Como cada domingo, y
previo a salir a la calle a disfrutar del día en familia, mis hijas
dedican la mañana a estudiar y a hacer deberes, pues la presión
educativa del sistema docente actual no permite a los mayores del
mañana tener tiempo casi ni para respirar, y ni mucho menos para
realizarse personalmente. Solo hay que observar el volumen ingente de
deberes y exámenes continuos a los que se ven sometidos nuestros
hijos en edad escolar, sin margen para una vida propia, en una clara
sociabilización de la esclavitud para con el adulto del mañana en
aras de una productividad conductual como promesa (no asegurada ni
asegurable) de un futuro prometedor. [Ver: Hemos caído en la trampa existencial de la esclavitud de la Productividad (en quiebra)].
Y mientras ellas se
aplican, ciertamente con buenos resultados académicos -para orgullo
personal-, uno no puede dejar de pensar en la responsabilidad que
como padres tenemos al empujarlas con ánimo ferviente hacia un
futuro incierto por trilero. Me explico: motivamos a nuestros hijos a
que dediquen una parte decisiva de su vida (como mínimo hasta los 23
años), aquella que justamente determina su formación que les
condicionará como trabajadores adultos, a perseguir una bolita
profesional identificada en uno de los diversos cubiletes del mercado
laboral. Una dedicación existencial cuyo recorrido natural requiere
de una inversión considerable de tiempo personal (siendo conscientes
que el tiempo es vida). Con el riesgo previsible que, una vez
concluyan su formación profesional -que por ser profesional, en el
mundo de hoy, equivale a un aprendizaje especializado-, la bolita
profesional ya no se encuentre bajo el cubilete laboral identificado
inicialmente años atrás, sino en otro cubilete cambiado por la
diestra mano del trilero. Entiéndase aquí como trilero al
profesional de la estafa que maneja bolita y cubiletes en el
denominado Juego del Trile. Por lo que si identificamos al trilero
con el Mercado, y al Juego del Trile como una estafa, ergo
podemos concluir que el Mercado opera bajo la lógica -socialmente
aceptada- de una actividad fraudulenta.
La pregunta consiguiente
es, ¿y entonces, qué hacen nuestros jóvenes una vez corroboran que
no existe oferta laboral para aquella actividad que se prepararon?.
La respuesta es obvia: vuelven a buscar -intuición e incluso oráculo
mediante en una sociedad sobresaturada de información y en continuo
cambio y transformación-, el cubilete laboral donde pueda hallarse la
tan anhelada bolita profesional. Lo cual requiere de un esfuerzo
personal nada desdeñable en lo que actualmente se conoce como
reinventarse profesionalmente, una respuesta conductual a modo de
panacea social que lleva implícita la inversión de una considerable
cantidad de tiempo vital añadido de más en dicho proceso para
adecuarse a las competencias profesionales demandadas por la nueva
especialización actualizada (bajo criterios del caprichoso trilero
del Mercado). Es decir, la deseada bolita profesional, cuya
recompensa puede llegar a asegurar el sostén económico para el
desarrollo de una vida familiar digna, más allá de representar el
premio natural a una vida académica de preparación previa, se
convierte en todo un reto lleno de suerte a imagen y semejanza de la
escurridiza bola voladora quaffle en un partido de quidditch
en el imaginario mundo de Harry Potter.
En este contexto de
cubiletes laborales volátiles, en que la posición de la bolita
profesional se modifica de manera recurrente en un movimiento
continuo del Mercado, los jóvenes españoles cuentan con tres
horizontes futuros posibles:
1).-Un futurible, en una
probabilidad estadística de uno de cada tres jóvenes, en el que se
alcanza una bolita profesional acorde a la preparación académica.
Es decir, donde los jóvenes trabajarán de aquello que propiamente
estudiaron.
Un grupo minoritario cuyo
status quo viene determinado tanto por la suerte personal, no
exenta de esfuerzo, como por un alto grado de preponderancia en una
filiación rica en relaciones sociales, ya sea de descendencia
profesional directa o indirecta.
2).- Un futurible, en una
probabilidad estadística de uno de cada tres jóvenes, en el que se
alcanza una bolita profesional vía reinvención profesional. Es
decir, donde los jóvenes trabajarán en un sector diferente al
propio.
Un grupo mayoritario, por
la suma progresiva de parte del colectivo que sigue (punto 3) a lo
largo del tiempo, que en un mercado laboral restrictivo por
insuficiente acabarán ocupando puestos de trabajo poco cualificados
y, por extensión, de claro perfil precario. (Ver: España, viento en popa y a toda vela hacia un país eminentemente de camareros).
Y, 3).- Un futurible, en
una probabilidad estadística de uno de cada tres jóvenes, en el que
no se alcanza atrapar ninguna bolita profesional. Es decir, donde los
jóvenes se verán abocados al desempleo. (Actualmente con una tasa
del 35%, el segundo país de Europa en paro juvenil tras Grecia).
Un grupo que, junto al
colectivo que les precede (punto 2), acabarán viviendo una
existencia económica, por ratio de rentas de trabajos más o menos
temporales, en un estadio que bien puede situarse en el umbral de la
pobreza (menos de 15.000€ al año). [Ver: La estafa de ser pobre(modelo Ponzi) y La mitad de los trabajadores en España son pobres ilustrados sin identidad de clase social propia].
Tres escenarios futuros
posibles en el tablero del Trile que, por otro lado, cuenta entre sus
reglas con un efecto secundario descrito con letra pequeña del que
nadie se percata, y menos aun los jóvenes que se sienten en su haber
con todo el tiempo del mundo: el juego tiene fecha de caducidad.
Tanto es así que, de manera tan irremediable como severa por abrupta
e implacable, la mano invisible del trilero retira los cubiletes del
mercado de la oferta laboral para aquellos jóvenes que alcanzan la
edad adulta de los 40 años, a mucho estirar. O dicho en otras
palabras, de los 40 años de vida laboral que potencialmente tienen
nuestros jóvenes como población activa (franja comprendida entre
los 25 a los 65 años), tan solo tienen asegurado el trabajo -aunque
sea temporal y por fórmula de reinvención- los 15 primeros años
(de los 25 a los 35, aproximadamente). Por lo que aquellos jóvenes
que a los 35 no se hayan consolidado en un lugar de trabajo fijo
tienen todos los números de perder la posibilidad real de volver a
acceder al mercado laboral a partir de los 40 años. Lo que les
obligará a reinventarse profesionalmente y de manera continua
durante los 25 años restantes de su vida laboral, sin que dicho
esfuerzo personal sea garante de éxito alguno en un Mercado que
discrimina por edad. (Ver: La lacra del siglo XXI: hacerse maduro profesionalmente). Y es que, como bien sabemos los que peinamos
canas, el hombre no se come el Mundo, sino que es el Mundo quien se
alimenta de hombres con indisimulada ferocidad y desdén.
Pero, todo y así, ¿quién
es alguien para ensombrecer la bendita esperanza de nuestros jóvenes?
Pues no hay nada más maravilloso que soñar, aunque los sueños,
como bien escribió Calderón de la Barca, sueños son. Que nuestros
jóvenes continúen soñando en ser astronautas, ingenieros, médicos,
bomberos o lo que les plazca ser, mientras se esfuerzan estudiando
para ello, que los padres continuaremos rezando a la diosa de la
Fortuna para que la bolita siga permaneciendo en su cubilete, aunque
para ello haya que tratar con el trilero usurero (si es que es
posible...).
Y aquí cuelgo mis
reflexiones por hoy, que mis hijas ya han acabado de estudiar y
ahora, que es el único momento certero de la vida que atesoramos,
toca salir a disfrutar en familia. Que mañana, si es que llega, será
otro día.