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Serena Saénz, soprano. Imagen de tenorvinas.com |
Acabo de asistir, un año
más, a la final del concurso internacional de canto Tenor Viñas, en
el inmejorable marco del Liceu de Barcelona. Donde poco más de una
quincena de finalistas, entre sopranos, mezzosopranos, tenores,
barítonos, bajo-barítonos y bajos, de trece países distintos
representantes de tres continentes diferentes, han tensado sus
cuerdas vocales -al compás del piano- para alcanzar el podium
maximum tanto en la modalidad masculina como femenina. Un
verdadero deleite para oyentes aficionados y doctos en la ópera
presentes. Pero, sin lugar a dudas y sin desmerecimiento de la ópera,
la verdadera protagonista del evento que ha sido capaz de crear la
magia ambiental protagonizada no es otra que la voz humana.
Sobre la voz humana se ha
estudiado mucho, pues es materia específica de la fonología y la
fonética, así como submateria de la biología como mecánica
fisiológica. Tanto es así, que recientemente un grupo de
científicos ha conseguido “hacer hablar” a una momia egipcia de
3.000 años de antigüedad mediante la replicación artificial de su
aparato vocal. Por lo que, ciencia no-ficción a parte,
particularmente me interesa centrar el objeto de la presente breve
reflexión sobre la voz humana desde una materia tan antigua como el
propio sonido de los hombres: la filosofía, y más concretamente
desde su rama metafísica.
Y, ¿por qué tratar la
voz humana desde la metafísica, y no desde la gnoseología, la
estética o la lógica, por poner algunos ejemplos? Pues porque la
voz humana representa uno de los componentes estructurales
fundamentales de nuestra realidad. He aquí el axioma primero por
principal.
A partir de aquí, veamos
sus proposiciones derivadas por método deductivo:
1.-La voz es componente
estructural de la realidad, pero no es la realidad en sí misma; ergo
la voz es sustancia de la realidad.
2.-La voz, como sonido,
es forma, pero no materia de la realidad; ergo la voz es
esencia de la materia.
3.-La voz, como entidad
percibida a través de los sentidos, es significante de la
consciencia, pero no es la conciencia; ergo la voz es
contenido de la consciencia.
4.-La voz es rasgo de
singularidad de la persona, pero no es la persona; ergo la voz
es accidente de la persona.
Por lo que podemos
concluir mediante la clásica regla de inferencia del modus
ponendo ponens, que la voz humana, como componente estructural
fundamental de la realidad del hombre, es sustancia de la realidad,
esencia de la materia, contenido de la consciencia, y accidente de la
persona. Una naturaleza tetradimensional que, si bien ayuda al hombre
a trascenderse sobre sí mismo y en connivencia con la realidad
coexistente, pertenece a la dimensión de la realidad creada por el
ser humano, quedando excluida su ascendencia sobre la realidad en sí
misma e independiente del ser humano. Dicho lo cual, y a la luz de
esta constante lógica, no está de más apuntar que la voz humana no
pertenece a la categoría de entidades universales por apriorísticas,
entre otros razonamientos porque no forma parte del mundo de las
ideas sino del mundo de las formas.
Y es justamente en el
mundo de las formas, dentro del sistema referencial de la realidad
creada por el hombre, que la voz ha manifestado su magia
transmutadora en el palacio de la ópera del Liceu de Barcelona. El
sonido se hizo carne, y la carne creó -mediante la alquimia de la
sustancia, la esencia, el contenido y el accidente de la voz-, una
realidad que aun siendo efímera no por ello desmerece su alto valor
como claro exponente de la gran belleza que el ser humano es capaz de
materializar. Por favor, silencio, que la voz inspirada está
creando.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano