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Abbey Library St. Gallen, Suiza |
Reconozco que siento una
predilección especial por las bibliotecas, una especie de atracción
irresistible cual polilla a la luz desde que tengo noción de
consciencia. Si tuviera que sintetizar los elementos nucleares de
dicha gravitación, sin lugar a dudas destacaría el libro, el
espacio y el conocimiento. El libro como unidad representativa de un
conjunto formado por sumas de valores de enteros semejantes (relación
intraespecífica), dotados cada uno de ellos de carga magnética para
mi travieso espíritu curioso. El espacio como singularidad temporal
cuya energía emanada es capaz de transmutar, por alteración del
campo vibratorio del continuo espacio-tiempo, mi cuerpo más íntimo
y emocional. Y el conocimiento como preciado brebaje fermentado a
partir de los extractos secretos de la realidad, celosamente
preservado bajo un riguroso sistema armónico, de cuyos efectos
pseudoalucinógenos debo la expansión de mi mente que siempre acaba
siendo proyectada hacia un viaje trascendental. Un nodo dimensional
formado por libros, espacio y conocimiento que me permite esgrimir,
tras previa inmersión en el mismo, los desafíos más mundanos por
cotidianos de la realidad.
“El silencio, el uso
inteligente de la luz, el olor de los libros, los movimientos
respetuosos de las personas que trabajan, y la sabiduría inabarcable
que contiene el conjunto de millares y millares de volúmenes, nos
hacen percibir las bibliotecas de igual manera que espacios
sagrados... los únicos espacios sagrados que pertenecen a toda la
Humanidad”, afirmaba con sumo acierto mi viejo amigo Jesús
Oliver-Bonjoch, profesor de Historia del Arte y Doctor en
Arquitectura, en su sesión inaugural del curso “Los orígenes
míticos de la civilización”. Una maravillosa y completa
descripción de las bibliotecas, que si bien fue inspirada en su
visita a la Biblioteca Nacional y Universitaria de Ljubljana
(Eslovenia), es extensible al conjunto de bibliotecas del mundo,
aunque éstas se encuentren olvidadas en medio del desierto más
recóndito, como es el caso de la Biblioteca de Chinguetti
(Mauritania).
Para los que nos sentimos
impetuosamente atraídos por las bibliotecas, lo cierto es que éstas
devienen un verdadero acelerador intelectual. No solo porque
adentrarse en dichos espacios multidimensionales es equiparable a
disfrutar de un hammam para la mente, y por extensión el
alma, con independencia de su arquitectura estructural e
interiorística que siempre devienen un potenciador del alo sagrado
de los mismos. Sino que en pleno siglo XXI, incluso con la aceptada
limitación de conocimiento albergable en las unidades de memoria
física que son los libros (los verdaderos ladrillos de toda
biblioteca), trabajar sobre cualquier materia objeto de estudio desde
el seno de una biblioteca es una experiencia tan enriquecedora como
espiritual.
Personalmente, todo hay
que decirlo, prefiero la intimidad de las bibliotecas privadas
antiguas, donde libros, espacio y conocimiento hacen la función de
catalizador de ideas tanto apriorísticas, como consagradas e incluso
de nuevas por descubrir; y donde el ordenador (internet mediante), como instrumento de
labore natural de la era tecnológica, hace las veces de
portal interdimensional en un universo fractal por esencia. En esa
singularidad espacio-temporal sacralizada al conocimiento, la
realidad se deconstruye para liberar conceptos radicales que, como
elementos nucleares físicos, se entrecruzan hasta crear nuevas
cadenas de moléculas de existencias imposibles. Aunque a veces, solo
a veces, la paciencia del observador que persiste en bucear por las
aguas etéreas de la reflexión tiene su recompensa, y las cadenas de
moléculas de realidades alternativas formadas por ideas atómicas
posibles revelan, como hilo conductor que interconecta lo visible con
lo invisible, uno de tantos axiomas parciales que conforman la Verdad.
Qué decir que la
inmersión prolongada en la dimensión desconocida del conocimiento
más allá de los límites de nuestra realidad, cuya falsa seguridad
de la distancia física intermundos viene dada por la solidez
estructural del espacio de una biblioteca, conlleva sus peligros para
la frágil naturaleza de la mente humana. La cual, puede llegar a
perderse por dimensiones paralelas en un punto de no retorno sine
die, e incluso puede regresar a nuestra realidad tetradimensional
con una pérdida evidente de juicio mundano para la percepción de
terceros observadores. Es por ello que cada buscador del conocimiento
y la verdad, una vez que se adentra en las profundidades
multidimensionales a través de una biblioteca como nodo
espacio-temporal de acceso, requiere tomar las medidas de precaución
necesarias para no perecer bajo los efectos secundarios de un estado
de enajenación mental transitorio o permanente. En mi caso personal,
el recurso que me permite navegar por el insondable espacio del mundo
de las ideas posibles e imposibles sin desanclarme del mundo mortal
de las formas, regulando la capacidad de oxígeno de raciocinio en el
paseo interdimensional, no eso otro que el humo de mi pipa. Por lo
que no realizo inmersión en biblioteca alguna si no es pipa en boca
mediante. Toda precaución es poca, y más si el viaje hacia la
búsqueda del conocimiento y la verdad se realiza en solitario.
Narrativa literaria, o
no, a parte. Lo cierto es que siento una fascinación por las
bibliotecas antiguas, que no tiene parangón en mi orbe personal.
Seguramente por que las percibo como criptas del saber congeladas en
el tiempo. Por lo que esta breve reflexión no intenta ser más que
un sencillo y humilde reconocimiento hacia estos grandes tesoros de
la humanidad como son las bibliotecas. Consciente de ser un
afortunado al poder deleitarme en estas líneas creativas, pipa en
boca, mediante el placer que siento al escribir desde la intimidad de
una bella biblioteca privada, que a la par me sirve de despacho -por
no decir refugio- temporal. Pues es el hombre, y no el conocimiento
albergado en las bibliotecas, quien es de naturaleza temporal. Ya que
el hombre pasa, mientras que los conceptos perduran.
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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano