Esta mañana, mientras
iba camino de hacer una gestión doméstica, me ha llamado la
atención un pequeño cartel colgado en lo alto de una farola que
fácilmente puede pasar desapercibido para transeúntes despistados.
Al acercarme, he podido leer: “Los alumnos de tercero de primaria
(del Instituto-Escuela Costa de Llobera) hemos hecho un taller de
astronomía. Hemos instalado en clase una esfera de un metro y medio
de diámetro, que representa el Sol, y hemos ido colocando a
proporción de distancia los planetas sobre un plano de Barcelona. El
planeta Saturno, queda aquí...”. Y en el cartel puede verse una
flecha que señala el lugar de la calle, con una inscripción interna
que reza: “A 1.537 metros de nuestro instituto. Saturno, de 130 mm.
de diámetro”. Qué decir sino: ¡bravo por los profesores!. Acciones como ésta se
definen como pedagogía, un palabro moderno en boca de muchos que,
sin embargo, requiere de una actitud docente tan antigua como la
profesión de profesor que pocos -de otros perfiles sectoriales-
tienen: la vocación. (Ver: Conoce la fórmula de la Vocación). En
este caso, me refiero a la vocación de enseñar.
Y es que en los tiempos
que corren, si alguna profesión es vocacional ésta es justamente la
del docente. Pues hay que tener vocación para enseñar conocimientos
y valores que son devaluados, por no decir menospreciados, fuera de
las aulas. Hay que tener vocación para seguir enseñando en una
sociedad en la que la figura del profesor, como activo social, está
públicamente vilipendiada. Hay que tener vocación para seguir
impartiendo clases, cuyo esfuerzo de preparación y evaluación
sobrepasan las horas lectivas consumiendo un inestimable tiempo
privado, en un país que no permite a más de la mitad de los
profesores poder vivir de su sueldo. (Ver: España, viento en popa ya toda vela hacia un país eminentemente de camareros). En
definitiva, hay que tener vocación para ser profesor en una sociedad
que no respeta a los profesores.
Pero, ¿nos hemos parado
a pensar qué significa la falta de respeto hacia el profesorado?. No
respetar, en el sentido de proteger y cuidar a los profesores tanto a
nivel de prestigio social como de dignidad retributiva, no significa
otras cosa, ni más ni menos, que el hecho de vivir en una sociedad
en la que no importan los jóvenes. Pues éstos dependen, para su
buen y sano desarrollo como personas, de aquellos. Lo que equivale a
afirmar que no nos importa ni el futuro de nuestro relevo
generacional, ni tampoco, por extensión, el futuro de nuestra propia
sociedad. Lo que denota una miopía de nuestra era, que solo vive por
y para el presente inmediato.
Asimismo, frente al
flagrante menoscabo de los profesores, la pregunta obligada no
es otra que ¿entonces, a quién estamos otorgando valor como
sociedad para la enseñanza de nuestros jóvenes en una entorno que
solo se focaliza en la inmediatez?. La respuesta es clara: en los
valores educativos (por tanto epistemológicos, morales y
conductuales) que marca el Mercado a través tanto de su cultura de
consumo hedonista, como de los principios rectores de su filosofía
productivista. Y como el Mercado se rige bajo la lógica del flujo
impermanente de la oferta y la demanda, en un mundo sobrepoblado
(Ver: Sobrepoblación mundial, efectos socio-económicos y políticos a corregir), la sobresaturada cantera de mano de obra productiva
futura (nuestros jóvenes) resulta un activo insignificante en
términos de estrategia empresarial a corto y medio plazo en un
sistema económico volátil en continuo cambio y transformación. Es
decir, que el Mercado no busca ni se le espera que se preocupe por el
nivel educativo de nuestros jóvenes como beneficio social, sino que
tan solo le interesa aquellos jóvenes a título individual capaces
de adaptarse a un entorno cambiante como manifestación de
superación y progreso personal para su beneficio privado. He aquí
la máxima capitalista que rige el Mercado: la apología de la
individualidad. (Ver: La exaltación del Egoísmo: el éxito del Capitalismo). Que poco o nada tiene que ver con los intereses de la
res publica.
A modo de resumen, por tanto, podemos sintetizar el escenario docente presente mediante la estructuración de un sencillo pero clarificante Teorema del Profesor Contemporáneo:
1.-La sociedad se ha
mercantilizado hasta su médula orgánica en la búsqueda de un
beneficio inmediato.
2.-El Mercado, que se ha
apropiado de la voluntad de la sociedad, desvalora a los profesores
tanto por prescindibles como proveedores de su lógica productivista,
como por devaluación de los jóvenes como excedente productivo.
3.-La sociedad, ciega por
inconsciencia e hipocresía frente al trato del Mercado contra sus
hijos, desvalora a los profesores.
4.-Los profesores, en el
ejercicio de una resistencia basada en su vocación educativa
mediante el uso de la libertad de cátedra, son a día de hoy
menospreciados por ir en contra de la religión del Mercado. (En una versionada acusación trasnochada que llevó en su día al maestro Sócrates a la picota de la cicuta).
Es por ello que esta
mañana, frente al cartel colgado de la farola en medio de la calle,
no he podido dejar de percibir, más que un acto pedagógico (que también),
un acto manifiesto por público casi contestatario de resistencia
docente tan necesitada en nuestros días. Por lo que de profesor a
profesor os digo: a vosotros, que aun malviviendo mantenéis intacta
la vocación y la dignidad de la enseñanza en tiempos difíciles como los que nos ha
tocado vivir, no desistáis en la tenacidad de vuestro activismo
silencioso, pues la sociedad y con ella nuestros jóvenes nos
necesitan, aunque no lo sepan y mucho menos lo agradezcan. El servicio social de enseñar el saber y de ayudar al crecimiento personal de futuros adultos no tiene precio, aunque los bienes materiales para nuestro sustento diario sí los tengan. Libertas capitur, sapere aude.