En el mundo occidental
vivimos para producir, hasta tal punto que hemos confundido la
productividad con la vida. Una distorsión de la realidad humana que,
además, retroalimentada por la filosofía de una cultura neoliberal
deshumanizada por abusiva, conlleva implícita en los tiempos
presentes una paradoja espacio-temporal cuya lógica existencial es un
verdadero reductio ad absurdum: se vive para producir, sin que
la productividad asegure la capacidad para vivir dignamente.
Por su parte, los
economistas, como sacerdotes del dios Mercado que se han hecho con
el poder incluso político, aludirán múltiples argumentos para
racionalizar los opuestos sociológicos irreconciliables de la
Productividad en una lógica contemporánea a todas luces ilógica
-pues no existe lógica alguna en trabajar para no poder vivir con
dignidad-, sintetizados en el credo capitalista del “tiempo es
oro”. Un axioma que encierra, como caja mágica sin cerraduras, la
trampa existencial del engaño de la Productividad. Véase:
1.-El tiempo no es oro,
sino que es vida, ya que el tiempo es un vector propio de la
dimensión humana que consume toda persona en su traslación desde un
punto o estadio espacial a otro diferente.
2.-El oro, como destino a
alcanzar mediante el tiempo dedicado por la vida de una persona, se
cotiza en el actual sistema económico de libre mercado como un valor
socialmente caro y en continua tendencia al alza.
3.-Ergo, el cambio
de valor económico de mercado desigual entre la unidad devaluada de
tiempo y la unidad revalorizada del oro se traduce, en resumidas
cuentas, en que una persona debe consumir mucha vida propia para
poder conseguir el oro necesario que le permita vivir con dignidad.
He aquí el principio de la esclavitud de la persona trabajadora en
un sistema de explotación de recursos humanos del Mercado.
Una filosofía de vida
productivista que traspasa el umbral del mercado laboral, dígase el
segmento de la sociedad adulta como población activa en términos de
productividad económica, pues dicha filosofía de explotación humana
alcanza el sistema educativo de nuestros jóvenes en una estrategia
de programación sociabilizadora. Solo hay que observar el volumen
ingente de deberes y exámenes continuos a los que se ven sometidos nuestros hijos en edad escolar, sin margen para una vida propia, en
una clara sociabilización de la esclavitud para con el adulto del mañana en aras de una
productividad conductual como promesa (no asegurada ni asegurable) de
un futuro prometedor.
Sí, la productividad es
un ladrón de vidas personales tanto para adultos como para
adolescentes y jóvenes que hemos normalizado socialmente. Una
filosofía de vida occidental que, asimismo, tiene una segunda
consecuencia no por ello menos trascendente: la productividad implica
la disolución entre espíritu y materia como naturaleza dual
imprescindible para la salubridad del desarrollo del ser humano.
Entendiendo aquí la dimensión espiritual como aquel alimento para
el alma que permite al hombre realizarse como ser transcendental
(ver: Pensar, la gastronomía del alma que no sirve para comer). Ya que la productividad, que absorbe la
vida del ser humano contemporáneo por completo, es una apología no
solo de todo aquello que representa el mundo material de las formas,
sino por extensión de la búsqueda del bien máximo a través del
goce temporal de los placeres del mismo (cultura hedonista). Lo
que representa que la productividad como filosofía de vida es la
culminación del hombre como ser materialista, que conjugado en la
lógica de un mercado capitalista deviene en la exaltación del
individualismo como valor moral aceptado socialmente. (ver: La exaltación del Egoísmo: el éxito del Capitalismo). Un contexto de necesitada e imperiosa revisión reflexiva a nivel colectivo si entendemos que la dimensión
espiritual del hombre ilumina, entre otros aspectos, los valores
rectores propios del Humanismo como sistema de referencia y
organización moral de las sociedades occidentales. En otras
palabras, no busquemos en la naturaleza de un hombre eminentemente
materialista, y por extrapolación en su sociedad, resquicio alguno
de los valores universales humanistas que permiten al ser humano
trascender como especie animal.
Por otro lado, uno no
puede dejar de sorprenderse por el éxito social acumulado de la filosofía de vida
productivista, en su capacidad de esclavizar al hombre contemporáneo por cesión de
la voluntad propia. Un fenómeno social de enajenación colectiva
que, sin lugar a dudas, encuentra su razón de ser en la zanahoria
del sistema económico de libre mercado: el acceso a la cultura del
consumo de ocio. La productividad, por tanto, premia al hombre esclavizado de por vida en el disfrute, sensorial y temporal por
obsolescente (principio generado por el consumismo), de los múltiples y personalizables placeres
creados por el propio Mercado, a imagen y semejanza del clásico
condicionamiento del perro de Pávlov en su modelo conductual de
estímulo-respuesta.
No obstante, la zanahoria
del modelo productivista es sostenible socialmente si se cumple, solo
si se cumple, una premisa imprescindible: la seguridad de la cobertura de las
necesidades básicas de la pirámide de Maslow. Es decir, el hombre
como ser esclavizado a voluntad propia por el imperio de la filosofía
de vida productivista se revelará contra el propio sistema cuando su
estado de bienestar social quede desatendido. Un escenario de quiebra
del productivismo como modelo social que viene dado cuando el oro (de
la vida) se encarece tanto que no hay tiempo (de vida) para poder
adquirir una vida doméstica digna. (Ver: La vida en venta). O dicho
en otras palabras, cuando no hay tiempo suficiente para un oro tan caro. Un
cuadro social de tintes distópicos que, sin caer en el negativismo
gratuito, comienza a ser una realidad de rabiosa actualidad a nivel
global. (Ver: La Recesión, propia de una naturaleza incapaz,accidental y obsoleta , y El paro: error del sistema económico y social que atenta contra la dignidad humana). Lo cual responde a las
causas de la actual epidemia de revueltas sociales que acontece en los diversos países de libre mercado en
el conjunto del planeta.
Como bien apuntó
Aristóteles: in medio virtus, la virtud está en el punto
medio, en el equilibrio de los opuestos. Por lo que frente a la
trampa de una productividad engañosa en quiebra social, la receta
no es otra que más Humanismo. El Capitalismo neolibeal ha muerto.¡Viva el Capitalismo Humanista!