvería afirmando categóricamente que: lo que no es no puede ser. O dicho en otras palabras, una proposición y su negación no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido. Y en cambio, la realidad de nuestra sociedad contemporánea así lo contradice de facto. Seguramente porque vivimos una realidad más cuántica que nunca, validando así la famosa paradoja del gato de Schrödinger en nuestra vida cotidiana, tal y como lo atestiguan miles de casos de profesionales extintos y a la vez existentes en una era digital en continuo cambio y transformación. Lo que convierte al aforismo del “Soy y al mismo tiempo no Soy” en un axioma propio del Principio de Realidad.

Enfrentarse al dilema filosófico de la dimensión sociometafísica (ya que se trata de un problema sociológico que afecta a los principios fundamentales de la existencia en la realidad) del profesional extinto, para la lógica humana que persigue constantemente el principio de razón pues allí donde hay un hombre hay una necesidad de racionalización de todo cuanto es, es enfrentarse al absurdo. Entendiendo el absurdo como la falta de coherencia entre la búsqueda de un sentido racional y la aparente inexistencia del mismo. Lo que convierte a un hombre extinto en una representación tan vívida como grotesca del mito griego de Sísifo, quien fue castigado por los dioses del Olimpo a cargar cuesta arriba por una montaña una pesada roca que, antes de llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo, reproduciendo así más que ecos los quejidos latentes de la filosofía de Albert Camús que aun perduran en nuestros días.

No obstante, aun tratándose de un reductio ad absurdum, la dualidad del ser y no-ser del profesional extinto se presenta como una realidad tan empírica como objetiva. De lo que se deduce que la persona extinta profesionalmente coexiste en dos planos dimensionales diferentes de una misma naturaleza real a la que denominamos sociedad. En este sentido, la persona extinta no existe en la sociedad como sistema de organización económica de libre Mercado, pero a su vez existe en la sociedad como colectivo de personas que comparten un mismo contexto espacio-temporal concreto. Y como ésta segunda no puede coexistir sin la primera, bajo la lógica de una sociedad de Mercado base del principio de supervivencia del hombre moderno, el concepto extinto no puede entenderse aquí en su valor absoluto como aquello que ya no existe, sino en su valor relativo como aquello que está disminuyendo o desapareciendo paulatinamente. (Ver: Nadie, el proceso por el que alguien se hace invisible). Por lo que el profesional extinto es un ser social condenado a convertirse en una nada social en potencia, pasando de la naturaleza social física a una naturaleza social metafísica.

Frente al conflicto existencial del absurdo, solo cabe la simple aceptación del mismo por encima de salidas enajenadoras e inútiles por irresolubles como el suicidio o la religión, donde la persona profesionalmente extinta debe esforzarse por encontrar un nuevo y actualizado sentido de la vida tan íntimo como intrínseco y absoluto, más allá del Principio de Realidad social contradictorio, redescubriendo así todo un mundo de posibilidades vitales en la nueva dimensión de la realidad social metafísica en la que se halla. Pues el hombre, por ser un ser ontológico que se relaciona con el mundo apriorístico de las ideas y el mundo a posteriori de las formas, es un ser metafísico en esencia más allá del determinismo de la realidad social de Mercado que se impone al individuo en el momento incluso anterior a su propia concepción.

Sí, la realidad espacio-temporal de la sociedad contemporánea se está curvando sobre sí misma, por la fuerza gravitatoria del Mercado, posibilitando la coexistencia de una doble dimensión social física y metafísica. Y como pone de manifiesto los datos demográficos de población activa en una era de crisis de valores por económica que dura ya más de una década (y suma y sigue), cada vez somos más los profesionales extintos que acabamos precipitados hacia la dimensión metafísica de una sociedad excluyente por partidista. Más allá del Principio de Realidad social, en las arenas movedizas de la naturaleza de lo absurdo, donde el hombre no puede llegar a racionalizar el sentido social de la existencia por metafísico, también hay vida. Se puede ser y no ser socialmente como persona extinta en un mundo en que lo visible se construye sobre lo invisible, y donde la nada y el todo no son más que singularidades en un sistema de referencias continuo. Que yo exista y no exista no es más que un problema de percepción sociológico, para el que la metafísica social y la filosofía del absurdo tienen respuestas ciertas. Pues, al fin y al cabo, Yo soy Yo, con independencia de si existo o he dejado de existir en la realidad condicionada de otros.



Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano 

martes, 25 de febrero de 2020

Del carnaval, el carnavalismo y los carnavalistas

Carnaval de Sitges 2020. Foto ByTeresa Mas de Roda

El carnaval es, sin lugar a dudas, una de las mayores festividades humanas de exaltación de la vida por excelencia. Seguramente porque su práctica contemporánea –con independencia de su origen milenario romano, griego e incluso egipcio- va íntimamente ligado a la celebración de los placeres más mundanos. No en vano se alude al carnaval como la fiesta de Don Carnal. Pero más allá de la onomástica pagana stricto sensu que es la celebración del carnaval como fecha señalada en el calendario anual de festividades, existe el carnavalismo, que debe entenderse como el comportamiento conductual que tienen cientos de personas de “vivir por y para el carnaval” durante gran parte del resto del año. Una práctica, elevada a la categoría de hábito, que conlleva una preparación previa interanual del festejo que puede alargarse durante meses, y que culmina con los días marcados entre el mes de febrero y marzo de cada año (siempre a disposición del calendario cristiano anticarne). ¿El objetivo?: no dejarse nada para última hora, y poder así asegurarse la rentabilidad máxima de unos días de fiesta marcados por la intensidad y los excesos hedonistas de quienes ponen valor existencial al tempus fugit.

Si el carnaval es la festividad, y el carnavalismo es el hábito conductual de vivir por y para el carnaval, los carnavalistas son aquellos que viven de facto el carnaval. Y es justamente sobre este colectivo que deseo centrar la presente breve reflexión, como aportación al Bestiario Urbano por ser digno de catalogación.

Hablar sobre los carnavalistas es aludir a aquellas personas que disfrutan de la festividad del carnaval, sí, pero como una forma integrada de entender la vida de corte filosófico, por lo que se debe excluir a todos aquellos que aprovechan el carnaval como una oportunidad festiva más para emborracharse y exponer públicamente tanto su talante incívico como su mediocridad humana (que de haberlos haylos, y en demasía para mi gusto). De hecho, los carnavalistas ponen en evidencia, por contraste de opuestos, la existencia de dos grandes grupos de personas en la sociedad: aquellos que viven desinhibidos y aquellos que viven inhibidos, siendo éstos últimos los que o bien no participan del carnaval por constreñimiento de su autoestima personal, o bien participan como simples espectadores externos por vergüenza propia coercitiva, o bien participan como actores secundarios forzando su desinhibición ingesta descontrolada de alcohol mediante.

Los carnavalistas, por tanto, destacan por ser personas desinhibidas, lo cual es una muestra indudable de salubridad emocional, pues manifiestan su grado de autoridad interna (son fieles y coherentes con ellos mismos) con independencia de los cánones sociales preestablecidos. Aunque ésta no es la única característica destacable por singular, pudiendo observar otros rasgos distintivos tales como:

1.-Los carnavalistas son personas con un alto y refinado gusto por la estética, haciendo que sus disfraces de carnaval sean pequeñas obras de arte que buscan, como fin primero, exaltar el culto a la belleza. Una característica propia de personas dotadas con una capacidad innata por la sensibilidad artística.

2.-Los carnavalistas, como buenas personas desinhibidas y con sensibilidad estética, son dados al exhibicionismo público. Pues no existe artista al que no le guste mostrar al mundo sus elaboradas creaciones en busca del efímero reconocimiento ajeno. El carnaval, por tanto, se convierte en la sala de arte abierta perfecta para exponer sus obras.

3.-Los carnavalistas, como buenos exhibicionistas artísticos, les gusta que sus creaciones más o menos conceptuales tomen vida, por lo que la interpretación del personaje disfrazado es un rasgo indisociable de la puesta en escena pública de la obra que personifican. Permitiéndose así el poder jugar con imaginación casi pueril, aunque sea de manera temporal, la recreación de otras vidas que no les son propias.

Y, 4.-Los carnavalistas como personas desinhibidas, sensibles por la belleza, exhibicionistas casi irreverentes, y actores espontáneos de personajes autoinventados, son animales sociales regalados a los placeres carnales de la vida, entre los que se encuentra el poder disfrutar de la buena música bailable o de una buena mesa gastronómica.

El carnaval es la fiesta de la exaltación de la vida, y los carnavalistas son -muchos de ellos aun sin saberlo- los discípulos del filósofo Aristipo que buscan mediante la práctica carnal entregada a su celebración placentera el sentido y la verdad última del bien máximo de esta vida.

Mucho mejor iría el mundo (por desdramatizado), si hubieran más carnavalistas en nuestras vidas. Pues un carnavalista es, por idiosincrasia, una persona tan alegre como respetuosa y tolerante. Dixi



Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano 

viernes, 21 de febrero de 2020

Neurotecnología: el peligro de la pérdida de control sobre la percepción de la realidad


Recién salido de afrontar la batalla cuerpo a cuerpo contra el virus de la gripe, de la que aun me siento medio aturdido, quisiera explicar un hecho anecdótico a modo introductorio que, asimismo, es el origen causal de la presente reflexión. Hace un par de días, a la hora periódica establecida para tomarme una pastilla de ibuprofeno, no conseguía atinar con el fármaco adecuado entre los acumulados sobre la mesita de noche ya que me resultaba imposible leer el nombre del medicamento. Allí donde en verdad ponía “ibuprofeno” en letras latinas, para buen entendimiento de un españolito de a pie, tan solo podía leer (engañosamente) caracteres germanos ilegibles para mi por más que me esforzara. En esta tesitura, la mente lógica en vez de cuestionar lo que percibía mediante el sentido de la visión, a la cual le otorgaba plena validez, comenzó a elucubrar cómo había llegado un medicamento alemán hasta allí, generando todo tipo de argumentos plausibles que no vienen al caso. El quid de la cuestión es que el virus de la gripe, mediante un ataque virulento que me arrastró a los dominios febriles de la alucinación, consiguió hackear mi software orgánico: el cerebro, haciéndome percibir una realidad inexistente mediante una alteración del estado de consciencia. O dicho en otras palabras, mi percepción, base de la Lógica (como ciencia del razonamiento humano) y de la Razón (como facultad para resolver problemas) sobre la que se fundamenta el Principio de Realidad, se vio seriamente comprometida.

Esta pequeña, pero vívida, anécdota no solo me hizo recordar la frágil condición humana respecto a la triple relación existente entre consciencia-percepción-realidad -de la que ya me he explayado en diversas reflexiones anteriores (Ver, por poner algún ejemplo: ¿Qué es la Consciencia?, y La realidad objetiva humana no existe fuera del consenso general subjetivo)-, sino que me hizo poner la atención especialmente sobre el avance imparable y sin control de una de las grandes revoluciones vanguardistas de nuestro tiempo: la neurotecnología.

Para quien aún no sepa qué es la neurotecnología, señalar que es aquella práctica que se sirve de la tecnología para influir sobre el sistema nervioso del ser humano, y concreta y especialmente sobre el cerebro. Y no, no se trata de ciencia ficción sino de una realidad innovadora de rabiosa actualidad, cuya visión y misión es la mejora de las capacidades humanas naturales por superación de éstas, un objetivo ya compartido en la actualidad por diversas empresas a nivel mundial. De hecho, la compañía Neuralink del visionario Elon Musk anunció recientemente que a lo largo del presente año implantará un interfaz a una persona, por primera vez en la Historia de la humanidad, que conectará su cerebro humano con cerebros artificiales dotándolo así de altas capacidades intelectuales inimaginables. Y ya se sabe que, tras un primer caso, solo es cuestión de tiempo que la práctica se extienda a muchos otros, ya sea bajo políticas reactivas de competitividad, de búsqueda del principio de igualdad de oportunidades, de discriminación negativa por selección artificial de clases sociales, o de control social de masas, entre otras tantas motivaciones sujetas a la naturaleza humana. El tiempo las dilucirá.

Motivaciones más o menos transparentes a parte, lo que es evidente es que la neurotecnología acelera la evolución del ser humano en un doble sentido que, aunque puedan parecen realidades tangentes, conforman una misma naturaleza por retroalimentación:

1.-La neurotecnología, desde el momento que busca transformar al hombre en un Posthumano mediante la tecnología, deviene en el germen del Transhumanismo. [Ver: El Transhumanismo, el lobo (del Mercado) con piel de cordero].

2.-La neurotecnología, desde el momento que busca conectar el cerebro humano con un cerebro artificial, deviene la crónica de una muerte anunciada del pensamiento individual en beneficio de un pensamiento colectivo por computacional (Ver: La educación on line del futuro: ¿enseñar o adoctrinar?).

En este sentido, no hay que obviar las previsiones que pronostican que dentro de 15 o 20 años la Inteligencia Artificial será ya más inteligente que el ser humano, y que tendrá asimismo capacidad para autoreproducirse por sí misma con unos estándares de perfección muy altos, relegándonos a los seres humanos a un nivel de inteligencia equiparable a la de los chimpancés respecto a la inteligencia de los nuevos seres artificiales. Un futurible cercano, de tintes distópicos, que nos obligará por fuerza mayor a hacernos preguntas tales como: Como seres imperfectos, ¿qué implicaciones tiene el crear seres perfectos para corregir nuestra imperfección?; o reflexionar seriamente sobre temas tan trascendentales como: La consciencia artificial, ¿puede cuestionar la consciencia humana?, entre otras muchas cuestiones. (Ver la sección de Robología / roboética).

Pero eludiendo discurrir por apasionantes variables derivadas del fenómeno, y regresando al tema de reflexión que nos ocupa tras haberlo contextualizado somera aunque suficientemente, lo que es una evidencia es que el foco de la neurotecnología se haya tanto en la manipulación del cerebro humano, como en la invasión de éste por parte de la inteligencia artificial. Por tanto, pensemos: si el cerebro humano es el centro lógico-operativo de la capacidad perceptiva del hombre sobre su mismidad y en relación a su realidad más inmediata, y dicho centro queda intervenido por un ente externo (llámese cerebro global artificial en una era tecnológica interconectada), ergo la percepción del hombre sobre la realidad queda claramente en estado de flagrante peligro, así como por extensión su propia consciencia y, en consecuencia, su libre albedrío. Con todo lo que ello implica sociológica y ontológicamente. O dicho en otras palabras, con la neurotecnología no sabremos discernir si aquello que percibimos es real o no, y por tanto si nuestra capacidad cognitiva es libre o está sometida por manipulación.

Así pues, es adecuado afirmar que la neurotecnología, sin control público roboética mediante, es un peligro tanto para la libertad individual, como para la Democracia como sistema de equidad social, como para el mismo Principio de Realidad. Es por ello que ya tardamos en legislar sobre neurotecnología (e inteligencia artificial) bajo los preceptos rectores del Humanismo, pues la promoción comercial de los interfaces cerebrales está a la vuelta de la esquina, en un entorno incipiente del 5G, a módicos plazos financiables y con múltiples aplicaciones ultra atractivos para el consumidor. Pensar lo contrario es pecar de ingenuos.

Y por si alguien tuviera algún resquicio de duda sobre mi posicionamiento al respecto, aclarar que a mi que no me busquen para conectarme al Gran Hermano del Orwell del 2030 (por poner una fecha estimada), pues tengo gran estima a mi intimidad y mi libertad de pensamiento. Ya tengo bastante con lidiar con la realidad de un Ibuprofeno que a veces se me muestra en español y otras en alemán, para que me vayan cambiando más realidades por intereses ajenos. El derecho a la libre percepción de la realidad objetiva debería ser, a partir de ahora, un derecho inalienable de la condición humana por ley al que me acojo y suscribo por adelantado. Frente al transhumanismo y al control social de los individuos, más Humanismo.


Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano 

jueves, 20 de febrero de 2020

Diccionario del Alma (Diagrama / Discusión) XXXIIIª Entrega

Nueva entrega del "Diccionario del Alma" allí donde lo dejé con la misma paciencia y motivación de quien tiene un macro puzzle inacabado, sabedor que lo divertido está en el viaje del proceso (que inicié a finales del 2013, y que no sé cuando lo acabaré). Para quienes lo conocen, saben que éste no es un diccionario al uso, sino que describe el eco que cada palabra resuena en mi alma (en un momento concreto y determinado de mi vida, lo que son susceptibles de continua revisión, pues yo -como todos-, no soy nunca siempre igual), por lo que no están todas las palabras sino tan solo aquellas que siguen este criterio.


Diagrama: El rostro simbólico de la lógica.
Dialéctico, -ca: El profesional liberal en el Mercado.
Dialecto: El confinamiento de la lengua.
Diálisis: El divorcio por terceros de las sustancias.
Diálogo: Mayoritariamente de besugos.
Diamante: 1. La fuerza irresistible de la brillantez sobre los humanos. 2. El valor de la tenacidad.
Diamantino, -na: La sonrisa facial sincera.
Diametral: El hilo invisible entre la vida y la muerte.
Diámetro: Un camino sin curvas.
Diana: El bolsillo de los consumidores.
Diantre: El clamor del interrogante.
Diapasón: El tímpano musical de los sordos.
Diapositiva: Cualquier valor universal en la gran cueva de Platón.
Diariamente: Un hábito fruto de una práctica reiterada.
Diario, -ia: El tiempo extra de la muerte.
Diarrea: El cabreo del estómago.
Diástole: 1. El corazón expirando. 2. La relajación de la vida.
Diatriba: La quiebra de la paciencia.
Dibujante: Un artesano vocacional de los volúmenes en dos dimensiones.
Dibujar: Observar e imaginar.
Dibujo: Un acto de magia.
Dicción: La mecánica del habla.
Diccionario: Un manual de consensos.
Diciembre: Mi mes natal.
Dicotiledóneo,-ea: Una planta de raza.
Dicotomía: La raíz de la inestabilidad humana.
Dictado: Una imposición.
Dictador: A veces, una necesidad social.
Dictadura: La imposición de la fuerza sobre la razón.
Dictamen: Un juicio de valor más.
Dictaminar: La apología de los medios de comunicación y la publicidad comercial.
Dictar: Someter.
Dictatorial: El capitalismo o el comunismo sin prejuicios.
Dicterio: Un menosprecio culto.
Dicha: Un estado escurridizo.
Dicharachero, -ra: El efecto del relax vital.
Dicharacho: La marca personal de los chistosos.
Dicho: Una creencia elevada a cátedra.
Dichoso, -sa: Persona agradecida circunstancialmente.
Didáctico,-ca: La imaginación.
Diecinueve: El salón de la inexperiencia que se siente experta.
Diecinueveano,-va: El fin de una década.
Dieciocho: Una meta convertida en posición de salida.
Dieciséis: La madurez prematura.
Diecisiete: La parrilla de salida.
Diedro: Familia geométrica de mi cartera.
Diente: 1. El valor de la utilidad. 2. La fragilidad de lo duro. 3. El tesoro de los mayores. 4. La estética del alma.
Diéresis: La corona del rey de la fiesta.
Diestra: El lado predilecto de Dios.
Diestramente: Nacido para ello.
Diestro, -tra: Un acto reflejo cerebral o una culturalización del cerebro.
Dieta: Una pesadilla.
Dietario: Un notario de la cotidianidad.
Diez: Una aureola social.
Diezmar: Sea natural o artificial, una criba.
Diezmo: Un porcentaje largamente sobrepasado por las políticas impositivas actuales.
Difamación: El parapeto social de los ruines.
Difamador, -ra: Un mentiroso doloso.
Difamante: Los juicios de valor sin verificación.
Difamar: La huida hacia delante del mezquino.
Diferencia: La riqueza de la diversidad.
Diferencial: La personalidad.
Diferenciar: Poner las cosas en su justa medida y valor.
Diferente: Una pieza fuera de su lugar.
Diferir: El profundizar sobre las cosas.
Difícil: Superarse a si mismo.
Dificultad: Aprender inglés.
Dificultar: Toda aquella vía alternativa a los cánones establecidos.
Dificultoso, -sa: Ganarse la vida en un mundo sobrepoblado y profundamente competitivo.
Difteria: Un estrangulador.
Difundir: Un acto de rebeldía.
Difunto, -ta: Persona que ya no tiene problemas.
Difusión: En manos del poder, un virus.
Difuso,-sa: El mañana.
Digerible: La monotonía.
Digerir: Resistencia estomacal.
Digestión: Un acto mecánico de transitar por la vida.
Digestivo,-va: Los pequeños placeres del alma.
Digital: Un corsé existencial invisible.
Dígito: El átomo de la realidad tecnológica.
Dignarse: Una obligación social.
Dignatario: Un buzón andante de adulaciones.
Dignidad: Un derecho natural inalienable.
Dignificar: La autorealización.
Digno, -na: Toda persona en su justo contexto.
Digresión: Gravedad egocentrista.
Dije: Todo pensamiento sujeto a replanteamiento.
Dilación: La consumación de los sueños.
Dilapidar: Enfermedad consumista.
Dilatación: El espacio constituido por la vida.
Dilatado, -da: La clase trabajadora pobre.
Dilatar: Dinámica de supervivencia de los políticos.
Dilatorio, -ia: La justicia social.
Dilecto,-ta: El amor focalizado.
Dilema: La pregunta del sabio.
Diletante: El humanista clásico.
Diligencia: Brilla por su ausencia.
Diligente: Rara avis.
Dilucidar: La obsesión del filósofo.
Dilución: El individuo en la sociedad.
Diluir: El propósito del sistema.
Diluviar: Una mala gestión emocional de la Naturaleza.
Diluvio: Examen de la consistencia de la obra humana.
Dimanar: Los hijos de los padres, los padres de la sociedad, y la sociedad de la cultura.
Dimensión: Una realidad posible.
Dimes y diretes: Un juego de chafarderos.
Diminutivo, -va: La cariñosa caricia del lenguaje.
Diminuto, -ta: Una percepción relativa.
Dimisión: Una salida por la puerta de atrás.
Dimisionario,-ia: Persona que se ve superada por causas de fuerza mayor.
Dimitir: Un fin de capítulo.
Dinamarca: Un país de otra cultura.
Dinamarqués, -sa: Un vikingo europeizado.
Dinámico, -ca: La energía vital empujando.
Dinamismo: La evolución robótica.
Dinamita: La tasa de desempleo.
Dínamo: El cuerpo humano.
Dinamómetro: El PIB nacional.
Dinasta: Un apadrinado.
Dinastía: El privilegio de la cuna.
Dineral: El coste de la vida.
Dinero: Una medida de control de los ricos.
Dintel: Parte de la jerarquización arquitectónica.
Diocesano,-na: Un plebeyo del obispado.
Diócesis: La iglesización del viejo imperio romano.
Dioptría: Un dolor de cabeza.
Diorama: La realidad humana dentro de la realidad humana.
Dios: 1. Un ente ausente. 2. El mayor imaginario nunca creado por el hombre. 3. Un instrumento artificial de control de masas.
Diosa: Nuestras madres y mujeres.
Diploma: Un papel mojado en la gran noria de la vida.
Diplomacia: La hipocresía con modales.
Diplomático, -ca: Un falso refinado.
Dipsomaniáco, -ca: 1. Un alcohólico de toda la vida. 2. Persona débil y/o enferma.
Díptero: La armonía de la paridad.
Diptera: Una familia de cojoneros.
Díptico: Un espacio tríplemente rentabilizado.
Diptongo: Una vocal transilábica.
Diputación: La sombra próxima del poder.
Diputado,-da: Un vividor a cuenta ajena.
Dique: 1. La fortaleza de la densidad. 2. Los límites del reino de Neptuno.
Dirección: 1. Una opción. 2. Un ubicador. 3. Una cabeza.
Directivo, -va: 1. Un lobo para el hombre. 2. Una oveja para el Mercado.
Directo, -ta: El camino más corto y liberador.
Director, -ra: Un hilandero.
Directriz: Antiguamente, los valores morales. Hoy, el marketing.
Dirigente: Un puesto que se otorga a cualquiera.
Dirigible: Una bombona de gas con alas y volante.
Dirigir: Compartir una visión.
Dirimente: El filósofo en su intimidad.
Dirimir: Una acción mal vista en una sociedad superficial.
Discernimiento: Buscar la verdad substancial de las cosas.
Discernir: Hábito de las personas de Razón.
Disciplina: Conducta adquirida mediante la práctica.
Disciplinar: 1. Valorar la cultura del esfuerzo. 2. Si no es desde la razón, no me interesa.
Disciplinario, -ia: Una acción correctora a tiempo.
Discípulo,-la: El hombre frente a la maestría de la vida.
Disco: 1. La esencia geométrica del cosmos . 2. La realización de la filosofía pitagórica.
Discóbolo: La belleza del movimiento de las formas.
Díscolo,-la: El pensador.
Disconformidad: Un estado de salubridad psicoemocional en una sociedad enferma.
Discontinuidad: La constante existencial jugando a historias posibles.
Discontinuo, -ua: La narrativa vital personal.
Discordancia: El nodo entre opuestos.
Discordante: El libre Mercado frente a la Democracia, y viceversa.
Discordar: Media humanidad versus la otra media, y ésta con su propia media, y así en una sucesión periódica infinita.
Discorde: Muchas veces, yo conmigo mismo.
Discordia: Un tira y afloja de intereses partidistas.
Discreción: La explotación tercermundista del primer mundo consumista.
Discrecional: La capacidad individual de soñar.
Discrepancia: Cualquier contraste de opiniones intergeneracional, intersocial e intercultural.
Discrepar: Un ejercicio saludable que, a medida que se sube en clases sociales, se está perdiendo por prohibición táctica.
Discreto, -ta: El pobre en una sociedad de opulencia.
Discriminación: El algoritmo negativo de los círculos sociales establecidos.
Discriminar: Proteger el valor de un activo.
Disculpa: Una conducta olvidada.
Disculpar: (-se) Romper el ombligocentrismo.
Discurrir: La posición móvil de la vida.
Discursear: Un tipo de oratoria sin sustancia.
Discurso: Un autojaleamiento en voz alta.
Discusión: 1. Choque de razones donde raras veces la razón tiene Razón. 2. El pulso perdido de la razón consensuada. 3. Batalla que solo se gana buscando la paz, no la razón.