El ser humano occidental
contemporáneo vive en el interior de una burbuja tecnológica de
confort gracias a la gestión inteligente de megadatos en plena
cuarta era de la revolución industrial. Datos que, mediante códigos
numéricos y alfabéticos, representan simbólicamente objetos,
sujetos y circunstancias concretas, describiendo así nuestra
realidad cognoscente en una era que denominamos del Conocimiento. Y
en este contexto, damos por supuesto que dicho conocimiento,
transmitido gracias a la gestión de los datos de base tecnológica,
nos acercan a la verdad objetiva de la realidad. Pero, ¿qué
sucedería si la burbuja de datos de información como hábitat en el
que nos desarrollamos como personas, en vez de abrirnos al
conocimiento de la verdad del mundo nos aislara del mismo e incluso
fuera objeto de manipulación? La respuesta es clara: viviríamos en
la inopia informativa. Es decir, desconoceríamos la verdad objetiva
del mundo real por pura mecánica de desinformación.
Es entonces que podríamos
hablar de la inopia informativa como estrategia de control social,
encontrando sus instrumentos de gestión clave tanto en el
abastecimiento como en la distribución de datos informativos
subjetivos, sesgados e incluso falsos para beneficio de un poder
superior de naturaleza manipuladora y opaca. En otras palabras, la
inopia informativa es una capacidad potencial humana real en manos de
quienes proveen la información y que asimismo controlan los canales
de difusión de la misma (hoy en día interconectados, casi como
exoesqueletos, en nuestra vida cotidiana). Un escenario de claro
tinte distópico, propio de una sociedad orwelliana, en la que
cada día más uno no puede dejar de preguntarse si ya es una
realidad de facto.
Personalmente considero
que así es, que la burbuja tecnológica en la que vivimos y nos
desarrollamos como seres humanos del siglo XXI nos ha sumergido, por
intereses partidistas que escapan al entendimiento del hombre de a
pie, en un estado psicológico y emocional colectivo de inopia de la
verdad. (Ver: La verdad: la gran quimera de los mortales con múltiples caras). Pero, más allá de los engranajes funcionales de
dicho estado de control social -que dejo para los doctos en
ingeniería psicosocial-, me interesa observar sobre sus causas. En
primer lugar, cabe apuntar que la información, como cadena de
transmisión del conocimiento y lanzadera para alcanzar la verdad
objetiva de la realidad, en un estado inducido de inopia social tiene
como efecto substancial la creación de un estado de pensamiento
colectivo homogeneizador, y como efecto accidental por secundario la
inmersión de la población en un estado de opinión latente de baja
intensidad, potencialmente alterable emocionalmente cuando así se
requiera por estrategia de cambio y transformación de la realidad
social. Y, en segundo lugar, y derivado de la anterior proposición,
la inopia informativa lleva a la amputación social de la capacidad
individual de desarrollar un pensamiento crítico, por ser
peligrosamente contrario al pensamiento colectivo homogeneizador.
(Ver: ¿Está en peligro el pensamiento individual?)
Dicho lo cual, la
pregunta consecuente resulta obvia: ¿puede el hombre ser libre sin
capacidad para desplegar un pensamiento crítico individual?. La
respuesta, a todas luces, es que no. De lo que se deduce dos
conclusiones diáfanas: Una, que el hombre contemporáneo no es
libre, por no ser libre de pensamiento, siendo los pensamientos
quienes determinan nuestra actitud y comportamiento frente al mundo
propio y ajeno. Y dos, que si el hombre no es libre es, por tanto,
esclavo de alguien. (Ver: Y tú, ¿tienes libre albedrío?).
Sí, ciertamente vivimos
en una sociedad en que el pensamiento crítico no alienado con el
pensamiento colectivo homogeneizador, dentro de la lógica
manipuladora de la inopia informativa, no solo está socialmente cada
vez más estigmatizado, sino que es objeto de políticas activas
basadas en la teoría de la Espiral del Silencio e, incluso, en
algunos casos más graves objeto de ataques directos de acoso y
derribo mediante estrategias de difamación como acción ruin de
desprestigio social. Un fenómeno real que acontece, paradójicamente,
en las denominadas sociedades abiertas por democráticas, en las que
se presupone que la información transparente y veraz es un derecho
fundamental del ser humano.
Es por ello que hoy más
que nunca, en medio de un estado social inducido de inopia
informativa que determina profundamente nuestra capacidad de conocer
y entender el mundo, cabe reivindicar -desde un espíritu humanista
decididamente rebelde- el derecho al pensamiento crítico. Una
capacidad natural e íntima que todo ser humano tiene, al menos hasta
que el transhumanismo sea ley imperante [ver: El Transhumanismo, el lobo (del Mercado) con piel de cordero], y mientras el sistema
educativo actual no acabe por eliminar todo resquicio de asignaturas
reflexivas como es la Filosofía.
Para acabar, tan solo
constatar el hecho que la inopia informativa ha transformado, por una
desviación tan intencionada como viciada en el proceso evolutivo, la
flamante era de la Gestión del Conocimiento como promesa de una
renovada ilustración humana (gracias a la sociabilización de
internet con la tercera revolución industrial de finales del siglo
XX), en la actual era del Control del Conocimiento como estrategia de
vigilancia y sometimiento social en un mercado global (en plena
cuarta era de la revolución industrial propia del siglo XXI). Por lo
que vivimos tiempos en que la Verdad, como conocimiento último de la
realidad, nunca ha estado en una situación tan difícil de alcanzar,
especialmente para las nuevas generaciones inmersas en la burbuja
tecnológica. Y aún más, el hombre, como ser cognoscente, no puede
conocer verdad alguna sin el acto previo de pensar crítica y
libremente, y si no puede pensar bajo estos parámetros -como proceso
reflexivo para analizar, entender y evaluar su realidad más inmediata
a la luz de la Lógica (capaz de dilucidar la noción de la Verdad)-,
se convierte en un simple rumiante de paquetes consumibles de estados
de opinión precocinados, justamente, por quienes controlan la
gestión de los datos de información. He aquí el principio del
automatismo humano por implementación social del pensamiento único,
cuya máxima se basa en gestionar las psicoemociones de los
ciudadanos-consumidores para poder gestionar sus decisiones.
Aunque, al fin y al cabo,
qué se yo, pues servidor, a sus 48 años recién cumplidos no es más
que un divergente humanista en la burbuja tecnológica, el cual se
rebela cada día pipa en boca por ser un hombre libre, aunque solo
sea -que ya es mucho- libre de pensamiento. Libertas capitur,
saper aude (la libertad se conquista, atrévete a saber).